Escoger un nombre es elegir cómo queremos ser reconocidos por otras personas, es mucho más que unas simples letras pues reflejan también personalidad y espíritu. En el caso del papa Francisco fue precisamente su elección la que definió su esencia y el carácter que quería imprimir a su pontificado: humildad. “No te olvides de los pobres” fue la frase que el cardenal Claudio Hummes le dijo después de que resultara elegido en el Cónclave. Esa palabra, “los pobres”, se grabó en su corazón e inmediatamente pensó en Francisco de Asís. Por eso escogió su nombre. Esta historia, que contó él mismo, es solo una pincelada de lo que fue su mandato como jefe supremo de la Iglesia. Se presentó al mundo aquella primera noche sin la esclavina roja sobre los hombros, sino vestido de blanco. Solo usó la estola de oro durante la liturgia, para luego quitársela. Tampoco utilizó la cruz de oro, sino una hecha de plata antes de marcharse a su alojamiento en el autobús con el resto de cardenales. Todo símbolos del espíritu con el que asumió el cargo.
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Rechazó el apartamento pontificio
Al día siguiente estuvo en la Casa del Clero, donde se había alojado los días previos al Cónclave para pagar la cuenta por su estancia. Un gesto que a simple vista parecía uno más, pero que tuvo mucha importancia. “¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!” dijo a modo de deseo. Y este deseo empezó con él mismo. En una decisión sin precedentes y extraordinaria, el papa renunció al lujoso apartamento pontificio que utilizaron sus predecesores durante más de un siglo. Diez habitaciones, salones con suelos de mármol y una profusa decoración, biblioteca, estudio médico, capilla, cocina y comedor forman el apartamento pontificio, situado en la tercera planta del Palacio Apostólico del Vaticano. Desde 1903, cuando se instaló Pío X, era esta la residencia que habitualmente utilizaban los Pontífices. Hasta que llegó Francisco.
Dijo que prefería vivir en la Casa Santa Marta, la residencia para eclesiásticos y altos cargos de la curia que está en el interior del Vaticano y donde se alojaron los cardenales que participaron en el Cónclave para elegirle. Ni siquiera se trasladó a la habitación que le correspondía hasta que finalizaran las obras para adaptar el mencionado apartamento, sino que permaneció en la que le habían asignado durante el cónclave. Las habitaciones son simples: una cama, un crucifijo y poco más. Solo utilizó algunas estancias del apartamento papal para reuniones o encuentros, fue un lugar de "trabajo". Además de una necesidad de despojarse de privilegios y lujos innecesarios, esta decisión casaba además con la vocación de cambio que animaba al papa y al propio San Francisco de Asís. “Un hombre sencillo que era un pobre sirviente de Jesús y a quien se le encomendó la misión de 'reconstruir la Iglesia” así definió Philip Tartaglia, arzobispo de Glasgow al santo.
En contacto con la sociedad
En su intento de acercar la fe y la iglesia a todos, sin importar credos o condición, quería estar en contacto con el resto de clérigos que pasaban por la residencia, con la gente, con un mundo cuya evolución quería trasladar a la institución que gobernaba. Para adaptarse a los tiempos hay que conocerlos en primera persona en la medida de lo posible. Su condición de jesuita animó también esa iniciativa de promover y defender la justicia social, con los más desfavorecidos y llevando a cabo reformas que acercaran la institución a todos los ámbitos de la sociedad. En este sentido, el papa no se mostró nunca como alguien inaccesible, al contrario. Personas de toda condición pudieron acercarse a él, recibir una caricia, una palabra de aliento, un gesto de compasión, de cariño, de comprensión. Fue el Pontífice de todos y para todos, pues no excluyó a nadie. Se detenía a saludar a la gente que se agolpaba a su paso, cogía en brazos a los niños y rezaba con los mayores; almorzaba con los indigentes e incluso escogió en una ocasión una modesta óptica de Roma para cambiar sus gafas.
Recordamos un par de frases que pronunció durante su Pontificado, símbolo perfecto de esta filosofía que alimentó su vida y su labor al frente de la Iglesia, por la que será recordado seguro en la historia. "Adelántate a tus hermanos en el amor, no esperes ser amado, ama primero, da el primer paso", es una de ellas. "Hoy se nos dice que cuanto más alta tienes la nariz, más importante eres. No. Hoy se nos dice que cuanto más vanidoso aparezcas, vas a tener más fuerza. No. No va por ahí la cosa. Sé modesto, escucha, convive, reconoce tu dignidad y la de los demás. Ama y déjate amar". Dos grandes enseñanzas sin duda.