La vida era maravillosa para Mario Vargas Llosa “porque precisamente tiene un fin”. Siempre había dicho que quería que la muerte le hallara escribiendo, “como un accidente”, aunque el destino, caprichoso, no atendió esta vez a su deseo.
El genio de las letras se apagó poco a poco -como pudimos saber, “no fue de repente”-. Llevaba tiempo alejado de la escritura y se marchó rodeado de aquellos que más lo querían, escuchando, una vez más, la historia de Madame Bovary, de Gustave Flaubert, el maestro que le convenció de que debía entregarse por completo a la literatura.
Nos deja, como legado, una herencia inmensa -quedan, para la posteridad, sus más de veinte novelas, sus ensayos, sus artículos-. Eso es indudable. Pero, también, tras él, quedan los amores que dejaron huella. Porque, como él mismo reconocía hace casi tres décadas en nuestras páginas, “mi trabajo ha estado muy íntimamente ligado a mi vida sentimental”.
Su tía Julia Urquidi -su primera mujer y que le inspiró a escribir La tía Julia y el escribidor-; su prima -y segunda mujer- Patricia Llosa -su sostén durante más de cincuenta años y madre de sus tres hijos-; e Isabel Preysler -con la que mantuvo un noviazgo de casi ocho años- fueron las tres mujeres de su vida.
Sin embargo, hubo otra que cambió su historia. Una mujer que lo cuidó, mimó y hasta riñó, cuando fue necesario. Estos días sólo la recuerdan en los círculos literarios y secciones de cultura: la ‘superagente’ Carmen Balcells.
Sin ella, quizá, su suerte habría sido diferente.
La promesa
En verdad, podríamos decir que la literatura también se cruzó en el camino de Carmen. Aquella audaz leridana, de ojos curiosos e infalibles dotes de negociación, se adentró en el mundo de la literatura en los años cincuenta.
Aunque había cursado estudios comerciales en Barcelona -obligada por su madre-; de la mano del poeta Jaime Ferrán, conoció a un grupo de intelectuales -entre los que estaban Gil de Biedma y Carlos Barral-. En 1956, empezó a trabajar como representante de la agencia ACER, dirigida por el escritor Vintila Horia, en la Ciudad Condal. Cuando este se mudó a París, fundó su propia agencia y comenzó su andadura gestionando los derechos de traducción de autores extranjeros para Seix Barral, editorial a la que Mario había enviado su libro La ciudad y los perros y que, en 1962, le concedería el Premio Biblioteca Breve.
Aquellos que la conocieron decían que era toda una visionaria, y no se equivocaban. Carmen pronto revolucionó ese sector, el literario, que tenía tan bien estudiado.
Convencida de que los escritores necesitaban dinero para poder dedicarse a escribir, se posicionó de su lado y defendió los intereses de los que consideraba que tenían talento. Así empezó a gestarse su leyenda y así llegó a la puerta de Vargas Llosa.
El novelista vivía entonces en Londres, donde trabajaba como profesor en King’s College. “Me hubiera quedado allí porque me gustaba enseñar”, confesaría en una entrevista con El País. Pero era imposible decirle que no a Carmen, quien, decidida a traerlo a España, se plantó en la ciudad del Támesis, con una promesa: “Vas a ganar lo que ganas en la universidad si te vas a Barcelona”.
“A Carmen tenías que hacerle caso o matarla, porque no había intermedio. Renuncié”, explicaba Vargas Llosa a dicho diario. Al comunicárselo a su jefe de universidad, lo tachó de loco: no podía creerse que pudiera vivir de sus derechos de autor. “Pues estoy loco, pero es que para quedarme tengo que matar a Carmen Balcells y estaría más loco aún. Y nos fuimos”.
Una amistad inquebrantable
Se forjó así una relación que iba más allá de lo profesional y se convirtió en una amistad inquebrantable.
La familia Llosa hizo las maletas y llegó en 1970 a Barcelona -donde nacería su hija Morgana-. Allí vivía, además, Gabriel García Márquez, al que también llevaba Balcells y al que Vargas Llosa tanto admiraba -con la tesis García Márquez: historia de un deicidio se doctoró cum laude en la Universidad Complutense en 1971-.
Los dos Nobel fueron amigos -hasta su inesperado desencuentro, que se saldó con un puñetazo de Mario a Gabriel- y casi vecinos. Les separaban apenas ochenta metros de distancia. Los Vargas Llosa se instalaron en la calle Osio número 50, en el barrio de Sarrià; los García Márquez, en la calle Caponata número 6.
Carmen fue mucho más que su agente literaria. Cuidó de Mario, pero, también de Patricia -como se desliza en el libro Los genios, de Jaime Bayly-. Se encargó de encontrarles un lugar donde vivir y de buscar colegios para sus hijos.
La Barcelona de Mario Vargas Llosa
La Ciudad Condal de la gauche divine era el centro cultural de la época, el lugar donde Mario podía consagrase como escritor, y allí pudo dedicarse, en cuerpo y alma, a su gran pasión. “Barcelona es el único lugar donde se puede trabajar a gusto”, explicaría en una entrevista en la revista Destino. “No, no hay peligro de que me molesten. Es la primera vez que consigo escribir sin desazones, sin pensar en otra cosa”.
Durante su estancia -vivió allí cuatro años-, trabajó en La tía Julia y el escribidor, así como en Pantaleón y las visitadoras.
Carmen -Mamá Grande, como se refería a ella Gabriel García Márquez- se convirtió en la artífice de lo que hoy se conoce como boom latinoamericano, impulsando las carreras de los escritores a nivel internacional. “Vargas Llosa es el primero de la clase, y García Márquez es un genio”, diría de los dos grandes de las letras hispánicas.
Llegó a representar a seis premios Nobel: García Márquez, Vargas Llosa, Cela, Miguel Ángel Asturias, Vicente Aleixandre y Neruda, y autores como Cortázar o Manuel Vázquez Montalbán -quien la bautizó como ‘superagente’-.
Una ‘superagente’ cercana, que se emocionaba al leer sus libros - “Los que conocemos a Carmen Balcells sabemos que Carmen Balcells llora por todo”, comentaría García Márquez-, pero con una increíble mente de empresaria que la llevaría a lo más alto. Cuando el escritor colombiano le preguntaba si le quería, su respuesta era inigualable: “¡Cómo no te voy a querer si eres el 36,2% de mi facturación!”.
Carmen era generosa “hasta la locura” y solía organizar comidas para homenajear a los escritores, como recordó recientemente la también escritora Carme Riera, en un coloquio organizado por el Círculo de Orellana en el Instituto Cervantes.
Se equivocaba
El próximo septiembre se cumplirán diez años del fallecimiento de Carmen. La superagente dio su último suspiro en septiembre de 2015 y Mario se despidió de ella en una emotiva nota publicada en El País. “Estaba siempre muy lúcida, llena de proyectos, realistas y delirantes. Como si fuera a vivir siempre”.
“Gracias a ella los escritores de lengua española comenzamos a firmar contratos dignos y a ver nuestros derechos respetados”, recordaría de la mujer que los llenó de comprensión y cariño en todo lo que hacían. Dejó un vacío que, confesaba, “nunca nadie podrá llenar”.
'Mamá Grande' solía decir que había fallado en una cosa: no había conseguido para los escritores la relevancia que puede tener, hoy en día, un deportista. En parte, se equivocaba. La muerte del Nobel que un día representó ha dado la vuelta al mundo, ha acaparado todas las conversaciones en redes sociales, ha copado las portadas de los diarios y, también, por qué no decirlo, se ha colado en las páginas del papel couché.
Agente y representado se han vuelto a reunir y, seguro, allá arriba, estarán hablando de lo que siempre les unió: su amor por la literatura.