Hablar de Andrés Iniesta es hablar de éxito, de sueños cumplidos, de reconocimiento internacional... pero también de depresión. Porque la historia de la leyenda del fútbol no solo tiene luces. Hay sombras, una cara oculta e imperceptible que a veces supera al mayor de los triunfos. El propio jugador ha querido mostrar esa parte desconocida de su vida y hablar sin tapujos de su problema de salud mental. Lo ha hecho a través de un libro llamado La mente también juega, donde ha detallado sus momentos más difíciles y cómo su esposa le salvó.
Detrás del futbolista está la persona, una persona que se ha abierto como nunca para hablar de esa etapa marcada por una depresión que ha marcado su vida. El autor del gol que dio a España su único Mundial ha explicado que todo comenzó en 2009, justo cuando su carrera deportiva vivía un momento de oro. Estaba en lo más alto, no dejaba de cosechar éxitos con el FC Barcelona y además era respetado y querido por sus rivales. Pero a la vez empezó a cambiar algo en su interior. "De repente empiezas a encontrarte mal. No sabes el motivo, pero te sientes mal. Un día y otro también. No mejoras", indica.
Iniesta explica que se sometió a muchas pruebas médicas que no arrojaban ningún resultado anómalo, pero él seguía sin estar bien: "No paras de darle vueltas en la cabeza a esa situación que resulta absolutamente desconocida para ti". Aquello le sumergió en un bucle, porque el desconocimiento, según indica, se agrava aún más con la ansiedad. Y entonces llegó un instante en el que se sintió "vacío, sin nada dentro". La repentina muerte de su gran amigo Dani Jarque, quien entonces jugaba en el Espanyol, hizo que todo se precipitase y se volviese "más oscuro".
Al jugador le costaba verbalizar su preocupación con personas externas a su familia. Prefería no compartir estos sentimientos con sus compañeros y posiblemente creía que el público no le entendería, porque a priori es una persona que lo tiene todo. Ese hermetismo le hizo llevar una doble vida, ser una especie de Doctor Jekyll y Mr. Hyde: "Cuando estaba fuera de mi casa, era como si estuviera mintiendo a los demás. Ellos no sabían nada. Ni debían saberlo. Por eso, evitaba ciertas situaciones en las que me encontraba incómodo".
Esa dualidad no era fácil de soportarla. Por eso, había días en los que Iniesta dejaba los entrenamientos antes que sus compañeros para volver al vestuario y desahogarse. "Me metía en la ducha y lloraba. Lloraba sin que me viese nadie", se lamenta. Pero a la vez el fútbol fue clave para recuperarse, porque ir a entrenar y disputar los partidos era una ilusión diaria que nunca le abandonó. También fue vital ponerse en manos de los especialistas adecuados, que le dieron las herramientas para resolver sus problemas.
El papel de su mujer, Anna Ortiz, juega un papel fundamental en el proceso de sanación. Ha estado a su lado de manera incondicional desde que se conocieron en 2007. Porque el primer día que la vio, Iniesta tuvo "un flechazo mortal". El futbolista acudió al bar de un amigo en Mataró, donde Anna trabajaba de camarera. Se fijó en ella y al regresar de un viaje a Japón, donde los aviones se llaman Ana, le llevó unas miniaturas y una carta. Estuvo dos horas en una caravana solo para ir al local y entregarle el detalle que lo cambió todo. No imaginaban entonces que años después el país nipón sería su hogar.
Conocer a Anna marcó un punto de inflexión para Iniesta: "Me resucitó desde el momento en que la conocí. Fue un flechazo. Me enamoré de ella completamente. Estaba viviendo entonces un período que no era nada agradable, pero Anna me devolvió la ilusión. Fue maravilloso haberme cruzado con ella en el camino". Junto a ella ha formado una numerosa familia con el nacimiento de Valeria, Paolo Andrea, Siena, Romeo y Olympia. Ellos son su principal motor y las personas que dan sentido a su vida. Porque detrás de la leyenda de Fuentealbilla hay un jugador que lo ha ganado todo, pero sobre todo un hombre sencillo que da valor a lo que de verdad importa.