Pertenezco sin remedio a esa noche oscura que llaman amor". Esta es la primera respuesta de Nicolas Mathieu cuando le preguntamos por qué el amor es, para él, tan importante.
No titubea. Entre risas, rápidamente, coge su libro El cielo abierto (Editorial ADN) en su edición en castellano, y tira de esa cita de Víctor Hugo, uno de los genios de la literatura francesa, que es la que ha elegido para abrir su nueva obra, en primera página.
"No es mi libro más personal, pero sí el que está menos protegido por la ficción", nos dice sobre El cielo abierto, su última obra
"Si hacemos una jerarquía de las cosas que cuentan en la vida, creo que está arriba del todo", reflexiona. "Sigue siendo la preocupación principal de todas las personas. Todos estamos atrapados por él, desde que nacemos hasta que morimos, en las relaciones que creamos, primero con la madre, después con las personas que conocemos... Tener un hijo es tener un amor que realmente nos sobrepasa en fuerzas", añade.
Al fin y al cabo, en este último libro, que ha venido a presentar a España, en el Instituto Francés de Madrid, nos habla, sobre todo, de amantes que se encuentran a escondidas... del paso del tiempo, de padres que se vuelven cada vez más frágiles e hijos que, por el contrario, van emprendiendo, poco a poco, el vuelo, en una sociedad a la que le resulta difícil mirar lo que sucede más allá de la pantalla de su móvil y que avanza a un ritmo frenético. El suyo, desde luego, también lo es. Nos confiesa, con una gran sonrisa, que no ha tenido oportunidad de conocer la ciudad. "He visto Madrid por las ventanas de mi taxi. Es la segunda vez que estoy, pero cada vez que vengo es para atender entrevistas... Es la vida de la 'gira': una estación, un hotel, un restaurante, un encuentro... Y vuelta a empezar".
Un cuento de hadas
Unas fotografías en las que aparecía paseando con Carlota Casiraghi —que nosotros publicamos el año pasado en ¡HOLA!— lo convirtieron en protagonista, inesperado e involuntario, de la crónica social. Aunque su nombre, entonces, dejó de sonar solo en los círculos literarios, en verdad, su vida cambió por completo, como él mismo nos cuenta, mucho tiempo antes.
Tras ganar, en 2018, el galardón más prestigioso de las letras francesas, el Premio Goncourt —por su novela Sus hijos después de ellos—. "Fue de la noche a la mañana. Empecé a tener muchos lectores, tuve menos problemas financieros, recibí muchísimo reconocimiento de golpe. El premio fue un poco un cuento de hadas, pero también he sido arrancado de mi vida anterior", nos explica. "Es un privilegio, pero, también, un peligro", detalla, porque uno se "desengancha de la vida cotidiana. El riesgo es vivir un poco en tu propia burbuja literaria y no saber ya cómo vive el resto".
"Todos estamos atrapados por el amor, desde que nacemos hasta que morimos", nos dice el ganador del prestigioso Premio Goncourt
—¿Ser escritor fue siempre su primera opción? Tuvo varios trabajos antes de dedicarse a la literatura
—Cuando era muy pequeño, quería ser ‘pizzero’ y domador de leones (se ríe). Desde que tuve, ocho o diez años, realmente lo que yo quería era escribir. Estudié para tener más cultura y todos los 'trabajillos' que hice entonces eran en el sector de la alimentación e intentaba siempre dejar tiempo para poder escribir. Y mi primera novela, la que publiqué en 2014, me llevó cuatro años porque trabajaba además en paralelo y era bueno... pues durísimo (sonríe).
—Habla del riesgo de vivir en su propia burbuja literaria, pero, en su nuevo libro, El cielo abierto, da la impresión de todo lo contrario, de estar muy conectado con la realidad.
—Sí, efectivamente, hago todo lo que puedo, porque el hecho de estar totalmente desligado de lo real significaría que me separo de lo que sé hacer, que es contar, narrar. En este libro, me interesan las cosas cotidianas, la vida de todo el mundo... Si este libro tiene interés es porque conecta cosas que son personales e íntimas, que nos conciernen a todos. Los diferentes matices que puede tener una historia de amor, el tiempo que pasa, los hijos que crecen, el aburrimiento, los viajes, la soledad en el hotel, llevar a un hijo al colegio... Todo eso.
—¿Diría que es el libro más personal que has escrito hasta ahora?
—No, no es el más personal, pero es el menos protegido por la ficción. Los otros eran también muy personales. Estaban muy influenciados por todo lo que yo había vivido. La adolescencia de Sus hijos después de ellos se parece mucho a la mía, pero había menos ficción que en este.
—También otro de los temas que tratas es el paso del tiempo… ¿Es algo que le asusta o preocupa?
—Es totalmente natural, pero, efectivamente, no me logro recuperar de ello (se ríe). El paso del tiempo, el recuerdo de lo que fuimos y no seremos, que vemos, poco a poco, a los padres envejecer... Nuestros padres, que fueron tan fuertes y protectores y que, de pronto, se hacen más frágiles que nuestros hijos. Y a la inversa, los hijos a los que protegimos y que nos sobrepasan en todo. Y la profunda melancolía que nos inspira el hecho de que lo que es ya no será más. Creo que una de las funciones de la literatura es llevar un cronómetro en la mano. Tal vez, nuestro papel es más bien considerar el paso del tiempo en su conjunto... Y yo, por temperamento, soy melancólico.
—En la parte final habla de su padre, ¿le hacía un pequeño homenaje? Aunque no deja de verlo como una persona de una sociedad que ya no existe
—Sí, totalmente, es como lo dices. Es algo que a mí me conmueve mucho y que vemos en todas mis novelas. Las transiciones entre los mundos que terminan y otros que comienzan. Por ejemplo, en Sus hijos después de ellos, estaba esa frontera entre el final del mundo industrial y el comienzo de algo diferente en los años 90, en la región en la que yo vivía. Y el final del mundo de los baby boomers que han sido nuestros padres -al menos para mi generación-, es algo que efectivamente me llega y me conmueve. Cuando nuestros padres se van debilitando, muchos conflictos que había en nuestras relaciones caducan. Ya no tienen más sentido. Y también es un momento muy punzante en el que accedemos más a lo que son y nos convertimos un poco en ellos. Empezamos a ser padres nosotros también. Los hemos adorado cuando éramos pequeños, los hemos juzgado cuando éramos adolescentes... Y llega ese instante en el que empezamos a comprenderlos.
—¿Habrá otro libro para su madre?
—Es una buena pregunta. Creo que me cuesta más escribir sobre ella porque era mucho más cercano a ella. Yo soy hijo único. Y estaba muy unido a ella, así que era difícil tener la distancia suficiente para poder hablar. Falleció en diciembre del año pasado y creo que es algo que progresivamente va a ir ganando importancia. Mi padre tenía la enfermedad de Alzheimer. Estaban separados… El final fue duro.
"Es un privilegio, pero también un peligro porque uno se desconecta de la vida cotidiana de la mayoría de las personas", explica el escritor, que afirma, rotundo, haberse sentido etiquetado en muchas ocasiones
—¿Ve el futuro con preocupación?
—Todo me inquieta… Creo que de forma cotidiana tenemos la sensación de estar al borde del abismo. Evidentemente, esta revolución antropológica de las pantallas y las redes sociales cambia todo. No sé cómo será en España, pero, en Francia, las tasas de suicidios de los adolescentes se han disparado, algunos con diez años... La ansiedad, los trastornos alimentarios... Es grave. Tampoco nos vamos a regocijar mucho hablando del cambio climático. En cuanto a política, mejor no hablar, y luego, está la guerra también... No estoy seguro de que, delante de nosotros, nos espere lo mejor.
—Parece que no ha tenido nunca problemas para hablar de temas que preocupan a la sociedad francesa (por ejemplo, se mostró muy crítico con la reforma de las pensiones de Macron). ¿Cree que tiene la obligación de alzar la voz como escritor?
—No diría que es un deber. Es un poder. Y, con lo que me ocurrió, tengo una exposición pública y una posibilidad de expresión. Tengo una palabra que tiene más repercusión, que me hace plantearme preguntas, pero tampoco puedo movilizarme. No quiero hacerlo todo el día, con todas las causas, y tener una función política constante. Hay algunos temas con los que puedo sentirme más identificado, que conozco mejor, o en los que puedo aportar mi granito de arena. Y ahí sí puedo intervenir. Aun así, es cierto que se nos solicita mucho como escritores. Me piden que firme tribunas o que escriba, directamente, columnas de opinión. Es tentador, sin embargo, también es un riesgo porque, en cierta forma, nos dejamos atrapar en combates, se nos etiqueta, y eso también puede tener un impacto negativo sobre el trabajo literario como tal. Porque yo no hago novela comprometida, revolucionaria... Intento hacer novelas que cuenten cómo funcionan nuestras sociedades: lo que nos une, lo que nos separa, cómo nos queremos, cómo nos detestamos... Y no tengo ganas de que sean novelas militantes, eso sería lo peor (se ríe).
—¿Se ha sentido etiquetado en algún momento?
—Sí (rotundo, se ríe). He tenido varias etiquetas, incluso. Al principio, era el escritor de la Francia periférica (lo que no es París y alrededores), luego me convertí en el 'tránsfuga de clase'. Ha habido varias etiquetas... y creo que un escritor tiene que intentar ser un electrón libre y, finalmente, consagrarse a su tarea, que es escribir novelas.
—Afrontamos una próxima revolución, la de la Inteligencia Artificial. ¿Cree que el papel del escritor puede terminar?
—Podría... Podría ocurrir. Creo que los artistas tienen un discurso demasiado optimista, que siempre es el mismo: esto es lo propio del ser humano, lo que nos distingue de los animales... Siempre intentamos buscar algo que nos haga diferentes, como si tuviéramos un valor superior... Y eso no está claro, para nada. La Inteligencia Artificial funciona como nuestro cerebro. Nadie dice que, en un momento dado, no tenga un grado de sofisticación equivalente. Y que la IA no logre sentir, incluso tener sentimientos. Todavía no estamos ahí, pero, ¿quién sabe? En la película de Kubrick, Una odisea en el espacio, este es uno de los temas que se pone sobre la mesa... cuando un ordenador, en un momento dado, casi llora cuando va a morir. En ese acceso a la inteligencia, accede a la sensibilidad. ¿Cómo estar seguros de que la Inteligencia Artificial no llegará? Recientemente, le planteé a chatgpt: 'Quiero escribir una novela que diga más o menos esto. ¿Qué piensas y qué podrías hacer?' En un instante, me sacó dos páginas. A grosso modo, las ideas que yo había tenido sobre la estructura de la novela... Pero, a mí, me llevó más de un año llegar a eso. Así que fatalmente va a cambiar las cosas. En un primer momento, va a acelerar el trabajo y facilitarlo, para nada excluye que nos reemplace algún día.
—Estudió Historia y Cinematografía, ¿piensa en sus novelas como historias que se pueden adaptar a la pantalla? Una ha sido una serie y otra una película
No, no, porque sería casi un enfoque de marketing. Sin embargo, mi escritura está muy influenciada por la ficción en general, y en eso incluyo series, cine... Soy cinéfilo. Me encantan que las otras artes influyan en mi trabajo. Pero es una buena pregunta porque, recientemente, he hecho mucha promoción para la película Sus hijos después de ellos, y, como todo el mundo me hablaba de que mi novela se prestaba a la adaptación, cuando volví a escribir, me planteaba estas preguntas... Pero me ha hecho falta soltar eso, quitarme de esas preocupaciones porque, si empiezo a hacer una novela para que sea adaptable, entonces degrado mucho la ambición literaria.