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EXCLUSIVA

Ana Obregón: 'Cuando le doy el biberón a Anita, tengo que cerrar los ojos porque se me saltan las lágrimas'

La actriz se ha sincerado con ¡HOLA! con motivo del segundo cumpleaños de su nieta


30 de marzo de 2025 - 18:04 CEST

El pasado 20 de marzo, Ana Obregón vivió un día agridulce, como lo son todos desde que Anita llegó al mundo. Por un lado, la felicidad de celebrar los dos años de su nieta y por otro, la profunda tristeza por la ausencia de su hijo, de cuyo fallecimiento están a punto de cumplirse cinco años.

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“Sé que ya no volveré a sentir la felicidad que tenía cuando Aless estaba conmigo. Ese dolor nunca se pasará. No se acepta ni se supera la muerte de un hijo. Terminas aceptando que no podrás asumir jamás su partida. Por fortuna, ahora Anita llena mis días. Estuve muerta tres años, desde la muerte de Aless hasta que nació Anita. Con ella he resucitado. Por eso, no cumplo 70 años, sino dos”, nos cuenta la actriz y presentadora, que vive por y para la niña que ha logrado llenar sus días de risas, aunque las noches sigan siendo muy oscuras.

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Anita es su motor diario. “Desde las seis y media que me levanto para prepararle el biberón. Solo me separo de ella los días que voy a trabajar, si no paso toda la tarde con ella, le doy la cena, la duermo…”. Mirando a su nieta, que es una niña simpática, despierta y muy cariosa, con cara de traviesa y esos rizos, es imposible que Ana no recuerde la infancia de su hijo: “Continuamente, es imposible que no sea así. Cuando le doy el biberón, tengo que cerrar los ojos para que no me vea, porque se me saltan las lágrimas”, nos cuenta emocionada.

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También reconoce Ana que ahora los miedos se han multiplicado: “Antes, no tenía ninguno. Con Aless salía a trabajar con la confianza de que todo iba a estar bien, pero la vida me ha enseñado que un día tienes un hijo totalmente sano y, de la nada, te dicen que padece un cáncer muy agresivo. La vida es un suspiro”. 

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“Anita es un ser de luz”, continúa Ana. Es igual de inteligente que su papá. Siempre me está pidiendo abrazos, pero no para ella, sino para que yo abrace a los que nos rodean. El otro día vino el fontanero… y acabé abrazándole porque me lo pidió”.

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