"Durante tres años estuve muerta… hasta que nació Anita. Con ella, he resucitado", nos dice Ana Obregón. Hace casi cinco años perdió a su hijo, Aless, y aunque sigue "rota de dolor, tengo la tranquilidad y la paz de que estoy cumpliendo absolutamente con todo lo que él quería, tanto con su hija como con su fundación". La muerte de un hijo, como ella misma nos ha confesado en muchas ocasiones, no se supera, pero la vida continúa y abraza su nueva vida junto a Anita, la pequeña que le ha devuelto las ganas de vivir. Por eso, quiso celebrar su segundo cumpleaños por todo lo alto, y, de paso, también sus 70... o más bien sus dos porque Ana ha vuelto a vivir y, nos dice, ha cumplido dos, los mismos que su querida nieta, que en este día miró al cielo para lanzar "un beso arriba".
Ana Obregón nos invita a compartir esta nueva realidad entre biberones, carreras y juegos que ya tenía olvidados; nos enseña la nueva habitación de la niña que le devolvió la sonrisa, y también recuerda para nuestros lectores algunos capítulos y anécdotas de su vida: de la grave enfermedad que padeció a los trece años a su paso por Hollywood, donde Bo Derek le enseñó a defenderse de los 'tiburones' del medio artístico. Nunca le han dado nada hecho, siempre se ha guiado por la cultura del trabajo y del esfuerzo que le inculcó su padre, y si ha logrado sobrevivir a tantas tragedias, en buena parte ha sido gracias a esa imaginación desbordante por la que se ganó de niña el apodo de 'Antoñita la Fantástica' y a una fortaleza que ni ella misma sabría explicar de dónde nace. Aunque todo es diferente desde que las sombras más tenebrosas que puedan acechar a una madre opacaran las luces y los focos de antaño, ahora ya muy lejanos, como de otra existencia, seguro que allá arriba a Aless se le iluminan los ojos de orgullo ante los logros de su madre y por todo lo que hace para que Anita tenga la mejor de las vidas. Hace ya casi cinco años que se fue, pero su legado es enorme y su memoria, omnipresente.
—Ana, nuestros lectores han reído a través de tus risas y han llorado con tus lágrimas, ¿qué momento compartes ahora mismo con ellos?
—Desde que nació Anita, me gusta compartir mis momentos de felicidad agridulce para que sepan que, aunque ocurran tragedias horribles, siempre hay un rayito de luz al final o se encuentran motivos para renacer.
—¿Cómo habéis celebrado vuestros respectivos cumpleaños?
—El mío lo celebro poco. Desde que Aless se fue, no he tenido ganas de ninguna celebración ni de salir. No me lo pide el cuerpo. Solo salgo para trabajar en Antena 3 o, estos días, para recibir el Premio Severo Ochoa que ha ganado la fundación de mi hijo. ¡Estoy tan orgullosa!
—Pero para Anita tiraste la casa por la ventana, ¿cómo ha sido su fiesta?
—Quería que fuera un cumple que no se le olvidara nunca. Trajimos hasta a Minnie Mouse, que cantó las canciones favoritas de Anita: Flowers, de Miley Cyrus, y Shake it off de Taylor Swift. A la fiesta vino toda la familia.
—Sois muchos…
—Tengo cinco hermanos y once sobrinos. Solo de familia éramos unas 30 personas, de tres generaciones distintas, arropando a Anita. La quieren muchísimo. Sé que, cuando yo no esté, la segunda generación cuidará a Anita; están todos en los vientitantos y empiezan a tener hijos, estará muy arropada.
—Todo lo haces pensando en ella.
—Por muchos motivos, me dedico en cuerpo y alma a ella. Con Aless no pude, porque trabajaba cinco o seis días a la semana en jornadas de doce horas diarias. Yo tenía treinta y pico años y nunca pensé lo que el destino me iba a deparar. Trabajaba muchísimo para que Aless lo tuviera todo económicamente, pero… ¡me perdí tantas cosas!
—El eterno dilema de las madres trabajadoras.
—Sí, el de muchísimas madres trabajadoras, pero en mi profesión es diferente, porque no tenemos horarios. Por eso ahora no quiero separarme de Anita, le preparó yo todas las comidas, juego con ella, la duermo… Me dedico en cuerpo y alma a estar con la niña. Desde que Anita está conmigo, he rechazado muchos trabajos, porque yo ya no tengo que demostrar nada y mi vida ahora es mucho más interior.
'Es hora de decir 'gracias'
—Al cumplir 70, ¿crees que es tiempo de arrepentimientos?
—No, al contrario: es hora de decir 'gracias'. Cumplir años es un privilegio. Eso me lo decía mi hijo en el hospital. Él no pudo cumplir los 28 años. Es un privilegio, porque muchos niños y jóvenes no pueden hacerlo.
—¿Hay alguna polémica en la que te hayas visto envuelta, sin tú quererlo, que te haya dejado muy mal sabor de boca?
—La verdad, ninguna. Cuando Anita llegó a mi vida, se generó algo de polémica, pero ahora todos se han callado porque han visto que ella es fruto de un amor muy deseado desde la eternidad. En este momento de mi vida, cuando alguien opina algo de mí me hace cosquillas. Cuando unos padres pierden a su hijo, es imposible que ninguna otra cosa te provoque dolor.
—Pero algo sentirás por dentro…
—Bueno, piensas que es triste que exista tan poca empatía, amor y sensibilidad en este mundo.
—Viendo a Anita, te llegarán continuos recuerdos de la infancia de Aless.
—Sí, continuamente; es imposible que no sea así. Cuando le doy el biberón, tengo que cerrar los ojos para que no me vea, porque se me saltan las lágrimas. ¡Es un calco a su padre! Están ocurriendo cosas mágicas. Cuando me cantó el Cumpleaños feliz, de repente miró hacia el cielo y dijo: "Un beso arriba".
—Ana, ¿sientes que ahora eres más fuerte que hace unos años o más frágil?
—Ahora tengo muchos miedos. Antes, no tenía ninguno. Con Aless salía a trabajar con la confianza de que todo iba a estar bien, pero la vida me ha enseñado que un día tienes un hijo totalmente sano y, de la nada, te dicen que padece un cáncer muy agresivo. La vida es un suspiro.
—Y hay suspiros que dejan una huella imborrable, como la de Aless, un ejemplo de vida. Cada vez que emprendes algo, ¿piensas en qué haría él o en qué le haría sentirse más orgulloso de ti?
—Creo que a Aless le gusta cómo cuido a su hija. Él no puede darle todo el amor que querría darle. En ese sentido, sé que está tranquilo y en paz sabiendo que yo he cumplido su último deseo. Aunque estoy rota de dolor, tengo la tranquilidad y la paz de que estoy cumpliendo absolutamente con todo lo que él quería, tanto con su hija como con su fundación. Y eso me mantiene viva.
—Si tuvieras que definir tu momento actual, ¿qué adjetivo usarías?
—Agridulce. Sé que ya no volveré a sentir la felicidad que tenía cuando Aless estaba conmigo. Ese dolor nunca se pasará. No se acepta ni se supera la muerte de un hijo. Terminas aceptando que no podrás asumir jamás su partida. Por fortuna, ahora Anita llena mis días. Estuve muerta tres años, desde la muerte de Aless hasta que nació Anita. Con ella he resucitado. Por eso, no cumplo 70 años, sino dos.
—Escuchándote parece como si tu vida anterior se hubiera quedado en un segundo plano.
—Totalmente.
La fuerza de la imaginación
—De niña, tenías una imaginación sin límite, tanto que te llamaban 'Antoñita la Fantástica'.
—¡La imaginación es muy importante! Con trece años estuve muy malita y…
—Pocos saben que a esa edad batallaste contra un cáncer.
—Tuve un tumor en el estómago, eran otros tiempos; superé una operación de ocho horas y me pasé mucho tiempo en cama sin poder ir al colegio. Entonces, me inventaba un mundo mejor en el que yo estaba sana y jugaba en el colegio con mis amigas. ¡La imaginación es el preestreno de nuestra vida!
—¿Qué aprendiste de aquella experiencia tan dura?
—Con trece años, supe que me quería comer el mundo a bocados.
—¿Te sentiste alguna vez en tu vida un 'patito feo'?
—¡Mucho! Después de mi enfermedad, estaba muy delgadita y no tenía ni pecho. Recuerdo que, en mi primer año de universidad, alguien escribió en el encerado: "Ana, estás plana como una rana". Y eso me enfadaba mucho.
—Y mira después, la primera en los listados de las mujeres más deseadas del país.
—Pues ¿sabes que eso me dolía? Siempre he pensado que una mujer tiene que valer por lo que guarda en su interior, por su preparación y valores, y no por el físico. Al físico jamás le he dado importancia.
—¡Pero ahora estás muy fit!
—Ayuda el correr a todas horas detrás de Anita. ¡Tengo unos brazos de tanto cogerla que nunca los había tenido así en toda mi vida!
—Cuando decidiste dedicarte a la actuación, tu decisión no le hizo mucha gracia a tu familia. Tu padre hasta pagó a un productor para que no te contrataran.
—Me encantaba la idea de ser actriz e iba a todos los castings sin que mi padre lo supiera. Entre muchas niñas, me eligieron para trabajar en la primera película de Miguel Bosé, Sentados al borde de la mañana, con los pies colgando. En ese momento, todavía no salía con él. Cuando en casa dije que me habían contratado, no me creyeron hasta que no llegó la chica de vestuario para ver mi ropa. Entonces, mi padre se percató de que era verdad, habló con el productor, Carlos Escobedo, y le pagó para que no hiciera la película. Y no la hice, claro.
—Aunque eso no te frenó a seguir tus sueños.
—Sí, pero también hizo que terminara mi carrera de Biología, que es lo que querían en casa. Fui segunda de mi promoción y estoy muy orgullosa de haber estudiado una carrera que salva tantas vidas a través de la investigación. Ese conocimiento me enorgullece mucho.
—Aunque vienes de una familia acomodada, tú nunca fuiste la típica niña bien.
—No lo fui para nada. Mi padre era de origen muy humilde. Él comenzó a trabajar con once años para formar su imperio con mucho trabajo y esfuerzo. Siempre nos enseñó que en la vida hay que luchar y trabajar para conseguir lo que sea. A partir de los 18 años, cuando comencé a trabajar como modelo, nunca más volví a pedir dinero en casa y si quería algo, me lo pagaba yo.
—¿Qué lecciones te dejaron tus padres?
—Mi padre, su ejemplo de lucha y trabajo. Siempre nos decía: "Sé la mejor posibilidad de ti mismo", una frase con mucho peso en todos nosotros. Mi madre me dio miles de lecciones de amor y sensibilidad. Ambos me enseñaron a ser empática, sensible y a luchar por lo que deseas.
—Debe ser muy duro haberlos perdido.
—Mi familia siempre fue, y seguimos siendo, una piña. En dos años, perdí a mi hijo y a mis padres. Es imposible procesar tanto dolor. Yo no pude pasar el duelo por mis padres porque aún estaba pasando el de mi hijo y no tenía cabida en el cuerpo para más dolor.
—A día de hoy, ¿cuál es tu motor diario?
—¡Anita! Desde las seis y media que me levanto para prepararle el biberón. Solo me separo de ella los días que voy a trabajar; si no paso toda la tarde con ella, le doy la cena, la duermo… Lo difícil viene cuando se duerme, porque las noches siguen siendo para mí muy oscuras. Ahí es cuando me permito pensar, llorar y echar de menos a mi hijo. ¡Aunque a veces estoy tan reventada que ni puedo hacer eso!
'¡Que sea feliz!'
—¿Cómo te tomarías si, en unos años, Anita te dice que quiere seguir tu camino?
—¡Madre mía, que yo creo que va a querer! Anita es un ser de luz. Es igual de inteligente que su papá. Siempre me está pidiendo abrazos, pero no para ella, sino para que yo abrace a los que nos rodean. El otro día vino el fontanero… y acabé abrazándole porque me lo pidió.
—¡Para comérsela!
—Su deseo es que las personas a su alrededor se quieran y estén felices. ¡Nos tiene enamorados a todos!
"Con trece años tuve un tumor y superé una operación de ocho horas. Me pasé mucho tiempo en cama sin poder ir al colegio. Por eso, me inventaba un mundo mejor"
—Entonces, si llega el día en el que te dice: "Quiero ser artista…".
—Que haga lo que quiera mientras sea feliz.
—En nuestra última entrevista, nos contabas que ibas a hacer una habitación para ella, ¿ya está lista?
—Anita había estado, hasta ahora, de 'okupa' en la habitación de su papá, tenía la cuna y nada más. Jamás voy a tocar nada de ahí. En la habitación de Aless sigue todo igual: su ropa, sus zapatos, hasta la maleta del hospital de Barcelona, que no he sido capaz de abrir. Por eso, pensé que ya era hora de que Anita tuviera su propio cuarto. He hecho obras en casa… ¡y su habitación parece la de una casa de muñecas, toda en tonos rosas! ¿Y sabes lo que me dijo cuando la vio?
—No, ¿qué te dijo?
—"¡Qué suerte la mía!", como si fuera una persona mayor. Es una niña inteligentísima, sensible… y un poco trasto, como era Aless.
—Ya queda poco para que vaya al colegio, ¿cómo lo vas a vivir tú?
—¡Me va a doler y lo voy a llevar fatal, como me pasó con su padre!
"Cuando Anita vio su habitación nueva me dijo: '¡Qué suerte la mía!', como una persona mayor. Es una niña inteligentísima, sensible y un poco trasto, como lo era Aless"
—Ana, ¿cuál es el juguete favorito de Anita?
—Una almohada en la que está impresa una fotografía de su padre. Me la regaló una mujer a quien no conocía, pero que, como yo, había perdido a su hijo. Me la mandó a casa con el siguiente mensaje: "Dormir abrazada a la imagen de mi hijo me hace pasar mejor las noches". Desde que Anita vio esa almohada y supo que era su padre… ¡no se separa de ella! La va arrastrando por todos lados. La he tenido que lavar tantas veces que ya casi ni se distingue la imagen de Aless.
—¿A ti el amor te ha tratado bien?
—¿El de pareja? La verdad es que tampoco le he dado nunca mucha importancia, si te digo la verdad. Siempre he estado más enfocada en el trabajo y el amor de mi hijo, de mi familia y, ahora, de Anita. Seré extraña, pero nunca he necesitado el amor en pareja. Observo cómo la gente busca la felicidad en cuestiones externas, como enamorarse, y la verdadera felicidad está en tu interior.
—Entonces, ¿te has vuelto escéptica sobre el amor de pareja?
—Siempre me ha dado igual… y ahora más.
'Hay miles de 'obregonadas''
—En muchas cosas has sido avanzada a tu tiempo y has puesto en valor a la mujer. En este sentido, ¿sientes que hayas sido una pionera en algunos aspectos?
—La mujer ha sido capaz de hacerlo todo. A lo largo de la historia de la humanidad, y me remonto a los tiempos del Austrolopitecus Erectus, parece que los que han protagonizado la historia son los hombres, pero quienes la han escrito han sido las mujeres.
—Defiendes a capa y espada tu independencia.
—Siempre he sido independiente y he querido hacerlo todo por mí misma, sin necesitar de ningún hombre. De hecho, económicamente, todo lo he conseguido yo sola gracias a mi trabajo. Nunca he querido recibir ayuda de ningún hombre.
—¡Y has logrado hitos! Aunque a algunos les haya costado reconocerlo.
—Ana y los 7 se encuentra entre las cinco series más vistas de la historia de la televisión. La idea fue mía y la escribí yo. Recuerdo que cuando lo conté… ¡hasta hubo risas porque era mujer! Y mira el resultado. No sé si por eso seré pionera, pero no he necesitado en mi vida ningún hombre, ni siquiera en el plano emocional.
—¿Hay alguna anécdota divertida de tu vida que siempre recordéis en las reuniones familiares?
—¡Hay miles de 'obregonadas'! Tenía muchísimas. Ahora no tengo tanto sentido del humor…
"Cuando Anita llegó a mi vida, se generó algo de polémica, pero ahora todos se han callado porque han visto que ella es fruto de un amor muy deseado desde la eternidad"
—¿Qué queda hoy de aquella joven que hizo las maletas y se fue a Hollywood?
—Cuando eres joven, crees que te vas a comer el mundo. Aún no se han producido tragedias a tu alrededor. Con el tiempo, me he dado cuenta de que lo realmente importante no es comerse el mundo en el terreno profesional, sino en tu vida personal. Es decir, dedicar todo el tiempo que puedas a tu hijo, cuidar de tus padres cuando te necesitan… Eso me hace sentir más orgullosa de mí que trabajar en televisión o haber protagonizado algunos de los éxitos más grandes de la historia de la televisión. Esos son números y lo que da paz es poder decir: "¡La de tiempo que he dedicado a los míos!". Y los últimos siete años me he dedicado a cuidarlos.
—¿Cómo te visualizas en unos años?
—Espero llegar a los 97 años, como llegó mi padre, y, cuando me vaya, dejar a Anita un buen legado. En cuanto comience el cole volveré a trabajar, porque, obviamente, económicamente, Anita depende de mí.
—¿Qué haces para estar tan bien?
—¡Pues llevo siete años sin ir al gimnasio! Y no me hago un facial desde hace unos seis. Con todo lo que me ha pasado, esas cosas me importan tres narices. Además, estoy orgullosa de mis arrugas y las llevo con mucho orgullo.
—Pero cuidarse por salud está bien, Ana, tienes a tu nieta.
—Sí, es cierto. Por eso he hecho caso a mis hermanas y acabo de hacerme un chequeo médico completo. No me lo hacía hace mucho tiempo.
'Desde el primer momento'
—¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes de tu tiempo en Nueva York y Hollywood?
—¡Poder contárselo a mi madre! Cuando hice mi primera película en Estados Unidos, con Bo Derek, lo que más me emocionaba era llamar a mi madre y contarle todo: "Mami, ¡estoy rodando con la 'Mujer 10'!", o "mamá, ¡he conocido a Spielberg!". Me hacía muchísima ilusión poder compartir con mi madre todas aquellas experiencias de Hollywood.
—En aquella época conociste a un montón de personas. ¿Alguien te impresionó especialmente para bien?
—Sí, Spielberg. En una época nos veíamos mucho. Estuve en su casa de Malibú, con su hermana, con los hijos de su hermana… Me impresionaba su imaginación. Y él siempre me decía: "La imaginación es lo más importante, Anita". A lo que yo le respondía: "No me digas eso, que es justo lo que he hecho toda mi vida".
—¿Hollywood es como lo pintan en las películas o es un ambiente mucho más duro del que te puedes imaginar?
—Yo era muy joven, tenía veintipocos años, y aquello era una jungla. Bo Derek me enseñó a defenderme de los moscones. "Lo más importante es decir 'no' desde el primer momento", me dijo. "Que tengan claro que contigo no hay ningún tema". Toda mi vida he seguido estos consejos de Bo. Había demasiados tiburones, pero yo tenía la cabeza bien puesta.
—¿Temes el día en que tengas que explicarle a Anita su historia?
—Sé que en algún momento le voy a tener que explicar todo. Curiosamente, la historia se repite, porque a mi madre le pasó igual. Su madre falleció durante el parto y la crio su abuela. El día que hizo la Primera Comunión, con seis años, su abuela le dijo: "Tu mamá está en el cielo desde el día en que naciste. Yo soy tu abuela". Y mi madre respondió: "Gracias por cuidarme así".
—¿Cómo te imaginas esa conversación?
—Trataré de hacerla con toda naturalidad; le contaré que, aunque no sea su mamá, ella puede llamarme como quiera, mamá o abuela, porque lo más importante de todo es el amor que le doy.