Desde su llegada al catálogo de Netflix, Ciudad tóxica se ha convertido rápidamente en uno de los contenidos más vistos. Al igual que ha sucedido con otros recientes éxitos de la plataforma basados en historias reales como Vinagre de manzana o Érase una vez el Oeste, la serie ha logrado captar el interés del público. Protagonizada por Jodie Whittaker (Doctor Who) y Aimee Lou Wood (Sex Education y The White Lotus), la ficción narra un caso estremecedor, ambientado en uno de los mayores desastres medioambientales de la historia del Reino Unido, cuyos devastadores efectos marcaron la vida de miles de personas durante los años 80 y 90.
Ciudad tóxica sigue a un grupo de madres de Corby, un pequeño pueblo industrial inglés, que se unen en una batalla sin precedentes contra los responsables de los vertidos tóxicos que, durante años, impregnaron el aire de la zona. Estas sustancias contaminantes afectaron gravemente a sus hijos, quienes nacieron con diversas malformaciones. Al descubrir que el riesgo de estas enfermedades era tres veces más alto en la zona, estas mujeres deciden sacar este hecho a la luz y exigir justicia. Si el planteamiento de esta miniserie de cuatro episodios te pone los pelos de punta, prepárate para conocer la verdad detrás de este caso que conmocionó a la sociedad británica, ya que, por desgracia, la realidad siempre supera a la ficción.
La historia real se remonta a la década de los 80 en Corby, un pequeño pueblo en Northamptonshire, al norte de Londres y al este de Birmingham. Todo comenzó con la contaminación causada por los restos de una antigua planta siderúrgica de British Steel. En 1980, la acería fue cerrada, pero dejó tras de sí toneladas de desechos tóxicos, incluidos elementos peligrosos como arsénico, zinc, boro y níquel.
En lugar de ser eliminados de manera adecuada, los residuos fueron trasladados a una cantera cercana, pero, durante el proceso, los camiones no estaban correctamente cubiertos, lo que permitió que los tóxicos se filtraran en el aire y el suelo de la localidad durante los ocho años que duró la operación de limpieza.
Aunque en ese momento la situación no parecía grave, con el tiempo comenzaron a surgir casos preocupantes: un número creciente de niños nacieron con malformaciones en las extremidades como falta de dedos, brazos acortados y deformidades en los pies. La comunidad de Corby se alarmó, pero fue el trabajo de periodistas como Graham Hind y Stephen Bevan, que investigaron el caso en 1999, lo que desveló la conexión entre los problemas de los pequeños y los residuos tóxicos. El informe que publicaron en Sunday Times, respaldado por pruebas de la cantera, reveló niveles peligrosos de elementos tóxicos en la zona, lo que fortaleció la idea de que la contaminación estaba detrás de las anomalías en los nacimientos.
Una de las madres afectadas, Susan McIntyre, fue la primera en sospechar que la deformidad de su hijo podría estar relacionada con la exposición a los residuos. Su investigación, junto con el trabajo de los periodistas, permitió descubrir la magnitud del problema. Pronto, otras familias comenzaron a unirse a su causa, y en 2009, un grupo de 18 madres demandó al Consejo Municipal de Corby.
En un principio, las autoridades no tomaron en serio las denuncias de las madres y los responsables de las fábricas intentaron minimizar el impacto ambiental de sus actividades. Sin embargo, este grupo de mujeres no se rindió, decidieron luchar contra la contaminación y exigir respuestas sobre los vertidos de desechos industriales que habían afectado la salud de sus hijos.
Las pruebas eran irrefutables: los residuos tóxicos habían estado expuestos al aire durante años y la limpieza de la zona no se había realizado de manera adecuada. Finalmente, el Tribunal Superior dictaminó que el consejo había actuado con "extrema negligencia" y ordenó una compensación para las familias afectadas. El acuerdo acabó con una indemnización total de 14,6 millones de libras, unos 17,4 millones de euros, para los damnificados, que aunque ayudó a cubrir los gastos médicos de los niños, no fue suficiente para compensar la magnitud del daño causado.
Este caso, que ha sido comparado con el incidente de contaminación ocurrido en Hinckley, en California, Estados Unidos, que sirvió de base para la película Erin Brockovich de Julia Roberts, tuvo un gran impacto en la legislación medioambiental del Reino Unido, ya que obligó a revisar las normativas sobre los residuos tóxicos y su gestión en áreas residenciales y estableció un precedente legal para este tipo de demandas. También marcó el comienzo de una mayor conciencia pública sobre los riesgos de la contaminación industrial y la necesidad de un control más riguroso sobre la gestión de estas sustancias.