A sus 56 años recién cumplidos, poco podemos descubrir de Joaquín Cortés como bailaor. Lo ha logrado todo. Leyenda viva del flamenco, ha llevado su arte al Vaticano, al Kremlin, los Oscar… "Me siento muy afortunado por todos mis logros y por seguir creyendo en algo tan maravilloso como el arte y la cultura. Además, sigo con las ganas e ilusión del primer día, tras más de cuatro décadas", nos dice este cordobés, a quien la Unesco nombró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2009.
Ahora, Joaquín nos descubre su faceta más desconocida: la familiar. Por primera vez, posa con Mónica Moreno, la psicóloga con la que comparte vida sentimental desde 2011, y sus dos en común: Romeo y Leone, de seis y cuatro años. Lo hace en ¡HOLA! mientras nos repasa su fascinante vida y habla de "Esencia", el espectáculo que retoma el próximo 21 de marzo, en Fuenlabrada (Madrid), tras sus problemas de salud. Tuve que parar un año por una neumonía mal curada y con un principio de asma… Pero volvemos con mucha ilusión", dice.
—¿Cómo definirías "Esencia"?
—Es una fusión de estilos que creé hace más de tres décadas: ballet clásico, que es la base de la técnica; flamenco, mis raíces; danza española; contemporánea… y música original.
—¿Listo para la gira mundial?
—Como mínimo, durará dos años, pero pueden ser tres. Estaré en los cinco continentes, de 50 a 80 países. Otra de mis obras fue la española más vista en el mundo. No me refiero a estar diez años en un teatro y meter dos millones de espectadores: metí casi cuatro millones en más de 100 países.
—Se nota que vuelves con ganas.
—Muchas. Sobre todo, tras estos años de pandemia y nacer mis hijos. Me retiré un poco por estar con ellos.
—Ahora, ¿te los llevarás de gira?
—A algunos viajes. Me gusta que sepan un poco quién es su padre.
—Y te verán sobre un escenario.
—Romeo me vio en Atenas, ante 6.000 personas, cuando tenía un año. Pero ahora va a ser muy bonito.
—¿Te ha cambiado la paternidad a la hora de bailar?
—Claro. Tener hijos es una maravilla. Cada día aprendes cosas maravillosas y ellos te van enseñando otras que no conocías. Es verdad que también es duro, pero todo te ayuda a que crecer como persona y artista.
—¿Tienen ellos madera de artista?
—Sí. Sobre todo, un oído musical brutal. Se lo inculcamos y todas las noches también les leemos cuentos.
—Empezaste con doce años, ¿esperabas llegar tan lejos?
—Qué va. Ni a la mitad de la mitad. Con doce, ni imaginas convertirte en el mejor bailarín de tu país cinco años después ni todas las cosas buenas… Hasta que llené un estadio de fútbol.
—¿Siempre tuviste claro que serías bailarín?
—Sí, bueno… De pequeño, no. Mi tío Cristóbal Reyes, que era bailaor, me preguntó qué quería ser de mayor y contesté que quería tocar la guitarra. Al día siguiente, tenía una en mi cama. Pero me aburría como una ostra… Como mi tío viajaba por el mundo y me lo contaba, le dije: "Quiero bailar, como tú". Me metió con sus amigos profesores y empecé con ballet clásico, flamenco, danza española, jota aragonesa… Mi tío no me decía nada, pero no paraba de preguntar a sus amigos.
—¿Qué le contaban a tu tío?
—"Prepárate porque este niño no es normal". Fíjate que mi tío me decía lo contrario, que tenía que apretar y ser disciplinado. Ahora, que él tiene 80 años, hablamos y nos reímos por la caña que me metía. Pero fue una buena táctica (ríe).
—¿Y cómo lo vivieron tus padres?
—Cuando era niño, estaba doce horas diarias bailando. Llegaba a casa y mi madre me ponía un barreño de agua caliente con sal gorda y vinagre porque tenía los pies ensangrentados. Esa manera de verme crecer y en lo que me convertí… Eso es una barbaridad. Ellos… sobre todo, mi madre. Es como si mañana veo a mi Romeo o a mi Leone convertirse en megaestrellas globales.
—¿Quién era tu ídolo cuando empezaste?
—Nuréyev. El bailarín ruso tártaro gitano Rudolf Nuréyev, uno de los mejores bailarines de la historia. En la lista de los diez mejores, estamos juntos. También, Gene Kelly, Fred Astaire, Barýshnikov, la francesa Sylvie Guillem, con la que bailé… Yo soy el único español. Por cierto, solo estamos vivos tres de los diez.
"Michael Jackson me pidió que le enseñara pasos de flamenco. Madonna me llamó para actuar con ella en La Habana, pero era en Navidades y le dije: 'Va a ser que no'"
—Has bailado hasta con falda y bata de cola.
—Sí. Me siento muy orgulloso. Hoy en día, un hombre se pone una bata de cola y dicen: "Qué moderno eres, eres lo más". Pero, hace 35 años, fui criticado. Siempre tuve mucha personalidad y dije que el arte no tenía sexo, que era ambiguo. Me ponía una bata de cola en homenaje a la España profunda, a la bailaora. También a los orígenes gitanos de la India. En las antiguas danzas primitivas, bailaban alrededor del fuego y el hechicero iba con una "gonna", una falda típica india. No me ponía falda por la polémica, sino para homenajear mis raíces.
—Además, has bailado en todos los sitios: desde los Oscar hasta el Vaticano, ante el Papa Francisco.
—También en la Casa Blanca, los Grammy, los MTV… Como todo me pasó tan rápido y tenía veintipocos, ni me di cuenta. Ahora, con 56, ya pienso que bailé con la banda sonora de La vida es bella, de Roberto Benigni, en los Oscar… Es una pasada.
—Entonces, ¿lo veías como algo normal?
—Un día me llamaban para irme al día siguiente a los Oscar; otro, que le daban el Nobel de la Paz al Presidente Jimmy Carter y que él quería que yo bailara en la ceremonia… O estar en un cumpleaños de la Casa Real de Inglaterra. O que Jennifer López me quería para su primer concierto… O con Michael Jackson en Montecarlo. Una locura.
Sus anécdotas con los Reyes del Pop
—¿Quién te ha hecho más ilusión conocer?
—Es que han sido muchos… Cientos. Pero actuar con Michael Jackson mientras él cantaba… Se quedó con la boca abierta. Su equipo de seguridad vino a mi camerino porque quería conocerme. Michael me dijo: "Es increíble lo que has hecho. Me encantaría que me enseñaras pasos de flamenco"… Yo flipaba. Era Michael Jackson, el rey del pop.
—Y conoces a la reina del pop, Madonna.
—Me llamó para actuar con ella en La Habana, pero no lo hice. Era en Navidades. Como buen gitano, son fechas sagradas. Ya me podían ofrecer millonadas, que lo hacían, que era sagrado estar con mi madre en casa. Le dije a Madonna: "Va a ser que no". Al final, puso a otro bailarín con el pelo como yo y tocando el cajón. Ni era español, pero empezó a zapatear y Madonna dijo: "Joaquín is coming". —De traca.—En el fondo, es que ella era fan.
—¿Madonna nunca te tiró los trastos?
—Qué va. La primera vez que la conocí, estaba embarazada de Lourdes. Actué en Los Ángeles y vino a verme. Se quedó impactada. Luego, ya nos hemos visto en muchos sitios, Nueva York, París…
—¿Y cómo conociste a Jennifer López?
—Su sueño era conocer a Joaquín Cortés. Cuando yo vivía en Nueva York, con 28 o 29 años, le pidió a Tommy Mottola, presidente de Sony, que yo le montara la coreografía y que bailara con ella en el primer concierto de su vida. Lo dio en la tierra de sus padres, en Puerto Rico, y la gente se volvió loca.—Mónica Cruz empezó contigo siendo bailarina y siempre dice que te guarda mucho cariño.
—Conocí a la familia Cruz cuando Penélope empezaba. No sé si Mónica tenía 16 o 17 años, pero quería bailar conmigo. La trajimos a la compañía y estuvo años viajando conmigo por todo el mundo.
—Guardarás montones de anécdotas.
—Miles. He conocido a gente maravillosa y he tenido grandes padrinos. Giorgio Armani me vistió diez años, como si fuera su muso. Un señor, por cierto. Soy afortunado. Ahora, tengo dos regalos de Dios que son mis hijos. No le puedo pedir más a la vida.
—(Aparece su pareja, Mónica Moreno, y añade). Gracias a él, he conocido a Shakira, Karol G, Richard Gere, Leonardo DiCaprio… El dueño de Hard Rock Café hizo un evento en Cancún con Lady Gaga, Rihanna, Kate Moss, Robert De Niro, Stevie Wonder… Joaquín actuó allí y, cuando terminó, Stevie Wonder solo quería conocerlo.
—Y eso que es invidente…
—(Retoma Joaquín). Me agarró la mano y empezó a hacer compases durante dos minutos. Me dijo: "He sentido tu arte, tus pies". ¡Pero si no me ve!—(Apostilla Mónica). Allí, también estaba Naomi Campbell, que no paraba de mirarme…
—Joaquín, ¿cómo estás a nivel personal, a tus 56?
—Muy feliz. Doy gracias a Dios por los dos regalos que me ha dado. Son niños maravillosos, aunque educar es difícil… Pero paso a paso.
—Siendo tan disciplinado a la hora de trabajar, ¿no te ha descolocado la paternidad?
—¡Todo! Te desborda, te rompe y te cambia la perspectiva 360 grados. Pero estoy dispuesto a aprender porque amo a mis hijos… aunque también los quiera matar a veces (ríe).
"Nos conocimos en 2006, en una discoteca. Mis amigas me convencieron para darle el teléfono", nos dice Mónica
—¿Cómo definirías el carácter de tus hijos?
—Los dos tienen mucha personalidad, mucho carácter. Romeo, que tiene seis años, es bastante complicadillo… Es un niño muy especial.
—¿Os planteáis tener más hijos?
—En su momento, quería cuatro o cinco, pero luego vi que era muy complicado. Cuando llega el segundo… pensar en un tercero o cuarto da un poco de pereza. Además, ya tengo 56 años.
—Mónica apareció en una etapa complicada.
—Acababa de fallecer mi madre, fue el peor momento de mi vida. Estaba perdido y no quería estar en el mundo. Estábamos muy unidos.
—¿Hasta desaparecer y querer dejar el baile?
—Fue muy duro. Teníamos una conexión brutal, como si no se hubiera roto el cordón umbilical. Fue el motor de mi vida. Si me convertí en número uno fue por ella. Por eso, cuando falleció mi madre, fue un momento crítico. Al poco tiempo, apareció Moni. Ya nos habíamos conocido antes, pero en una etapa fugaz. Empezamos como amigos…
—(Vuelve a aparecer Mónica). Nos conocimos en 2006, antes de que él saliera con Marisa Jara. Yo tenía 20 años y él, 36. Nos cruzamos en una discoteca de Madrid y nos quedamos mirando. Yo no lo identifiqué, pero me pareció alguien familiar. Joaquín se acercó y me pidió el teléfono. Mis amigas me convencieron y se lo di.
—Entonces, ¿vivisteis un amor de juventud?
—Ahí nos vimos poquitas veces (continúa Mónica). Cuando me pidió que lo acompañara a Cannes, me asusté. Sabía que me iba a cambiar la vida… Dejamos de hablarnos. Luego, me llamaba y le colgaba (ríe). Ahí ya tenía pareja. A los cinco años, nos reencontramos por mi preparador físico. Joaquín me dijo: "¿Por qué llevas cinco años sin cogerme el teléfono?". Entonces, empezamos a quedar… y hasta hoy.
—Así llegó Romeo (añade Joaquín). Mi hijo fue quien devolvió el brillo a mis ojos y la luz, porque yo lo había perdido con lo de mi madre.
—Joaquín, ¿qué destacarías de Mónica?
—Independientemente de su carrera de psicología, no es fácil para una mujer convivir con un artista… Las idas, las venidas… Como toda pareja, hemos tenido momentos difíciles, con altibajos y discusiones. Alucino cuando la gente cuenta cuentos de Disney, porque eso no existe.
—(Interrumpe Mónica). Me he dado cuenta de que nuestras mayores discusiones son con los niños. Al final, generan muchos nervios y estrés.
—(Prosigue Joaquín). Llevamos catorce años y tenemos dos hijos maravillosos. Estamos intentando mantener esa unión familiar, estando a gusto, enseñándoles y buscando lo mejor para ellos.
—Mónica, ¿qué valoras de Joaquín?
—Muchas cosas. Su sacrificio desde crío, que haya sacado adelante a su familia… También sus valores y lo responsable que es en el trabajo. Aunque pueda parecer soberbio, es supernoble. Perdí a mi madre el pasado noviembre. Ese día, él actuaba en Madrid y estaba ensayando, pero lo dejó todo y vino corriendo al hospital. Luego, le dedicó el show a ella.
—No estáis casados, ¿verdad?
—No —contesta Joaquín—. No creo en un papel. Quizá, el día de mañana, por los niños…Así es su relación
Con sus hijos
—¿Cómo te defines como padre?
—No soy ni el mejor ni el peor tampoco. Intento hacerlo lo mejor posible. Es verdad que, a veces, me crispo, pero intento ser buen padre. Cada día los llevo al colegio, los visto, les doy el desayuno y si hay que cambiar pañales, se cambian. También duermo con ellos… Me encanta.
—Tiene mucho mérito —habla Mónica—, porque viene de otras costumbres. Cuando empecé con él, hasta su entorno me decía que él era cerrado. Era muy rígido, que venía del Ballet Nacional, pero ha tenido que aprender a ser flexible con los niños: ver caos, desorden, improvisar… Ha hecho una evolución brutal. Joaquín se ha esforzado un montón y eso lo admiro. Desde el primer día, cuidamos los dos a los niños. Es verdad que tiene menos paciencia, pero se implica un montón. Es un padre presente.
—¿Ahora vivís en Madrid?
—Soy residente en Portugal —dice Joaquín—, pero también vengo a Madrid. No paro de viajar… Estuvimos seis meses viviendo en Miami.
—(Interrumpe Mónica). Hemos pensado en mudarnos a Miami. Me encanta. Allí, Shakira fue a ver el show de Joaquín recién separada de Piqué. En ese momento, salir de casa era una locura para ella… Lo valoramos mucho.
—Ahora tienes mucha tranquilidad. Nada que ver con tus años 90.
—De los 90 a pasados los 2000, esos quince años fueron muy duros. Con una fama muy heavy a nivel mundial.
—¿Cómo lo digeriste?
—Creo que bastante bien para lo que era. Sobre todo, el tsunami de fama y de éxito global.
—Fue la época en la que estabas con Naomi Campbell…
—Éramos la pareja racial más heavy de la historia. Fue una locura.
—¿Le guardas cariño?
—¡Claro! Guardo cariño a todas las personas que han pasado por mi vida.
—¿Tienes relación con Naomi?
—Sí. A ver… de llamarnos a diario, no. Pero si la veo mañana, nos saludamos: "Hombre, ¿qué tal? Mira, Moni".
—Con tu arte, habrás conquistado a quien hayas querido.
—Bueno, me he dedicado a bailar. Me centré en mi carrera y he tenido la suerte de conocer a muchísima gente.
—¿Qué te queda por hacer?
—Muchas cosas. Sigo manteniendo el niño dentro. Cada día aprendo.
"Me ofrecieron “El Zorro” antes que a Antonio Banderas. Creo que Penélope Cruz y Emma Suárez hicieron el casting. Y me llamaron para Dirty Dancing 2, porque me recomendó Patrick Swayze"
—Saliste en películas de Almodovar y Carlos Saura, ¿no hubo más ofertas?
—Me ofrecieron El Zorro antes que a Antonio Banderas. El director original era Robert Rodríguez. De hecho, vino a hacer el "casting" femenino a Europa y cogió a Catherine Zeta-Jones, quien, por cierto, es gitana. Creo que le hizo el "casting" a Penélope, Emma Suárez y a otra más en España.
Robert me vio actuar y dijo: "Él es el Zorro". Cenamos y me lo contó. Tenía su guion, pero, por lo visto, la productora quiso cambiar el final y él no quiso. Al ser apartado Robert, desaparecí yo. En esa época llegó Antonio Banderas a Los Ángeles con Melanie Griffith… y le cogió el director final.
—Vamos, que estuviste a puntito.
—Me han ofrecido muchas películas de Hollywood. Por ejemplo, Dirty Dancing 2. Patrick Swayze era mi fan y me vino a ver a Los Ángeles. Cuando le ofrecieron hacer la segunda parte de la película, dijo que ya estaba mayor y que Joaquín Cortés era el idóneo. Ahí, yo vivía en Nueva York. Me reuní con el productor en Los Ángeles y me dijo que Patrick Swayze fue quien me recomendó.
—¿Y qué pasó?
—Entonces, mi madre, que tuvo un cáncer 20 años, estuvo a punto de morir. Dejé Nueva York. Cogieron a Diego Luna, pero la película no tuvo el éxito que debería haber tenido.