La etiqueta no va con él. Y quizás eso sea parte de su encanto: salirse por peteneras cuando los protocolos aprietan. Príncipe de una de las dinastías reales más antiguas de Europa, exmarido de la exquisita Carolina de Mónaco, Ernesto de Hannover ha roto clichés toda su vida.
Como ahora, que cumple 71 años y no lo hace en un castillo de la baja Sajonia, sino en Madrid, donde ha encontrado no solo el amor, sino también la estabilidad, un buen grupo de amigos y donde da rienda suelta al buen humor.
Algún que otro tópico sí que cumple, como lo de tostarse al sol como buen señor del norte —aunque sea el de invierno— o el de dejarse hacer por dos de sus nietos —los mellizos Nicolás y Sofía —todas esas "perrerías" que, como padre—y no como abuelo—, no habría tolerado jamás. Algo parecido al "viejete" de Up: gruñón, pero tierno.
Así es como podemos verlo en este reportaje: riéndose a carcajadas mientras sus nietos , recién salidos del cole, le tiran de las orejas para después cantarle "Happy Birthday to you", entre pedazos de tarta. Porque estas instantáneas están tomadas el mismo día en que el aristócrata soplaba las velas, el 26 de febrero.
Esto es: miércoles laborable con menú del día. Y no faltaba nadie a la celebración. Ni su íntimo, el periodista Jorge Montojo, ni su hijo pequeño, Christian, también afincado en España —y al que no se le caen los anillos a la hora de sustituir a los camareros y repartir el bizcocho entre las mesas—, ni su nuera Alessandra de Osma, con la que, tal y como podemos apreciar, la relación es muy cariñosa.
Ernst, que solo decidió "levantar campamento" cuando la sombra acechaba sobre la terraza , tenía a su mano derecha a la mujer que ocupa sus días y sus noches, la que le sirve de apoyo y con la que, también es cierto, hacía tiempo que no se le veía en público, Claudia Stilianopoulos. Ella es su muleta de vida. También en el sentido más literal del término.
Especialmente, porque el príncipe alemán aún está restableciéndose de la operación de cadera a la que fue sometida el pasado diciembre y que le obliga a manejarse con un andador para acometer distancias incómodas. Que algo malo podría tener su nuevo lugar en el mundo: un tráfico endiablado para poder aparcar.