Todos los viajes que hacemos, a lo largo de nuestra vida, nos dejan un poso en el corazón, un recuerdo, pero hay algunos que además nos tocan el alma y nos cambian para siempre. Así se siente Elena Tablada tras el último viaje a Cuba, su querida tierra, que ha hecho de la mano de la fundación Ángeles por la Humanidad. Acompañada por su hija Ella, que acaba de cumplir 15 años, formó parte de una misión humanitaria a Guanajay, donde llevaron suministros médicos, medicinas, alimentos y juguetes, que entregaron personalmente en la iglesia católica Parroquia de San Hilarión Abad. Un viaje que marca un antes y un después, ya que, por primera vez, han permitido que una organización haga entrega de las donaciones de persona a persona.
Ha sido un viaje en el que, además, se ha reencontrado con el pasado de su familia y con el suyo. No regresaba a Cuba desde 2018, cuando contrajo matrimonio allí con Javier Ungría, pero a su mente no vienen recuerdos malos, sino 'lindos', porque todo lo que ha vivido, haya terminado mejor o peor, forma parte de la Elena que es hoy en día y las heridas están sanadas. Ella se separó en 2022, se rompió y se reinventó, y ahora mira hacia delante con muchas ganas, nuevos sueños y proyectos, y en paz con el pasado.
Días después de volver a España, Elena nos ha abierto las puertas de su casa para contarnos cómo ha sido su experiencia, hablarnos de sus nuevos retos, su familia y su identidad, mientras suenan de fondo canciones con ritmos cubanos.
—¿Cómo has arrancado el año?
—Muy bien, con muchas ganas. He empezado haciendo cosas que realmente me llenan y me hacen feliz, ayudar a personas que lo necesitan y, sobre todo, con personas que me llenan y me hacen feliz.
—Y con un viaje que ha marcado un antes y un después.
—Fue a finales de enero, coincidiendo con mi cumpleaños, y ha sido de las experiencias más enriquecedoras que he vivido y más al lado de mi hija mayor. Creo que, después de 6 años sin ir, el universo se alineó para que yo cambiara de ciclo en el lugar de mis raíces y con una causa tan emotiva y altruista como esta. Ha sido la primera vez en la historia que permiten que una organización benéfica vaya a La Habana y entregue donaciones de persona a persona. Antes siempre había que hacerlo a través de una asociación y realmente no sabíamos a quién se les entregaba. Fuimos a través de una iglesia de un pueblo llamado Guanajay, llevamos 30 sacos con todo tipo de material sanitario, juguetes para ayudar a niños y a personas mayores, que creo que son los más vulnerables en estas situaciones.
—¿Cómo has encontrado el país después de seis años sin ir?
—Cuba es Cuba… y Cuba es mágica, pero Cuba duele mucho. Me ha producido mucha tristeza ver la situación en la que se encuentra la gente, actualmente peor que nunca, un país con tantas posibilidades, tan rico, tan adelantado… ha empeorado mucho. Siento que el cubano se encuentra desamparado, pero estoy muy feliz de que se haya abierto una vía para poder ayudar directamente al pueblo, mi pueblo, mis raíces.
—Este pequeño paso que se ha dado, con la organización con la que has colaborado, supongo que les habrá dado mucha esperanza.
—Que un ser humano del exterior se implique directamente con ellos les devuelve la ilusión, y ver la cara de los más vulnerables, los enfermos, ancianos y los niños recibir medicamentos, comida o un regalo no es solo satisfactorio, sino que es adictivo. Tengo ganas de volver a hacerlo, de seguir implicándome, ayudando y regalando esperanza, porque el pueblo cubano lo necesita.
—¿Qué es lo que más te ha impactado? ¿Qué te llevas de esta experiencia?
—Lo más reconfortante es haber hecho a mi hija Ella partícipe del viaje y que conozca la situación, porque, al final, partiendo de la base de que son sus raíces, quiero que sepa valorar el sacrificio que hizo en su día su familia materna, que conozca lo que dejaron atrás para poder tener hoy en día lo que tenemos. Es algo que, a la edad de Ella, que está en la adolescencia, es importante que conozca, porque a veces los niños no valoran lo que tienen. Entonces, ese cambio y ese shock de ver, por ejemplo, cómo vive su tía que sigue allí, y compararlo con cómo vivimos, hace que valore más y disfrute más todo en el día a día. Pero por encima de todo, inculcarle lo más importante que no puede perder en su vida: humanidad y empatía.
—¿Cuándo se fue tu familia?
—Mis abuelos, en 1970, y mi mamá, en 1974.
—¿Qué familia te queda allí?
—Tengo una hermana, por parte de padre, una sobrina y luego tengo tíos y primos.
"No vuelvas a Cuba sin mí"
—¿Te gustaría volver más a menudo?
—Me encantaría volver. Es verdad que, para muchos cubanos, no está bien visto que se vaya de visita, porque al final son diferentes mentalidades y se terminan mezclando ideales políticos. Pero esto no es un asunto de ideologías, es de humanismo, de ayudar a nuestro pueblo, ajenos a ideales políticos. Y también que son mis raíces, yo me siento muy orgullosa de ser cubana, algo que tiene todo cubano. Cuba tiene los atardeceres más bonitos que he visto en mi vida, el adoquín más duro del planeta, las mejores melodías... Luego es mi sangre y la sangre tira… ¡Es más espesa que el chocolate! Así que me gustaría ir muchísimo más, pero es complicado.
—Es que es tu tierra y duele.
—Una va allí y, por mucho que intentes mantener distancia y no meterle mucho sentimiento, lo que tus ojos ven da lástima emocional y mentalmente. Por mucho que quieras, el contraste de diferentes realidades es muy fuerte, porque, aunque al final todos vivimos intentando llegar a fin de mes, hay diferentes niveles y ese nivel te desalienta mucho. Yo, por ejemplo, veo a mi hermana ahí y pienso que, si mi madre no se hubiera ido, yo igual estaría viviendo como ella. Entonces, cuando regresas a tu casa, a tu realidad, cuesta. He pasado varios días que no quería ni salir, porque es un contraste grande.
—Pero, aunque quieras ayudar más, tampoco es posible, ¿no?
—Claro, porque hay un límite de juguetes, de maletas… Y eso que llevamos 100 libras cada uno, llenos de medicamentos, guantes de látex, mascarillas, vías, traqueotomías... Estoy muy agradecida con la iglesia que nos permitió aportar ese ápice de ayuda, ha sido una experiencia muy alentadora tanto para ellos como para nosotros. Yo ya había colaborado mucho con Sierra Leona, con Honduras, pero nunca había podido hacerlo con mi pueblo y ha sido un regalo gratificante.
—Y un gran ejemplo para tus hijas.
—Sí, y además me he dado cuenta de que Ella vale para esto. La sensibilidad que demostró con la gente mayor, dándoles de comer; con los niños, jugando hasta al fútbol… La vi y me conmocionó mucho, pensaba: "¡Guau! Qué lindos sentimientos tiene".
—¿Cómo vivió ese choque de vuelta a su realidad, después de la situación que conoció en Cuba?
—Ella estaba encantada allí y no quería ni regresar. Me dijo: "Mamá, por favor, te pido que no vuelvas a venir a Cuba sin mí. Quiero venir contigo y seguir viendo a todos estos niños crecer".
—¡Qué bien que piense así! Por lo que cuentas, parece una niña sensible y responsable.
—Es muy buena, muy noble, tranquila y muy de casa. Eso me reconforta… Aunque también puede estar tres horas delante del espejo —ríe.
Recuerdos y heridas curadas
—La última vez que estuviste en Cuba, fue en tu boda con Javier Ungría. ¿Te ha traído muchos recuerdos volver allí?
—Bueno, es que, al final, ¡Cuba es tan nostálgica! Pasar frente de nuestra casa, imaginarme todas las historias que debe haber vivido mi familia ahí, esa belleza decadente que te llena de nostalgia… Al final, es una perturbación de emociones que no se relaciona precisamente solo con eso. Se relacionan muchas cosas sobre mi historia, que me hacen ser quien soy hoy.
—¿Ya tienes esa herida curada?
—Sí, aparte me quedo con un recuerdo lindo, que es parte de mi vida.
—¿Cómo es tu relación ahora con Javier?
—Cordial, normal. Yo es que tengo una relación ahora conmigo misma que vale mucho más que cualquier mala relación que pueda tener. No dedico tiempo a las cosas negativas, sino que dedico tiempo a ayudar, a vivir de una manera muchísimo más altruista y a ayudar a las personas que realmente lo necesitan. Cuando regresas de experiencias de este tipo, ves que vivías entre demasiadas banalidades y perdemos el tiempo, sin darnos cuenta, con cosas que realmente no merecen la pena.
—¿Cómo te ves ahora mirando hacia adelante?
—Como una persona muy útil. Siento que puedo hacer tantas cosas, ayudar a tanta gente... Ya no solo de esta manera, sino contando también mi historia, cómo he evolucionado, cómo me he reconstruido, cómo me rompí, cómo me recompuse mucho más fuerte. Entonces, cada vez que cuento un poquito mi historia, siento y me doy cuenta de que estoy ayudando a muchas personas que han pasado lo mismo que yo y lo callan. Entonces, normalizar el no estar bien es una ayuda grande, y me he dado cuenta de que comunicarlo es algo que quizá sea mi vocación, o la misión que vine a hacer en esta vida y por la cual he pasado por todo lo que he pasado.
Nuevos comienzos
—¿Qué planes tienes para este año?
—Tengo planes de seguir viajando, ayudando y comunicando. Me gusta mucho. Ahora tuve la oportunidad, en Miami, de sentarme por primera vez en Telemundo y presentar un programa con cinco supermujeres en una mesa. Siempre había sido reacia a la televisión y me gustó la oportunidad de poder sentarme, comunicar, presentar un programa y dar mi punto de vista. También hice un curso de homestyling, sigo decorando mis papeles pintados y nunca voy a dejar de crear, porque es algo que va dentro de mí. Pero me he dado cuenta de que tengo una posibilidad y una viabilidad de ayudar, ya sea viajando a Cuba o comunicando.
—¿No te gustaría hacer algo de 'coaching'?
—He pensado en hacer un pódcast, pero quiero que sea algo muy diferente. Yo tengo una cosa muy positiva y es que me río de todo lo que me ha pasado. Entonces, me gustaría hacer una especie de programa con diferentes invitados y poder reírnos de cosas que te hacen ver la vida con otra filosofía, que te hacen ser resiliente. También estoy escribiendo un libro.
—¿De qué va el libro?
—De mi vida, mi historia, sobre la identidad. Yo hice una cosa de la constelación familiar y me dijeron que es muy difícil hacerlo con una persona que viene de migrantes. Me dijo que una de las cosas más duras para el ser humano es emigrar, porque pierdes tu identidad. Llegas a un país con una mano delante y otra detrás y sientes que no tienes pasado. Llegas como llegaron mis abuelos. Mi abuelo era un médico muy prestigioso, tenía una tremenda casa en el mejor barrio de La Habana y lo dejó todo, de la noche a la mañana, para llegar a otro país sin marcha atrás. Entonces, el libro habla de identidades. Yo nací en una identidad, soy cubana, pero nací en España, me crie en Miami, de padres y abuelos cubanos. Pero no soy lo suficientemente cubana para ser cubana, ni lo suficientemente española para ser española, por eso yo me llamo a mí misma una 'cubañola'. A partir de ahí, sumar las mil quinientas identidades que me han puesto, a raíz de ser un personaje público, y que no me corresponden. A día de hoy, conseguí encontrar mi identidad ¡y esa no me la quita nadie! Por eso, ahora mismo creo que estoy preparada para escribir un libro. Soy Elena Tablada, 'cubañola', cubana, madre de dos medio españolas y muy orgullosa de decirlo.