Hubo un tiempo en el que Paris Match sentenciaba: “La moda italiana no existe. Solo existe Biki”. Y aunque el semanal galo se pasaba de frenada porque Elsa Schiaparelli, primero, y las hermanas Fontana y Fendi, después, dieron mucha guerra a los couturiers de la Avenue de la Montaigne, sí que dejaban entrever algo en lo que sí estaban en lo cierto: la importancia en la moda transalpina de una mujer que hoy, sin embargo, ha sido casi olvidada. Y tiene bemoles porque lo suyo, o sea, el fruto de su trabajo, ha trascendido al tiempo y a la memoria y forma parte de la leyenda más glam del siglo XX. Elvira Leonardi Boyeure, Biki, fue la artífice de uno de los grandes mitos de todos los tiempos. O mejor dicho se lo inventó. Ese mito era María Callas, la Divina, su mayor creación. Una mujer que ha sido y será también un epítome de sofisticación más allá de tener una voz privilegiada y de una vida cuyos infortunios y tristezas crecían al mismo ritmo que sus éxitos para convertirse en modelo trágica ad aeternam. Y eso fue única y exclusivamente obra de Biki. Se encontró un patito feo y, en su taller de via San’Andrea en Milán, obró el milagro: la convirtió en cisne.
Maria Callas tuvo que reconciliarse con su cuerpo antes que consigo misma, si es que algún día lo logró, y pudo vivir fuera de los escenarios manteniendo el equilibrio de la misma manera con la que, cuando se abría el telón, se convertía en la mejor funambulista sobre el alambre y sin red. Porque si bien María Callas estaba obsesionada con la perfección, su cuerpo distaba muchísimo de seguir las normas de lo bello. Y sálvese decir que Hollywood era una máquina de estrellas perfectas y el body positive era aún ciencia ficción… Y a todo esto, Callas vivió una adolescencia muy compleja marcada por las comparaciones continuas con su hermana —espigadamente americana—, mientras que ella respondía a un estereotipo —cómico— de mujer griega: más de cien kilos de mediterraneidad en una estatura de un metro setenta y tres. A eso, sumámdoles rasgos excesivamente grandes en una cara excesivamente angulosa. En definitiva, su aspecto no reflejaba sus aspiraciones y ese conflicto entre lo que era y lo que le gustaría ser marcaría sus primeros años de carrera.
Había que hacer algo. “Secarse como un galgo”, era la máxima. Hacer de que aquella griega 'malvestida', grandona y sin gracia, una misteriosa cariátide, tan seductora como una sirena y tan altiva como una Diana cazadora. Debía gustar —y gustarse a sí misma—. Lo primero, lo consiguió; lo segundo… Es harina de otro costal. Pero fue gracias a una experta que supo ver en ella el qué y el cómo para realzar aquellos rasgos mediterráneos lo que años después llevaría a Pasolini a descubrir a su Medea. Como Miguel Ángel ante un bloque de piedra, tenía que ver la figura antes de esculpirla para, después, sacar a la luz la obra de arte a golpe de báscula primero y, aguja, después. Elvira Leonardi Bouyeure fue quien lo hizo. Mejor dicho 'Biki', como pasó a la posteridad. Un apodo con el que la llamaba su abuelastro, el compositor Giacomo Puccini y que era fruto de la transformación del diminutivo 'Bicchi', 'traviesa', que la 'ch' en italiano suena fonéticamente a 'k' en el resto de lenguas.
Porque, para triunfar en su Nueva York de origen, Callas debía hacerlo antes en Europa. Y Milán, entonces y ahora, era la plaza principal del Viejo Continente. Milán era ese lugar que, una vez conquistado, te abre todas las demás puertas. De París a Londres pasando por Nápoles, Viena o Venecia. Pero nadie dijo que la Scala fuera fácil. Y Callas nunca se caracterizó por ir a lo seguro. Tenía muy claro lo que quería y cómo lo quería. Y si bien Callas había tenido otras colaboraciones con nombres como Jean Dessès o Marc Bohan, fue en Milán donde encontró esa chispa especial que necesitaba. Las dos mujeres, Callas y Biki, se encontraron de manera fortuita —al menos para Biki— en uno de los salones milaneses más elegantes de la época, la casa de Arturo Toscanini. Corría el invierno de 1951. “Nunca había visto a una mujer peor vestida. Era desastrosa, una sciuretta (jovencita) gigantesca a la que le encantaba llevarlo todo a juego. Los zapatos iban a juego con el bolso, preferiblemente de charol brillante. En una cena como aquella se presentó con un enorme sombrero de terciopelo en la cabeza, con pendientes con pinzas de plástico y, por si fuera poco, llevaba un par de zapatos negros de charol…” contó Biki sobre su primer encuentro. “Nadie le había enseñado a que una dama no debía llevar sombrero de ala después de las cinco de la tarde y que los zapatos de charol debían estar prohibidos en su armario. Nunca imaginé que yo la vestiría algún día”.
Pocos días después del fatídico encuentro, el entonces marido de la soprano, Giovanni Battista Meneghini (no vamos a entrar en más consideraciones, ya hay más de una película para hacerlo), se presentó en el atelier para pedirle encarecidamente que se rehiciera el vestuario de aquella Callas desconocida. Biki lo vio como un reto. Y, al igual que Pigmalión (o el profesor Higgins de My Fair Lady) decidió hacer de aquella Venus de Willendorf una Venus de Milo. Contó con la ayuda de su yerno Alain Reynaud, antiguo ayudante del estilista francés Jacques Fath, marido de su hija Roberta y… sí, el restyling de la Callas fue total. Desde clases de nutrición a sesiones de dicción, de declamación, de buenas formas, pasarela o colorimetría. Callas era capaz de hacer cualquier cosa para hacer olvidar aquella crítica incendiaria y destructiva que decía tal que así: "Imposible distinguir entre las patas de los elefantes del escenario y las piernas de la Aida interpretada por María Callas". Perdió 36 kilos. Y no, no fue con una lombriz solitaria como se publicó en su momento, sino a través de dieta hipocalórica a base de pollo y ensaladas.
Pero, ¿de donde sale Biki? En 1933, Biki se hizo famosa con sus piezas de lencería. Entre sus clientes estaba por ejemplo Gabriele D'Annunzio que encargaba para sus numerosas amantes prendas interiores que imaginaba en sus sueños, como un camisón que se convertía en prenda estrella de su Maison, cortado al bies en refinado satén de seda y encaje francés. Pero no fue esta amistad intelectual la que la introdujo en la alta sociedad milanesa, sino que ella ya la frecuentaba por familia. “En los años treinta, tenía agitada vida social, jugaba al bridge, al Singapur (un juego en boga), viajaba a menudo a París, hacía cruceros en transatlánticos, lo mismo que hacían las hijas de otras grandes familias milanesas de la época. Pero, a diferencia de ellas, yo diseñaba mi propia ropa y mis amigas esperaban recibir mis consejos”. Y entre sus amigas y clientas estaban desde Alida Valli (primera musa de Hitchcock e italiana, obviamente) a la reina Maria José di Savoia.
Biki sacó a la luz lo que hoy se llama chic milanés, por su capacidad innata para absorber el charme française y adaptarlo al pragmatismo sobrio y elegante de la capital lombarda de manera que incluso antes del nacimiento del prêt-à-porter Made in Italy (el de Giorgio Armani, Valentino, Missoni, Etro o Krizia, por citar sólo algunos ejemplos) ella dio a sus modelos una sofisticación atemporal atrevida y rabiosamente moderna que sigue siendo el leitmotiv de la moda italiana. “Quien se confía a Biki no podrá equivocarse, ni de sombrero, ni de pintalabios, ni de zapato, ni de tiempo”, escribía la gurú de la moda de los 60, Irene Brin.
Con Callas, Biki apostó por la sencillez. Mejor dicho por las estructuras arquitectónica y aparentemente sencillas. Moldeó su cuerpo como si fuera una obra de arte. Primero a base de una dieta estrictísima y luego, con todo lo que tenía a su alcance: una paleta de colores que iban del turquesa al verde esmeralda pasando el blanco, negro y el azul marino para looks urbanos; un maquillaje marcado por un atrevido delineador negro y sombra de ojos azul; y, como complementos, sombreros de ala ancha y turbantes, guantes laergos y bolsos mínimos, saten para la noche y faldas longuette de corte lápiz y chaquetas ceñidas para el día. ¿Pelo? Recogido, demasiada pasión para llevar el pelo suelto…. Por eso, en las fotografías emblemáticas de la Callas, desde las tomadas por Richard Avedon o las que le robaban del brazo de Aristóteles Onassis, el outfit de la Callas es una declaración de intenciones, pensada, estudiada, casi esculpida en piedra.
Callas nunca traicionaría a Biki, a pesar de sentirse continuamente atraída por otro diseñador, tan historicista como atemporal e innovador: Yves Saint Laurent. “A él le habría encantado vestirla, pero ella siempre nos fue fiel”, recordaría más tarde Biki a la muerte de la soprano con quien, a lo largo de su vida profesional, había trabado una relación creativa tan fructífera que había trascendido las costuras. Biki entendió, no sin esfuerzo, la complejidad emocional y personal de Callas, y eso les permitió trascender la barrera de diseñador y clienta. María Callas era famosa por su carácter volátil y su vida personal tortuosa y sacrificada, su inseguridad y su estatus, su necesidad de ser aceptada y querida y su soledad y, en muchos momentos, Biki se convirtió en esa especie de 'confidente' creativa. En una de las anécdotas más conocidas, la soprano le confesó que, a pesar de su fama y éxito, no se sentía verdaderamente hermosa. En un intento por tranquilizarla, Biki le respondió que su belleza no dependía de los cánones de belleza comunes, sino de la intensidad y profundidad de su mirada. “Tienes el alma de una diosa y la belleza ahí no importa. No es la tela ni el diseño lo que te da grandeza, María, es lo que tú eres. Pero confía en mí, este vestido lo hará”. A lo que Callas respondió “Me siento como una diosa, pero, por dentro, estoy completamente vacía”. “Y eso es lo que te hace aún más humana, María”, replicó la modista.
Biki fue capaz de leer la psique de la cantante. Fue la encargada de vestirla en sus momentos más gloriosos, cuando su carrera estaba en su apogeo, pero también durante sus caídas, en sus batallas contra la fama y sus luchas personales. Supo ver cuando se encontrada atrapada entre dos mundos: el de la diva inalcanzable y el de la mujer vulnerable que temía que su carrera se desvaneciera. En ambos momentos, Biki le dio a Callas las herramientas suficientes para, al menos, saber siempre quién era ella: una Diva.
Que recapitulemos, el concepto de la diva, tal y como lo conocemos hoy, tiene raíces en la cultura operística y teatral del siglo XIX, donde las grandes cantantes se convertían en símbolos de poder, sufrimiento y belleza sublime. Pero, a diferencia de la mujer del pasado que debía cumplir con normas muy estrictas sobre lo que significaba ser una diva (un rol algo rígido de pureza, moralidad y perfección), las divas del siglo XX comenzaron a ser definidas por sus contradicciones. Edith Piaf, Judy Garland, Elizabeth Taylor… empezaron a representar algo más que sólo la perfección vocal o actoral; su vida personal, sus tragedias, sus luchas emocionales, cobraron protagonismo. La diva dejó de ser solo una figura de la distancia aristocrática, para convertirse en una imagen compleja que abarcaba vulnerabilidad, conflicto interno y, sobre todo, una fascinación casi mítica. Biki comprendió a la perfección este nuevo arquetipo. Mientras que otras diseñadoras como Coco Chanel o Christian Dior se centraban en la 'elegancia' clásica, Biki estaba más interesada en cómo la moda podía reflejar las ambigüedades de la persona que la portaba. Con Callas, especialmente, no se limitó a crear trajes; confeccionó una armadura emocional. Cada diseño era una extensión de la lucha interna de la soprano, de sus éxitos y fracasos, de su vulnerabilidad y su fuerza implacable.
Entendió que lo que la Callas necesitaba no era solo el brillo de las lentejuelas o la pompa de la alta costura, sino una reinterpretación de su esencia. Por ejemplo, uno de los momentos más recordados es el vestuario que creó para Callas durante la interpretación de Tosca en la década de 1960, un papel que en manos de la soprano adquirió una carga emocional mucho más profunda que en cualquier otra cantante. El vestido, confeccionado en raso negro, abrazaba la silueta de Callas con una austeridad casi dramática, pero su escote en V y las suaves líneas que caían hasta el suelo ofrecían una sensualidad contenida, evocando tanto su presencia feroz como su vulnerabilidad. Otro ejemplo fue el conjunto en el que la cantante interpretó Norma en el Teatro de la Ópera de Roma. El vestido, con bordados dorados y detalles en terciopelo, simbolizaba la lucha interna entre el deber y el amor, los temas recurrentes en la ópera, pero también un reflejo de la misma vida de Callas, quien constantemente se debatía entre su amor por la música, sus sacrificios musicales y sus dramas personales.
Pero, ¿qué ocurrió con Biki para que su nombre haya sido casi silenciado por el paso del tiempo? Primero, un cambio en la Industria de la Moda. A medida que la moda de los años 60 y 70 se fue distanciando de los grandes trajes de ópera y el glamour de la vieja escuela, el trabajo de Biki pasó a ser considerado algo del pasado. La moda de la 'nueva ola' no tenía cabida para sus siluetas clásicas, y ella no logró adaptarse completamente al ritmo frenético del mundo de la moda comercial y luego estaba la Mística de Callas, una figura tan gigante y compleja arrojó demasiada sombra sobre todos los que estaban a su alrededor, incluyendo obviamente a Biki. Eso sí, mientras duró su relación, la diva adquirió más de 200 vestidos, 150 pares de zapatos y 300 sombreros.