Como Jorge VI, el padre de la Reina Isabel de Inglaterra, François Bayrou, el nuevo primer ministro francés, ha tenido que lidiar con la tartamudez. A pesar de ella, o por ella, se licenció en Lenguas Clásicas. En sus tiempos de universitario, en Burdeos, conoció a Élisabeth Perlant, de quien se enamoró al instante: “La vi y, oh la la, ¡ya está!”, reveló hace muchos años en France Soir. Aquel flechazo hizo historia: se casaron, en 1971, cinco meses después de conocerse; han tenido seis hijos (Helène, Marie, Dominique, Calixte, Agnès y André); y veintiún nietos que vienen a reforzar la historia de “amour fou” que sintió François por Élisabeth a primera vista, en los albores de los setenta.
Así se teje una historia de amor
Hace más de una década, Rodolphe Geisler escribió una biografía de este político de vocación, nacido en las lindes de los Pirineos, en 1951, titulada Bayrou, el obstinado (el calificativo vendrá, probablemente, por las tres veces que ha sido candidato a la presidencia de Francia: 2002, 2007 y 2012). En ella, el propio Bayrou contó qué sintió cuando conoció a Élisabeth: “Lo primero que recuerdo son sus piernas rectas, bonitas, delicadamente enlazadas. Después, su cara. Me dije: ‘Esta chica es para mí’”.
Su instinto sentimental no le falló. Ella era. Durante cinco décadas, han logrado un difícil equilibrio: él, fundador en 2007 de su propio partido político, Movimiento Demócrata, se siente cómodo frente a las cámaras, debatiendo públicamente y siendo el centro de la noticia. Sin embargo, Élisabeth, conocida entre sus íntimos como Babeth, aboga desde el principio por un discretísimo segundo plano, alejada de todo aquello que no sean sus hijos, sus nietos y sus libros (ella, como él, ha ejercido de profesora de Literatura). El propio Bayrou explicó hace doce años esta clarísima división de papeles en su matrimonio: “[Ella], a menudo, considera que el mundo de la política es mundano, carente de profundidad. Piensa que, demasiado a menudo, se parece al patio del recreo”.
Con el nombramiento de su esposo como Primer Ministro de Francia, el pasado trece de diciembre, las cosas podrían cambiar… aunque no mucho. Todo apunta a que ella seguirá lo más apartada que la educación se lo permita de la vida política. Como explicó François Bayrou, en 2012, durante una entrevista con Gala: “Tomamos esta decisión hace treinta años. Para ella es una forma de protegerse, pero no solo eso. Ella habría odiado ser ‘la mujer de’, y no habría soportado la superficialidad de este mundo. Vemos la vida de la misma manera, con bastante humor, pero también con seriedad cuando las cosas lo merecen”.
Desde 2001, la agitada vida política de Bayrou ha provocado que Élisabeth no pueda estar siempre en la retaguardia, viendo transcurrir las campañas políticas, parapetada entre los cuatro muros de su casa. En la biografía antes mencionada, el autor intenta explicar la postura de Élisabeth ante los reflectores: “Odia las ocasiones sociales. Desde que su marido se convirtió en diputado por Pau, [...] ella se niega sistemáticamente a ir a una cena con las personalidades de la ciudad».
Como Bayrou ha explicado, en tono de broma, quizá su matrimonio funciona porque pasan mucho tiempo separados: “El hecho de tener que vivir la mitad de la semana a ochocientos cincuenta kilómetros de casa no ha sido un impedimento. Sin eso, quizá no me habría aguantado tanto tiempo”. Si Élisabeth ha hecho de su propiedad en Bordères (una ciudad de menos de setecientos habitantes de los Pirineos Atlánticos) su bastión, su esposo vive entre Bordères, Pau y París. Y aunque él la llama entre cuatro o cinco veces al día, ella a veces le reprocha tanta llamada si no tiene mucho que decir. Como cualquier matrimonio, vaya.
Tiempo de cambios
Hay dudas razonables sobre si Élisabeth romperá su costumbre de alejarse de la faceta política de su marido, o en estas circunstancias personales estará más presente. En principio, ella es una mujer que defiende con uñas y dientes su independencia y cuya máxima aspiración es que “la dejen en paz”. De su amor compartido con su marido por las letras a la incondicionalidad hacia su familia va un paso, y tras el nacimiento de su tercer hijo, Dominique, decidió, según publicó la prensa gala, dejar de lado su labor como docente y volcarse en los suyos.
Por su parte, François Bayrou además de a la docencia y a la política, ha explotado dos facetas muy diferentes. Por una parte, la de escritor de biografías. La que publicó dedicada a Enrique IV, El rey libre, el primer Borbón que reinó en el país vecino, vendió la nada desdeñable cantidad de trescientos mil ejemplares. Por otra parte, de orígenes campesinos y ganaderos, se ha dedicado también a la cría de caballos de pura sangre de carrera. Durante su discurso de investidura a su cargo de Primer Ministro, este político de centro derecha, y la mejor baza de Macron para lidiar con la crisis, reveló que, a los setenta y tres años, y dada la situación política inestable se ve ante un “Himalaya” de dificultades con “más opciones de fracaso que de éxito”. Ante esta perspectiva, su familia numerosa lo alienta. La serena historia sentimental de Bayrou nada tiene que ver con la más tormentosa, curiosa o explosiva de algunos de los políticos de primera línea de Francia.
Turbulencias amorosas en Francia
Como curiosidad, probablemente Élisabeth Perlant y el mismo Bayrou tengan una conversación fluida con la esposa de Emmanuel Macron, Brigitte, veinte años mayor que el mandatario (por tanto, más cercana en edad a los Bayrou) y profesora de teatro y literatura del joven Macron en el colegio Catholic Providence. Ese amor por el drama, la comedia, la novela y la lírica ha acercado, sin duda, posiciones entre los Macron y los Bayrou.
Si el amor de Macron por Brigitte desencadenó ríos de tinta, no han sido menores los que han desencadenado otros habitantes del Elíseo. ¿Qué no se habrá escrito sobre el fulminante amor que surgió, tras una cita a ciegas, entre Nicolas Sarkozy y Carla Bruni? ¿O qué no salió publicado en torno a la sorpresa que dio François Hollande con la actriz Julie Gayet?
Francia estaba acostumbrada a esto y a más. Jacques Chirac, presidente de la República entre 1995 y 2007, según se contó en Les Chirac, les secrets d’un clan, tenía un apodo que dejaba en evidencia su gran, aunque quizá breve, actividad amorosa: “Monsieur tres minutos, ducha incluida”. La historia la corroboró un chofer en Présidente, la nuit vient de tomber. Contó con amantes tan refulgentes como Claudia Cardinale, según se encargó de publicar la prensa del momento, aunque la protagonista lo ha desmentido. Y su esposa, Bernardette, se preocupó cuando comenzó una relación clandestina con la periodista Jacqueline Chabridon–quien también había sido cortejada por François Miterrand–. Esta relación también inquietó a Marie-France Garaud, alta funcionaria y muy cercana a Chirac: “La pasión no puede conciliarse con el poder –espetó a la periodista–. En nombre de Francia y de su porvenir, pido y exijo que abandone a Chirac”.
No menos escandalosa fue la vida íntima de Miterrand, a quien se achacó hasta una doble vida. Por una parte, con su mujer, Danielle Gouzet, madre de sus dos hijos mayores; por otro, con una joven estudiante llamada Anne Pingeot, a quien conoció cuando él tenía cuarenta y seis años y ella diecinueve. Su relación duró treinta años y fruto de ese amor (clandestino) nació una hija, Mazarine. Como línea conductora entre muchos mandatarios franceses, Miterrand, amén de a las mujeres, también era afecto a las Letras, y no era raro que citara a Dostoievsky, Semprún o Louis Aragon. En el funeral de Miterrand, el 11 de enero de 1996, Anne acudió junto a su hija, y Francia conoció la “doble vida” de su estadista.
Si los anteriores políticos, dejaron que otros hablaran de sus escarceos amorosos, Giscard D’Estaing se ocupó de airearlos por sí mismo en el libro La princesse et le président, cuya sinopsis nos deja con la boca abierta. Parece una novela, p: “Esta es la historia de una pasión compartida por dos seres excepcionales. La heroína debe sin duda mucho a aquella «Reina de Corazones» cuya vida terminaría en tragedia poco después de librarse de un matrimonio infeliz. Aquí conquista sin esfuerzo y casi sin desearlo a un eminente estadista. Asistimos a la relación entre ambos, que se desarrolla en los palacios de la República Francesa y los de la monarquía británica, al albur de los viajes oficiales y obligaciones de Estado. Y vemos como, a pesar de las presiones que dificultaran las vidas de las protagonistas, lo que habría podido ser solo una fantasía se convierte en un gran amor”.