No es tan fácil como antes entrar en casa de Ana. Llamas al timbre, te abre una muñeca de pelo rizado y ojos inmensos y, con una sonrisa traviesa, dice: Bye, bye, y te cierra la puerta en las narices. Entonces, tienes que asomarte a la ventana, golpear el cristal con los nudillos, agacharte, levantarte de un brinco, escuchar sus carcajadas, volver a la puerta y empezar todo el proceso de nuevo. Son unos diez minutos a cero grados, en el porche de esta casa que conocemos bien, pero que, ahora, parece otra, toda iluminada con lucecitas blancas, ilusión, magia y alegría.
No siempre hubo tanta risa detrás de esta puerta. Hemos entrado muchas veces. Recordamos, con un inmenso amor, a Aless desde que, al principio, era tan pequeño como esta Anita, que ya nos ha robado el corazón, y luego se hizo tan alto que había que mirarle de abajo arriba, porque siempre estuvo más cerca del cielo que la gente normal. Y después, la tristeza, la oscuridad tan profunda que invadió este hogar, el vacío enorme que dejó al irse.
Esta vez, en casa de Ana, la invasión es otra: hay juguetes por todas partes; un globo de Papá Noel que se ha escapado y se ha quedado en el techo, y tenemos que bajar con una escoba desde la escalera; una mesita llena de pinturas; un reguero de juguetes que seguimos hasta el rincón junto a la chimenea donde solíamos hacer las entrevistas. Pero hoy no hay sitio en este sofá. Está cubierto de peluches y muñecas. Nos preguntamos dónde podremos sentarnos a conversar.
Y Ana nos abraza, junto a la foto de Aless con su perra, 'Luna', que preside el salón.
Al final, charlamos debajo del globo —que se ha vuelto a escapar—, frente al árbol iluminado y con una música infantil de fondo, las voces de Anita, que, mientras hablamos, está jugando arriba, en su habitación nueva, con su tía Celia, que ha venido a verla, y su cuidadora, que no la pierde de vista.
Hemos cantado, nos hemos reído a carcajadas y, antes de despedirnos, con cuidado de no estrujar demasiado a esta criatura que tanto se parece a su papá, la hemos sostenido un ratito entre los brazos, sintiendo que, de alguna manera, lo estamos abrazando a él, y nos hemos ido diciendo bye, bye con el corazón en un puño y un contagio de alegría que parece un catarro por los lagrimones.
Es de noche, hace frío y, al otro lado de esta puerta, vive una niña preciosa, lista, simpática, que por primera vez —el año pasado era demasiado pequeña— va a disfrutar al máximo, sin límite, con verdadero asombro, de todo el encanto de la Navidad.
—Ana, aquí sentadas, bajo esta foto de Aless, pienso que un hijo es para siempre. Eres madre de ese niño desde el día en que lo concibes y ya, para toda la eternidad.
—Los hijos son para siempre, sí. Aless es mi niño y está presente por todos lados. Está muy presente en la vida de Anita.
—Ella sabe que es su papá, ¿verdad?
—Lo primero que dijo fue 'papá'. Cuando veía una foto de su padre, yo siempre le decía: "Este es papá". Hay un álbum aquí que vemos constantemente. Tengo miles. Y yo se lo enseñaba de bebé, porque ya le encantaba pasar las hojas desde los ocho meses. Y yo decía: "Es papá, es papá". Pero Anita no hablaba. Y de repente, un día, dice muy bajito, pero con una voz preciosa: "Papá". Y digo: "¿Qué has dicho?". Tenía un año. Papá. Su primera palabra fue papá.
—Hay cambios en tu casa.
—Hay cambios. He hecho obra. Porque, claro, Anita duerme en el cuarto de su papá, que está como Aless lo dejó. Exactamente igual. Y, ahora, mi niña va a tener su propia habitación, que está quedando preciosa.
—El cuarto de Aless está lleno de recuerdos.
—Está presente; no se trata solo de recuerdos, porque yo a veces pienso que para recordar primero hay que olvidar. Está presente todo el rato. Esta chaqueta que ves aquí es la que llevaba Aless la última vez que salió de esta casa. Aquí está. Y no dejo a nadie que la mueva ni que la cambie de sitio.
—Y dices que notas señales de que Aless está presente.
—Mira, por ejemplo, cuando pasó lo de Aless, recibí muchos regalos. La gente es tan empática y es tan cariñosa que mucha gente anónima me mandaba regalos. Un regalo que me hizo mucha ilusión fue una almohada con una fotografía de Aless impresa en la tela. Y aquella madre, que también había perdido un hijo, me contó que dormía abrazada a una almohada como esa todas las noches. Entonces, yo he dormido abrazada a esa almohada hasta que nació Anita. Un día, la niña cogió la almohada y ya no la ha soltado. O sea, la lleva como si fuera un perrito por toda la casa. La he tenido que lavar tantas veces que ya casi se ha difuminado la cara, casi no se ve, pero ella señala y dice: "Papi", porque ella lo ve.
—Y otra cosa que veo en tu casa es que ya ha llegado la Navidad.
—Es que no me lo puedo creer. Esta casa, hace nada, hace dos años, era todo oscuridad. Yo dejé de celebrar la Navidad, ¿sabes? Faltaban mis padres, faltaba mi hijo... Y yo, la última Navidad antes de Anita, cogí un tren y me fui a un hotel en Málaga el día de Nochebuena y solo quería estar sola. No quería celebrar nada.
—¿Y cómo ha cambiado todo ahora?
—Estas son mis primeras Navidades de verdad, sí, porque Anita antes era muy pequeñita y, bueno, veía luces, veía adornos, pero solo tenía unos meses, tenía seis meses. Y es que ahora, bueno, se vuelve loca con el árbol, con las luces; voy a poner todo el seto adornado de luces y va a venir Papá Noel. Le pregunto qué quiere que le traiga Papá Noel y me dice: "¡Un tete!".
—Recuerdo ese saloncito donde está la chimenea. Y está lleno de juguetes, Ana, que no cabe ni un alfiler.
—No cabe nada. No cabe nada más. Hay juguetes por toda la casa. Ese era el saloncito de la chimenea, donde hemos tenido tantas conversaciones, y ahora es el cuarto de los juguetes. Mira, yo creo que las casas están para disfrutarlas. En mitad del salón he puesto una mesita para que aprenda las letras, que ya se las sabe, y los colores, que se los sabe en inglés.
—Pero todavía no va al cole.
—No, no. Si solo tiene un año y medio. Un año y ocho meses.
—¿Va a ir al colegio de Aless?
—Sí. Ya he hablado con ellos. Lo que pasa es que, claro, es a partir de los tres años, y Anita cumple el 20 de marzo.
—Te encuentro muy delgada, muy en forma…
—Pero no voy a gimnasio, no hago nada más que estar 24 horas con Anita. No paro, no paro. Es que, además, está en un momento que no para.
—¿Sabes que una vez hicieron una prueba y pusieron a un astronauta a perseguir a un niño de un año durante 24 horas y acabó agotado el astronauta?
—Pues mira, me das una alegría porque yo pensaba que era la edad. Acabo agotada. Porque, claro, es muy diferente. Yo con Aless trabajaba catorce horas al día, tenía una persona que lo cuidaba todo el tiempo, obviamente, porque no se puede dejar a un bebé solo en casa. Pero es que con Anita yo me levanto a las seis y media para darle al biberón y luego a las siete me pongo ya a hacerle el puré para cuando coma, ¡y se hace la hora de comer y sigo en pijama!
—¿Y qué más da estar en pijama? Disfrútalo.
—Lo único que, como estoy ahora con Sonsoles trabajando por las tardes, pues no es lo mismo. Me tengo que cuidar. El otro día llegaba a Antena 3 pintándome las uñas en el coche…
—¿Estás disfrutando de tu trabajo?
—Sí, y además yo este año decidí aceptar cosas que me dejaran tiempo para la niña. Es que no me quita esto que estoy viviendo nadie. O sea, mi vida ha cambiado. ¿Cómo me iba a imaginar que me levantaría con esta alegría que me levanto a las 6:30 de la mañana? Que yo me despertaba llorando todos los días. Eso no se paga con nada.
—No estarás en las campanadas.
—No, nada. Mira, yo me acuerdo de las primeras campanadas que presenté, en el 94, con Joaquín Prat, que era mi maestro. Desde el 94 hasta el 2022 las he dado casi todos los años. ¿Cuántos años pasan de uno a otro? ¿Cuántas décadas? ¿Pero cómo es posible que la misma persona esté desde el 94 hasta el 2022?
—¿Sabes qué pasa? Que mucha gente no se imagina un fin de año sin Ana Obregón presentando las uvas.
—Le pasa a mucha gente. Pero, fíjate, en aquellas campanas del 94, Aless tenía dos años. ¿Tú sabes lo que me costaba irme a las siete de la tarde y dejar a mi bebé? Yo entiendo que las madres tienen que trabajar, y yo he sido la primera que lo he hecho, pero si hay algo de lo que me arrepiento en mi vida, es de no haber estado más tiempo en la vida de Aless de pequeño por tantísimo trabajo.
—Pero Aless era muy especial, muy independiente.
—Pues sí. Sí, porque lo primero que dijo fue: "Yo solito". Y Anita es igual. Ahora que ha aprendido a andar, la voy a coger y me quita la mano. Ella va sola, quiere ir sola. De carácter es clavada a su papá. Aless era una persona muy rápida, muy creativa, con un gran sentido del humor. Y Anita es igual, se está riendo todo el día, no te lo puedes imaginar.
—¿Importa más el amor que el tiempo?
—Puede ser, no lo sé. Puede ser. Yo desde luego, los sábados y domingos que no trabajaba, lo único que hacía era estar con mi niño. Y daba igual que, por ejemplo, tuviera un novio. Me acuerdo de la época de Davor, que me decía: "Pues qué poco nos vemos", y yo le respondía: "Y menos que nos vamos a ver, porque yo trabajo toda la semana y los fines de semana quiero estar con mi niño", y me escapaba cuando se dormía Aless un rato a verle o a cenar, lo que fuera. Y de eso me alegro un montón.
—Anita tiene muchos niños alrededor.
—Tiene primos y los ve mucho, y a sus tíos también. Ahora en Navidad nos vamos a juntar todos. A Anita, además, le encantan los niños. Aquí en la urbanización hay muchísimos niños. Y tiene gracia lo alta que es. Anita tiene un año y medio y lleva ropa de niña de tres años. Porque se ha salido del percentil. Mide 90 centímetros.
—O sea, que va a ser 'top model'.
—Va a ser top model. Aless medía 1,96. Imagínate. Y ya me ha dicho el pediatra que ella medirá 1,77. Y también ha salido artista: le encanta que la aplauda, le encanta el piano. Lo toca con las dos manitas así, 'ta, ta', aporreando el piano. Si le preguntas: "¿Cómo te llamas?", dice: "Ana". "¿Y cuántos años tienes?", y te dice: "Uno". "¿Qué color es este?". "El rojo 'red'". La verdad es que ha empezado a hablar muy pronto. Sabe los colores en inglés y es imposible. Dice mi pediatra que no ha visto nada igual en 30 años de profesión.
—Es que hay niños con esta edad que todavía no saben hablar, que es lo normal.
—Y me manda, es una mandona. Me dice: "Mami, siéntate, siéntate". Claro, me llama 'mami' porque no le voy a explicar a mi niña, tan pequeña, lo que ha pasado y tal. Pero ella me llama 'mami' dentro de la naturalidad, es como que la historia se repite. A mi madre le pasó igual, perdió a su madre y la tuvo que criar su abuela. A mí que me llame como quiera, pero que sepa que estoy en su vida y que voy a estar a tope.
—¿Qué vais a hacer en Navidad? ¿Estáis en Madrid? ¿Vais a hacer alguna salida?
—Estaremos en Madrid. La quiero llevar a varios sitios. Al Parque Mágico. Y el año que viene ya iremos a Disneyland. A Anita lo que más le gusta es el bosque o el césped, la vegetación y la naturaleza.
—Una Navidades tranquilas y felices.
—Quietecitas y bien quietecitas, tranquilas. O sea, van a ser unas Navidades, seamos sinceros, agridulces. Porque la Navidad es una época muy especial, donde tienes muy presente lo que han sido tus Navidades pasadas, cuando tenías a todas las personas que quieres contigo. Y por mucho que Anita sea un milagro, una bendición de Dios, la tristeza y el dolor no te los quita nadie.
—¿Os juntaréis la familia?
—Sí, sí, nos juntaremos. Lo que pasa es que en Nochebuena cada uno tiene sus hijos, sus familias. Entonces, lo que haremos será, probablemente el día de Navidad, hacer una comida o algo así, porque Anita es muy pequeña para ir a cenar, porque, con un año y medio, a las 20:30 está en la cama. Bueno, a veces más tarde, porque no hay quien la duerma. Pero a mí me gusta darle un bañito, hacerle la comida... Hoy le he hecho albóndigas, por ejemplo, que ya ha empezado, claro, a masticar.
—¿Cómo has cambiado tú, Ana? ¿Cómo ves que esta niña te ha cambiado? ¿En qué cosas? O sea, ¿de repente haces albóndigas o siempre hacías albóndigas?
—Solo algunas veces, porque a Aless le encantaba cómo hacía las albóndigas y algún sábado invitaba a todos sus amigos, ya de mayor, y hacíamos el día de las albóndigas, porque me salen muy ricas, con tomate y tal, y arroz, una salsita que hago buenísima. Luego, cuando Aless no estaba, seguí reuniendo algunas veces a sus amigos y venían a tomar las albóndigas.
—Y las prioridades, ¿cómo te cambian?
—Total, total. Yo siempre he sido una mujer coqueta. Pero es que ahora no tengo tiempo ni de mirarme al espejo y me da igual.
—Y el orden en casa.
—No, ¿qué orden? Esto es un caos. O sea, antes mi casa era todo perfecto y ahora está todo manga por hombro. Hay juguetes, biberones, chupetes... Bueno, es que hay de todo.
—Y miedos nuevos.
—Eso es lo peor. Sí. Has dado en el clavo. Mira, cuando estás en los 30 y tienes un hijo, no tienes miedo de nada. ¿Qué pasa? Que, con lo que he vivido, tengo muchos miedos. A veces mis hermanas me dicen: "Ana, exageras con Anita". Y digo: "Yo tenía un hijo sano, alto, guapo, fuerte, emprendedor, y de la noche a la mañana me dicen que tiene un tumor de diez centímetros". Entonces tengo miedos, ¿qué quieres que te diga? Me he vuelto muy miedica.
—Si no se pueden superar, ¿cómo haces para, por lo menos, vivir con ellos?
—Lo llevo fatal. Tengo un cuidado con Anita exagerado. Tengo muchísimos miedos que no tenía antes. Es que antes no era consciente de que de repente, en la vida, de un día para otro ya no estás y que la gente que quieres de repente, de un día a otro, ya no está. No era consciente de eso. Y ahora, desgraciadamente, pues sé qué puede pasar. Anita es un pedacito de Aless. Es lo que tengo vivo de mi hijo. Sé que tengo a mi hijo para siempre, para la eternidad. Pero Anita es un pedacito de Aless. Es su sangre, son sus genes. Es que es lo que tengo vivo aquí, en la tierra. ¿Cómo no la voy a abrazar? Estoy todo el día abrazándola, que se harta, y dándole besitos y mordiéndole el moflete y ya me quita, ¿sabes?
—Pues yo creo que eso no es malo.
—Yo creo que tampoco. Yo creo que no es malo. Mejor tener una infancia con muchísimo amor. Y luego hay una cosa, es que es una niña supergraciosa. A Anita le encanta ir al súper. Pero, claro, a mí la gente me ve y me llevan viendo tantísimos años que ya se creen que soy como de la familia. Me saluda todo el mundo. Y Anita, vaya donde vaya, al que pase por su lado siempre le dice "hola". Saluda a todo el mundo y ha aprendido a decir "adiós, bombón". ¿Y entonces qué pasa? Que ven a una cosita así, de un año y medio, y se derriten. Y tiene como algo especial porque, vaya donde vaya, primero la miran a ella... y luego me reconocen a mí. O sea, que Anita tiene algo especial. Hay personas que son como especiales. Aless era igual, entraba en una habitación y era como una luz. Y Anita igual tiene una luz.
—Durante mucho tiempo estabas muy enfadada con Dios.
—Estaba enfadada. El día del funeral de Aless, yo le decía a don Alfonso, el párroco: "Yo lo siento en el alma, pero estoy muy enfadada, estoy enfadadísima". Y el día del bautizo lo mismo, claro, me decía: "Esta niña es una bendición de Dios". Y es así. Y claro, ahora ya no estoy enfadada con Dios porque, bueno, me ha quitado el amor de mi vida en la tierra, pero me ha dado otro amor de mi vida. Así que ya tengo dos, uno en el cielo y otro en la tierra. Ya le he pedido perdón mil veces, porque estuve muy enfadada con él. Tiene ese poder y esa fuerza, pues te cierra una puerta que igual es la puerta más importante de mi vida, pero te abre otra. He llegado a pensar que lo que tengo que hacer es dar gracias por los 27 años que me dio. Dar gracias porque me ha hecho la madre más orgullosa del mundo. Lo sigo siendo. Soy la madre más orgullosa y más feliz de haberle traído al mundo y no puedo más que agradecer esos 27 años.
—¿Qué planes importantes tienes para los próximos meses?
—Bueno, acabar el cuarto de Anita, que ya está, en realidad, menos los muebles, pero ya están las paredes, que son cisnes. Son cisnes porque a Aless le encantaba el cisne. También estamos vendiendo la casa de Mallorca. Me da mucha pena, pero es que al final también hay que saber despegarse y, oye, la vida va pasando y cada uno tiene sus ilusiones. Y la mía, ahora, es comprar una casita en el norte. No sé si en Cantabria o en Asturias, estoy buscando. Yo quiero inculcarle a Anita mucho la naturaleza, muchísimo. Quiero que viva mucho por esa zona y quiero tranquilidad.