Desde que Víctor Elías lanzó el pasado 29 de noviembre su libro Yo sostenido, muchas han sido las reacciones a la dura historia que vivió mientras los veíamos en Los Serrano, una infancia y adolescencia marcada por las adicciones de sus padres, más tarde por las suyas, y cómo la música le terminó salvando. Un sincero relato sobre juguetes rotos y problemas familiares, escrito desde el perdón y agradeciendo poder estar donde está, con todo lo bueno que le ha ocurrido en el camino.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Pero en este libro, además de las duras experiencias que le tocaron vivir y que le hicieron madurar antes de tiempo, llama la atención el capítulo sobre su vida fuera de los escenarios, en el que narra que estuvo casi tres años en una casa con fantasmas en un pueblo de Segovia llamado Turégano. Se trataba de una vivienda que alquilaron sus padres frente a la iglesia, que tenía “pasillos subterráneos tapiados, que, en su día, comunicaban con ella”. El principio de muchas películas de miedo, pero en este caso, el músico y actor dice que terminaron siendo reales.
Víctor cuenta que su madre era una persona que tenía “sueños premonitorios y visiones” y que ella, nada más entrar en la casa en la que estuvieron viviendo un tiempo, supo que era especial… Más tarde, también él y su padre pudieron sentir también que allí había algo más, aunque recalca que él no es “el tipo que más cree en lo sobrenatural”.
Allí vivieron varias experiencias que no tienen una explicación racional, desde un fuego de la cocina que empieza a arder solo y acabó quemando el albornoz de Víctor, que se encontraba a tres metros de distancia; hasta ver espíritus de monjas y sentir cómo una mano les tocaba la espalda.
Recuerda que una noche se fue a dormir al cuarto de invitados porque no podía conciliar el sueño en su habitación por los constantes pasos que se oían en la buhardilla y, estando en la cama, notó cómo algo le asfixiaba. Asustado llamó a sus padres, quienes probaron a dormir allí y ambos sintieron lo mismo.
Un vecino del pueblo les explicó poco después que “en esa cama había muerto una señora que tuvo durante toda su vida gravísimos problemas de obesidad”. Eso les hizo coger las maletas y regresar a Madrid.
Un año más tarde, Víctor cuenta que regresaron y visitaron al vecino que les alertó de lo que le ocurrió a la antigua inquilina y este les pidió que los acompañara a la casa y lo que vieron los dejó atónitos. “Abrió la puerta de la casa y nos mostró cómo el techo que estuvo encima de la que había sido mi cama se había desplomado unas semanas después de que nos fuéramos”, termina diciendo en su libro, que está siendo un éxito de ventas.