Podríamos titular esta crónica con algo llamativo y sugerente del tipo '320 invitados y una ex'. Como si fuera una secuela de la famosa cinta que protagonizaron Hugh Grant y Andie MacDowell en los 90s. Quizás no tenga nada que ver, ojo, más allá de que el leitmotiv de la peli eran, obviamente, una sucesión de 'sí, quiero(s)', que el cielo era británicamente gris, que el novio parecía sacado de una boutique de Belgravia Street o que los familiares y amigos de los contrayentes eran todos tan variopintos como interesantes, insólitos y coloridos… Pero sea como fuere, la historia de Ana Guerra y Víctor Elías lo tenía todo como para ser un relato más de ese retrato generacional y cinematográfico de Cuatro bodas y un funeral. Especialmente porque incluyó ese discurso que eriza el vello y te recorre la espalda como una corriente eléctrica espalda arriba. Y sin echar mano de WH Auden… Natalia Sánchez fue la artífice de esas palabras. Porque, además, Natalia fue la ex. Una ex que nunca ha dejado de estar presente, muy presente incluso, cuando ni siquiera el corazón de uno estaba en las manos del otro, sino que pertenecía a terceras personas que hoy son su marido y su mujer. Porque se quieren. De verdad. De ahí que su relato, no solo enmudecieron a los presentes, sino que llegaron a hacer tartamudear a un Fran Perea en estado de gracia. Tanto también, que merece una crónica. Ésta.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Todos esperaban emocionarse. Esas cosas pasan. Y más, en las bodas. Porque es una celebración de amor —proceda de donde proceda— y sin miedo a pasarse con el azúcar. Y porque empatizas con los sentimientos de las personas que se quieren, ya sea porque has vivido ese momento crucial en tu vida o porque todos queremos ser queridos así, sin condiciones, al menos una vez en la vida. Pero quizás nadie se esperaba sus revelaciones, tan sentidas y tan honestas. Sentimientos a flor de piel que no solo hicieron deshacerse en lágrimas a los novios sino que desarmaron al mismísimo protagonista de Los Serrano como maestro de ceremonias y nacido para la stand comedy.
Y eso que, antes de que cogiera el micrófono, las bromas de Fran fueron todas dirigidas a ella como en una diana. De manera improvisada y, también, muy hilarante. Porque por la logística maternal, la actriz de Regreso a Las Sabinas llegaba tarde a la ceremonia. Que a quién tampoco no le ha pasado eso…
Casi sin aliento, perdiendo los papeles (literalmente, porque su discurso se le escapaba de entre los dedos en la carrera) y encabezando un cortejo familiar en el que Marc Clotet la seguía a duras penas con el pequeño Neo en los hombros y la pequeña Lia enredándosele entre las piernas… Y Natalia no iba en deportivas. Llevaba tacones y por el césped… Luego sabríamos por qué, pero ésa es otra anécdota. Nos la contaba Marc, que Neo se puso farruco con el trajecito de fiesta y la mamá, con las prisas y el caos, se había olvidado de pendientes, collar… Después, en la segunda rotonda camino de la celebración.
Pero cuando logró retomar el ritmo de su respiración y la calma, a los presentes, por contra, se les empezó a acelerar el pulso. Porque la joven, con la misma sencillez que hondura, logró hacer un retrato de su juventud en común y de su amistad, fiel y desinteresada, y de su cariño, más allá del tiempo o del espacio, algo fraternal y trascendente. “Víctor y yo nos conocimos cuando éramos muy pequeños. Teníamos 12 años. De eso hace ya 21. Creo que llevamos más años conociéndonos que sin conocernos”, comenzó diciendo. “Nos conocimos en los estudios Picasso. Ese día teníamos la primera lectura de guion. Él estaba a punto, a puntito, de cumplir los 12 y por casualidades de la vida, nos llevaron a comer los dos solos. El uno con el otro, juntos por primera vez y, como era de esperar, nos caímos fatal, pero fatal-fatal”, contaba Natalia al tiempo que Fran la interrumpía para dirigirse a los invitados y señalar a Víctor. “Es un 'modus operandi'”. Recuerden que, con Ana Guerra, su mujer, las flechas de Cupido habían tenido la misma trayectoria.
“En aquel momento, Víctor tenía ya su carácter y yo, también, como sabemos (risas). A partir de ahí, empezamos a grabar Los Serrano, empezaron a emitirse Los Serrano y como es lógico, nuestra vida cambió. Horas y horas encerrados en coches de producción, furgonetas, camerinos, salas de ensayo, la gira de conciertos por toda España… Poco a poco, nos dimos cuenta de que no estábamos tan lejos como pensábamos el uno del otro”, prosiguió Natalia, tomando un trago de agua para apagar la emoción que se le encendía en la garganta.
“Por la serie, empezamos a vivir cosas muy intensas que solo nosotros dos, por edad y por tener las mismas circunstancias, podíamos entender y, sobre todo, compartir: las luces y las sombras de todo aquello, la fama, aquel huracán que nos envolvía. Y en realidad solo éramos unos niños…”. Pero, en aquello de vivir, recordaba la actriz, Víctor le llevaba mucha ventaja dado que, a pesar de tener casi la misma edad y de que la realidad que los rodeaba en el rodaje era la misma, la que tenían cada uno de ellos en sus casas, era muy diferente. En la suya, todo era fácil y en la de Víctor, en cambio, todo era difícil.
“En aquel entonces era un niño tremendamente inteligente, tremendamente sensible… Con un sentido del humor maravilloso que le ayudaba a lidiar con su realidad y que utilizaba como protección y a veces, incluso, como vía de escape. Cuanto peor estaba Víctor en casa, más bromas hacía en plató… Ana, la tutora que teníamos, nos avisaba por la mañana de cómo había pasado la noche Víctor o si le había llamado la tutora legal desde la comisaría y Víctor iba a tener que venir un poco delicado, que lo tratáramos con delicadeza… Y eso hacíamos”. En ese momento, el plantel de invitados era un mar de lágrimas. Y Víctor, que el próximo 27 de noviembre, publica un libro en el que relata alguno de estos pasajes y recuerdos, también.
“Para mí —dijo Natalia mirando al novio— sigues siendo ese niño. Sigues siendo ese niño perseverante que persigue sus sueños, que no juzga, que aprende a tocar el piano o lo que le echen, que montan mil grupos, que se ilusiona, que crea que ríe a carcajadas, que ve en cada fallo una oportunidad. Y es que yo siempre he dicho que que las personas no somos lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa. Y creo que es más que evidente que lo que tú has hecho con lo que te ha pasado y con lo que te pasa es como mínimo, para sentirse orgulloso de ti mismo”.
“Después de todo lo vivido y de un noviazgo de amor adolescente que duró seis años, lo dejamos por fin”, atajó la que entonces era la chica del actor, en la realidad y la ficción, para parar el llanto y despertar la carcajada. “Empezamos a vivir por separado, pero siempre sabiendo que estábamos ahí el uno para el otro. Para mí, eres un hermano de vida. Fuiste el primero al que llamé para contarte que estaba embarazada antes que a mis padres. Desde una cafetería de Edimburgo. Compartimos las lágrimas de emoción…”.
“Hoy, sin duda, faltan dos sillas muy especiales y muy importantes: la de tu madre Meli y la de Tito, tu padre, con quien he compartido toda mi adolescencia y quienes, a su manera, también ejercieron de padres conmigo, igual que lo han hecho mis padres contigo (...) No sé si te acuerdas de que mis padres, en un momento muy complicado, se plantearon adoptarte. Eso sí que hubiera dado para una serie, verdad?”, reveló Natalia mientras Víctor asentía emocionado.
Y con los años, apareció Ana. “Y cuando me hablaste de ella —continuó Natalia—, no me sorprendieron los halagos y las palabras que tenías hacia ella… Lo mucho que gustaba su forma de ser, su carácter, su voz, lo increíble que era… Lo que más me sorprendió fue ver cómo te hacía sentir, porque te hace sentir en casa. Y eso me hace muy feliz. Me siento muy orgullosa de ti, de este momento que estás viviendo y que tanto te mereces. Estoy orgullosa de formar parte de tu vida, de poder seguir acumulando recuerdos y de poder seguir acompañándote en el camino, aprendiendo de ti y contigo. Os quiero muchísimo”.
Y en ese momento, Ana ya no es que llorara como una magdalena, es que era un auténtico torrente. Y Natalia. Y Víctor. Y todos también.