Los árboles genealógicos sorprenden por las relaciones insospechadas que evidencian. En plena celebración por la concesión del Premio Cervantes a Álvaro Pombo, el apellido del prestigioso escritor cántabro ha sonado muy familiar a todos los fanáticos de las redes sociales y de los influencers que triunfan. Y sí: María Pombo, la ‘reina’ cibernética de nuestro país, de treinta años, y el laureado escritor, de ochenta y cinco, son familia, aunque les separan dos generaciones de fascinantes historias. María Pombo y el autor de novelas tan imprescindibles como El metro de platino iridiado, Donde las mujeres, o la deliciosa El héroe de las mansardas de Mansard, comparten raíces y, cada uno a su manera, la pasión por narrar historias ya sea con una prosa excepcional plasmada en papel, ya sea con la inmediatez y el apoyo gráfico al que obligan las redes.
Érase una vez en Cantabria
María Pombo cuenta con tres millones doscientos mil seguidores, solo en Instagram. Su poder se afianza con la incursión en redes de Lucía y Marta, sus hermanas mayor y mediana. Entre las tres, suman casi cinco millones de fanáticos a los que les encanta saber de sus viajes, su vida familiar, su estilo y sus propuestas estilísticas. Las tres aman Cantabria, la cuna de su linaje, la tierra que las inspira y a la que siempre vuelven, como ha inspirado a lo largo de más de seis décadas, de infatigable amor por la escritura, a Álvaro Pombo, el prolífico autor que el próximo 23 de abril acudirá al Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares para recibir, de mano de los Reyes de España, el galardón más codiciado de las letras en nuestro país.
Álvaro Pombo y García de los Ríos nació en 1939 en el seno de una familia aristocrática –es descendiente de Juan Pombo Conejo, marqués de Casa Pombo, y de la beata Rafaela Ybarra de Vilallonga–. Sus padres eran Cayo Pombo e Ybarra y Pilar García de los Ríos y Caller. Intentemos desentrañar en las siguientes líneas el grado de parentesco que comparte Álvaro Pombo con las mediáticas hermanas Pombo, aunque esto parezca un galimatías que precisaría para desentrañarlo adecuadamente de un árbol genealógico, como el de los Buendía en Cien años de soledad.
Cayo Pombo era hijo de Cayo Pombo y Ana Caller, más conocida por el apellido de su primer esposo, y una mujer de vida apasionante, como veremos más adelante. Pues bien, el abuelo de Álvaro Pombo tenía un hermano llamado Juan. Este Juan es el tatarabuelo de las hermanas Pombo. Por lo tanto, los abuelos del escritor eran tataratíos de María Pombo. Respiremos antes de continuar.
No es esta la única relación que tienen las hermanas Pombo con el mundo de la alta literatura española. Su tatarabuela, su ‘tata’ –como la llamó Lucía Pombo en la docuserie sobre su vida familiar, Pombo– fue nada más y nada menos que Concha Espina, la santanderina que demostró que una mujer nacida en el siglo XIX podía defender su pasión por las letras con inteligencia y rigor. Creó un Salón Literario, en la calle Goya, que se celebraba los miércoles y al que acudían grandes literatos como Rafael Cansinos Assens. Además, por su obra –quizá La esfinge maragata (1914) sigue siendo la más conocida–, su nombre fue contemplado tres veces consecutivas como candidata al Premio Nobel (en 1926, 1927 y 1928). María Pombo ha presumido con orgullo de su estantería en la que conserva con todo cariño parte de la obra de Concha Espina.
Concha Espina se casó en 1893 con Ramón de la Serna y Cueto. Tuvieron cinco hijos: Ramón (también escritor y quien para distinguirse de Ramón Gómez de la Serna se autodenominaba como ‘el otro Ramón’), Víctor, José, Josefina y Luis. El segundo de sus hijos, Víctor, prestigioso periodista, fue el bisabuelo de las hermanas Pombo.
Carne de influencer
Ya sea por parte de Concha Espina, ya sea por su relación con Ana de Pombo, María Pombo era ‘carne de cañón’ para hacer de la palabra, la moda y la imagen su modo de vida. Lo lleva en la sangre y en la historia familiar. Vamos a detenernos en la fascinante historia de Ana Caller, más conocida como Ana de Pombo. Abróchense los cinturones, porque su vida es vertiginosa y tremendamente atractiva.
Si bien no guarda lazos de sangre con María Pombo –fue la esposa del tatarabuelo de María–, la leyenda en torno a esta mujer fascinante seguramente caló muy hondo en la concepción de la vida, y en el espíritu emprendedor, de las mujeres Pombo. Cántabra por los cuatro costados, nació con el siglo XX (en 1900) y murió ochenta y cinco años después dejando a su paso por la Tierra un halo de leyenda y excentricidad. ¿Cómo pudo pasar de La Cavada, una población de poco más de mil habitantes, a París para convertirse en la secretaria personal de Coco Chanel? Álvaro Pombo se inspiró en su abuela para escribir Un gran mundo, aunque a la protagonista de su novela la llama Elvira, el nombre de su bisabuela, y de su tía abuela. Narcisista y lunática, la Elvira de la novela se casa tres veces y acaba en París. Cualquier parecido con la realidad vital de Ana de Pombo no es pura coincidencia. En la Real Academia de la Historia podemos leer una breve biografía de esta mujer que nos deja con los ojos como platos. ¿Cómo pudo hacer tanto y tan variado a lo largo de su vida?
Se casó a los diecisiete años con Cayo Pombo Ybarra, abuelo de Álvaro Pombo. El matrimonio duró doce años, durante los cuales nacieron sus dos hijos en común, Cayo y Álvaro, y se disolvió en París, en 1924. Con su hermana Elvira fundó Elviana, una casa de modas que contó con el apoyo de la Reina Victoria Eugenia y cuya existencia llegó a los oídos de la siempre atenta Coco Chanel. Madame Chanel, asesorada por su director de publicidad, el conde de Koutosoff, la incorporó a su equipo como secretaria y directora de las filiales de Chanel en Biarritz y Deauville. Sin embargo, algo sucedió entre ambas mujeres fuertes –Ana jamás logró desprenderse de la fama de excéntrica– que provocó que en 1936 su relación profesional y personal se tambalease. Al parecer, Coco Chanel llegó a demandarla, pero Ana de Pombo aseguraba que seguían siendo ‘muy buenas amigas; ella viene a verme cada verano que llega por estas costas malagueñas de Marbella y recordamos los viejos tiempos triunfales como si fuéramos generalas en excedencia’.
Tras su paso por Chanel, Ana de Pombo se puso al frente de Paquin, una casa de moda creada por Jeanne Paquin, que logró un gran éxito y abrió filiales en Londres y Buenos Aires. Ana de Pombo no solo diseñaba, sino que inventó un tejido elástico, precursor de la lycra, llamado ‘cianomo’. Para valorar la fama de Ana de Pombo, basta con un par de datos: en 1947, cuando Eva Perón visitó España, ella fue la encargada de vestirla durante su visita al Palacio Real. Además, hizo sus incursiones en el mundo del Séptimo Arte y llegó a trabajar con estrellas como la mexicana Dolores del Río. Además, como muchos de los vestidos que vendían era de inspiración flamenca, Ana de Pombo no dudó en enfundarse en ellos y mostrar su habilidad para el baile.
Se definía a sí misma como ‘la loca, la tonta, la saltimbanqui’, bailaba e interpretaba piezas de Albéniz, Falla y Granados con lo que su amigo, el genial Jean Cocteau, calificaba como ‘castañuelas científicas’. Se casó dos veces más: la segunda con el arquitecto uruguayo Fernando Capurro y la tercera con otro arquitecto, en este caso argentino, Pablo Olivera Ramos-Mejía, veintidós años más joven que ella. Con él se instaló en Madrid y fundó, en 1951, Tebas, un espacio de decoración, moda y estilo de vida, algo único y vanguardista en la España de los años cincuenta. Precisamente, en esa década, y en las siguientes, comenzó a escribir con especial fervor sus libros de poesía y su autobiografía, Mi última condena, un libro que sirve de escaparate para adentrarse en el mundo de la moda a partir de los años veinte del siglo pasado. La abuela de Álvaro Pombo, y tataratía política de María Pombo, sin duda forjó un hito en la historia de la moda española. Ahora, las Pombo han llegado para instalarse en ese nicho que creó la mujer con la que comparten el apellido.
Álvaro Pombo llegó a la comparecencia con los medios, tras conocerse la noticia de que se le otorgará el Premio Cervantes, en silla de ruedas, pero con un humor excelente. Él, que ha hecho de la escritura su vida y su tabla de salvación –también ha ayudado a otros a que encuentren en la palabra un salvavidas y durante años llevó un taller de escritura creativa en Proyecto Hombre–, soltó una frase irónica ante los medios que parece más propia de un ‘influencer’ del siglo XXI, que de un autor consagrado, pero Álvaro Pombo siempre ha hecho del sarcasmo un recurso literario: ‘Cervantes era un pringado que solo tenía el talento, la gracia, el humor, pero tuvo una vida perreada’. Sin embargo, en abril hablará en su discurso de la ‘fenomenología de la fragilidad’. Por mucho que estemos en la cresta de la ola, los Pombo saben surfear por las circunstancias más adversas. Si no que se lo pregunten a María, que mantiene la sonrisa a pesar de los reveses que ha sufrido su salud.