Hay subastas que pasan desapercibidas y otras que, por las cifras que se manejan o por el valor histórico de las piezas que se ofrecen, se convierten en una atracción mediática, para los que no pueden pujar; o en una obsesión para aquellos que disponen del capital preciso y de la pasión por el coleccionismo. El pasado 14 de noviembre, en el corazón de Suiza, la prestigiosa casa de subastas Sotheby’s, ofreció a la flor y nata mundial una pieza única por un precio de salida de un millón doscientos ochenta mil euros… que acabó cerrándose en cuatro millones y medio de euros. ¿Qué se subastó y quién se llevó a casa el objeto subastado? La primera pregunta tiene respuesta inmediata: el espectacular y fulgurante collar Anglesey, una joya de origen dudoso, pero que podría haberse diseñado con algunos de los diamantes del collar más famoso del planeta: aquel por el que María Antonieta acabó en el patíbulo. Al segundo interrogante, se puede contestar solamente con vaguedades: que si fue una mujer enigmática, que peleó enérgicamente por hacerse con la joya por medio de una llamada telefónica; que si aseguró que estaba “extasiada” ante la belleza y la historia del collar, que si…
Dejando de lado, por el momento, las hipotéticas vicisitudes que pasó esta joya a lo largo de los siglos, y olvidando el valor histórico y sentimental del mismo, en el plano de lo estrictamente material su valor es astronómico. Andrés White Correal, el colombiano que trabaja como director internacional de negocios del departamento de joyería de Sotheby’s, ha estado detrás de esta apasionante operación. White Correal tiene sobrada experiencia en este tipo de subastas de joyas que cortan la respiración. Además de este hito, entre sus logros se encuentra el haber vendido hace una década el mítico collar Hutton-Mdivani, con veintisiete esferas de jade, por unos veintisiete millones de euros.
Regresemos al collar Anglesey, también conocido como Bicentenario, y reproduzcamos lo que White Correal apuntaba en el dossier de la puja: "Independientemente del lugar exacto, el año o la identidad de quien encargó esta magnífica joya, es innegable decir que es de la máxima importancia histórica y de una belleza deslumbrante. Es una obra maestra de la era georgiana y una clase magistral de diseño, artesanía e innovación técnica”, amén de su versatilidad, porque se puede lucir siguiendo hasta cuatro técnicas: como épaulette (prendido de un hombro), negligé (colgado de forma asimétrica), a la manera de un clásico chocker o al estilo devant de corsage (es decir, como un broche de tamaño considerable). Está formado por tres filas de diamantes, que contienen trescientas piedras preciosas, y lo rematan dos impresionantes borlas.
Todo lo anterior, más la antigüedad de la pieza (se supone que su origen data del siglo XVIII, y que, dada la escasez de diamantes de aquella época, algunos podrían proceder de la India), justifica parte del precio pagado, pero ¿el valor real asciende a cuatro millones y medio de euros? Como explica White Correal, “existe un nicho en el mercado para las joyas históricas con una procedencia fabulosa… La gente no solo compra el objeto, sino que compra toda la historia que está asociada a él”. Y la historia engarzada a esta joya es de suma importancia.
El asunto del collar de María Antonieta
Diez meses después de la ejecución de Luis XVI, María Antonieta caminó con una extraña serenidad hacia su destino: la guillotina. Era el 16 de octubre de 1793, cuando apareció en la plaza de la Revolución (hoy en día llamada la plaza de la Concordia) acompañada por su verdugo, Henri Sanson, curiosamente el hijo del verdugo de su marido, Luis XVI. María Antonieta se había vestido con un sencillo vestido blanco, le habían cortado su larga cabellera, y tenía las manos atadas a la espalda. Nada en ella recordaba al esplendor y ostentación que presumía años atrás. La leyenda dice que le pidió perdón a Henri Sanson, porque al subir al cadalso lo había pisado sin querer.
Quince minutos después de las doce del mediodía de aquel funesto día, Henri Sanson sostenía entre sus manos la cabeza cercenada de María Antonieta y la mostró a todos los congregados bajo el perturbador grito de “Viva la República”. ¿Por qué la esposa de Luis XVI se ganó la animadversión de los franceses? Estaba en el momento incorrecto en el lugar incorrecto. Mientras los cambios que propugnaba la Revolución Francesa irrumpían con fuerza, María Antonieta de Austria, decimoquinta hija del emperador Francisco I, cumplía con su destino: a los catorce años la casaron con el entonces delfín de Francia, el futuro Luis XVI. La intención era estrechar lazos entre el imperio austrohúngaro y Francia, pero nunca fue bien recibida ni querida en la Corte.
Junto a su esposo, ascendió al Trono galo el 10 de mayo de 1774, pero ni soplaban vientos monárquicos por la Vieja Europa, ni María Antonieta contó con los mejores asesores para ganarse a su pueblo. De “Madame Déficit” a “Loba austriaca”, el número de apodos que la adjudicaron eran directamente proporcionales al rechazo que los súbditos sentían por ella. Las críticas se debían a los excesivos gastos que realizaba con el dinero de las arcas públicas, según las denuncias de la época, pero también a la presunta influencia que ejercía sobre su esposo para favorecer a los austriacos.
Cuando Luis XVI y María Antonieta a punto estaban de cumplir una década como Reyes de los franceses, estalló el famoso Asunto del Collar (y de aquí la importancia de la pieza recién subastada en Sotheby’s), del que el mismísimo Napoleón afirmó, años después, que había sido el detonante de la Revolución Francesa. En julio de 1985, Bohmer, un joyero de gran prestigio en la Corte, reclamó a la Reina un millón y medio de libras por el collar que presuntamente le había sido encargado por el cardenal de Rohan, en nombre de la Soberana. Ella negó semejante encomienda y quiso condenar al cardenal por señalarla como culpable de ese despilfarro en tiempos de crisis. Al final, la verdad salió a la luz: ni el cardenal ni ella eran culpables, sino dos estafadore: Jeanne Valois de La Motte, una aristócrata venida a menos que se negaba aceptar su suerte, y su marido.
A pesar de este giro en la investigación, María Antonieta no logró limpiar su nombre. Su desprestigio, y por ende el de la Monarquía, alcanzaron un punto insostenible que desembocó en todo el horror y sangre derramada posteriores: la condena a muerte al Rey, el encarcelamiento de María Antonieta, el juicio y su ejecución pública.
El origen de un collar 'sangriento'
Del collar original, creado por las malas artes de Jeanne Valois de La Motte, poco se sabe. Al parecer, los diamantes que lo formaban se vendieron en el mercado negro. Sin embargo, y he aquí la actualidad de la nota, expertos joyeros sospechan que por su calidad y por su antigüedad muchos de esos diamantes se incorporaron al collar Anglesey. Este proviene del joyero de Marjorie Paget, marquesa de Anglesey. Según Pablo Milstein, investigador y maestro joyero, “no está claro si el modelo fue tomado del famoso collar de María Antonieta, que le costó la cabeza. Parte de aquellos diamantes ya los había comprado la nobleza inglesa, por lo que a lo mejor este simplemente está inspirado en aquella pieza”.
Sea lo que fuera, la marquesa de Anglesey presumió de su collar en momentos emblemáticos como las coronaciones de Jorge VI e Isabel II. Con una longitud de sesenta y siete centímetros y un peso de trescientos quilates, esta joya en forma de cordón jamás ha logrado deslindarse de su apasionante historia. Cuando lo vendieron los Anglesey, esta pieza solo se volvió a ver en dos ocasiones. En 1959, en la exposición The Ageless Diamond Loan, en Londres; y veinte años después en la Exposición del Bicentenario del Museo Americano de Historia Natural. Entonces, se aportó algo de luz sobre su misterioso origen: al parecer, el Rey Jorge III lo encargó en 1776 –un año después de que estallara el Asunto del Collar de María Antonieta– y se lo regaló a la duquesa de Marlborough.
En 2024, una enigmática mujer de nombre desconocido lo ha comprado. El mismo día que el collar Anglesey cambiaba de propietario por cuatro millones y medio de euros, Sotheby’s subastó otras históricas joyas, como un alfiler de corbata que perteneció al zar Fernando I de Bulgaria y que alcanzó el precio de quinientos cincuenta y dos mil euros. Las joyas tienen vida propia y sus historias se suman a las historias de sus propietarios generación a generación.