El próximo 20 de noviembre, se cumplirán diez años de la triste pérdida de Cayetana Fitz-James Stuart. Sin duda, la recordada XVIII duquesa de Alba es una figura histórica e irrepetible. Al acercarse este aniversario, Cayetano Martínez de Irujo quiso estrenar un kilt que ella le regaló y lo hizo en una boda, a la que acudió a mediados de octubre, en Asturias. De esta forma, el duque de Arjona rindió un homenaje a su madre y también a sus raíces escocesas, como explica ahora a ¡HOLA!, antes de compartir sus recuerdos con ella y reivindicar su figura.
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—Un 'kilt' muy especial para usted.
—Sí, me lo trajo mi madre de un viaje que hizo a Escocia, con mi hermana Eugenia. No se lo pedí, como han publicado. Ella me preguntó qué quería que me trajera y yo le respondí que lo que ella quisiera. Fue un regalo, una sorpresa.
—¿Cuándo se produjo ese viaje?
—Unos tres años antes de morir. Fue uno de sus últimos viajes. En Escocia, mi madre fue a la tienda principal de kilts y pidió uno rojo. Entonces, le dijeron que el rojo solo lo podía llevar un miembro de la Familia Real escocesa. Tuvo gracia, porque mi madre enseñó el pasaporte y dijo que era la duquesa de Alba, descendiente directa de María Estuardo y Jacobo II de Inglaterra. Entonces, le vendieron toda la indumentaria real, con la daga, el bolsillo de delante —el sporran— y todo.
—Alucinarían en la tienda.
—¡Claro! (ríe). Desde entonces, lo tenía todo guardado en una caja. Cuando mi amigo Alfonso Bayona me invitó a su boda y me pidió ser testigo, pensé en ponérmelo. No me gusta el chaqué y no tengo porque, en el reparto de la ropa de mi padre, me tocaron dos esmóquines. El chaqué fue para mi hermano Alfonso o Jacobo, no recuerdo bien. Por eso, estrené el kilt.
—Un bonito homenaje a su madre.
—Tengo un recuerdo tan vivo de ella… Además, la gente me la recuerda continuamente, porque es verdad que ha recaído su legado humano en mí. Mi madre me lo dijo: "Prepárate, porque vas a heredar mi legado humano". Y no se equivocó en nada. Noto el cariño de la gente y la simpatía. Para mí, es la figura femenina más importante del siglo XX y principios del XXI de España, junto con Lola Flores. Lola representaba el mundo artístico y mi madre, la sociedad en general.
—¿Por única e icónica?
—Exacto. Vaya donde vaya, la gente me la recuerda constantemente y es un orgullo.
—¿Cómo recuerda a su madre?
—Con mucho amor, mucha admiración y un gran aprendizaje, porque tenía una inteligencia natural. En mi vida, me he encontrado a dos personas con esa inteligencia: Amancio Ortega y mi madre. Quizá una tercera, pero más en plano político, sería Felipe González. Haber tenido la suerte de ser su hijo y heredado bastante de ella es un orgullo.
—¿Qué valora más de su madre?
—Cómo fue capaz de compaginar lo que lo hizo y con la enorme responsabilidad de emperatriz, entre comillas. Así la defino yo, porque heredó un imperio y nunca dependió de nadie. Al contrario, mucha gente dependía de ella y ayudó a mucha. Supo ser Cayetana y, a la vez, ser duquesa de Alba y poner más de relieve a la Casa de Alba de lo que siempre ha estado.
—Hoy se habla mucho del empoderamiento de la mujer. Su madre fue una adelantada.
—Cuando ella me puso al frente del patrimonio y de toda la Casa, los últimos cinco años de su vida, me encontré una situación muy, muy complicada. Tuve que hacer unos cambios muy grandes y ella se adaptó. No se había hecho prácticamente nada, a nivel estructural, de la Casa en los 50 años anteriores, desde que murió mi padre.
—¿Se lo reconoció a usted?
—Me dio el ducado de Arjona. No recuerdo un título que se haya dado por merecimiento, a no ser los impartidos por el Rey... Quitando alguno de la era moderna, como a Vicente del Bosque, creo que es el único título por merecimiento. Los demás se han heredado o se los han quitado unos a otros.
Recuerdos y lecciones
—¿Qué recuerdos guarda de su infancia con su madre?
—Muchísimos. Como las fiestas navideñas en casa, a las que venían todas las familias, las infantas y el príncipe Felipe… También en San Sebastián. Cuando nació Eugenia, ya pasó más tiempo en Marbella y nos llevaba. Tengo un recuerdo maravilloso de mi padre, que fue la gran pérdida de la Casa. La gran pena fue que muriese tan joven, que mi madre sufrió mucho y se quedó muy desestabilizada.
—¿La mejor lección que ha aprendido de su madre?
—Su humanidad, que era tremendamente humana. También el ayudar a los demás, siempre que se pueda. Eso fue lo más bonito que me enseñó y la verdad es que lo llevo impregnado.
—¿Cómo recuerdan sus hijos a su abuela?
—Con una gran admiración. Gracias a Dios, tienen un recuerdo muy vivo de ella. Tenían 13 años cuando murió. Solo que no estuvieron en sus últimos momentos. Estaban en un colegio en Inglaterra, pero se despidieron de ella.
—¿Planea hacer algo especial por el décimo aniversario?
—Voy a hacer la Misa que hago todos los años, desde el año siguiente a su fallecimiento.
—¿Estarán sus hermanos?
—¿Usted ha visto a mis hermanos en la Misa algún año?
—Quizá, este año, todos pensaban hacer algo especial…
—Pues no lo sé… Usted me dirá. Se ha hecho la Misa, estos últimos nueve años, acompañado por Bárbara y, cuando han podido, mis hijos y Genoveva. También han venido los verdaderos amigos de mi madre: los doctores, Curro Romero, Carmen Tello… ¿Este año? ¿Qué quiere que le diga?
—Entonces, quien se quiera sumar, será bien recibido.
—Exacto. No sé si, de repente, sucederá algo este año…
—Se había dicho que, en los últimos tiempos, había mejorado la relación con sus hermanos.
—Bueno, vamos a dejarlo ahí.
"Voy a hacer la Misa que hago todos los años, desde el año siguiente a su fallecimiento"
—¿En qué momento se encuentra usted ahora mismo?
—Con muchísimo trabajo. Estoy desarrollando el proyecto de la plantación del embalse que he construido en la finca. Es un proyecto agrícola enorme y estamos trabajando muchísimo. Venimos de una situación difícil, tras la sequía de la campaña anterior. Es un momento muy difícil económicamente, pero lo estamos sacando adelante. Me encuentro solo, con muchas dificultades económicas, mucho trabajo y mucho esfuerzo.
—Genoveva cumple ahora años. ¿Cómo se encuentra ella?
—Acaba de ser su cumpleaños y se encuentra muy bien.
—Lleva muchos meses de perfil bajo. ¿Sigue trabajando con usted en la finca?
—De este tema no vamos a hablar. Ella está muy bien.
—Por último, ¿cómo se encuentra Bárbara?
—Muy bien. Es el amor de mi vida. Nunca había conocido a alguien tan afín y tal igual a mí en todos los sentidos.