Hubo un vestido, solemne y sofisticado, para ir al altar y jurar un compromiso para toda la vida; hubo otro, con más fantasía y romanticismo, para hacer partícipes a todos sus familiares y amigos de su cuento de hadas, de la declaración de amor a su príncipe azul… Y, como no hay dos sin tres, también hubo un tercero, el último, que fue como una declaración de intenciones: que el amor todo lo puede. Incluso ser joven y feliz para la eternidad. Ana Guerra volvió a confiar en Rosa Clarà para completar el triángulo de sus outfits nupciales, ése con el que Ana Guerra era más Ana Guerra que nunca. O, al menos, ésa Ana, artista, desprejuiciada, divertida, inquieta y fashionista que no deja de lado la ternura y la dulzura tras el 'sí, quiero', pero que no duda tampoco en soltarse la melena, enseñar pierna y, de un salto, echarse en los brazos de su chico.
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“Los tres vestidos representan muy muy bien lo que soy”, nos contaba la cantante cuando nos daba las claves de cómo eran cada uno de sus diseños y el porqué de su elección. Que uno respondía a esa faceta más seria y responsable, también, más pura, más elegante, más de valores y creencias; que otro representaba esos sueños de la infancia, ese ideal tierno y amoroso de los relatos de Hans Christian Andersen o Perrault… Y por último, ése momento loco que todos tenemos, quizás más extravagante, más original, más fuera de la norma e iconoclasta que, por tanto, lleva consigo un patrón más juguetón y divertido. Ése es el objeto de esta crónica: el mono con el que Ana se mostró como una mujer que “a través de la moda, también apuesta por la comodidad y el desenfado”. Un diseño para sentirse “libre”. Llegaba la fiesta. Su fiesta. Y en ella “no quería estar preocupada”, pero sí dar la versión más resuelta “y pura de mí misma. Yo, al cien por cien”.
Todos esos adjetivos para describir su torrente de sensaciones se plasmaron en un patrón que destilaba modernidad y frescura sin dejar de ser sofisticado y/o adecuado para una recién casada. Se trataba de un mono corto, a medio muslo, completamente ajustado y confeccionado en encaje y pedrería. Con dos detalles claves además: cuello alto estilo halter y ausencia de mangas. De manera que dejando los brazos, los hombros y la espalda al descubierto, era sexy pero no provocativo. Por último, cada costura se remataba con detalles de cristal. Y por si fuera poco, para completar el look, un par de zapatillas deportivas con aire seventies diseñadas por la propia Ana Guerra.
“Jamás había tenido la idea de… ¿un mono? De hecho, la idea del mono surgió porque no sabía qué ponerme después del segundo vestido y comenzar la fiesta tras el primer vals juntos. Lo único que sabía es que quería estar cómoda… Cuando me metí en la web de Rosa y ví a una modelo sentada con un mono dije: eso es lo que quiero! ¡ya está! ¡Lo tenemos!”, relata la cantante.
Y sí, era perfecto. Con él, la princesa enfundada en encaje joya francés de minutos antes nos mostraba ahora su lado más salvaje. Porque se puede creer en el amor y escribir victor con un corazón en vez del punto de la 'í' pero, al mismo tiempo también, enloquecer al ritmo del DJ Alvaro Vaquero, comerse unos perritos con mucho ketchup y cruzar los brazos para brindar y beber de la copa de margarita de tu marido. Y sin dejar de ser chic. Ana lo consiguió con, además, los pertinentes cambios de maquillaje y peinado: ojo más ahumado y melenób suelto. Había que bailar, saltar y desmelenarse. Lo de ser una esposa hacendosa, como decía Escarlata O’Hara, ya lo pensaremos mañana. O nunca.