Myriam de la Sierra Urquijo vela por la memoria de los marqueses de Urquijo, cuarenta y cuatro años después del espantoso crimen que terminó con la vida de sus padres. Los tribunales le han dado la razón y han prohibido el uso de unas fotografías que impactan por su crudeza: las de sus padres acribillados a tiros y muertos en su cama. Nadie les alertó de su destino. Aquella noche, Boli, su caniche, no ladró. En 2012, Myriam y su hermano Juan interpusieron la demanda tras la emisión de la miniserie Caso Urquijo. Esas imágenes reproducidas hasta la saciedad les dolían en el alma: se trataba de una intromisión salvaje al epicentro de su dolor. Según ha adelantado el diario ABC, el Juzgado de primera Instancia e Instrucción número 3 de Colmenar Viejo ha dictado una sentencia firme y ha concluido que “el hecho de que el suceso sea de interés general, no puede suponer una patente de corso para el uso indiscriminado de imágenes tan sensibles como las que aquí nos ocupan […] aunque en su día se publicaran las fotografías y que las mismas fueran difundidas en multitud de medios no puede dejar desamparada a la ahora actora cuando, más de cuarenta años después, y con la evolución social que se ha producido, ésta alegue una vulneración de sus derechos a la intimidad personal y familiar porque las mismas se siguen utilizando en productos audiovisuales de reciente creación”.
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Myriam de la Sierra Urquijo ha recibido la noticia, pero la satisfacción no es completa: su hermano Juan, con el que emprendió esta batalla legal, no ha podido ver cómo la Justicia les daba la razón. Ni Myriam ni Juan buscaban compensación económica con su demanda. No hay millones que paguen su dolor. De hecho, la sentencia les concede una cantidad simbólica, cinco mil euros como indemnización. En realidad, su lucha iba por otra vía: la de la preservación y cuidado de la imagen de sus padres, a quienes la muerte violenta les sorprendió mientras dormían. Su lucha se emprendió para defender su derecho a olvidar las instantáneas más amargas de sus vidas.
Cuatro décadas de preguntas
La vida de Myriam y Juan de la Sierra Urquijo cambió para siempre cuando el 1 de agosto de 1980 alguien entró en el chalet familiar de Somosaguas –inmueble de más de mil metros cuadrados que se puso a la venta en enero de 2024 por tres millones de euros– y asesinó a sangre fría a María Lourdes de Urquijo y Morenés y a su esposo, Manuel de la Sierra y Torres.
Myriam de la Sierra Urquijo escribió muchos años después, en 2013, el libro ¿Por qué me pasó a mí?, en el que narraba todo el horror vivido. Al asesinato de sus padres hay que sumarle el nombre del principal sospechoso, Rafael Escobedo, con quien ella se había casado en 1978. “No he podido volver a subir esas escaleras –relataba Myriam en sus memorias–. En cuanto lo intento, nada más poner un pie en el primer peldaño, el olor a sangre vuelve a apoderarse de mí”. Sangre, pólvora, desolación… Eso fue lo que se encontraron los hermanos De la Sierra Urquijo en el que había sido un hogar acomodado y tranquilo. Después de aquello nada volvió a ser lo mismo. Además de encarar la muerte violenta de sus padres, y de digerir la posible autoría de Rafael Escobedo, sobre Myriam y Juan recayó un alud de sospechas que les dañaban especialmente. Sufrieron un juicio paralelo en el que hubo quien les señalaba con el dedo acusador sin presentar pruebas al respecto. La justicia consideró infundadas todas esas habladurías. Desde los ochenta, Juan prefirió situarse en un segundo plano, alejarse de España (vivió en Panamá) y en muy pocas ocasiones concedió entrevistas. En una de ellas, a Julián Lago, director de Tiempo, verbalizó su mayor sufrimiento y el de su hermana: el hecho de haber sido convertidos por algunos como sospechosos de parricidio: “Es terrible que alguien pueda pensar tal atrocidad. Mi hermana y yo les adorábamos y mis padres lo mismo. Hablan de la herencia, de cosas oscuras. Terrible, terrible”.
En marzo de 1990, Myriam de la Sierra Urquijo confesó a ¡HOLA!: “Prefiero olvidar”. Sin embargo, a diez años de la muerte de sus padres, el olvidar era difícil, porque los acontecimientos se sucedían como una cadena turbia y triste de la que no podían desprenderse. En julio de 1983, la justicia declaró culpable a Escobedo del doble asesinato de sus suegros y lo condenó a cincuenta y tres años de prisión. La sentencia fue confirmada, dos años después, por el Tribunal Supremo. Sin embargo, en la misma había un matiz que no pasó desapercibido. En ella, se podía leer que Rafael Escobedo había cometido el crimen “por sí solo o en compañía de otros”. ¿Quiénes eran los otros? ¿Hubo otros? ¿Por qué una o varias personas se confabularon para tamaña atrocidad? En 1988, Rafael Escobedo, que siempre defendió su inocencia, se suicidó en la prisión de El Dueso. “No cabe duda –reveló Myriam en nuestras páginas hace más de tres décadas– de que tengo cierto sentimiento de culpabilidad por haber estado casada con Rafael Escobedo. No porque me sienta responsable de sus actos, sino porque es muy duro saber que has estado casada con el asesino de tus padres”.
Las pistas que llevaron a Escobedo
Los expedientes de la investigación del doble crimen ocupan más de tres mil páginas. El 'Caso Urquijo' se analizó por todos los ángulos. El día 1, el chófer de los marqueses llegó a la casa a eso de las nueve de la mañana y la cocinera, Florentina Dhismey, le comentó que le resultaba muy extraño que no hubieran bajado a desayunar. Marcaron por una línea interna a la habitación, ubicada en la primera planta, y no obtuvieron respuesta. Entonces… subieron y se encontraron los cadáveres de los marqueses. De inmediato, llamaron a la Policía y esta fotografió la escena del crimen, unas imágenes que se reprodujeron por doquier y que hoy Myriam ha conseguido que dejen de circular.
Después de meses de exhaustivas investigaciones, un niño encontró en el pantano de San Juan una pistola que coincidía con la que se había empleado para el asesinato de los marqueses. El arma estaba registrada a nombre de Miguel Escobedo, el padre de Rafael. Después, la policía halló en casa Miguel Escobedo Gómez-Martín unos casquillos de pistola que podrían coincidir con los usados contra los marqueses de Urquijo. Escobedo fue detenido el 8 de abril de 1981 y poco a poco se fue destejiendo la complicada cronología del doble crimen que aún hoy se recuerda como uno de los más mediáticos y misteriosos de la Transición.
Según se reveló tiempo después, en la madrugada del día 1, Rafael Escobedo le pidió a un amigo, Javier Anastasio de Espona, que lo acompañase a casa de sus suegros, para ver a su cuñado. Aunque a Javier Anastasio le extrañó la petición –pensaba que Juan estaba en Londres estudiando un máster– le acompañó a bordo del SEAT 1430 rojo, que conocían bien los vigilantes de la urbanización de los marqueses. Una vez llegados a este punto, las versiones difieren notoriamente. En su día, Escobedo llegó a culpar a Javier Anastasio de Espona quien, por otra parte, logró eludir a la justicia. El 21 de enero de 1988 se iba a celebrar su juicio como coautor de los hechos, pero un mes antes huyó y durante tres décadas estuvo en paradero desconocido. Jesús Quintero logró entrevistarle en 1990, en Brasil. Veinte años después, en mayo de 2010 se retiran los cargos y se archiva el caso por prescripción del delito. Hubo un tercer implicado, que fue detenido y condenado en 1990 por encubrimiento: Mauricio López-Roberts y Melgar, marqués de Torrehermosa, quien confesó que había prestado dinero a Anastasio para su huida. Fue condenado a diez años de cárcel. La hija de Mauricio, Macarena López-Roberts, VI marquesa de la Torrehermosa, escribió junto a la periodista Angie Calero el libro Honor: las otras víctimas del crimen de los marqueses de Urquijo. El propósito de Macarena era claro: “Quiero desempolvar el caso y devolver a mi padre el lugar que le corresponde. No tuvo nada que ver con los asesinatos, pero pagó caro proteger a su amigo, Rafi Escobedo”.
Aunque con la detención de Escobedo, toda la narrativa del doble crimen parecía plausible –presuntamente, Rafael asesinó a su suegro y, cuando se despertó su suegra, se espantó y también la asesinó, aunque este no era su propósito inicial–, las dudas seguían flotando en el aire. Tanto el psiquiatra García Andrade como la propia Myriam de la Sierra, tal y como contó en sus memorias, no creían a Rafael Escobedo capaz de matar a sangre fría. Les sorprendía enormemente esa frialdad en la ejecución y asesinato, con la personalidad del acusado. De hecho, la escena del crimen parecía más propia de sicarios del crimen.
Por otra parte, las circunstancias de la muerte de Escobedo en su celda incrementaron las dudas. El abogado García Montes, buen amigo de Rafa Escobedo, no quitó el dedo del renglón (para él, la inocencia de Escobedo) durante años: “Nadie me quitará de la cabez que Rafi no se suicidó, le suicidaron. Apareció cianuro en su cuerpo y, según el doctor García Andrade, eso supone que ya estaba muerto o inconsciente”. Van pasando los años y el misterio no acaba de diluirse. Sigue presente. Y Myriam de la Sierra desea olvidar esas escaleras que desembocaban en la gran tragedia que tiñó de rojo su vida.