El próximo 20 de noviembre se cumple exactamente una década de la muerte de Cayetana Fitz-James Stuart, la Duquesa de Alba entonces, ahora y siempre. Cerró los ojos por última vez en su querido Palacio de Dueñas, de Sevilla, a los ochenta y ocho años, rodeada de sus hijos y de su esposo, Alfonso Díez Carabantes, el hombre discreto, prudente y noble que la acompañó durante sus últimos años. En 2014, la duquesa ya había ingresado en el hospital, en junio, para someterse a una revisión rutinaria, pero en noviembre todo se complicó debido a una neumonía que no logró superar. Si vivió como quiso, murió de igual manera. “Por deseo propio” abandonó el hospital el 18 de noviembre y se instaló en su querido Palacio de Dueñas. Allí, pudo despedirse en la intimidad no solo de sus hijos, sino de parte de la historia que se esconde entre los muros del refugio familiar sevillano, erigido desde el siglo XV y custodio de sus vidas y leyendas.
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1. 'Vive y deja vivir'
Amante de lo bello de la vida, Cayetana Fitz-James Stuart vivió con intensidad sin dejar que la vejez ganase la batalla de arrancarle las ilusiones. Hasta el final, jugó, se divirtió, aprendió y sintió con todo el corazón. Quería vivir, pero aceptó con serenidad que ya era su hora, aunque fuese capaz de bromear al respecto con chispa e inteligencia: “Pienso seguir viviendo –dijo en una ocasión–, aunque sea para ver la cara de susto cuando les digo: ‘Os pienso enterrar a todos. Me divierte mucho esa expresión’”.
2. De su nombre kilométrico a sus títulos inabarcables
Tomen aire, porque vamos a recordar el nombre entero de esta inolvidable noble española, Grande de España, que desde la cuna hizo historia: María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva. Si su nombre era kilométrico, sus títulos nobiliarios merecieron un lugar de honor en el Libro Guinness de los Récords: cinco veces duquesa, dieciocho veces marquesa, veinte condesa, vizcondesa, condesa-duquesa, condestablesa, catorce veces Grande de España. Ella los respetó y honró, pero no le pareció nunca que la definieran como persona.
3. De su saber estar siempre
Una de las mayores curiosidades suscitadas por su acumulación de títulos era saber, por protocolo, quién debía realizar una genuflexión frente a quién en caso de toparse con la Reina Isabel II de Inglaterra. Ocurrió y se vio. En 1988, cuando la Reina de los ingleses hizo un viaje oficial a España, se celebró una recepción en el Palacio de El Pardo. Durante el besamanos, se captó a la Duquesa de Alba inclinándose ante la Soberana. Cayetano Martínez de Irujo explicó en un programa el asunto: "Las dos veces que yo sepa que coincidió con ella, una vez la de la imagen [se refiera a la de El Pardo] y otra vez no recuerdo dónde, por supuesto [que le hizo la reverencia]. A mi madre hasta le molestaba que dijeran eso. Para ella una familia real es una familia real".
4. Nacida bajo el influjo de la luna llena
Ella no era Reina, pero 'reinaba' en la Casa de los Alba. Nació en el Palacio de Liria, el 28 de marzo de 1926, bajo una luna llena que auguraba luz y, por qué no, originalidad en su vida. Tras su nacimiento, su padre, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII Duque de Alba, exclamó un entusiasta: “¡Por fin hay una heredera para el ducado!”. El Duque se había casado en 1920 con María del Rosario de Silva y Gurtubay, pero la pareja tuvo que esperar seis años a convertirse en padres. Fue hija única, porque María del Rosario, más conocida por los amigos como Totó, murió muy joven, a los treinta y tres años, después de luchar contra una tuberculosis persistente, que acabó con su vida y que le impidió disfrutar de su única hija como ambas hubieran querido. Para evitar un contagio, Cayetana de Alba tenía prohibido acceder a la habitación de su madre quien, por otro lado, pasaba largas temporadas en Suiza para tratarse de su terrible enfermedad.
5. 'Yo, Cayetana'
En sus memorias, la Duquesa dedicó largas páginas a recordar su infancia y a su padre. “Jamás oí de boca de mi padre la más mínima objeción a que yo fuera mujer. Todo lo contrario…”. Este hecho, hizo que Cayetana siempre fuera una adelantada a su época. No se sintió en la necesidad de demostrar nada, porque de niña su padre le había otorgado seguridad y confianza. “No recuerdo –sigue narrando– en qué momento asumí que era la XVIII Duquesa de Alba, la segunda mujer –después de mi querida Teresa Cayetana, la del retrato de Goya– en llevar ese título”. Pero asumió su destino sin pestañear y lo defendió con una dignidad sin fisuras.
6. De Picasso a Jackie Kennedy: eclecticismo y arte
Cuando la heredera de la Casa de Alba nació, su padre estaba reunido nada más y nada menos que con tres intelectuales de la talla de Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala. Los intelectuales y artistas siempre fueron muy bien recibidos en sus palacios que, por otra parte, eran en sí mismos pinacotecas de un valor incalculable.
La Duquesa de Alba supo apreciar la alta cultura y la cultura popular, una mezcla muy picassiana. Precisamente, en 2009, durante una entrevista que concedió al diario ABC contó una anécdota sobre el pintor malagueño: “Picasso quería pintarme como a la Maja de Goya, pero mi marido [Luis Martínez de Irujo] dijo que no”. “¿Y con el carácter que tiene usted no protestó?”, le preguntaron. “Me hubiera gustado, sentía curiosidad, pero en realidad no me atreví a ir tan lejos por las críticas en aquel entonces. Hoy ha cambiado mucho la vida”, replicó.
En los muros de las residencias de la Casa de Alba cuelgan obras que ya quisieran muchos museos del mundo entero: Picasso, Greco, Zuloaga, Sorolla, Julio Romero de Torres, Goya, Fra Angelico, Rembrant y un largo e impactante etcétera. Hay también, en el Palacio de Dueñas, una obra que llama poderosamente la atención: se trata de una pequeña acuarela que pintó Jackie Kennedy durante una visita que realizó en los sesenta.
7. Enamorada del amor
Un año antes de morir, la Duquesa de Alba publicó un libro titulado Lo que la vida me ha enseñado. En él, esta mujer indómita, que se casó tres veces, y quiso intensamente, revelaba: “La experiencia me ha enseñado que el amor de una mujer entrada en años es igual de fuerte que el de una jovencita […] Aún recuerdo las mariposas en el corazón cada viernes por la tarde cuando esperaba que llegara el Ave a Santa Justa y Alfonso viniera a pasar el fin de semana a casa”.
La Duquesa se casó en tres ocasiones. Con Luis Martínez de Irujo, el padre de sus hijos, estuvo casada de 1947 a 1972, fecha en la que él murió de leucemia. Después llegó a su vida Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate, exsacerdote y editor de un sello tan prestigioso como Taurus, que trabajó a favor de la conservación del legado histórico de los Alba. Doña Cayetana siempre hablaba de él como “el hombre de mi vida”, aunque desafortunadamente se dieron numerosos desencuentros entre Jesús Aguirre y los seis hijos de la Duquesa. Aunque muchos pensaron que esta relación sería algo efímero, se casaron el 16 de marzo de 1978 y disfrutaron muchos años de felicidad, aunque en los noventa se distanciaron. Él falleció en 2001 a los sesenta y seis años, y la aristócrata se sintió profundamente afectada.
Después, apareció en su vida Alfonso Díez, en 2008. Tranquilo, pausado, respetuoso, la Duquesa encontró en él a un amigo, un confidente y compañero. Se casaron el 5 de octubre de 2011. Ella tenía ochenta y cinco años y siguió siendo fiel a su lema de “vive y deja vivir”. El tiempo le dio la razón: Alfonso Díez la cuidó con delicadeza y amor.
8. La soledad
Valiente, segura, confiada… su talón de Aquiles fue su miedo a la soledad, tal y como contó en su último libro: “Odio la soledad. A veces es terrible. Jesús [Aguirre], mi segundo marido, me comentaba que debía de haberlo pasado muy mal en mi infancia porque había cosas que no quería recordar y no me gustaba nada estar sola. (...) Con Alfonso [Díez] he luchado por amor, pero también, supongo, por estar acompañada". Honesta hasta la médula.
9. La importancia de los animales
En su infancia de hija única, con madre enferma, Cayetana (de todos sus nombres, su favorito junto con Eugenia, el que le puso a su hija) amaba sus paseos en poni. En especial, los que hacía sobre uno que se llamaba Tommy: “Tommy fue una señal de lo importante que serían los animales, en general, en mi vida; y especialmente los caballos y los perros, aunque no debo olvidarme de mis pájaros […] A los Alba, nos gustan los perros desde hace siglos […] Mi padre siempre tenía algún perro que llevaba su mismo nombre, Jacobo, un rasgo del humor y de la flema que le caracterizaban”, escribió en sus memorias.
10. Genio y figura
Hasta el final, mantuvo su estilo único y su forma de vivir libérrima. No era fácil, y lo sabía. Sencillamente, era ella: “Suelo salirme con la mía, aunque no me gusta que me den la razón. Prefiero discutir. Tengo muy mal genio, es cierto, pero no soy tan difícil como la gente cree”. La Duquesa de Alba conservó el espíritu joven, la curiosidad y las ganas de vivir, hasta el final. Manifestó con su manera de vestir este mensaje luminoso de “siempre hacia adelante, nunca hacia atrás”: “A mí me encanta la ropa actual. Es muy aburrido vestirse de señora mayor. Me agradan los jóvenes. Los mayores me hunden la moral, porque todo lo encuentran mal”.