El mundo de las monarquías tiene sus singularidades y una de ellas, sin duda, es la que encabeza Mswati III, soberano del Reino de Esuatini (más conocido con su antiguo nombre, Suazilandia), un país de apenas 17.364 kilómetros, ubicado entre Mozambique y Suráfrica. Este país interior, sin costas, no parece tener muchas escapatorias para los que quieren huir de sus fronteras. Mswati III, quien ascendió al trono en 1986 cuando tenía dieciocho años, rige la única Monarquía Absoluta que queda en el continente africano. Nació para ser Rey y se formó para mantenerse en el trono contra todos. En estos días, el Rey Mswati III ha vuelto a ser noticia por su gira europea junto a quien será su decimosexta esposa, Inkhosikati LaNomcebo, hija de Jacob Zuma, presidente de Suráfrica de 2009 a 2018, y quien lo ha acompañado a sus últimas visitas oficiales a Italia y Serbia, antes de partir rumbo a Samoa, donde asistió a la Cumbre de la Commowealth, junto a otros gobernantes como Carlos III, en la recta final de su viaje a las Antípodas.
Durante la estancia en Roma de Mswati, donde participó en el Foro Mundial de la Alimentación, acudió a una audiencia en El Vaticano con el Papa Francisco para presentarle a su prometida. El Rey de Suazilandia no es católico, pero desde hace décadas su país mantiene buenas relaciones con la Santa Sede. A pesar de ser una Monarquía Absoluta, desde el 8 de febrero de 2026 la Constitución del país admite la libertad religiosa. Los suazilandeses en su mayoría, se calcula que un noventa por ciento de la población, son cristianos. En el caso de su Rey, este pertenece a una Iglesia Episcopal.
A lo largo de este viaje, Mswati III, de cincuenta y seis años, ha mostrado al mundo su nuevo amor, de veintiuno. Esta joven de aspecto tímido y reservado ha sabido mirar hacia el suelo y mantener silencio. La noticia de su compromiso trascendió el pasado verano, tras el tradicional Festival de Danza de la Caña, que se celebra en la Residencia Real de Ludzidzini. Durante esta festividad, cientos de adolescentes con trajes tradicionales, que dejan poco a la imaginación, bailan, cortan las cañas y las atan en haces. También sueltan parte de estas cañas frente a los aposentos de la Reina Madre. Se trata, en realidad, de un rito de iniciación en el cual el Rey tiene la opción de elegir a una nueva esposa, como ha hecho en repetidas ocasiones. Muchas familias acceden a que sus hijas adolescentes bailen frente al Rey porque esta es una de las pocas maneras de soñar con la remota posibilidad de escapar de la lacerante pobreza.
Con respecto a la última elección del Soberano, la prensa internacional enseguida se interrogó sobre si no existiría alguna intención política más que amorosa en esta decisión. En cierto sentido, al unirse a la hija del 'ex' presidente de la vecina Suráfrica, y un miembro relevante de la etnia zulú, como ocurría antaño en Europa, el matrimonio podría ser una estrategia para fortalecer alianzas políticas y reforzar así el poder de la Monarquía. Los comentarios en este sentido crecieron con tanta fuerza que un portavoz del palacio tuvo que intervenir y tratar de zanjar la cuestión con un “el amor no tiene ojos para ver ni para contar la verdad”; algo así como el pascaliano 'el corazón tiene razones que la razón no entiende' o el más común de 'el amor es ciego' para justificar el enamoramiento entre el Soberano y la jovencísima hija de Jacob Zuma.
Quince casos anteriores
Se podría decir que las campanas de boda apenas han dejado de repicar en Suazilandia desde tiempos inmemoriales. El padre de Mswati III, Sobhuza II, conocido como El Sol, tuvo la friolera de setenta mujeres, al menos, con las que engendró doscientos diez hijos. Mswati nació en el puesto sexagésimo séptimo y, tras la muerte de su padre de una neumonía, y tras una serie de vicisitudes políticas, ascendió al trono cuando alcanzó la mayoría de edad.
Antes de decidir por sí mismo, Mswati III contrajo matrimonio con dos mujeres, Inkhosikati LaMatsebula y Inkhosikati LaMotsa, elegidas por la Familia Real. No fue hasta la llegada a su vida de Inkhosikati LaMbikiza que el Rey pudo determinar quién sería su esposa. Se casaron el mismo año que ascendió al trono, en 1986. Inkhosikati LaMbikiza, muy comprometida con la lucha contra el SIDA (Suazilandia tiene la prevalencia más alta del mundo entre adultos de 15 a 49 años), ejerce normalmente como reina consorte en los eventos internacionales.
A medida que ha ido creciendo su harén –algo inconcebible en el mundo Occidental–, los problemas y las desgracias no dejaban de crecer en la Corte de Suazilandia. En 2004, dos de las esposas reales, Putsonana LaHwala y Delisa LaMagwaza abandonaron Palacio. La segunda huyó a Londres al parecer enamorada de un ciudadano swazi de veintitrés años. La primera también se escapó el mismo año, pero en su caso a Johannesburgo. Más trágico fue el final de Inkhosikati LaMasango: se suicidó en abril de 2018. Tenía treinta y siete años y arrastraba una depresión agravada por la muerte de su hermana. Había sido profundamente infeliz en la Corte de El Rey León. Según se contaba, durante tres años vivió en una mansión, alejada de Palacio, sin recibir ni una visita de su esposo. Este la había elegido en septiembre de 1999, cuando la joven tenía dieciocho años, en uno de los tradicionales festivales antes mencionados, pero pronto la relegó y terminó como una muñequita rota en palacio. Inkhosikati LaMasango acabó con su vida. Aunque nunca fue bien vista en la Corte, por su actitud rebelde, con los años logró cierto reconocimiento como pintora. De hecho, la subasta de sus pinturas sirvió para recaudar fondos para buenas causas.
Trágica y no exenta de escándalo fue también la vida de Nothando Dube, con quien el Soberano se casó el 11 de junio de 2005. Su belleza llamaba la atención y siendo aún una adolescente había sido finalista del concurso de Miss Teenage Swaziland. En un baile, Mswati III deseó hacerla su esposa. En menos de un año, su deseo se había hecho realidad. Sin embargo, el escándalo saltó cuando, mientras su esposo estaba en Taiwán, fue sorprendida en una situación embarazosa con el exministro de Justicia del Reino, Ndumiso Mamba, en un hotel. Para darle un toque aún más telenovelero al asunto, el ministro había sido amigo íntimo del Rey y ella fallecía años después, en 2019, de un cáncer de piel.
Tras el escándalo de Dube, Mswati III se ha prometido en cuatro ocasiones más. Con Sindiswa Dlamini se casó en agosto de 2014. Un año antes, Timothy Mtetwa, gobernador de Palacio, anunció que su Rey iba a presentar a la nación una nueva prometida real. A los dieciocho años, Sindiswa Dlamini se integraba al harén del Soberano. Poco después llegó a su vida Siphelele Mashwama, con quien se casó en 2019. A pesar de que la Ley que él mismo aprueba prohíbe casarse con menores de dieciocho años, en al menos dos ocasiones desoyó la legislación para contraer matrimonio con jóvenes de dieciséis y diecisiete años.
Sin embargo, las críticas a este polémico Rey no se limitan a su vida sentimental. Sorprende su fortuna, de más de doscientos millones de dólares, frente a la situación de extrema pobreza de su país, uno de los más pobres del mundo. De sus 1,2 millones de habitantes, 800.000 subsisten con un dólar al día. A pesar de estos datos, en 2019, el Rey sorprendió al mundo cuando se gastó la friolera de quince millones de dólares en quince coches de lujo; al parecer, un regalo del Monarca a sus entonces catorce esposas y a su madre, la todopoderosa Reina Madre, conocida en su país como Gran Elefanta, Ntombi.
Inkhosikati LaNomcebo, Nomcebo Zuma de soltera, accederá a la Residencia Real de Ludzidzini, un recinto palaciego en el que los enredos de familia se multiplican por dieciséis y no parece detenerse el deseo del Rey por poner fin a su extensa familia. Cuando en abril de 2018, Mswati III decidió cambiar el nombre de su país de Suazilandia a Esuatini lo hizo por un doble motivo: por una parte, para conmemorar los cincuenta años de la independencia de Suazilandia del Reino Unido; por otro, para distinguirse porque argumentaban que muchos lo confundían con Suiza. Sin embargo, por mucho que cambien el nombre, las realidades no cambian.