Hace una década, Mario Casas decidió dar un cambio y marcharse a las afueras, para encontrar paz consigo mismo más cerca del campo que del asfalto. Venía de trabajar mucho durante años, eso sigue haciéndolo, pero también se había convertido en un fenómeno adolescente y él no era Hache, ni Ulises, por mucho que esté agradecido a sus personajes de Tres metros sobre el cielo y El barco, porque ellos —y otros también, claro— le han traído a su presente. Y en este hoy que nos tiene aquí, charlando tras la sesión de fotos, Mario Casas nos confirma lo que ya sabíamos. Hace ya mucho que encontró el camino —el de los ingleses y el suyo— y cada paso en su carrera demuestra su solvencia como actor. Le pone pasión, mucho trabajo y, sobre todo, se arriesga, no teme lanzarse al vacío. Lo ha hecho muchas veces (se ha atrevido también en la dirección), pero en esta ocasión se supera en Escape, dirigido por Rodrigo Cortés, y con Martin Scorsese como productor ejecutivo, que se estrena en cines el 31 de octubre. En la película, da vida a Ene (curiosamente, en su currículum, otro papel con nombre de letra que va a dar de qué hablar), un personaje especialmente complicado, cuyo deseo es que le arrebaten la libertad, y con el que va a sorprender, créannos. Pasen y vean.
—Mario, cada vez sales más de tu zona de confort y en 'Escape' te has superado.
—A medida que van pasando los años, intento escoger personajes que me aporten cosas diferentes. No sé qué va a pasar con ellos, si saldrá bien o mal, pero sí estar al borde del abismo constantemente, y para mí es un aprendizaje. Me pasó dirigiendo y me pasa con un personaje de estas características. Es un privilegio poder trabajar con un director como Rodrigo, que te deja tirarte al vacío, probar, intentar, pero después te protege y te cuida en el montaje.
—¿Sientes que has dado un salto al vacío?
—Sí, me podía haber pasado… una milésima más y el personaje no habría tenido sentido. Mi suerte ha sido conocer a Rodrigo, que me dice "vamos a jugar, vamos a hacer tomas largas donde no cortamos, donde te voy a dejar hacer lo que te dé la gana". Si quieres jugar, a veces te quedas corto, otras te pasas y confié en él ciegamente. Cuando vi la peli por primera vez, le di las gracias.
—¿Te costó volver al papel de actor, a las órdenes de un director, después de haber dirigido tu propio proyecto?
—Pensaba que me iba a costar más, pero para Rodrigo, lo primordial eran los actores. Tenía muy clara la película e íbamos de la mano constantemente en todo. Para mí es uno de los directores insignia de este país, tiene un talento bestial y no le he quitado ojo de encima. Antes no me fijaba tanto y para mí ha sido una escuela. Si hago una segunda película, voy a incorporar todo lo que he aprendido de él.
"Es el papel más arriesgado que he hecho y más con la edad, tengo 38 años. Además, adelgacé ocho kilos, me comí las uñas, era tan intenso y me consumía tanto, que tenía que estar en modo personaje casi todo el rato"
—Ha sido un gran reto. ¿Ene es el personaje más difícil de tu carrera?
—Es el más arriesgado y más con la edad, tengo 38 años. Además, adelgacé ocho kilos, me comí las uñas, trascendía con el personaje. Yo era el personaje, una 'frikada' del actor de método, pero es que era tan intenso y me consumía tanto, que tenía que estar en personaje casi todo el rato.
—¿Sueles retarte a ti mismo? No solamente como actor, sino en la vida en general.
—Si hago algo, tengo que intentar hacerlo a la perfección, soy actor y ahora también me he metido a dirigir, y si puedo seguir aprendiendo y formándome no solo en interpretación, sino sobre la industria e ir a más, eso hago, me pasa siempre. Por ejemplo, me metí hace dos años a hacer boxeo, y ahora mismo podría pelear a nivel amateur. Me vuelvo obsesivo con las cosas que realmente me apasionan. Esa obsesión tiene que ver con el aprendizaje constante.
—Acabarías agotado porque en 'Escape' estás en el cien por cien del metraje.
—Sí, estoy en todas las escenas. Fue durísimo. Empecé a probar, en los ensayos, a no parpadear, se lo dije a Rodrigo; al principio cuesta, porque te obsesionas, pero después, cuando estaba muy metido en el personaje, era capaz de estar dos minutos y no parpadear. Eso hacía que estuviera muy concentrado, hacíamos escenas larguísimas y, cuando acababa, terminaba temblando. Llegaba a casa destrozado, estaba consumido. Fueron ocho kilos lo que fui adelgazando hasta que me afeito y seis de ellos en pocas semanas. Me consumió psicológicamente.
'No cambiaría nada'
—Además, hay personajes con los que quizá puedes compartir rasgos o alguna vivencia, pero ¿qué vas a compartir con Ene, para quién escapar es lo contrario que para el resto del mundo, necesita que lo encierren? Es difícil tener empatía.
—Es cierto que me he quedado cosas del personaje. Por ejemplo, ahora me como los hielos y antes no lo hacía. Y algunos tics me costó soltarlos. Esto lo digo muchas veces, mi personalidad está basada en haber hecho personajes muy dark, muy histriónicos, lógicamente, es donde está el límite. Mario está basado en la mayoría de personajes que he hecho a lo largo de mi carrera.
—Empezaste con ocho años en publicidad, hace 30. ¿Estás satisfecho de donde has llegado y estás ahora?
—Sí, de verdad, no cambiaría nada. Sobre todo, veo respeto, que al final es lo que te importa como artista. De tu profesión, de tus compañeros, del público. Hay momentos difíciles a veces, sobre todo cuando era más chaval, pero yo no cambiaría nada. Todos los lugares por los que he pasado y la gente que he conocido me han enseñado y me han hecho estar donde estoy ahora.
—¿Alguna vez se te pasó por la cabeza tirar la toalla?
—La gente que me rodea, mi familia, mis psicólogos también, no me han dicho "no puedes tirar la toalla", porque si no lo quieres hacer, pues no lo haces, pero son personas que en esos momentos difíciles me han apoyado. No tanto tirar la toalla, pero sí ha habido momentos, siendo un chaval, en los cuales no sabía lo que estaba pasando.
—¿Por ejemplo?, ¿a qué te refieres?
—A lo mejor es cierto que cuando hice Tres metros sobre el cielo, El barco, Los hombres de Paco, se me colocó en un sitio donde recibía mucha crítica, sobre todo con esta última, donde entré a romper la relación de Michelle Jenner y Hugo Silva, que era la pareja de España. Llegué ahí siendo un chavalito, aprendiendo todavía y recibí por todos lados. Y dudas, porque te tachan de mal actor, atacan a tu persona y piensas: "¿Pero dónde me estoy metiendo?". Hay que tener gente que te dé fuerza, te apoye y te diga "estamos aquí". Pero hay momentos raros y difíciles, claro que sí.
'Yo no era el de la moto'
Antes de convertirse en actor y debutar en la gran pantalla en El camino de los ingleses, dirigida por Antonio Banderas, Mario se buscó la vida como todo hijo de vecino: "Fui aprendiz de ebanista con mi padre, aunque siempre se ríe de mí; dice —y es un poco verdad— que solo tapaba juntas". Ríe. "Trabajé también en una fábrica durante meses, haciendo latiguillos para la cisterna del váter, repartiendo propaganda en buzones. Y en Madrid… como telefonista, vendiendo productos de limpieza al por mayor, mientras estudiaba. Al final, llegas a una ciudad y tenía que buscarme la vida antes de empezar a estudiar interpretación".
—Te convertiste en un ídolo adolescente. ¿Te dio miedo encasillaste de alguna manera?
—Miedo a encasillarme no, porque eso era una imagen que la gente tenía de mí desde fuera. Venía de hacer Mentiras y Gordas, La Mula, El camino de los Ingleses… Yo no era el de la moto, no era el de Barco. Tenía algo de pillería, algo que funcionaba; aunque yo sabía que había hecho otros personajes y podía hacerlos, al público, en ese momento, le interesaba eso y eso era lo que vendía de Mario. En la segunda temporada de El barco, sí tomé la decisión de parar, es cierto, no podía más, nunca había trabajado ni trabajo así, no era feliz con lo que estaba haciendo.
—Aun así, no te arrepientes de nada.
—Hoy en día, que me hablen de Tres metros… o de El barco, me fascina; a lo mejor en ese momento era como "lo estás pasando mal", pero ahora tengo un recuerdo tan bonito.
—¿Cuál es tu asignatura pendiente?
—El inglés es mi asignatura pendiente. Lo hablo, puedo mantener una conversación, pero me hubiera gustado hablarlo tan bien como mi hermano Óscar; a él lo mandaron a Irlanda a estudiar y habla increíble. ¡Me has dado la excusa perfecta para ponerme unos meses a estudiar! —ríe—. Como actor, quizá una peli en inglés, una peli grande, eso nunca lo he vivido y sí me gustaría.
—¿Eras tan travieso, como se dice, de pequeño?
—Era como el rebelde, pero el rebelde chistoso que siempre hacía las bromas y tal, pero creo que he sido bueno.
—¿Y qué queda de aquel niño trasto, que destacaba en el cole en los debates, e iba por ahí derrochando energía por los 'casting' de publicidad, con su madre detrás?
—Queda una persona muy pasional en todo lo que ese niño hacía. Me encantaba hacer imitaciones. Hace nada hemos visto vídeos de cuando éramos pequeños, y es verdad, se me veía en el colegio siempre como dirigiendo. Había mucha pasión en todo lo que hacía ese niño y la sigo teniendo.
—¿El Goya tardó mucho en llegar, o llegó en el momento adecuado?
—¡Yo no sé ni cómo ha llegado! —ríe—. Estábamos en casa y no pensamos que me lo iban a dar. Por eso nos pusimos así, ellos —su familia— más contentos que yo, pero porque no lo esperábamos. Creo que, al final, las cosas llegan cuando tienen que llegar y, a veces, son casualidades, porque ese año no está nominado otro, no sé. Ahora, ¿quién recibió un Goya en su casa? ¡Yo! —ríe—. Es que, a lo mejor es eso, no haber recibido un Goya, sino haber recibido el premio en casa con tu familia. Para mí es algo muy especial, diferente y eso no me va a pasar nunca más. Y encima me lo dio Antonio Banderas.
—¿Te imaginas nominado de nuevo en la próxima edición?
—Creo que hay que ver dónde colocan la peli. Es un personaje especial, precioso, un regalo para un actor, pero no es solo interpretación, entran muchos elementos para la nominación de una película.
El mayor de los hermanos
—¿Siempre has sabido mantenerte anclado a la tierra, a pesar del éxito?
—No sé si he estado anclado siempre. Uno se equivoca, comete errores y a veces se despista, sobre todo cuando eres más chaval, pero siempre he tenido muy cerca a mi familia, a mis padres, mis hermanos y son las personas que me dicen lo bueno, pero también son los primeros que me dicen lo malo. ¡Y son cuchillos! Pero para bien. Son quienes me dicen la verdad. Es importante tener, en la vida, a gente al lado que te reconduce y te guía. Para eso están los mayores, tus abuelos, tus padres, los hermanos… Y mis padres sí que son terrenales, mis padres vienen de lo más bajo, mis padres vienen de barrio, barrio. Muy jóvenes se marcharon de su ciudad solos con dos hijos, ellos son los que están anclados a la tierra y eso es lo que a nosotros nos han transmitido y nos siguen transmitiendo.
—Entonces ¿ejerces de hermano mayor?
—Sí, pero no en dar consejos o sentarlos, eso es mi madre, que es la matriarca, pero soy el mayor y los pequeños sí han visto cosas en mí. Lo veo por mis padres; además son jóvenes y los veo casi más como hermanos mayores que como padres, pero supongo que los pequeños sí verán eso también. Ejerzo más desde intentar hacer las cosas bien en mi vida, ir mejorando a medida que me voy haciendo mayor y ser un referente para los que vienen detrás.
"Fui aprendiz de ebanista con mi padre, aunque siempre se ríe de mí; dice —y es un poco verdad— que solo tapaba juntas. Trabajé también en una fábrica, repartiendo propaganda en buzones, como telefonista…"
—¿Qué viene próximo en la vida de Mario? ¿Tienes ya en la cabeza tu segunda película como director?
—He hecho El Secreto del Orfebre, he hecho Molt lluny con Gerard Oms también, ahora voy con Zeta, de Dani de la Torre, y en cuanto a dirigir, sí quiero y tengo algunas ideas.
—¿Contarás con tu hermano Óscar?
—Tengo como dos conceptos que son diferentes entre ellos, pero Óscar es mi muso, está claro. Lo siguiente que me gustaría hacer, y es un sueño, es darle una vuelta de tuerca a esa primera peli como director.