Britney Spears es una de las personas del medio artístico que, a pesar de todas las heridas, de su pasado lleno de momentos oscuros, de sus graves problemas de salud, una y otra vez intenta recuperar la inocencia de sus primeros días, cuando dio sus primeros pasos sobre los escenarios de los teatros y, poco después, en la televisión. Era una niña. A los cuarenta y dos años, acaba de subir a sus redes un vídeo en el que, vestida de blanco, representa una boda… consigo misma. Bajo los acordes del tema Fields of Gold, de Sting, compartió un mensaje que, para muchos, escondía su necesidad de autoafirmación: está bien con su aquí y su ahora; recupera el amor propio y pide sutilmente que dejen de preguntarle por su estado civil. Se divorció en agosto de 2023 de su tercer esposo, Sam Asghari, y, desde entonces, busca su camino, aquel que varias veces ha perdido, con una gran seguridad.
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Junto con el vídeo de su peculiar boda, compartió también una reflexión en torno a lo que estaba haciendo: “Lo más brillante”, aseguró. En cierta manera, esta reconciliación consigo misma, en unos tiempos turbulentos para todos cuantos se abrieron paso en la industria discográfica en los noventa, pone una nota de optimismo cuando el mundo aún llora a Liam Payne. La Princesa del Pop renace, una vez más, de las cenizas de la fama mal digerida y nos ofrece su versión más poderosa.
Britney, el ave fénix
Al conocer esta peculiar noticia, uno no puede menos que recordar la complicada vida sentimental de Britney Spears y sus devastadoras crisis en los tenebrosos días en los que ya no podía más. Comencemos por una infancia dura. En sus recientes memorias, La mujer que hay en mí, contó someramente la violencia que había vivido en su hogar por el alcoholismo de su padre, Jamie Spears: "Cuando mi padre bebía se portaba muy mal";, escribió en su autobiografía Britney Spears.
"Bebía hasta que ya no podía pensar. Desaparecía durante días". Ese ambiente tóxico y amargo hizo que se aferrara con más fuerza a lo que veía como luz y brillo: los escenarios y la fama. En 1997, su álbum Baby One More Time supuso un hito en la industria: se convirtió en el disco más vendido por una artista adolescente. Tenía dieciséis años… tan solo dieciséis años cuando cientos de miles de fans de todo el mundo eran capaces de corear sus estribillos y de copiar sus coreografías. Sus representantes cuidaron su imagen hasta límites insospechados: tenía que mostrarse coqueta, pero no demasiado; atrevida, pero no tanto; osada, pero hasta cierto punto. Cada uno de sus movimientos y de sus palabras eran analizadas para que transmitiera el halo de ingenuidad y candor que parecía vender en aquella época.
Sentimentalmente, la primera decepción grande llegó con Justin Timberlake. Ambos se habían conocido de niños durante los rodajes del programa El Club de Mickey Mouse. Después, Britney comenzó a actuar como telonera de la famosa banda que lideraba Justin, NSYNC. En estos días, compartieron muchas experiencias del pasado y se quisieron de una manera adolescente e ingenua. Los ojos de todos estaban posados en ellos. Se convirtieron en la pareja del momento, en la sensación. Se intercambiaban públicamente palabras de amor y de compromiso. Sin embargo, la ruptura llegó en marzo de 2002, un mes después de su aparición en los Premios Grammy. Sin embargo, el peso de esta relación es tan fuerte para Britney Spears que incluso hoy siguen enzarzándose en peleas públicas, a las que siguen muestras de solidaridad.
Un año más tarde protagonizó, o la hicieron protagonizar, una escena que forma parte de la historia del pop. Ocurrió en los MTV VMA. Britney Spears compartía escenario con Madonna, en lo que podía parecer un relevo generacional o una fraternal actuación entre las dos mujeres más fuertes de la música pop del momento. Entonces, Madonna besó a Britney y la sorpresa fue mayúscula. Las cámaras enfocaron a Justin Timberlake, sentado en el patio de butacas, y claramente incómodo y molesto con lo que acababa de ver. Sus cejas enarcadas lo decían todo.
Aunque el éxito seguía sonriendo a Britney Spears, su vida personal comenzaba a ser caótica, difícil, alejada de la ingenua alegría que aún transmitía desde el escenario.
Sus extrañas bodas
En esa búsqueda del equilibrio, Britney Spears protagonizó algunos momentos, cuando menos pintorescos. El 3 de enero de 2004 se casó en Las Vegas con Jason Allen Alexander, su amigo de la infancia. Entre la boda y el divorcio apenas transcurrieron cincuenta y cinco horas. Sin embargo, ese mismo año se vistió de novia para darle el “sí quiero”, en su casa de Studio City (California), a Kevin Federline, a quien había conocido en un conocido local de Hollywood llamado Joseph’s hacía solo tres meses. Según contó Federline: “Congeniamos de inmediato. Y aprendí rápido lo que era el huracán mediático”. El día de la boda, los invitados no supieron hasta la hora de la verdad que estaban allí para el enlace.
Visto en perspectiva, Britney Spears era casi una niña lidiando con un mundo de adultos feroces que la veían como una máquina de hacer dinero. Se casó a los veintidós años y tuvo su primer hijo a los veintitrés: el 14 de septiembre de 2005 nació Sean Preston; un año después, el 12 de septiembre, nació su segundo hijo, Jayden James. A las ocho semanas de ser madre, saltó la noticia de su separación de Kevin. La razón: diferencias irreconciliables. De nada sirvieron los “superpoderes” que días antes habían asegurado que les ayudaría a superar sus problemas.
Fue entonces, entre la presión de sus compromisos profesionales adquiridos–tenía en mente lanzar su quinto disco en 2007– y el verse sola con dos hijos que cayó en picado en dirección a los infiernos. En febrero de 2007, ingresó en un centro de rehabilitación del que se escapó a las veinticuatro horas. Era un aviso público de que estaba rota por dentro. Después, llegaron las trágicas escenas de ella con el pelo rapado. Su hundimiento se convirtió, tristemente, en un espectáculo público. Y no había hecho más que empezar sus días más difíciles.
Su estampa sobre el escenario de los premios MTV, mientras trataba de entonar Gimme More, afectó profundamente a sus fans: su estrella se oscurecía. Semanas después, perdía la custodia de sus hijos y, con eso, el motor que la mantenía en pie. Aquí comenzó una lucha sin cuartel que llevó a que su padre pidiera su tutela, una situación que se mantuvo hasta que, en noviembre de 2021, recuperó, tras la decisión de la jueza Brenda Penny, su libertad con “su primera copa de champán en trece años”. Brindó con su entonces prometido, Sam Asghari con quien, esta vez sí, celebró una boda de cuento de hadas el 9 de junio de 2022. El amor entre ellos, inesperadamente, se acabó en un año.
Desde entonces, Britney Spears es libre. En junio de 2021, compartió un momento emotivo cuando, frente a la juez, explicó cómo se había sentido todos los años de tutela: "He mentido y le he dicho al mundo entero que estoy bien y feliz, [...] Si dijera eso lo suficiente, tal vez me haría feliz. Estoy en estado de shock. Estoy traumatizada. Estoy tan enojada, es una locura. [...] Tengo miedo de la gente. No confío en la gente por lo que he pasado, [...] No está bien que me obliguen a hacer algo que no quiera hacer. [...] Realmente creo que esta tutela es abusiva. No siento que pueda vivir una vida plena".
Después de toda aquella cadeneta de pesadillas, la Princesa del Pop parece estar disfrutando de su reino en soledad. De ahí, esta nueva boda. En realidad, un símbolo.