Estupefacción, horror y tristeza. La muerte, a los treinta y un años, de Liam Payne ha dejado sin palabras a sus familiares, amigos y fans. Cayó del tercer piso de su hotel en Argentina y murió, según certificaron los forenses Santiago Maffia Bizzozero y Roberto Víctor Cohen, por “politraumatismo y hemorragia interna y externa”. Esto es lo que nos dice la ciencia, pero el sentido común nos cuenta que Liam Payne, el niño que probó dos veces suerte en The X Factor, el que acabó componiendo algunas de las canciones más famosas de One Direction, llevaba una larga temporada cayendo y muriendo. Nunca ocultó sus problemas de salud mental (previamente, había sido diagnosticado de bipolaridad), ni negó su lucha contra el alcoholismo; confesó abiertamente cómo había afectado a su vida, para bien y para mal, la fama y la presión inaudita de sonreír y dar lo mejor de ti sobre un escenario cuando por dentro estás literalmente roto.
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Con sus compañeros de One Direction protagonizó giras interminables: parecían los reyes del mundo, pero permanecían encerrados en sus habitaciones de hotel antes de salir a los escenarios, una experiencia que ningún adolescente debería conocer: “Parecía que podíamos hacer lo que quisiéramos, pero estábamos encerrados. Íbamos del coche al hotel, nos subíamos al escenario, cantábamos y luego volvíamos al encierro y, cuando eres adolescente, necesitas libertad”. Se esforzó y trató de escapar de todo aquello; en 2023, parecía que veía la luz y que recuperaba el equilibrio perdido. Su ex, Cheryl Cole, y su hijo Bear le daban un porqué. Sin embargo, su salud física no le acompañó en el proceso.
En 2011, vio la luz el libro Dare to Dream: Life as One Direction. En sus páginas, Liam Payne habló sin tapujos de los problemas que llevaba arrastrando desde el día de su nacimiento: “Nací tres semanas antes de lo esperado y seguí estando enfermo. Hasta los cuatro años, siempre estaba en el hospital haciéndome pruebas, pero no podían averiguar qué estaba mal”. Los riñones fueron su talón de Aquiles y, en 2023, por un fallo en su sistema renal tuvo que suspender conciertos e ingresar en el hospital.
En los últimos meses, parecía que había reconducido su vida junto a Katie Cassidy, pero cuando menos se esperaba, no pudo más. Esta dramática historia se ha repetido con demasiada frecuencia en la industria discográfica. El tristemente famoso 'Club de los 27' es un recordatorio del nefasto efecto que puede hacer la fama en los artistas. La soledad de las giras los ahoga. “Ese nivel de soledad te hace preguntarte: ‘¿Terminará esto algún día?’ Ese pensamiento casi me mató un par de veces”, reveló el autor de Story of my Life en el documental que protagonizó junto al aventurero Ant Middleton, en 2019.
'Vive rápido, muere joven...'
James Dean murió en la cima de la fama el 30 de septiembre de 1955, a los veinticuatro años. Desde entonces, se le atribuyó la frase: “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”. En realidad, esa frase la había dicho John Derek en una película protagonizada por Humphrey Bogart y dirigida por Nicholas Ray, Llamad a cualquier puerta. La confusión pudo venir de que Nicholas Ray estuvo tras las cámaras en la segunda de las tres películas icónicas de James Dean, Rebelde sin causa.
A lo largo de las décadas, esta frase se ha convertido en una especie de mantra funesto, muy especialmente entre los músicos de rock&roll. Cuando Kurt Cobain acabó con su vida de un tiro, el 5 de abril de 1994, se supo que el irreverente cantante de Nirvana llevaba años luchando contra la depresión. Tenía veintisiete años, la misma edad con la que ya habían muerto, y con la que habrían de morir, otras grandes estrellas de la música. Jimmy Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison fallecieron con la misma maldita edad, incapaces de superar sus adicciones. La mezcla de hipersensibilidad, genio y fama ha acabado con demasiadas vidas en la habitación de un hotel. En el caso de Jimmy Hendrix la desgracia sucedió en un cuarto del sótano de un lúgubre hotel londinense. Janis Joplin dejó de respirar en Landmark Motor, un establecimiento de Los Ángeles; y Jim Morrison falleció en un hotel de París, donde pasaba las horas escribiendo poesía.
Quizá uno de los momentos más amargos, y que mejor muestra esa abrumadora soledad de quienes, en apariencia todo lo tienen, sea la imagen de Amy Winehouse en su último concierto, celebrado en junio de 2011, en Belgrado. Amy Winehouse sale al escenario, no logra mantenerse en pie, farfulla, tiene miedo y se le nota, trata de entonar y, a una de las mejores voces del blues de todos los tiempos, ni siquiera eso le salen; comienzan los abucheos y los gritos de un público molesto; y ella mira al infinito esperando, acaso, tan solo un abrazo cálido de alguien que le diga que todo va a estar bien. Un mes después de aquella escena, el 23 de julio de 2011, fallecía ahogada en alcohol. “Pienso que no seré, para nada, famosa. No soy una chica tratando de ser una estrella, solo una chica que canta”, había dicho poco antes de que la fama la despedazara.
Este fenómeno no es exclusivo de la cultura occidental. En diciembre de 2017, el cantante surcoreano Kim Jong-Hyun moría también a los veintisiete años, en su casa de Seúl. Encontraron su cadáver junto a una nota de despedida: “Estoy roto por dentro. La depresión que lentamente me ha ido carcomiendo ya me ha devorado, y no he podido superarla. Es increíble lo mucho que duele. Nadie está más atormentado ni debilitado que yo. Volverme famoso probablemente no era mi destino. Me dicen que por eso lo estoy pasando mal... ¿Por qué lo elegí?”.
Sinead O’Connor dejó este mundo el 23 de julio de 2023. En sus últimos años, buscó mil formas de recuperarse y permanecer en pie, pero la trágica muerte de su hijo Shane, a los diecisiete años, acabó con ella y le quitó las pocas ganas que le quedaban de luchar. Ella tampoco supo digerir la fama. Se le atragantó a principio de los noventa, como ella misma explicó: “Esa fue mi segunda crisis de identidad severa: la fama. La primera habían sido los abusos de mi madre. Toda esa atención sobre mi persona, el juzgamiento público, las persecuciones, me terminaron de desequilibrar”.
Hasta sus últimos días, Liam Payne luchó por mantener el difícil equilibrio de agradecerle a la fama todo cuanto le había ofrecido y de maldecirla por todo cuanto le había arrebatado. Los ataques de pánico, de ansiedad, la agorafobia y la búsqueda desesperada de la paz perdida le acompañaron a lo largo de su carrera.
Al borde del precipicio
Liam Payne no logró poner freno a sus dolores. Por fortuna, algunos artistas supieron parar a tiempo y dejar de lado ese camino de autodestrucción tan devastador. Britney Spears, al borde del abismo tras su gran crisis emocional de 2019, permaneció alejada de los reflectores una temporada y regresó más fuerte.
Un estudio realizado por la Universidad de Westminster reveló que el setenta y uno por ciento de los músicos aseguran que han sufrido ansiedad o ataques de pánico en alguna ocasión. Otro estudio, en este caso de la distribuidora sueca Union Records, determinó que el setenta y tres por ciento de las personas de este gremio padecen depresión, estrés o ansiedad derivadas de su actividad profesional. Es decir, tres de cada cuatro músicos padecen ese miedo irracional a enfrentarse no tanto a su arte, como a su público. Brian Wilson, líder de la mítica banda The Beach Boys, lo explicó así: “No estaba asustado del escenario en sí, sino de todos los ojos que me contemplaban, de las luces, y de la posibilidad de decepcionar a todo el mundo”.
Lady Gaga ha sido otra gran estrella del firmamento musical que se ha sincerado y ha acudido a especialistas en salud mental para cuidarse: “No siempre puedo controlar las cosas que hace mi cerebro y tengo que tomar ese medicamento para detener los procesos en los que incurre mi mente”, compartió la cantante quien confesó cuál era el origen de todo su dolor: la traumática violación que sufrió a los diecinueve años. En su tema 911 hace una incursión por la mente de todos aquellos que viven en su posición: “El paraíso está en mis manos / me estoy aferrando fuerte a este estatus. / Esto no es real, pero intentaré agarrarlo”.
Por su parte, Taylor Swift, quien lucha por mantener su salud mental intacta, está en la cresta de la ola y todo parecen parabienes, pero lanzó en 2021 un sencillo llamado Forever Winter, un tema dedicado a todos los que sienten que están caminando por la cuerda floja: “Durante todo este tiempo no sabía / que te estabas derrumbando. / Me rompería en pedazos en el suelo / si no estuvieras a mi lado. / Demasiado joven para saber que las cosas mejoran. / Seré siempre tu sol de verano, / sería siempre invierno si tú te fueras”.
¿Cuál es el secreto para disfrutar hasta el último día de los escenarios sin perder la vida por ello? Aún no se ha revelado, pero sí hay ejemplos esperanzadores. Tony Bennet murió en julio de 2023, a los noventa y seis años, con un deterioro cognitivo severo, pero cada vez que se subía al escenario seguía siendo el crooner sereno y mágico que siempre fue.