Laura Isabel María del Carmen Cristina Rosalía Joaquina Álvarez de Toledo y Maura, nacida en Estoril (Portugal) en 1936, heredó de sus padres la friolera de dieciséis títulos nobiliarios. Entre ellos, ostentaba el de XXI Duquesa de Medina Sidonia, pero también los de marquesa de los Vélez, Condesa de Niebla, Marquesa de Villafranca del Bierzo y tres veces Grande España. Sin embargo, por aclamación popular, fue más conocida por el apelativo de la Duquesa Roja debido a su carácter rebelde y contestario, su compromiso político y su manera de vivir, muy alejada al prototipo de la nobleza. Tras su muerte, el 7 de marzo de 2008, comenzó una larga batalla familiar por su herencia. El último capítulo se ha saldado con el acuerdo entre Rosario Bermudo –la hija del primer esposo de la duquesa de Medina Sidonia y Rosario Muñoz, trabajadora en la finca familiar, de Badajoz– y tres de sus cuatro hermanos.
El tsunami, que siempre fue la Duquesa de Medina Sidonia, sigue haciendo de las suyas. En las siguientes líneas, hacemos un repaso por alguno de los momentos más polémicos de su vida y que, en buena parte, explican la guerra abierta que aún sostienen sus herederos.
1. Su boda: a los 19 años y vestida de negro
Si su padre, Joaquín Álvarez de Toledo y Caro, era el XX duque de Medina Sidonia, su madre, María del Carmen Maura y Herrera, era hija de la condesa de la Mortera. Por tanto, el abuelo de la Duquesa Roja fue, paradójicamente, el mítico político conservador Antonio Maura, presidente hasta en cinco ocasiones del Consejo de Ministros español. Como dictaban las costumbres de la época, a los dieciocho años fue presentada en sociedad, en Estoril, junto a la infanta Pilar de Borbón. Aquella fue una celebración por todo lo alto, seguida con gran interés por la aristocracia europea. De hecho, unas 2.000 personas acudieron al legendario Hotel Palacio. En cierto sentido, muchos de los monárquicos que acudieron a la cita lo hicieron para mostrar su apoyo a los Borbones allí exiliados.
Pocos meses después de aquella gran celebración, a los diecinueve años, decidió contraer matrimonio en Mortera (Cantabria) con José Leoncio González de Gregorio Martí, conocido jinete ligado a los Santisteban (respetados hidalgos de Soria) y a la familia de los condes de la Puebla de Valverde. Las malas lenguas insinuaron que la joven aristócrata se casaba embarazada. Sea como fuera, acudió a la ceremonia vestida de riguroso negro. En 1956, meses después de la muerte de su padre, acaecida el 11 de diciembre de 1955, nació el primogénito, Leoncio, al que siguieron Pilar y Gabriel.
Tras unos años de gélida relación conyugal, la pareja se separó e hicieron vidas totalmente separadas. Sin embargo, el divorcio no llegó hasta 2005, medio siglo después de su austera boda. El campeón hípico lo solicitó judicialmente, pero la aristócrata optó por no responder jamás a la demanda. Finalmente, el juez del caso, a tenor de los años de separación efectiva, otorgó el divorcio a José Leoncio González de Gregorio Martí.
Curiosamente, como si su vida se tratara de una novela con giros en la trama de corte casi fantástico, la Duquesa de Medina Sidonia y su 'ex', que no se podían ver ni en pintura, murieron con apenas dos semanas de diferencia. Primero falleció Leoncio, el 23 de febrero de 2008, en su Palacio de Quintana Redonda, en Soria, un edificio de estilo castellano reformado, a principios del XIX, según el gusto afrancesado; después, el 7 de marzo, moría la duquesa. Los hijos de ambos quedaron huérfanos, aunque esa sensación de orfandad, al menos materna, la sufrían desde hacía años porque la relación con su madre nunca fue fácil.
2. La cárcel
La duquesa de Medina Sidonia sentía Cádiz como su hogar; especialmente, en el Palacio de los Guzmán, de Sanlúcar de Barrameda. Cuando su madre falleció, el 20 de septiembre de 1946, tenía diez años y la sensación de que no pertenecía a ninguno de los mundos que, aun siendo tan pequeña, ya había conocido. De su madre dejó escrito: “La quería mucho. No tenía nada de ella. Lo daba todo… Escribía muy bien […] Sabía mucho de medicina. Me curó el paludismo y una nefritis. Tenía una especie de dispensario. Acogía a los desahuciados, sobre todo ciegos, y los curaba”.
Desde muy joven, apoyó a los trabajadores, especialmente del campo andaluz, desoyendo las directrices del gobierno franquista. En 1969, organizó una manifestación para reclamar las ayudas prometidas a los agricultores arruinados, después del tristemente famoso accidente nuclear de Palomares (Almería). Tres años antes, el 17 de enero de 1966, dos aviones militares de Estados Unidos, uno de ellos con cuatro bombas atómicas de hidrógeno en su interior, habían chocado en pleno vuelo mientras sobrevolaban Palomares, causando graves daños en esta población costera. Tan pronto como Luisa Isabel Álvarez de Toledo convocó las protestas fue detenida y condenada a un año de prisión, que terminaron siendo ocho largos meses.
Tras cumplir la condena, publicó Mi cárcel (1972), una serie de artículos sobre su vida en la prisión que se convirtió en un éxito de ventas: “Las últimas despedidas llegaron al borde del pozo. No. Ya no podían abrazarme ni hablarme. Sólo mi abogado. Me había convertido en reclusa. Se acabaron los mármoles, los frescos alegóricos. Una escalera de caracol, con peldaños enladrillados, se hundía hacia abajo. La escalera de los penados”.
3. Exilio en París
La segunda vez que sintió de cerca el yugo de la Ley, tomó la delantera y logró huir a París. El 10 de abril de 1970, el Tribunal de Orden Público había dictado una orden de arresto contra ella. “Si a la próxima me quieren pillar, tendrán que ser más ágiles, porque como le dije a un guardia cuando abandoné la cárcel de Alcalá en noviembre de 1969, puedo correr rápido”. Cumplió con sus palabras y apretó el acelerador para llegar a la frontera. A las cinco de la mañana del día 11, ya estaba cruzando los Pirineos en coche rumbo a la Ciudad de la Luz. Cuando, el día 14, fueron a detenerla, ya no dieron con ella.
Durante seis años, vivió en el exilio. Se instaló en una buhardilla de quince metros cuadrados del Barrio Latino. Ni la capital gala ni el idioma francés eran nuevos para ella, pero sí esa vida de prófuga de la justicia. Se relacionó durante esos años con intelectuales de la talla de Françoise Sagan –quien había revolucionado las letras cuando, con dieciocho años, escribió Bonjour tristesse – o Jean Cocteau.
No regresó a España hasta octubre de 1976, cuando pudo acogerse al Real Decreto-Ley de Amnistía. A lo largo de esos años no vio ni una sola vez a sus hijos. La distancia entre madre e hijos, desde entonces, fue una realidad física. A esas alturas, las grietas ya eran demasiado profundas.
4. Su gran amor
Liliane Dahlmann nació en Alemania, en 1956 –por lo tanto, se llevaba dos décadas con la Duquesa–, pero desde 1963 vivía en España, donde estudió Historia. En la década de los ochenta, más concretamente el 12 de diciembre de 1983, Luisa Isabel Álvarez de Toledo asistió a la boda de su hijo Leoncio. Entonces, conoció a Liliane, una atractiva mujer que era testigo del enlace y amiga de la novia.
Desde aquella boda, Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Liliane Dahlmann se hicieron inseparables. La Duquesa decidió contratarla como personal del palacio de Medina Sidonia en calidad de secretaria personal. A nadie decían, pero a nadie ocultaban, que eran algo más que jefa y subordinada; algo más que amigas. Liliane Dahlmann siempre fue muy discreta, volcada en el Palacio de los Guzmán y en los archivos históricos que ambas amaban y preservaban.
El 7 de marzo de 2008, once horas antes de que la Duquesa de Medina Sidonia falleciera por el cáncer de pulmón que padecía desde hacía tiempo se casaron ante doce testigos in artículo mortis. Este hecho supuso un mazazo para los hijos de la Duquesa Roja quienes, desde hacía años, sufrían las duras palabras que su madre empleaba cuando hablaba de ellos, y las acciones que los separaba del legado familiar.
5. La entrevista más dura
“A mis hijos siempre les dejé claras dos cosas: una que la gente ha de ser honrada y vivir de su trabajo; y dos, que tener título es peligroso porque corres el riesgo de creerte el cuento y convertirte en cuentista”. Leoncio, Pilar y Gabriel sufrieron los desplantes de su madre. De hecho, nueve meses antes de morir la aristócrata rebelde concedió una larga entrevista que sirvió de base para el libro El caso de Medina Sidonia: la polémica historia de la Duquesa Roja, sus hijos y su vida, de Íñigo Ramírez de Haro.
A lo largo de sus páginas, la aristócrata soltó bombas que, con los años, se ha demostrado que eran de larga duración. En aquella ocasión, manifestó que dejaba de presidente de su Fundación a Liliane: “He hecho algo que nunca se había hecho –explicó–: separar el capital artístico, intocable, del financiero, tocable”. En cuanto a sus hijos, reveló: “El duque tendrá un puesto en el Patronato. Nada más. Si se lo merece podrá ser presidente”. Lo más duro, sin embargo, llegó cuando el entrevistador le preguntó que si sus hijos se parecían a ella: “Físicamente, sí. En lo demás, creo que nada… No los elegiría de amigos”. Una de esas frases que, quien la recibe, la lleva de por vida clavada en el corazón.