Cuando el 12 de enero de 2023, Lisa Marie Presley murió en Los Ángeles, a la temprana edad de cincuenta y cuatro años, moría con ella una buena parte de la historia pop contemporánea. Con entereza, su madre, Priscilla Presley, daba la noticia: “Con gran pesar debo compartir que mi bella hija Lisa Marie se ha ido”. A Lisa Marie, la hija del eterno Elvis Presley; la esposa, por dieciocho meses, de Michael Jackson; la dulce niña que miraba a su padre como si fuera un dios; la mujer sensible que se casó cuatro veces, que tuvo cuatro hijos y que quiso florecer más allá de la sombra de sus progenitores; a Lisa Marie se le detuvo el corazón antes de tiempo. Un año y medio después de ese fatal desenlace, salen a la luz sus memorias, las que ha retomado su hija, la actriz Riley Keough, y ha dado forma. En From Here to the Great Unknown: A Memoir se entrelazan los recuerdos de Lisa Marie y de Riley, formando un tapiz de experiencias que están dando mucho de qué hablar.
Según ha revelado Riley Keough, su madre intentó durante los últimos años de su vida escribir su autobiografía, pero su enfermiza inseguridad le impedía progresar en la redacción de sus experiencias: “Estaba tan atormentada por la autocrítica que trabajar en el libro se le hizo algo dificilísimo”. La devastadora muerte de Lisa Marie provocó que Riley Keough, a sus treinta y cinco años y con el corazón roto por la partida de su madre, retomara las grabaciones que había dejado, recurriera a sus recuerdos, y se pusiera manos a las obras para concluir lo que su madre había comenzado con tanto esfuerzo y cariño.
De la infancia en Graceland de la única hija de Elvis y Priscilla Presley a sus últimas y fatales adicciones, parece que madre e hija no han dejado nada en el tintero. Lisa Marie nació en 1968, cuando su padre estaba en la cima de la fama. El cantante de Memphis tenía una cohorte de fans por el mundo entero. Su voz potente, su sensibilidad aguda y su característico movimiento de cadera le habían encumbrado al Olimpo de los grandes. Él era el Rey del Rock y su hija, la Princesa de su vasto reino. Sin embargo, la felicidad no duró mucho. Priscilla y Elvis se separaron en 1972, cuando Lisa apenas tenía cuatro años, y se divorciaron en 1973. Un lustro más tarde, en 1977, fallecía la estrella más mediática de todos los tiempos, a la edad de cuarenta y dos años. Lisa Marie vivió toda su vida con una profunda sensación de orfandad. De hecho, en 2003, durante una entrevista que concedió a Los Angeles Times se recordó a sí misma como “una especie de niña solitaria, melancólica y extraña”.
Arranca el primer capítulo de las memorias, Escaleras a Graceland, con una sincera evocación sobre cómo percibía a su padre durante aquella primera etapa de su infancia: “Creía que mi padre podía cambiar el tiempo […] Era un dios para mí. Un ser humano elegido”.
Al borde de la locura
En estas peculiares memorias, redactadas a dos voces (porque Riley también toma la palabra y vuelca sus recuerdos), Graceland, la residencia de Elvis Presley desde que tenía veintidós años hasta su muerte, pasa a ser el hogar de la infancia de Riley, y el lugar donde vivió sus años más felices junto a su hermano Benjamin. De 1988 a 1994, Lisa Marie, Danny Keough (su primer marido) y sus dos hijos sintieron entre los muros y los jardines de Graceland algo parecido a la estabilidad. Tristemente, Lisa Marie y Danny terminaron pidiendo el divorcio por diferencias irreconciliables. Sin embargo, la relación de amistad entre ambos perduró toda la vida. De hecho, cuando Lisa Marie se debatía entre la vida y la muerte en su residencia de Calabasas, Danny Keough estaba en el hogar y trató por todos los medios de mantenerla viva practicándole una primera reanimación cardiopulmonar. “Somos como hermanos –declaró hace dos décadas Lisa Marie–. Es un buen mensaje para la gente: no tienes que volcar tu frustración en tus hijos, aunque ya no se esté juntos. Puedes ser civilizado. Yo sabía que Danny podía ser un buen padre”. Y fue un buen amigo hasta su último suspiro.
Uno de los momentos más trágicos del libro, y el que más ha costado escribir a Riley, es cuando se relata el abrupto final de Benjamin Keough, Ben para su madre y sus seres queridos, quien se quitó la vida de un tiro a la fatídica edad de los veintisiete años, en julio de 2020. Según se vio en las imágenes captadas por las cámaras de vigilancia, el joven, que sufría severos problemas por su adicción al alcohol y a las drogas, había discutido con su novia, Diana Pinto, en el jardín de su residencia de Calabasas. Al entrar a la casa, se encerró en el cuarto de baño y se pegó el fatal tiro que acabó con su vida. Rota de dolor ante el cuerpo inerme de su hijo, Lisa Marie decidió conservarlo dos meses en casa en un cuarto refrigerado: “Ninguna Ley de California dice que tienes que enterrar a alguien inmediatamente”. Por su parte, Riley argumenta que su madre tomó esa decisión desesperada porque vitalmente necesitaba “tener un amplio periodo de tiempo para despedirse de él, igual que hizo con su padre”. Elvis Presley, tras su muerte, pasó tiempo en la casa familiar, porque no se tomaba la decisión de si enterrarlo en Graceland o en Hawái. “Me sentí muy afortunada de que hubiera una manera en la que podía cuidarle todavía, como madre, retrasarlo todo un poco…”.
La búsqueda del amor
Dos décadas antes del fatal desenlace de su querido hijo Ben, Lisa Marie vivió el que quizá fue el episodio más mediático de su vida: su encuentro con Michael Jackson, su conexión y su boda para sorpresa de propios y extraños. La primera vez que Lisa Marie vio a Michael Jackson fue cuando tenía seis años, y Jackson, dieciséis años. Él formaba parte del mítico grupo Jackson 5 y tuvo un show en Las Vegas. Cuando terminó su concierto, Michael Jackson, el menor de su banda, entró al camerino del Rey del Rock y saludó a la pequeña para quien Jackson ya era un ídolo. Por supuesto, pasaron muchos años hasta que retomaron una relación, en principio de amistad. Aún casada con Danny Keough, el Rey del Pop la confesó que estaba enamorado de ella y que deseaba que sus hijos fueran de ambos. Con toda franqueza, revela en las memorias que contestó a la propuesta: “Me siento tan halagada que no puedo ni hablar”.
A partir de ahí, todo fue a una velocidad meteórica. Se divorció de Keough y en mayo de 1994 anunció su inminente boda con la estrella de la música: “Estoy muy enamorada de Michael y dedicaré mi vida a ser su esposa”. Su boda, muy íntima y discreta, se celebró en República Dominicana. Ella tenía veinticinco años y él, diez más. “Me dijo que era virgen –confiesa en su biografía Lisa Marie–. Creo que había besado a Tatum O’Neal y que había tenido algo con Brooke Shields, nada físico más allá de un beso. Me contó que Madonna lo intentó con él una vez, pero que no pasó nada. Yo estaba aterrorizada porque no quería dar un paso en falso”.
Aunque se adoraban, el matrimonio se rompió al año siguiente. Después llegó a la vida de Lisa Marie el actor más rebelde de Hollywood hace dos décadas, Nicholas Cage, con el que solo estuvo casada tres meses. Cuando él, después de su romántica boda hawaiana, presentó la demanda de divorcio en la Corte Superior de Los Ángeles no dio ni una sola declaración. Lisa Marie, lacónica, sí lo hizo: “Esto muy triste por lo que ha sucedido. Respecto a nosotros, no debimos casarnos. Fue un gran error”. No obstante, cuando Lisa Marie murió, Nicholas Cage le dedicó un emotivo mensaje: “Es una noticia devastadora. Lisa era la persona que más se reía de todas las que he conocido. Iluminaba todas las habitaciones y tengo el corazón roto. Me consuela creer que se ha reunido con su hijo Benjamin”.
Tras la ruptura sin vuelta atrás con Nicholas Cage, apareció Michael Lockwood, su cuarto esposo y con quien mantuvo un matrimonio más largo, de una década. Con él tuvo a sus gemelas, Harper Vivienne Ann y Finley Aaron Love Lockwood, quienes acaban de cumplir dieciséis años y guardan un gran parecido con su famoso abuelo. Al parecer, y según contó Riley Keough en una entrevista exclusiva a Oprah, cuando nacieron las gemelas por cesárea, Lisa Marie comenzó su adicción a los narcóticos para poder dormir. Durante años, y a pesar del ambiente en el que se había movido, nunca había probado sustancia alguna y esta adicción tardía a los opioides supuso “una sorpresa” para todos. Durante un largo periodo, Lisa Marie tomaba al día hasta ochenta pastillas al día: “Solo quería dejarlo, pero estar sobria era demasiado doloroso”, escribió Lisa Marie.
Con este libro y la extensa entrevista que Riley dio a Ophah Winfrey, Lisa Marie Presley, la niña que miraba a su padre como a un dios, y a su madre como un ejemplo a seguir, revive para quienes lean su búsqueda de la felicidad incluso en los días más oscuros.