Fue una sorpresa. O, a lo mejor, no lo fue tanto. Un secreto, aunque a voces. Un hecho fortuito sin explicación. O, en realidad, resuelto con una frase clara, meridiana y, por dos veces, repetida. El abandono de Rubén Ochandiano de las cocinas de MasterChef Celebrity cayó como una jarra de agua fría pese a las señales prístinas que indicaban que aquello no podía funcionar. Con Rubén, el pasado martes, llovía sobre mojado. Verónica Forqué tampoco pudo soportar la presión, la tensión, la competitividad, la exposición… o whatever del programa y tuvo que ausentarse. Era la sexta edición. Tres después, Rubén se encontraba en una tesitura similar y quiso dar sus motivos. El 31 de mayo, cuando se grabó el episodio en el que daba un paso al frente y se desataba motu proprio el delantal, los expuso claramente, ojo. Dos veces. Pero en la postproducción final de la grabación eso no salía. Ahora no es que el actor de Flores de otro mundo quiera 'ir' de víctima o de mártir o de 'salvador del mundo'. Tampoco está sediento de venganza. Solo quiere cerrar la etapa, que tampoco la herida. Dijo 'basta' antes de que el arañazo empezara a sangrar. No es broma: estuvo a punto de costarle su salud mental. “Me tumbaba en el sofá, me tapaba la cabeza con los brazos y me repetía: no quiero ir, no quiero ir, no quiero ir”. Pero no era una cuestión de volumen de trabajo ni de horas ni de esfuerzo… Era un problema de 'códigos'. En esta entrevista nos explica eso que, visto así, parece en clave pero que si les digo que él se sentía como si todo el mundo a su alrededor le hablara en chino es bastante más gráfico. Quizás porque se empeñaban porque Rubén encajara en unas tramas que, sin embargo, en el tétrix mental del actor no cabían ni de milagro. Rubén nos recibe en su casa, una coqueta buhardilla con ojos de buey, repleta de separatas, de afiches de películas y carteles, que es su refugio y también su santuario. Hablamos en un receso de sus miles de quehaceres. Esta escribiendo una obra de teatro, se marcha a Sitges con Daniela forever con Vigalondo, que abre el festival de Sitges, luego a Londres… Necesita pasar página para coger fuerzas y este tema todavía le quita el sueño.
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- Rubén, comencemos por el principio. Tú, ¿cómo llegas a MasterChef Celebrity? Porque, perdóname, no te pega nada…
- Pues mira, yo consumía el programa porque ejercía en mí un efecto ansiolítico. Me venía muy bien para, de repente, ponérmelo y dejar de pensar. El año pasado, en la cena que organizan Armani en el Festival de San Sebastián, me toca sentado con Macarena Rey. Uno en frente del otro. Yo sabía quién era Macarena Rey pero no físicamente, y apostaría a que ella no sabía ni quién era yo ni siquiera, que me ubicara… No recuerdo quién le dijo a ella 'Oye, pues Rubén ve tu programa'. Y empezamos a hablar. Esa noche nos dejamos llevar por la fiesta, bailamos… Y unos meses después, me llamó para participar en el programa, pero yo le volví a decir que no lo veía. Estaba en México rodando una película, había hecho dos pruebas para otras dos cosas que estaba seguro de que me iban a salir… Total, que… para otra ocasión. Entonces, me ofrecieron una cantidad de dinero Irrenunciable. Pornográficamente sexy. Le hablé de los miedos que me despertaba participar en un formato así. Y que yo no sé cocinar. Y que yo no soy el perfil de personaje… Pero, una vez me disiparon los miedos, acepté.
- ¿Ese miedo estaba motivado por…?
- Porque mi profesión es extremadamente clasista… A ver, yo, el primero. Y esnob. Y sabía lo que podía despertar el hecho de que yo participase en un formato así… Pero reflexioné mucho y entendí que estaba diciendo que “no”, movido también por el preservar esta especie de vitola que se supone que me rodea como actor “respetable”, de actor que “participa en productos de prestigio”… Con lo que me dije a mí mismo: “Jod*, Rubén, vas a hacer 44 años y tampoco es que tengas dos Goyas en casa y te esté llamando Sorogoyen para rodar con Bardem su próxima película”, ¿no?
- Esa era entonces tu motivación para entrar en MasterChef, entiendo…
- Quizás entré un poco movido por la desilusión que he sentido en muchas ocasiones… Me considero un absoluto afortunado por poder vivir de mi profesión desde hace más de 25 años pero, en algunos momentos, he sentido que recibía ofertas por debajo de mis posibilidades. Siento que soy un tipo muy trabajador, un tipo con talento y, desde ahí, me pareció una travesura divertida formar parte de MasterChef.
- ¿Y cuándo empezó la decepción?
- Quiero ser muy cauto, insisto, que no me quiero victimizar, soy consciente de que, una vez que accedes a participar en MasterChef, eres cómplice… El que más y el que menos ha oído hablar de la leyenda y tooodos hemos escuchado historias, ¿no? Y la decepción no empezó muy poco a poco. Qué va. Ocurrió el día 1. Nada más llegar allí. Ha sido una experiencia superdecepcionante, sí, pero no me arrepiento de haber entrado y ni muchísimo menos, de haberme ido.
- Se supone que cuando no te gusta donde estás o lo que ves, lo más fácil es irse…
- Pues en realidad… no porque hay muchos condicionantes que te obligan a seguir.
- ¿Pero tú tuviste el valor o la fortaleza para decir: “Hasta aquí”?
- ¿Sabes lo que me pasa? A mí, dos cosas. 1) Que yo he tenido —he sentido— toda la vida y de manera muy vehemente la necesidad de pertenecer y de ser aceptado, lo que me ha llevado a trabajar mucho en adquirir un profundo respeto hacia mí mismo. Entonces, ahora, en cuanto percibo que ese sentimiento me está otra vez arrollando, me hace mucho ruido y tengo que salir de ahí. Y 2) A mí el dinero me gusta como el que más, pero sin embargo, no es la pasta lo que me hace perder la cabeza. En un ejemplo: si lo que hubiera habido al final del túnel hubiera sido hacer una película con Tarantino, pues igual me pillas tragando quina, pero, ¿por pasta? Paso. No voy de hippie, de verdad. Sé que la vida es mucho más divertida cuando tienes mucho dinero, pero por pasta no voy a pasar por encima de mí mismo.
- ¿Qué dijiste Rubén que cortaron?
- Cuando me fui, Macarena y yo tuvimos una conversación muy larga y, cuando llegué a mi casa, me llamaron de la productora para darme las gracias, porque había estado impecable y ejemplar. Y entonces, yo les dije: “Entonces, quiero ver eso en televisión, quiero verme impecable y ejemplar. Todo lo que sea ir en contra de eso, sentiré que hay una traición por vuestra parte”. Para mí era muy importante que quedara claro por qué me iba, que se supiera el relato al completo. Sin embargo, lo dije dos veces y dos veces lo quitaron. Me parece importante y justo contarlo y agradezco que ¡HOLA! quiera escucharlo.
- ¿La frase cuál era?
- Me voy porque ha llegado un punto en el que no estoy siendo capaz de respetarme a mí mismo ni tampoco de respetar lo que pedís.
- ¿Nadie supo o fue consciente de eso hasta que lo verbalizarte?
- Creo de verdad que no se lo esperaban.
- ¿Sí? ¿Cómo va a ser?
- Porque nadie se imagina que tú te plantees renunciar al caramelo que te ofrecen. De hecho, creo que, con el tiempo, con el devenir de las semanas, mis compañeros han comprendido un poco mi decisión, pero, al principio, mi sensación fue que todo el mundo me miraba como diciendo: “Éste está mal de la cabeza”.
- ¿Qué esperaban de ti que tú no podías 'interpretar'? ¿Ese tipo de roles que funcionan como si fuera un reality y no un talent? El malo, el gracioso, la madre del mundo… ¿Tú cuál eras?
- Sentí, pero esto es mi percepción, que yo era… el tonto útil. O que estaban perdidos y no sabían muy bien qué rol darme. Un poco: “¿Y a éste donde lo colocamos?” Pero yo, fíjate, no me he visto… No me veo ni siquiera en las pelis que salgo…. No obstante, mis amigos, mis padres… todos me dijeron que el que salía en la tele era yo.
- De hecho, en las redes sociales, eso es lo que se ha destacado de ti, que estabas con los pies en la tierra.
- Pero para ellos estaba en tierra de nadie y fue un poco el papel que jugué.
- ¿Cuándo tomas la decisión?
- Yo me fui el 31 de mayo.
- Ha pasado el verano que, en estos tiempos, es como si hubiera pasado una vida entera, y, sin embargo, te ha tocado ahora revivirlo todo como un boomerang, ¿no?
- Sí y en realidad siento que es como volver a un universo en el que yo no habito.
- ¿Y aclarar tu salida es como exorcizar fantasmas?
- Creo que tiene más que ver con la honestidad. Porque, si te digo la verdad, mientras estábamos grabando, yo lo recuerdo un poco como si lo estuviera viendo desde arriba. Como si no me estuviera pasando a mí, como si estuviera de viaje y ése no fuera mi planeta.
- Pero, ¿por el ambiente? ¿por las pruebas? ¿por las tramas?
- Yo creo que es más una cuestión de códigos, de la manera de relacionarse en el mundo, de estar en el mundo.
- Tú has trabajado con Calparsoro, Iñarritu, Soderbergh, Almodóvar… ¿Qué dificultad podrías tener en un programa de televisión para ti?
- Pues mira, nada que ver. Mi realidad es que yo soy un poco autista. (risas) O sea, a mí me sacas de lo que me interesa y me aburro. No tengo relaciones fuera de mi curro. Mis mejores amigos son gente con la que me engorilo pensando en lo que podemos hacer o en lo que hemos visto que nos parece alucinante… Pero luego tengo muy poca vida social porque me interesa muy poco todo lo que no tenga que ver con el cine, con el arte, con el teatro, la música... Y Pedro Almodóvar es un ser en el que, en ese sentido, no te lo acabas. Es infinito. Por eso, yo, en MasterChef creo que les parecía un ser con muy pocos recursos sociales porque en realidad no los tengo... O, mejor dicho, no los tengo en ese código.
- Rubén, perdóname, que no quiero parecer grosero, pero es bastante obvio que tú eres así. De hecho, me llama la atención de que la jefa de casting apostara por un perfil tan atípico como el tuyo. ¿Fuiste un error de casting?
- Pues… no lo sé, también conjeturo con eso. ¿Un error de casting? Depende de cuál fuera el objetivo.
- ¿Y tienes una idea de cuál era?
- Yo tengo mi teoría, pero responda lo que te responda, voy a quedar como un gilipollas. ¿tú qué crees que le hacía falta a MasterChef esta temporada?
- A mí me da la impresión de que necesitaban a alguien con una entidad diferente. Outsider, indie, del pedigrí de arte y ensayo… Pero claro, es como mezclar agua con aceite.
- Pues ¿de ahí? El problema, ¿no?
- Pero si es tan evidente, ¿cómo quién tuvo que verlo, no lo vio?
- Pues porque yo creo que, con la gente que tiene mucho poder, sucede un fenómeno curioso. Y es que se rodean de un entourage que, constantemente, les hacen creer que son mucho más brillantes lo que realmente son. Y esto, en general, les hace pecar de tratar a los demás con un trazo muy grueso y permitirse cosas que dan por hecho que el mundo va a aceptar.
- Pero eso… no sale bien…
- Claro que sí. En el 95% de las veces están en lo cierto. Pero, insisto, que no me quiero victimizar ni me quiero erigir en el salvador de nada ni en el mártir de nada.
- Pero valiente, lo eres un rato…
- Tampoco. Mira, no haber ido. ¿No? (risas) Desde el momento en el que dices sí, sabes con quién te estás metiendo. Eso, yo, lo sabía. Pero, mira hay algo que he aprendido, dos cosas. Y es que yo, a pesar de que miro el mundo con mucho miedo, mi punto de partida es creer que la gente está cargada de buenas intenciones y que les habitan buenos sentimientos y que la gente es buena por naturaleza. Y, aquí, en MasterChef, me he dado cuenta de que no. Y lo segundo ha sido: Nunca te fíes de la palabra de un pijo, porque un pijo considera que el mundo es su patio de recreo y que tú eres un objeto más con el que jugar.
- ¿Y cómo en un mundo tan complicado como es el tuyo, el del cine, sigues llevando el lirio en la mano, Rubén?
- Yo me disfrazo de impertinente y me cuesta mucho confiar y soy un tipo con el corazón bastante blindado. Pero, detrás de todo eso, descubro que, si no intelectualizo, doy por hecho que las intenciones de los otros son buenas. Ahora he descubierto que no, que hay gente cuyas intenciones pasan por lugares que ni te imaginas.
- Te serviría para una peli.
- Sin lugar a dudas. Sí, sí.
- ¿Melodrama? ¿Terror?
- Me resuena mucho esa frase de Woody Allen que decía: querría hacer Bergman, pero luego me sale el patetismo de la vida, ¿no? Creo que en general estas situaciones, en cuanto hay un poco de distancia, lo que sale es una comedia. Una farsa, porque son (somos) personajes que están tan al límite, que son casi caricaturas, en realidad.
- Al menos, sabrás hacerte una tortilla francesa.
- Es que nunca me ha gustado la cocina (risas)
- Estas emociones al menos te servirán para preparar un papel
- (risas) Lectura en positivo, por supuesto. También te digo que hice lectura en positivo del día que me sacaron las cuatro muelas del juicio. Pero tienes razón. Si una cosa tenía clara es que si participaba aquí era para tener la posibilidad de producir un espectáculo, el monólogo que estrenamos en El Pavón en el día 20 de enero, Kostia y poder hacerlo en condiciones, con sueldos como Dios manda. Aunque solo sea por eso, ha valido la pena.
- ¿Te arrepientes de algo?
- Creo que uno tiene que asumir las decisiones que toma con responsabilidad. Eso me lo pregunto y me lo pregunta mi entorno… Sería injusto decir que sí. En ese momento me pareció que era buen plan y fui hasta donde pude con lo que me hizo bien. Y ya.
- Tenías superdigerida tu renuncia…
- Mi madre se ríe de mí porque me cuesta mucho decidirme. Soy un tipo muy lento tomando decisiones. Pero mucho, mucho, mucho, mucho. Pero cuando el cuerpo hace clac, no hay marcha atrás.
"La oferta del programa era pornográficamente sexy, pero vendí el alma al diablo"
- Hablas de tu madre, en casa ¿cómo lo dijiste o qué te han dicho ellos tras todo lo ocurrido?
- Mi padre va un poco más a lo suyo. Hablamos, tenemos buena comunicación, pero va más a lo suyo. Con mi madre hablo más. Y fíjate, mientras grabábamos esto, a mi madre y a mis mejores amigos les decía: ¡No soy capaz de compartir con vosotros cómo está sucediendo, porque siento que si empiezo a hablar y me pierdo”. Entonces, lo que hice fue desaparecer del mapa. Y cuando ocurrió todo, mi entorno más íntimo, decía: “Es que era todo muy sospechoso”. Porque lo habitual, cuando estás llevando a cabo una actividad tan demandante, es descomprimir en los ratos libres. Y yo, en vez de eso, lo que hacía era estar en barbecho. Me tumbaba en el sofá, me tapaba la la cabeza con los brazos y me repetía: no quiero ir, no quiero ir, no quiero ir. Y no, no era una cuestión de volumen de trabajo ni de horas ni de esfuerzo…
- ¿Era una cuestión de gestión de tus emociones?
- Era una cuestión del entorno. Como si hablaras en castellano, pero tuvieras que estar todo el rato contestando y entiendo el mandarín.
- ¿Ya estás más tranquilo?
- Estoy cansado, que a veces se confunde un poco con la serenidad. El lunes me voy a Sitges con Vigalondo a concurso, el miércoles me voy a Londres y estoy un poco como con la mirada en eso.
- ¿Con qué estás ahora, Rubén?
- Vamos a estrenar, tal y como te decía, un montaje en enero que se titula Kostia, como el protagonista de La gaviota. La obra acaba con una frase que dice: “Saquen a Irina Nicolai de aquí, konstantine se ha pegado un tiro y está muerto”. La premisa del espectáculo es que Konstantine, Kostia, se ha pegado un tiro, pero no ha muerto y ahora, años después, e enfrenta a sus inquietudes, la vida, al arte, a la vocación, a la muerte, al amor, al deseo.
- ¿Y es un monólogo?
- Sí, sí. El año pasado vi en Londres un espectáculo que era como La Casa de Muñecas 2. Algo así como que Nora volvía 15 años después a pedir el divorcio. Esto es algo que, desde hace un par de años o tres venía pensando hacer, y cuando vi que la dinámica esta dije, “nos lo van a acabar pisando” (risas)
- ¿Entiendo que es un texto tuyo?
- Sí, junto con el director artístico del Teatro Nacional de Bogotá… y el texto está construido como como si fuera auto ficción, utilizamos a Kostia para hablar de muchas otras cosas, de manera que el espectador puede llegar a entender que estoy hablando yo de mis propias heridas. Estoy muy entusiasmado, la verdad. Me apetece muchísimo. Es como que estuviera necesitando hacer algo así que me nutra el corazón. Y mira ves, lo que he ganado en Masterchef va apara hacer una montaje como Dios manda. Después, tengo para estrenar “Ya no quedan junglas, a dónde regresar, con un Megan Montaner y una peli muy bonita que rodó en República Dominicana hace ya dos años, que yo creo que es la película más bonita que he rodado en mi vida. Se llama “Zumeca”. Es una película de época, un tipo que, durante el primer viaje de Colón, se pierde en la selva. Bellísima, bellísima, bellísima, bellísima.
- ¡Ruedas a los dos lados del Océano!
Lo que más me gusta en el mundo es viajar currando. De hecho, ha sido esta casa la que me ha anclado en Madrid, porque hasta que la encontré mi plan era estar un poco nómada, con lo que me cupiese en dos maletas y sin un sitio establecido. Pero me he enamorado mucho de esta casa y estoy a ver si me la compro, la verdad.
- Hablamos hoy porque sales en seguida para Londres. ¿Qué tienes allí?
- Todos los otoños, la Academia de Hollywood hace una fiesta para dar la bienvenida a los nuevos miembros. Y desde que me invitaron a ser miembro en 2018, me gusta ir a la fiesta, porque al final es su ocasión para acabar hablando con la gente más interesante de la industria. Imagínate, tomarte un champan con Adam Driver. Que te digo, si después del túnel en MasterChef me dicen, “oye, que vas a hacer una película con él”, te cocino como sea unos chipirones en su tinta y lo que haga falta, pero, ¿por dinero? No, mira. No me interesa.