Dos meses ya. Una eternidad o un "parece que fue ayer". Los golpes de la vida moldean el tiempo a su antojo. Si el zarpazo te pilla de refilón, uno es capaz de mantener los pies en el suelo y de ubicarse al menos, pero si arramplan contigo de lleno, ni la noción del espacio te acompaña. El 7 de agosto, Cari Lapique perdía, en la placidez de la noche, a su marido, a Carlos. El corazón dejaba de latir y el mundo frenaba de pronto. Ni veinte días después, era Caritina, su hija mayor, quien pese a ser toda corazón, este se le rebelaba, deteniéndose con todo lo que le quedaba por delante. A veces, para amortiguar el dolor, la memoria funciona como un analgésico; otras, cuando las pérdidas son tan grandes, solo queda el amor.
Porque no hay olvido, solo distracción y cariño. Por eso, Cari vuelve a salir a la calle y se esfuerza por hacer lo que hacía. Porque hay personas que la quieren y a las que no les puede faltar. Ya sea Carla, su hija pequeña; su hermana Miriam, que la acompaña como su sombra; sus nietos, a los que se debe como 'abuelona' que es; o sus amigas, como Nuria González…
Nos acordamos de Nuria porque este fin de semana, esta familia, que siempre se ha mantenido firme y unida, hacía un alarde más de entereza y el Estadio Santiago Bernabéu se convertía en el escenario de su esfuerzo. De ese trabajo de amor forzado por reconstruir la normalidad.
Se jugaba un Real Madrid-Villarreal. 2-0 para los de casa y el partido dio para mucho en la crónica deportiva. Que si Vinicius colaba un balonazo killer y luego se lesionaba un hombro; que si Mbappé sí, que si Mbappé no; o que si Dani Carvajal, pobre, se destrozaba la rodilla… Cari y Carla, aún de severo negro, se dieron un respiro. 90 minutos de distracción en los que las buenas boleas y resolver los fueras de juego eran lo único importante. Emociones, nervios y risas como las de antes.