El pasado 28 de septiembre, Ana Cristina Portillo dio el “sí, quiero” al ingeniero industrial Santiago Camacho, después de siete años de relación. La pareja de enamorados puso el broche de oro a su bonita y discreta historia de amor con una emotiva boda rodeada de sus seres queridos y en un lugar muy especial para Ana, la finca Santiago, el hogar de su familia materna en Jerez de la Frontera donde creció y donde se siente muy cerca de su madre, Sandra Domecq. Un enlace mágico e inolvidable, cuidado al detalle, al que no quisieron faltar 435 invitados y que, pese al extenso número de asistentes, se consiguió una celebración íntima y familiar. Ana y Santiago fueron la viva imagen del amor y la auténtica felicidad. Y, en el día más importante de su vida, Ana Cristina quiso sentir a su madre cerca en todo momento a través de distintos homenajes.
Ana Cristina comenzó la mañana del sábado arropada por sus hermanas, Claudia, Eugenia y Alejandra. Durante los preparativos y momentos previos a dirigirse a la iglesia, la novia estuvo acompañada en todo momento por las tres mujeres de su vida, y quiso también hacer un homenaje a su queridísima madre, Sandra. Mientras se preparaban para dar comienzo al gran día, su hermana Alejandra puso unos antiguos discos de vinilo de su madre, y durante aquel rato tan íntimo sonaron las bandas sonoras de Sandra.
Con su madre en el corazón y en su pensamiento, la novia tenía grabado su nombre, junto a la fecha de la boda, en un medallón de cerámica (regalo de su amiga, Diana Rodríguez Torres), que rodeaba su ramo de novia, que a su vez estaba adornado con jazmines, la flores predilectas de Sandra que ella llevó en el día de su boda tanto en el ramo como en el pelo. Después de intercambiar las alianzas, llegó el momento de la entrega de las arras, que habían pertenecido a su madre, Sandra.
Una vez finalizada la ceremonia y darse el “sí, quiero”, los novios salieron de la iglesia entre vítores y aplausos de todos los invitados que celebraban el amor de la pareja. Se dirigieron a la finca Santiago donde dio comienzo al cóctel y posterior almuerzo. Y fue entonces cuando la novia apareció con un segundo vestido. Ana Cristina cambió su primer look de diosa griega por un segundo diseño que recordaba a las divas del cine dorado, y donde cada detalle tenía un gran significado para la novia. Confió de nuevo en las expertas manos de Jorge Acuña, diseñador de su primer vestido, y deslumbró con un precioso vestido en raso de seda, con escote asimétrico y una pronunciada espalda abierta con tres tirantes y bordados de oro hechos a mano. Cada bordado tenía un motivo: las hojas, porque representan el campo que a ella le apasiona; una ‘S’, en honor a su madre; y también por ella, un jazmín porque “siempre nos ponía cuencos con agua y jazmines en la mesilla de noche, para que oliese bien”.