Marzo de este mismo año. 2024. Semana de la Moda de París. Desfile de Vetements. Cher, Julia Fox, Willow Smith o Fedez en el front row y, de repente, por sorpresa, sobre el fondo rojo de la pasarela, se sobreimprime el perfil de una diva nada habitual sobre la tarima aunque marque la pauta de las tendencias en el planeta Tierra con más de 60 millones de followers around the world.
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Ella es española. Oscense. De Jaca. Y no hay diosa más terrena que ella, Georgina Rodríguez. La influencer, empresaria, amante esposa y madre (de Cristiano Ronaldo, lo primero, y de cinco niños, lo segundo) se convertía en protagonista indiscutible de la jornada en aquella Semaine de la Mode que hoy ya forma parte de la leyenda -y la hoguera de vanidades- de la capital del Sena. ¿Sus armas? El golpe de cadera.
Porque lo hacía con un modelo 'Blokecore', o lo que es lo mismo, un vestido confeccionado a partir de una de las camisetas del mejor dorsal 7 de la Historia del Manchester United. Con cuello halter y hasta los pies. Y, para más inri, con la firma serigrafiada de ese hombre que atesora más de 600 millones de seguidores en sus cuentas y con el que comparte su vida. Georgina cumplía un sueño y el nombre de su chico estaba escrito en su corazón.
Georgina Rodríguez revive para ¡HOLA! ese momento. Sus sensaciones. Sus emociones. Su pálpito. Su recuerdo. Un instante que, de manera exclusiva, podrás volver a ver ahora —comentado al margen por ella misma— y que compone la tercera temporada de Soy Georgina, una nueva apuesta de Netflix, después de que la primera y segunda entrega de memorias se colocaran en el top10 del gigante rojo en más de 45 países.
Pero si en el debut televisivo, asomábamos el ojo a través de la cerradura de su infancia y adolescencia —o a todo eso que ocurría hasta que la Cenicienta encontraba a su príncipe azul en 2016—, para después asistir al día a día de la rutilante estrella y sin embargo amiga y madre, ahora, Georgina nos abre las puertas nacaradas de su jaula dorada en Arabia Saudí: Villa Perla.
Seremos testigos de esas nuevas y primeras veces en un país no habituado a la fuerza ni a la soltura, el desparpajo, la libertad, el poder, la autoridad o las curvas de las mujeres y mucho menos, si tienen las dimensiones hiperbólicas de esta mujer, reina de las redes, para la que no hay techos de cristal. Por muy exóticos y patriarcales que estos sean.
Y sí, como en aquel desfile, su paso es firme, decidido, imparable. Giò no se detiene y su estela puede ser la senda para muchas mujeres.