De él decían que se ponía delante del toro con poderío y bravura. Casi parecía no conocer el miedo en cuanto salía al ruedo y, con su carácter y personalidad, arrasó en las plazas más importantes de España. Hoy se cumplen cuarenta años de aquella cornada eterna, la que acabó con la vida de Paquirri en Pozoblanco (Córdoba).
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La tragedia se mascó desde el preciso momento en el que fue embestido por el animal. Pero él, acostumbrado a mirar de frente a la muerte, mantuvo la entereza, que sólo se podría esperar de un diestro que se convirtió en leyenda, hasta el final. "Abra todo lo que tenga que abrir, lo demás está en sus manos. Y tranquilo, doctor", le diría a Eliseo Morán cuando entró, llevado en volandas por su cuadrilla, en la enfermería de la plaza.
Lo que quizá algunos olvidaron es que aquel hombre que tantos éxitos cosechó sobre el albero, ya sufrió, tiempo antes, otra cogida que casi le costó la vida.
Fue en 1978. Entonces estaba casado con Carmina Ordóñez, su primer amor, y ya sonaban con fuerza los rumores de una posible separación -que llegaría en 1979, aunque firmarían el divorcio en 1982-. ¡HOLA! envió a un periodista, Santy Arriazu, a Sevilla para conocer la verdad: si, en efecto, el matrimonio atravesaba una profunda crisis, o, por el contrario, sólo eran habladurías.
Lo que no se esperaba, como él mismo contó en su crónica, es que, en su viaje a la capital hispalense, tendría que cubrir otra noticia bien distinta.
"La cornada más grave"
En una corrida en la Maestranza, Paquirri sufrió "una gravísima cogida" cuando lidiaba su segundo toro. Tras poner las dos banderillas, el diestro se quedó entre las astas del animal. Los espectadores contuvieron el aliento. Al incorporarse, se descubrió que sus piernas estaban cubiertas de sangre.
Su suegro, Antonio Ordóñez, se lanzó desde la barrera, y 'El Viti' -otro torero de leyenda- le hizo un torniquete camino de la enfermería, donde el mozo de espadas, Ramón, Alvarado, rezaba entre sollozos: "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué cornadas! El maestro está mal, muy mal, ¡Dios mío!"
Preocupadísima, Carmina, llegó al quirófano, con el rostro descompuesto, "pero demostrando gran entereza", acompañada por su hermana, Belén.
Minutos después, Francisco era trasladado a la clínica de Nuestra Señora de Fátima, en la que se sometió a una operación que duró tres horas -y recibió más de cien puntos de sutura-.
A la mañana siguiente, aseguraba a ¡HOLA!, todavía convaleciente, en la cama, que estaba "hasta las trancas" -una palabra que se usa en el argot taurino para reflejar el miedo-, y, sobre todo, tenía en la mente a su 'Nano' y su 'Picúo' -como llamaba, cariñosamente, a sus hijos Cayetano y Francisco, que además, ese día, estaba en la plaza-.
Una premonición
Confesaba Carmina al periodista José María Íñigo que deseaba que los toros estuvieran "cuanto más afeitados mejor y con corchos en las puntas". Aunque había crecido en una familia taurina -era hija, nieta, sobrina y esposa de torero-, no se acostumbraba a aquello de ver a su marido batirse en duelo con un toro. Se sobrecogía cada vez que tenía que salir al ruedo y rezaba a la Esperanza y al Cristo de Triana por que Paquirri volviese sano y salvo a casa.
"No creo que nadie pueda acostumbrarse al dolor. Lo único que una puede hacer es adaptarse, aceptarlo y tener resignación", explicaba a ¡HOLA! Además, en esta ocasión, había tenido un mal presagio. Una terrible premonición antes de la tragedia.
"Hace tres ferias, Juan Carlos (Beca Belmonte), mi cuñado, comentó que no le gustaba nada el traje gris y oro. Eso se me quedó grabadísimo. Yo soy supersupersticiosa y no me hizo ninguna gracia que saliera al ruedo vestido de gris y oro. Luego, estando en casa, andaba como nerviosa, como preocupada…" y, en efecto, sus peores presagios se cumplieron.
Aun así, nos explicaba no se le pasaba ni siquiera por la cabeza eso de aconsejar a Paquirri que se alejase de los ruedos. Sabía que el toreo era su vida "y él tiene todo el derecho del mundo a seguir toreando".
Su mente parecía hacer, sin embargo, un extraño pulso con su corazón, que le decía otra cosa bien distinta: "A mí me gustaría que se retirara la verdad. ¡Ya para siempre!".
Dejando a un lado su tristeza por ver a su marido en la cama del hospital -"esto hace que me sienta más unida a él porque necesita más de mí"-, Carmina tuvo fuerzas para desmentir a ¡HOLA! cualquier crisis sobre su matrimonio: "no, no hay nada de cierto respecto a eso. En absoluto. Lo que pasa es que hay comentarios para todo y que la gente se va demasiado de la lengua. En este momento, te puedo decir que no hay crisis en nuestro matrimonio".
Fueron rumores que, al final, pasaron a ser ciertos un año más tarde. Sus caminos se separarían en 1979, pero la suya, como diría su hijo mayor, Francisco, sería la "ruptura más civilizada" que había visto en su vida.