Cómo, a veces, cosas tan comunes y corrientes como regresar de vacaciones y solventar el primer día de colegio de una nieta pueden convertirse en una prueba de vida, en un triunfo contra la adversidad, en una epopeya comparable a una tragedia griega... Y no solo ese momento, sino todo lo que acontece a su alrededor. Véase, levantarse al primer timbrazo del despertador; lavarse los dientes; exprimir las naranjas del desayuno; terminar de limpiar los zapatos de la niña, para que brillen como un espejo; prepararle el bocadillo para el recreo... Y, por supuesto, vestirse y salir a la calle...
Todo, como un cúmulo de actos de valentía y proezas, similares a subir el Everest con pantalones cortos y camiseta de tirantes. Sin embargo, forman parte de la rutina. De la vuelta a la rutina. Una rutina ineludible. Y necesaria. Ley de vida. Porque no hay opción. Porque no puedes no hacerlo. Porque lo del Himalaya, te lo puedes ahorrar, pero afrontar cada mañana que tu marido y tu hija ya no están contigo, eso, perdón, ¿cómo se afronta? ¿Cómo volver a la "normalidad", cuando la normalidad ya no existe?
Es muy difícil saberlo, a no ser que no encuentres un ejemplo. De entereza, de fortaleza, de valentía, de aplomo, de superación, de serenidad... de amor. Cari Lapique vio cómo, de improviso y en menos de veinte días, un manto negro se cernía sobre su vida. Como en el mítico Funeral Blues, de W. H. Auden, ya no había ni sol, ni estrellas, ni norte, ni sur, ni semana de trabajo, ni descanso dominical, ni palabras, ni canción. Primero fue Carlos, su marido, después Caritina, su hija mayor.
Todo lo que se pueda decir suena banal ante tanto dolor. Tras abandonar Guadalmina, el desolador cuartel general de verano de los Goyanes-Lapique, tenía lugar el entierro de padre e hija en el cementerio de la Paz, en Tres Cantos, y la familia, siempre unida, se daba una tregua, por llamarlo de alguna manera, en la finca de Retuerta del Bullaque, en Ciudad Real. Pero la vida no da tregua. Continúa. El reloj no se para. Y tampoco puedes permitir que eso ocurra para quienes les queda mucho por vivir: los niños. De hecho, cuanto antes se le dé cuerda, mejor.
"La abuelona", como ella misma se califica, se calzó las gafas de sol y apoyada, eso sí, en las dos mujeres que se han convertido en sus muletas, su hermana Myriam y su hija Carla, ha retomado sus obligaciones. Y no hay otra más importante, la primera semana de septiembre, que el primer día de cole. MiniCari, cogida de la mano de su abuela, volvía un año más a las aulas, donde tal y como podemos ver en este reportaje, volvía a verse con sus amigas y volvía a reír, en unas preciosas imágenes que te reconcilian con la vida. Mientras, Cari y Carla —también Antonio Matos, marido de Caritina, en un discreto segundo plano— asistían a las escenas de reencuentro, serenas y reconfortadas por el cariño de las amigas y compañeras de clase. También por el de las madres y amigas que, como Gabriela Álvarez Sastre, íntima de Caritina, también se despedían de sus hijas a las puertas del colegio, y convertían la escena en algo natural, ya vivido, y normalizado pese a la trascendental diferencia.
Porque todo sigue. Este fin de semana, Sixsens, la compañía de restauración de Caritina, volvía al trabajo. Con, nada más y nada menos, que el catering de la Vuelta a España en su etapa final, en Madrid, donde también, el próximo 23 de septiembre, en la iglesia de San Antonio, tendrá lugar la misa funeral por el alma de Caritina y su padre, Carlos Goyanes.