Alejandra de Rojas nos recibe en su nueva casa de campo, un sueño hecho realidad, que se encuentra situada a los pies de los Montes de Toledo. Hija de Charo Palacios, quien fuera una de las mujeres más elegantes de España y musa del modista Elio Berhanyer, y de Eduardo de Rojas, conde de Montarco, de su madre heredó una elegancia y distinción innatas y de su progenitor, su pasión por escribir y un amor incondicional por el campo.
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Alejandra, modelo, empresaria y colaboradora de ¡HOLA! Living, contrajo matrimonio en 2018 con el empresario y músico Beltrán Cavero, fruto del cual nació su hijo, Pepe. En esta entrevista nos habla en exclusiva de su separación del padre de su hijo, una ruptura que no fue fácil, aunque ambos continúan teniendo una relación cercana. Su hijo, Pepe, al que considera "mi mejor obra y mi mejor compañero de viaje", nació en noviembre de 2019.
Madre e hijo disfrutan juntos en la casa de campo que acaban de rehabilitar a pocos kilómetros de la ciudad de Toledo, en la que el pequeño crece rodeado de naturaleza y de animales. Imponentes perros de raza gran danés y braco alemán, caballos, una cabra y el simpático burro 'Tintín' conviven en armonía y son los mejores amigos de Pepe, quien el próximo noviembre cumplirá cinco años y crece feliz y en libertad aprendiendo a disfrutar de las cosas sencillas.
—Vives desde hace tiempo separada de Beltrán Cavero, padre de Pepe, ¿mantenéis buena relación?
—Beltrán ha sido, es y será siempre mi familia. Hemos compartido momentos maravillosos y he sido muy feliz a su lado. Tenemos una relación muy bonita basada en el respeto, el cariño y la admiración mutua. No podría haber elegido mejor padre para Pepe.
—Imagino que no fue una ruptura fácil, con un hijo tan pequeño en común…
—Ninguna ruptura es fácil. La vida no siempre sigue el camino que uno espera, pero siempre prosigue su curso. Después del vuelco emocional que conlleva una ruptura, viene la calma. Se necesita tiempo para adaptarse a la nueva realidad, pero Beltrán y yo siempre pusimos de nuestra parte para mantenernos unidos en esta nueva etapa.
—¿Hacéis planes juntos con Pepe?
—¡Por supuesto! Pepe tiene siempre presentes a sus padres en los momentos clave de su vida. Somos su pilar más importante, su familia y su techo protector. Su padre y yo estamos de acuerdo en su educación, en su futuro y en el día a día.
—¿Tienes ganas de volver a enamorarte?
—El amor no se espera a la vuelta de la esquina. Un día llega y te sorprende.
Amor por el campo
—¿De dónde nace tu amor por la naturaleza, Alejandra?
—Desde pequeña me gustó pasar tiempo en el campo. Recuerdo los fines de semana en una pequeña casita blanca que mi madre tenía en un parque natural. Junto a mi hermano, corríamos a nuestras anchas, hacíamos cabañas con palos de pino hasta que caía la noche y montábamos en bicicleta alrededor de la piscina, no exentos de algún desliz que siempre terminaba con alguno de nosotros secándose en la chimenea. Mi amor por la naturaleza se basa en todos aquellos recuerdos.
—Es decir, que tuviste una infancia estrechamente vinculada al campo…
—Sí. Y, gracias a que mi madre nos grababa con una cámara Super 8, he podido visualizar esos momentos de mi infancia y revivirlos con la misma intensidad. Recuerdo los sábados de herradero durante la Semana Santa, siempre en Sábado de Gloria, para poder comer cocido, en casa de mi padre en Salamanca, en una bonita finca llamada 'Sageras de los toros'. Era un día especial y así se notaba desde por la mañana, cuando servían churros recubiertos de azúcar, que yo mojaba en leche recién ordeñada, con los pies metidos debajo del brasero.
—Tu padre, Eduardo de Rojas, conde de Montarco, era un ganadero que adoraba la vida campestre.
—Le recuerdo ataviado con sus zahones y cómo llevaba un listado de las reses, pulcramente ordenado, resultado de alguna que otra noche que habíamos pasado juntos en vela poniéndole nombre a las vacas. Recuerdo el olor a quemado del hierro, el pan con sardinas a la hora del descanso, el relinchar de los caballos amarrados con sus monturas vaqueras y sus mantas estriberas… Todo ello era música para mis oídos.
Un sueño hecho realidad
—Ahora tienes tu propia casa de campo, ¿es un sueño hecho realidad, Alejandra?
—Los sueños son pasiones trabajadas. La constancia, el esfuerzo y la ilusión los hacen posibles. No hubiese podido llegar hasta aquí sin el maravilloso equipo liderado por Juan Manuel y Alberto Tante Mora, a los que tanto les debo. Miro atrás y recuerdo las mañanas de invierno juntos, calentándonos pegados a una hoguera improvisada en mitad de los escombros de la obra de esta casa, calentándonos las manos sin aún haber salido el sol. También los kilómetros hechos en busca de material para su construcción, el aprendizaje de estar a pie del cañón, las risas que hacían el trabajo más liviano… Sin duda, rehabilitar esta casa ha sido un sueño hecho realidad.
—¿Te sientes especialmente vinculada a la provincia de Toledo de alguna forma? Es el lugar donde te casaste, donde vives y donde crece tu hijo, Pepe, desde que nació.
—Castilla-La Mancha me ha acogido con los brazos abiertos. Aunque nací y crecí en Madrid y terminé mis estudios en el extranjero, aquí me casé y aquí crece nuestro hijo. Pepe tiene el privilegio de que, alguna que otra vez, voy a buscarle al colegio a caballo. Me gusta mezclarme con sus gentes, saludar a toque de claxon cuando me cruzo con un vecino y frecuentar sus restaurantes, sus bares, sus rincones ocultos y sorprenderme cuando conduzco por sus llanuras sin apenas ver un árbol en kilómetros.
Un niño criado en la naturaleza
—Antes de convertirte en madre, ya tenías claro que lo ideal para ti era que tus hijos se criaran en el campo…
—Ha sido a raíz de los años, que aquella soñada vida idílica fue tomando forma. Un día, cansada del bullicio de la ciudad, decidí mudarme al campo. Pasé un año viviendo sola en medio de la naturaleza para saber si de verdad aquella era la vida que quería llevar. Aprendí a apreciar las mañanas con olor a café y chimenea, me acostumbré a que mi ropa oliese a hollín, a abrigarme más de la cuenta para dormir en las noches de invierno, a ver los árboles a través de la ventana y a disfrutar del silencio cuando cae la noche. Imaginé las risas de un niño corriendo campo a través y fue cuando lo tuve claro.
—¿Qué ventajas crees que tiene el contacto tan estrecho con la naturaleza durante el crecimiento?
—El campo asienta, marca y educa. Mi padre, como contaba antes, era ganadero y, desde pequeña, he crecido rodeada de mastines, vacas y ovejas. En casa se leía La France Agricole y él escribía todos los domingos un artículo para el periódico ABC, en la sección de agricultura. Vivir en contacto con la naturaleza te hace más noble, más auténtico y más feliz, porque aquí los ídolos de verdad no están enmascarados. Cuando veo a Pepe correr descalzo, subirse en su burrito a pelo o bañarse en la alberca teñida de agua verde, siento que estoy haciendo lo correcto.
—¿Vuestros planes son quedaros permanentemente aquí, en el campo toledano, o cuando Pepe crezca os mudaréis a la ciudad?
—Pepe tiene que quemar y vivir las etapas como hemos hecho todos. Sé que llegará un momento en que tenga que vivir en la ciudad. Creemos que es importante para su desarrollo y para formar su personalidad. El campo siempre estará esperándole, porque el campo nunca se olvida.
—Pepe cumplirá cinco años el próximo noviembre, ¿qué nos puedes contar de él?
—Pepe es mi mejor obra. El brillo de sus ojos, su desparpajo, su espontaneidad… Es un niño extremadamente sensible que siente curiosidad por todo aquello que le rodea. Tiene una sonrisa que te desarma y una bondad que no tiene límites. Tiene la suerte de tener a su lado a unos padres que le adoran y a una tata, Marisa, que fue quien cuidó de mí cuando era niña y forma parte de nuestra familia.
—¿A quién se parece?
—Tiene los ojos y la personalidad de mi madre, el colorido de su padre y el físico atlético de su abuelo paterno.
—¿Cuál es vuestro plan favorito juntos?
—Pepe es mi mejor compañero de viaje. Gracias a mi trabajo, viajo con asiduidad, y mi hijo me acompaña siempre que puede. La complicidad de una sonrisa, descubrirle el mundo o hacer con él algo por primera vez no tiene precio.
—Alguna anécdota divertida que hayáis vivido aquí…
—Una mañana de domingo, desayunábamos tranquilos cuando escuchamos unas pisadas en el suelo de barro de casa. 'Tintín', nuestro burro, se había colado en casa en busca de zanahorias. Detrás de él, le seguían la cabra y mis dos perros. La imagen era de cuento y Pepe sonreía feliz. Nunca se me olvidará.
Alejandra, madre
—¿De qué manera ha cambiado tu vida el hecho de convertirte en madre?
—Cuando te conviertes en madre, tu vida da un giro radical de 360 grados. Pepe es el mejor profesor que he tenido. Deberíamos fijarnos más en los niños y en su forma de ver la vida para sacar lecciones productivas. Vive el día a día, no tiene consciencia del tiempo y para él cualquier problema tiene solución. Esa inocencia que perdemos al crecer renace cuando se es madre. Es bonito cultivar la paciencia, volver a sentirme niña a su lado y descubrir el mundo de nuevo a través de sus ojos.
—¿Cómo te ves en ese papel de madre?
—Soy una madre bastante relajada. Absolutamente consciente de que los niños deben ser nuestra responsabilidad, pero sin posesiones. Me gusta llevar y recoger a Pepe del colegio, acompañarle a sus fiestas de cumpleaños y estar presente en cada momento. La vida pasa muy rápido.
—¿Cómo te organizas viviendo fuera de la ciudad con tus trabajos?
—Mi trabajo me permite llevar la vida que siempre he querido. Visito Madrid con asiduidad, viajo por todo el mundo con frecuencia y de esta manera mantengo el perfecto equilibrio. No es bueno quedarse aislada.
—¿Te resulta fácil conciliar siendo Pepe aún pequeño?
—Intento que el trabajo se haga en sus horas escolares o, si tengo que entregar textos para mi sección de ¡HOLA! Living, lo hago por la noche cuando está acostado. Le hago partícipe de mi vida siempre que puedo y muchas veces, mientras yo estoy delante del ordenador, él se sienta a mi lado a dibujar.
—Alejandra, aunque vives en el campo, también te gusta la moda, te suelen invitar a fiestas y se te reconoce por tu estilo sencillo y elegante.
—Vivir en el campo no significa que viva en una burbuja. Me gusta la moda porque desde pequeña he vivido ese mundo de cerca: mi madre fue modelo de Elio Berhanyer y de ella aprendí que una debe estar siempre arreglada, aunque sea para estar en casa. Viajo muchísimo y trato de educar el ojo en cada salida, tengo una vida social más selectiva, pero no estoy desconectada del mundo real.
—¿Echas algo de menos de vivir en la ciudad?
—La ciudad tiene cosas muy buenas. Soy de las que piensan que todo tiene su lado positivo. Los museos, la oferta gastronómica, el teatro, caminar sobre el asfalto y mis amigos. No lo echo de menos porque voy a Madrid todas las semanas.
—¿Cómo es un día en tu vida?
—Me levanto temprano para dejar hechas las tareas del campo antes de que despierte la casa. El campo es mi gimnasio personal y lo que me mantiene en forma día a día. Bajo a la huerta a quitar malas hierbas en verano y recoger las verduras, echo un vistazo a los caballos en el prado, doy de comer a mis perros, barro las cuadras y, el día que tengo más tiempo, salgo a montar a caballo. Me gusta almorzar temprano e improvisar alguna que otra receta. Las tardes las paso con mi hijo jugando al aire libre y en invierno hacemos puzles junto a la chimenea. Quiero que esos pequeños momentos le acompañen toda su vida.
Pasión por la hípica
—Sientes una gran pasión por los caballos desde que tu padre te regaló uno siendo niña, ¿qué te aportan estos animales?
—Mi padre me regaló un caballo de capa alazana al que puso de nombre 'Fierabrás', como el bálsamo de El Quijote. Ese caballo murió y la vida quiso que, años después, apareciese uno de similar apariencia, al que bauticé con el mismo nombre en honor a aquel viejo amigo. Los caballos son capaces de sentir el latido de nuestro corazón a un metro y medio de distancia. Por ello, se dice que son un espejo donde nos reflejamos. Leen nuestras emociones y nos analizan a través de nuestros movimientos. No existe animal más noble y bello. Es pura pasión.
—¿Hay algún caballo al que recuerdes con especial cariño?
—Todos los caballos que han pasado por mi vida tienen su lugar en mi memoria. 'Petenera', la yegua torda de mi madre; 'Yucatán', el caballo castaño que yo montaba en la casa de mi padre; 'Fierabrás', por ser el primero que fue mío…
—¿Pepe ya tiene su propio caballo?
—Monta a caballo solo cuando veo que muestra interés. No creo que sea bueno forzar las aficiones propias en nuestros hijos. Si cuando crezca veo que siente mi misma pasión, tendrá su propio caballo. Por el momento, monta los que tenemos en casa.
—¿Te ocupas tú de las labores de la huerta o de algún tipo de cuidado de los animales?
—Me gusta implicarme por voluntad propia en todas las labores del campo. ¿De qué sirve vivir en plena naturaleza si no te gusta lo que conlleva? Vivir aquí lleva implícito un trabajo que hay que hacer día a día. Tengo la suerte de poder aprender de la gente que trabaja la tierra: de María, mi caballista, con la que paso gran parte de mi tiempo compartiendo rutas a caballo, conversaciones y maravillosos momentos. El campo y sus gentes…
—¿Qué te gusta hacer en tus ratos libres en este maravilloso entorno?
—Lo que más me gusta es salir a pasear con mis perras a caballo. La sensación de estar sola con mi caballo 'Fierabrás' en mitad del campo es indescriptible. Escucho el silencio, los pájaros y observo cada detalle del camino. Llevo en mis alforjas un tentempié y de regreso a casa paro donde me plazca a tomar un aperitivo. Me gusta pasar tiempo con mis animales a los que cuido y mimo. Incluso tengo una gallina, que tiene por nombre 'Otilia', que me reconoce cuando entro en el gallinero. Las tardes de invierno me gusta pasarlas leyendo junto a la chimenea y también disfruto en la cocina elaborando recetas caseras.
—¿Cuál es tu rincón favorito de la casa-finca?
—Las cuadras (ríe). Me gusta sentarme en el guadarnés a encerar las monturas y las cabezadas. El olor a cuero me reconforta.
—Dicen que eres una fantástica anfitriona, ¿qué te gusta organizar para tus amigos?
—Mis amigos son un pilar muy importante en mi vida. Tengo la suerte de poder contar con ellos en los momentos difíciles y de disfrutar juntos los buenos ratos que tiene la vida. Me gusta recibir en casa con música de jazz, preparar algún plato especial y montar una bonita mesa en el comedor o en cualquier rincón que se precie. Utilizo las vajillas que heredé de mi madre, corto flores del jardín, ramas de olivo y enciendo velas. Me gusta tenerlos cerca y mimarlos. Son la familia que elegimos.
—Si te preguntamos por tu estado de ánimo actual…
—En paz.
—Si pudieras pedir un deseo…
—La felicidad de todos los míos, por encima de todo.
—¿Cuáles son tus proyectos de futuro?
—Disfruto escribiendo mi sección en ¡HOLA! Living todos los meses. A partir de octubre, la decoración tendrá más protagonismo y las recetas, que acompañan mi propuesta de mesa, tendrán un punto más sofisticado, pero serán igual de apetecibles. En la cabeza me ronda la idea de escribir un libro que recapitule todos mis viajes, los mejores hoteles donde he estado y las mesas más bonitas que he montado a lo largo de los años.