Forma parte de su leyenda. Sí, decimos bien, no estamos equivocando términos con alguien tan joven. Repetimos: le-yen-da. Porque aun con tan solo cuatro años dedicándose a este oficio tan expiatorio como autoflagelante como es el de la escritura, hablar de Rafael Tarradas Bultó significa hablar de un autor de culto, de clásico del género, de mago del suspense y del thriller político. Quizás porque se ajusta a la perfección a los mismos mecanismos literarios que Tom Clancy o Wolfe o Grisham o John Le Carre, pero sin olvidar nunca el rigor histórico 1) y 2) siempre utilizando a su familia, a sus obsesiones y, sobre todo, su memoria fotográfica como alimento de sus textos. Que, ¿cuál es el mito al que nos referimos? Algo tan siglo XXI como de película.
Que todo comenzó escribiendo 20 libros y autoeditándoselos él mismo para regalárselos después a sus allegados por Navidad. Que en esa primera novela, utilizaba caracteres, secretos y mentiras de su casa, para componer un relato de intrigas bélicas con un escenario español (nada de Londres, París o Berlín. Eso vendría luego). Que, después, un remanente cayó en Amazon y, de repente, se convirtió en un fenómeno viral de ventas. Y que, en HOLA, que no perdemos comba, hicimos nuestros deberes periodísticos y el 'chaval' pasó de ser un rostro más o menos habitual en celebraciones de alta sociedad con pedigrí a ser reconocido por la calle por cualquier hijo de vecino. Como Arturo Pérez Reverte o como Ildefonso Falcones, con los que ahora se bate en las listas de más vendidos. Hoy publica su cuarto libro, El hijo del Reich, en donde vuelve a zambullirse en los vericuetos de la II Guerra Mundial, que no por muy fotografiada deja de ser enigmática y brutal. También, en los conflictos éticos y morales de aquellos que creyeron en un nuevo orden o en los réditos económicos que les podría reportar ponerse a su lado y se vieron envueltos en una barbarie animal. Y, sobre todo, en el alma de una madre. Una madre capaz de cualquier cosa por salvar la vida de su hijo. Nos encontramos en Horcher, el mítico restaurante madrileño, para hablar de su libro y de repente, te conviertes en parte de él.
-¿Por qué aquí y no en otro sitio, Rafa?
-Porque Horcher, durante la Segunda Guerra Mundial en España, fue un nido de espías. De ambos bandos. Los espías, ya sabes, utilizaban muchos disfraces, pero el que usaba el de gran señor o funcionario de embajada, comía o cenaba aquí. Se tiende a pensar que por el nombre o por sus orígenes alemanes era más germanófilo, pero no es así. Había de todo, como en el Ritz.
-Después de revivir la Guerra Civil española, de viajar después a la gran debacle del 98 y, con 'La Voz de los valientes' recalar en la Segunda Guerra Mundial, parece que nos hemos sentido cómodos allí y volvemos a ella en El Hijo del Reich, ¿Se te habían quedado cosas en el tintero?
-A ver, yo creo que en los libros todos los autores metemos las cosas que nos interesan y nos divierten. A mí, la Segunda Guerra Mundial me interesa muchísimo desde siempre. A lo mejor se me quedó corta la anterior novela y todavía tenía más cosas que contar (risas) Puede ser. Y a mí, sobre todo, el tema de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial me parece apasionante. Sobre todo, por lo que ocurre en Inglaterra. Ese espíritu de 'todos a una', de 'no van a poder con nosotros'. El Reino Unido estuvo solo un año frente a la máquina de guerra más importante que se hubiera conocido hasta entonces y resistió. Y resistió porque la población y todo el país se puso en pro de resistir. Los aristócratas cedieron sus casas para que se instalaran en ellas tanto colegios como ministerios o hospitales… En los periódicos, no se veían cadáveres. Caían bombas cada día sobre Londres, pero solo había fotos de los agujeros, nunca un muerto. Porque se intentó que la población estuviera lo más fuerte posible. Se publicaban fotos de la gente despidiendo a los soldados con una sonrisa, nunca se dijo que aquellos soldados no volverían nunca más. La pena se guardó dentro de las casas. Fuera, mostraron fortaleza. Plantaban huertos en los parques de Londres, hacían refugios en los lugares más insospechados… Habría muchas cosas que los separaran, pero ante un problema muy gordo y común, iban a resistir todos juntos.
-Pero también, el otro bando, con todas sus perversiones, genera una cierta fascinación, ¿Cómo es posible?
-Supongo que se debe a que es una historia del bien contra el mal, muy claramente dibujada, que luego, si lo piensas, el bien se había liado también con el mal, porque Stalin era tan malo como Hitler. Imagino que pensar que en el país más avanzado de la época, llegase un señor que consiguiese comerle la cabeza a la población de esa manera es algo casi de ciencia ficción. Porque los nazis quisieron hacerlo todo a la vez: ganar la guerra, acabar con los judíos, cambiar toda la estructura de la sociedad, arrinconar un poco en lo que es la religión y dar otro Dios….
-A ti, de la Historia, ¿qué te atrae tanto?
-Yo creo que estamos mejor que nunca, en realidad. Pero sí que es cierto que el pasado tiene una aura de... No sé, tiene una magia. Y si te fijas, las reminiscencias de esa magia nos siguen enganchando. En HOLA, que habláis de la espuma de la vida, la espuma muchas veces es eso: las coronas, las tiaras, los coches de caballos… Cosas de otra época que nos siguen embobando. Probablemente, el mundo es mucho más justo hoy en día. Pero visualmente el pasado es super potente.
-Aunque seamos incapaces de comprenderlo…
-Mira, yo creo que soy capaz de entenderlo todo excepto la violencia, entonces sí que no. En mi familia, por desgracia, se sufrió el terrorismo y eso es algo sobre lo que tengo cero tolerancia. A partir de ahí, con todo podemos ponernos de acuerdo con todos. No podemos volver a lo que llevó al siglo XX a ser como fue. Ojalá el siglo XXI sea un siglo de paz.
-Aun no has abordado el terrorismo en tus libros…
-No, aún no. Supongo que quizás lo haga más adelante…
-Recuérdame ese episodio familiar, Rafa
-Fue con mi tío, José María Bultó, hermano de mi abuelo. Entró un grupo de terroristas, le puso una bomba en el pecho, le pidió un dinero, que él se negó a pagar y la bomba explotó. Y entonces, creo que cualquier cosa que tenga que ver con terrorismo o violencia no es aceptable.
-Volvamos a la literatura. Esta es tu cuarta novela, te has convertido en el superventas de la novela histórica… ¿Es lo que soñabas?
-Realmente, a mí, hace diez años, me dices que me iba a encontrar en esta situación y no, no me lo habría creído (risas) Sí que es verdad que yo que era muy mal estudiante, se me daba bien la redacción, se me daba muy bien la Historia, vale. He leído mucho siempre… Pero, yo jamás me hubiese imaginado esto… Haber publicado un cuarto libro para mí es increíble. Me sigo emocionando cuando soy consciente. El otro día fui a la imprenta a ver cómo salían los libros y cuando salió impreso el primero fue… fue como un milagro. Y yo, que no soy muy emotivo, casi lloro (risas) Y los lectores, es una cosa que no me lo puedo creer tampoco todavía. Cuando me paran por la calle y me dicen: “Oye, tú eres el escritor de tal y tal, ¿no? ¿Me puedo hacer una foto contigo?”, “Macho, te puedes hacer 200” (risas). Y pensar que mi libro está en la Biblioteca Nacional… Yo no tengo hijos, pero pienso: “Si me muero mañana, ahí está mi legado” (risas).
-Dicen que en las guerras somos realmente quienes somos y durante la paz somos quienes queremos ser, ¿es así?
-En las guerras y en las situaciones extremas, ¿no? Imagina que, por una vela, la cortina que tenemos detrás comienza a arder. A lo mejor resulta que el que pensamos que es un super cobarde resulta que es el valiente y el que salva a la gente y sin embargo, el que se vanagloriaba de ser un valiente es el primero que se va corriendo. ¿Te acuerdas del capitán del Costa Concordia? Pues eso. Yo siempre digo que no me fío nada de aquel que no tiene conflictos, del que nunca se ha peleado con nadie, ¿cómo es posible? ¿nunca has tenido que defender a nadie? ¿nunca te has mojado por nadie? Eso me escama mucho. Mis personajes se mojan. Mis protagonistas, no sé si son héroes, pero, en el fondo, tienen un patrón común, se mojan en asuntos que a lo mejor no les toca y todos, por otro lado, se mueven en espacio que yo he conocido, en lugares por los que yo he transitado antes. Así, cuando hablo de un árbol, es un árbol que existe allí, cuando hablo de un tipo de brillo en un lago, es el tipo de brillo que yo he visto con mis propios ojos estando en ese lago. Para mí, los libros son como un billete de avión. Un viaje. Un viaje a mi propia memoria porque te diría que si en algo soy bueno es en que tengo una buenísima memoria fotográfica.
-En esta novela, también has recurrido a tu familia como en las anteriores para crear tus historias y personajes. Cómo lo llevan ellos por cierto…
-Depende. Porque, bueno, todos tenemos la típica tía pesada, ¿no? Esa que te llama y te dice: "Oye que donde pones que el abuelo conducía un Bentley verde y Burdeos, era negro. Oye, que él jamás habría hecho no sé qué…" Claro que no, porque no es mi abuelo, es un personaje de ficción… Pero más allá de eso, todos se lo toman bien, incluso a risa. De hecho, a una parte de mi familia la he puesto a cometer crímenes y todo tipo de barbaridades. Y es gracioso la verdad porque cuando de repente alguien les pregunta: “¿Pero es verdad que tu bisabuela mató a una persona dentro de un lago?” Responden: “Todo es verdad. Tal cual”. Son una parte de la familia que está bastante chalada que, quizás, de ahí me viene a mi el ramalazo (risas).
-De hecho le dedicas tu novela a tu tía Cristina.
-Sí, porque ha tenido un año complicado. Se ha quedado viuda y… pese a todo, nunca ha dejado ni una sola de sus responsabilidades sin cumplir… Es una persona con muchísima fuerza que, a pesar de lo que le ha pasado, ha estado pendiente de todo, cumpliendo…
-En esta novela, ¿qué anécdotas o qué personajes familiares sacas?
-Lo tienes delante. En la portada, está mi sobrino. Bruno.
-¡No me digas! ¿También has metido mano en la portada?
-Yo me meto en todo (risas).
-Incluso en el alma femenina… porque ¿Por qué el hilo conductor de esta novela es el instinto maternal y no el paternal?
-Pues no lo sé. Porque es cierto que mis novelas siempre acaban pivotando alrededor de un personaje femenino. Y con fuerza. Es curioso. No lo sé. Dramáticamente... Dramáticamente, una madre, y no me quiero meter en un follón pero, como figura, es muy importante y, pido perdón si me equivoco, pero cuando pienso en lo que necesita un niño pequeño siempre pienso que es una madre… Como era aquello de… “Yo por mi hijo…
-Mato.
-Eso (risas) Mis novelas siempre vuelan hacia el lado femenino… De hecho, en el nuevo, en el que ya estoy pensando, también me pasa. Es tremendo. E inconsciente. Y real.