Padre de dos hijas, abuelo de cinco nietos y un esposo a punto de celebrar 49 años de casado. A sus 79 años, Carlos Goyanes disfrutaba mucho de su tiempo en familia y ellos le adoraban. “Eres el mejor padre y abuelo que se puede tener. Y no porque lo diga yo, sino que cualquiera que te haya conocido de verdad lo sabe…”, escribía su hija Carla hace unos días cuando, desgraciadamente, el empresario moría de manera repentina en su casa de Marbella, donde disfrutaba del verano. Un 7 de agosto triste para la familia Goyanes Lapique que recibió el consuelo de todos sus seres queridos y allegados más cercanos en en el tanatorio malagueño de San Pedro de Alcántara.
“Papá, no te haces una idea de lo que te vamos a echar de menos”. Para sus hijas, su progenitor era una persona auténtica, genial y transparente. No solo era el abuelo de sus hijos, ni el marido de su madre, ni el amigo de sus amigos, también había sido el padrino en sus bodas. Recordamos los reportajes en los que ¡HOLA! contó el ‘sí, quiero’ de Caritina y Carla Goyanes.
La boda de la primogénita
En verano de 2008, Caritina puso el broche de oro a su historia de amor con Antonio Matos Salazar en una boda ibicenca con casi quinientos amigos, conocidos, familiares y seres queridos a su alrededor -que no quisieron perderse el evento de la temporada-. Ella ha sido y será una de las novias más tranquilas de todos los tiempos, quizá por su simpatía innata con los medios o quizá porque se encargó de diseñar todo su enlace… pero si algo es cierto es que derrochaba serenidad. Y no solo eso, también elegancia. “Es una sorpresa. No me ha contado nada”, explicaba su futuro marido sobre su vestido de novia.
A las ocho de la tarde de aquel día de verano, se descubrió lo que el novio y todos los allí presentes esperaban: el diseño nupcial escogido por la hija mayor de Cari Lapique. Con mucho ‘glamour’, la novia llegó a la iglesia en un espectacular Bentley descapotable conducido por su padre y padrino, Carlos Goyanes. Él lucía un chaqué de Scalpers y ella, la gran protagonista, escogió un modelo de Manuel Mota, de línea fluida, confeccionado en gasa de seda y con escote en forma de uve. Un vestido que complementó con unas joyas de la misma firma y un velo doble en tul de seda. Solo faltó un buen ramo de acompañamiento -un pequeño despiste de la novia del momento- que hizo su entrada nupcial sin sus flores de Alfabia, pero todo quedó solucionado durante la Misa.
Del brazo de su padre -haciendo que se sintiese el hombre más feliz del mundo- al son de música góspel a cargo de la cantante Kathy Autrey, así caminaba hacia el altar Caritina. La ceremonia se hizo amena entre alguna otra risa y trozos de canciones de Los del Río -imprescindibles himnos en la familia Goyanes Lapique-. Y tras el ‘sí, quiero’, el convite se trasladó a ‘Can Rocío’, donde se unieron más invitados.
Cari y Antonio no eran unos novios al uso -se conocieron cuatro años antes de comprometerse a través de unos amigos en común, “y surgió lo que surgió cuando menos me lo esperaba”, confesaba Caritina-. En su boda, como no marca la tradición, en vez de sentarse durante la cena con sus familiares, se rodearon de sus mejores amigos; y sustituyeron el típico vals, por Por eso te canto, una canción de Melendi. Algo que no sorprendió a sus progenitores, ya que, según su madre: “Lo veo bien, lo veo mejor que antes, porque ahora es la boda de los novios y antes parecía la de los padres”.
El enlace de la pequeña de la casa
Tres años después, en verano de 2011, le llegó el turno a Carla Goyanes. “Al verme vestida de novia me he sentido muy segura, porque el traje está impecable, y emocionada: ahora sí que ha llegado el momento, después de tantos meses ilusionada”, confesaba la hija menor de Cari Lapique. Su historia de amor con Jorge Benguría se consagró en una tierra muy conocida y querida para la familia, la Costa del Sol. “Él no tenía no tenía ninguna preferencia especial por el lugar donde casarse. Yo, en cambio, desde pequeña siempre pensé que me casaría en Marbella”. Y así lo hizo.
Su enlace fue un sueño cumplido. Desde representantes de la aristocracia hasta empresarios y artistas, sin olvidar a amigos y familiares, nadie quiso perderse el acontecimiento social del año en la Finca Cortesín, el espectacular ‘resort’ elegido para dar el ‘sí, quiero’, que acogió finalmente a 500 invitados.
Horas antes del enlace, antes del momento de brocha y pintura de la novia a cargo del equipo de Don Algodón -que llevaba cuidando su imagen como modelo desde los quince años-, ¡HOLA! pudo tener una conversación con Carla. “Nos conocimos en una cena que organizó una de mis mejores amigas y uno de sus mejores amigos (…) pero creo que lo que más me llamó la atención fue que un día que yo tenía bastante torcido consiguió hacerme sonreír sin parar”. Su romántica pedida fue en la ciudad del amor, París. “Cuando vi que se ponía de rodilla, me quedé como si no fuera conmigo”, pero luego dijo que sí y el resto es historia.
Lo curioso es que su vida no iba a cambiar por el hecho de convertirse en marido y mujer, sino por su futura mudanza. La pareja se iba a vivir a Miami después de casarse. “Vamos a echar mucho de menos a nuestras familias, y yo en concreto, a Pedrito -su primer sobrino-, y en general, la calidad de vida de Madrid”. Cruzar el Atlántico era toda una aventura, pero no les daba miedo construir allí su futuro, “es una ciudad perfecta para la vida familiar. Está muy preparada para hacer planes con niños”.
Después de la entrevista y de un largo desfile de rostros conocidos, llegó el momento de desvelar el secreto mejor guardado de las bodas, ese que despierta las emociones de los seres queridos y que abre las bocas de todos los presentes, ese en el que la novia hace su entrada triunfal con su traje nupcial. Ese instante el que Carla Goyanes apareció con un vestido de la línea clásica de Rosa Clará, con escote en ‘V’, en tul de seda natural plisado, una cola de más de dos metros y un velo; y terminó acaparando todas las miradas. “Cuando he visto llegar a mi hija del brazo de Carlos y de la mano de Pedrito, casi me muero de la emoción”, confesaba Cari Lapique.
Al ritmo de Te saludamos, Blanca Paloma interpretado por unas guitarras y un coro, la novia recorrió la pasarela más importante de su vida hasta el altar. La Misa contó con la presencia de Rafael Ruiz y Antonio Romero, más conocidos como Los del Río, que acompañaron al coro rociero con sus voces. Y como toque especial, los novios no solo fueron desposados, también fueron ‘velados’ -una tradición andaluza en la que se coloca una mantilla sobre la cabeza de la novia y sobre los hombros del novio como símbolo de unión total-.
El cóctel y la cena posterior no fueron a cargo de Caritina Goyanes, su 'chef' de confianza, porque la novia expresó su deseo de querer tener cerca a su hermana el día más importante de su vida. En su lugar, Bodegas Campos se encargó de todo el convite y, como si de una tradición familiar se tratase, los novios escogieron una mesa nupcial rodeados de sus mejores amigos, como antes habían hecho los padres y la hermana de la novia.
El momento más mágico de la noche lo protagonizaron dos tartas. Una para el novio, que cumplió 30 años un día antes de su enlace, y otra para la madre de la novia, Cari Lapique, que cumplía años aquella misma noche, pasadas las 12. Una sorpresa que dio paso a otro gran secreto: el segundo vestido de la novia -también confeccionado por el equipo de Rosa Clará, de seda natural con cuerpo drapeado y falda de volantes asimétricos- con el que abrió la fiesta con el típico baile de los recién casados al son del tradicional Vals del Emperador. Una celebración que se prolongó hasta la salida del sol.