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De pionera de la rítmica a comentarista en los JJ. OO. de París, charlamos con Almudena Cid ante su nuevo reto: 'Desde los 20 años me intentaron retirar'

Es la cuarta cita olímpica en la que retransmite su disciplina, el mismo número de Juegos que disputó como gimnasta


De pionera de la rítmica a comentarista en los JJ. OO. de París, charlamos con Almudena Cid ante su nuevo reto: 'Desde los 20 años me intentaron retirar'© Gtres online
8 de agosto de 2024 - 14:53 CEST

Es imposible hablar de gimnasia rítmica sin mencionar a Almudena Cid y sus imborrables besos en el tapiz olímpico. Disputó cuatro Juegos (Atlanta, Sídney, Atenas y Pekín) entre su debut 1996 y las tres volteretas que al son de los últimos acordes del Nessun Dorma y con un Ave Fénix en el pecho, en homenaje a su abuelo, pusieron el broche a más de dos décadas de trayectoria deportiva en 2008. Un número que la sitúa en un lugar nunca antes habitado por otra deportista de esta disciplina en todo el mundo; “lo que para mí era coherente fue algo heroico para el resto”, comenta. Ahora, desde La Chappelle de París y con el mayúsculo orgullo que le supone retransmitir por cuarta vez y desde más allá de las fronteras de Torrespaña la disciplina que ha grabado a fuego sus valores más férreos, charlamos con ella sobre recuerdos, pasar de niña a mujer en el contexto olímpico y altos y bajos en su vida profesional y personal; también de moda, referentes, renuncias de una número uno que supo demostrar una gimnasia sostenible en el tiempo; retirada, sueños por cumplir, expectativas, reconversión y nuevas metas. 

© Almudenacid

Sueños profesionales, faceta de comentarista y nuevo hogar cerca de su familia

Quien conoce a la vitoriana, hija de Mina Tostado -fuente de inspiración para ella por su convicción y forma avanzada de pensar- y Miguel Cid -de quien heredó la capacidad de trabajo-, sabe que la creatividad en todas sus aristas corre por su sangre, al igual que su tolerancia, flexibilidad, capacidad de análisis y adaptación, paciencia, perfeccionismo, puntualidad inglesa y sentido de la responsabilidad hacia la imagen de este deporte en las nuevas generaciones. Con su talento pudo tocar el cielo con la punta de los dedos, pero hubiera sido imposible sin la constancia que la define, siempre guiada por la dinámica del esfuerzo, de la mano del respeto y compañerismo que guió y guía sus pasos. Pero, de entre todas las virtudes de las que puede presumir, su favorita es la devoción por su familia.

Tanto es así, que a día de hoy, su mayor ilusión en el plano personal es regresar a su tierra, su adorado norte, donde está sentando las bases del que será su nuevo hogar cerca de sus padres, sus hermanos y su sobrino Marco. Poseer su propio rincón en el mundo junto a ellos tiene un valor incalculable desde que dejó de vestir su traje de lycra de superheroína, pues, según confiesa, el mayor sacrificio de su carrera fue desarrollarse alejada de su red de apoyo: “Fue de las cosas más difíciles y, de hecho, marcó mi infancia y adolescencia con sus consecuencias porque no es la naturaleza crecer en esos años tan importantes sin estar cerca de tu familia y teniendo una responsabilidad de hacer las cosas bien a esa edad. Me fui de casa para cumplir mi sueño y yo misma creé esa idea de que tenía que merecer la pena todo lo que estaba generando mi ausencia en casa”. 

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Si hablamos de su faceta profesional, la escritora y actriz que sopló las velas de su 44 cumpleaños el pasado junio en un dulce momento vital también lo tiene claro: quiere trabajar en el audiovisual, encarnar nuevas pieles en forma de personajes y saborear la dulzura de los escenarios, el abrazo del público. La conexión que siente desde esa posición es mágica, pues ha sido el único lugar donde se ha reencontrado con lo que más extraña de la rítmica, “enseñar todo el trabajo después de haberlo machacado, entrenado, trabajado y analizado; eso es algo que solo consigo encontrar puntualmente en alguna obra de teatro”: “Me encantaría tener mi propia función de teatro y poder contar mi historia”. Nos lo cuenta ilusionada ahora, justo después de que ‘Ladies Football Club’, obra de la que formó parte, se haya alzado con un Premio MAX de Teatro: “Pienso en hacer mi camino, en mejorar, en tener oportunidades… Es un sector y una profesión muy difícil y muy irregular, no depende únicamente de ti, y lo compagino con otras profesiones porque sino no tendría para vivir. Sueño con protagonizar en algún momento un largometraje, que sé que es algo complicado, pero algún día me gustaría que me llamase una directora y me lo propusiera”.

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Experta en crearse oportunidades y buscar la excelencia, Almudena, que asegura estar algo revuelta y emocionada por la conexión que siente con nuestras representantes en la presente cita y la encara con la lente del disfrute, “sin el peso de cuatro años de trabajo para veinte segundos” e incluso “como turista”, llegó a la París olímpica hace unas horas dispuesta a ofrecer su mejor versión para los espectadores en su faceta de comentarista. “Me he preparado la retransmisión a conciencia”, reconoce, al tiempo que tilda de maravillosas a nuestras gimnastas, tanto las dos individuales como el conjunto, y rememora la no clasificación en Tokio de las españolas por primera vez en la historia: “Desde Sídney no conseguíamos llevar dos representantes españolas y ahora mismo los Juegos Olímpicos están muy abiertos porque los errores con el código actual se pagan muy caros y cualquier error puede cambiar la clasificación general”.

Además de ser un inmenso placer para ella, retransmitir su disciplina en la recta final de los Juegos, entre el 8 y 10 de agosto -como manda la tradición-, es una oportunidad para cautivar a la audiencia, misma razón por la que escribió sus libros de 'Olympia' en busca de esbozar un referente literal: “Quiero que vean todo el esfuerzo que hay detrás más allá de lo bonito que es, todo lo que no se ve, y para eso es necesario ponerlo en contexto”, puntualiza visiblemente agradecida con este nuevo reto, fácil para ella, ya que, como dice, lo siente y lo lleva dentro. Es, en definitiva, una oportunidad para devolver a la rítmica todo lo que le ha ofrecido más allá de la parte técnica, lecciones como el “autoconocimiento y muchas horas de trabajo en silencio hablando contigo misma”.

Cuatro ciclos de una pionera y evolución de niña a mujer en el olimpismo

Han pasado casi dieciséis años desde que la Gran Muralla China fuera testigo de la última vez en la que Almudena se metió en la piel del personaje de su vida, el de gimnasta. Desde entonces, han cambiado muchas cosas, entre ellas, saborear con quietud el café de media mañana, todo un privilegio que adora, levantarse con la tranquilidad que da el no tener que entrenar ocho horas con dolor o no descansar lo suficiente o la forma en la que entiende el éxito. “Estar en el lugar que quieres” tanto a nivel laboral como íntimo, así lo ve desde su perspectiva actual. Pero llegar hasta aquí no ha sido tarea fácil. Quién se lo iba a decir a la niña a la que le marcó ver a través del televisor a Carmen Acedo desplegar su magia desde el sofá de su casa del pueblo, Alcántara, a cuarenta grados o la pena que sintió al comprobar que Oksana Chusovítina, de quien disfrutó por vez primera en el Mundial del 92 antes de fallecer en un accidente de coche, no podía competir porque la Unión Soviética no participaba. Ese éxito tardó poco en llegar a la joven que soñaba con parecerse a ellas sin saber que escribiría, más allá de su propia historia, un capítulo inédito en la rítmica. Con dieciséis años debutó en Atlanta 96, unos Juegos que, rememora, enfrentó “con bastante ignorancia” e inocencia y con la intención de encontrar la aprobación de su entrenadora y “hacer bien el trabajo”: “Cuando volví de esos Juegos me di cuenta de que la cita olímpica era lo más importante, a lo que aspiraba todo deportista de élite, y me di cuenta en la Virgen Blanca cuando vi a todos los vitorianos salir a recibirnos a los olímpicos de allí. Ahí supe que había estado en un lugar muy especial al que pocas veces se llega”. 

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Después vino Sídney, donde participó con una doble ruptura: una de menisco y la otra sentimental, pues acababa de poner el punto final a su relación con su primer novio, lo cual fue “muy doloroso, llegaba con el corazón roto”; a ello se sumó la ausencia de apoyo por parte de sus compañeras en general. El recuerdo de su paso no es positivo incluso pasadas casi tres décadas. Barcelona se convirtió en su hogar y epicentro de entrenamientos, un lugar que le ofreció una nueva realidad con nuevas oportunidades. A tres mil kilómetros de allí y unos años después el suelo griego la recibió para verla brillar sobre el tapiz de Atenas, unos Juegos que evoca “muy difíciles”, pero de los que se siente muy satisfecha. ¿El motivo? Se cuestionaba constantemente su presencia en la élite por la edad: “Tuve que pelear con ese edadismo que aparece mucho en las empresas, pero que también vivimos en el deporte y en aquel momento yo luchaba por una coherencia, ni siquiera por cambiar el mundo de la rítmica”. Esa travesía solitaria marcada por el cambio de cuerpo, la presión y asociación a la delgadez como un estado de forma y belleza a la que se opuso y que la convirtió en pionera vino de la mano de un revés del que todavía, a día de hoy, no sabe cómo se repuso: “Fue algo bastante mágico”, dice. Un mes y medio antes de su participación se rompió la fascia del pie. Fue el preludio de la competición de su vida: “Lo recuerdo con un cariño increíble porque además, yo no lo sabía, pero eran los últimos Juegos que iba a vivir con mi entrenadora”, que se convirtió en mamá. Pekín, el gran broche, representó para ella la madurez, el control y la sensación de competencia: “Fue increíble cómo no necesité nada, el sentimiento que tenía de autocontrol. No fallé ninguna de las cuatro finales en los dieciséis ejercicios que hice, eso es algo súper difícil y lo estoy viendo ahora preparando las retransmisiones”. 

Si bien agridulces, por desprenderse de una parte esencial de su identidad con la posterior retirada, aquellos Juegos fueron sus favoritos y el principio de un resurgir con el que descubrió vocaciones como la escritura, la interpretación o la comunicación: “Sabía que iba a ser un poco como mi abuelo, que era poeta, rapsoda, arqueólogo y pintor multidisciplinar”. Decir adiós a tantos años entregada a su pasión no fue tarea fácil, pues en ella encontraba la validación, pero quiso hacerlo de un modo consciente, lo que le hace sentir orgullosa: “Para mí enseñar esa cinta con los cuatro Juegos Olímpicos en pantalla supuso haber conquistado ese lugar por el que tanto había peleado desde hacía ocho años porque desde los 20 años me intentaron retirar”. 

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De la comida a las habitaciones, las curiosidades de la villa olímpica

Si algo suscita curiosidad más allá del terreno deportivo en los JJ. OO. son los pormenores de la villa olímpica, a la que Almudena siempre llegaba en la recta final de los JJ. OO. dado que la rítmica se disputa en ese momento. La primera vez que ella estuvo en una se sorprendió por sus dimensiones, más ingentes de lo que había imaginado; también lo hizo con la cantidad de comedores abiertos veinticuatro horas que tenía, en los que la comida y la bebida eran gratis e ilimitadas: “Había un mapa para poder saber dónde estaba cada comedor y recuerdo que nos teníamos que mover en unos trenecitos para ir desde donde estábamos alojados los españoles hasta la puerta de entrada o hasta las zonas de comida. Me pareció alucinante e impresionante que se hubiese creado esa pequeña gran ciudad por y para nosotros”.    

   
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En cuanto a las habitaciones, equipadas con cama con edredón y nórdico, son, bajo su punto de vista, “frías, simples y sin ningún tipo de decoración”, si bien “con tus enseres, aunque no consigues hacerlo hogar, creas tu espacio de confianza, de confort y de descanso sabiendo que esa habitación es la que han elegido para ti o lo que has podido elegir tú”. Por ejemplo, en Sídney, tanto ella como sus compañeras optaron por colgar pósters en las paredes. El ambiente olímpico es otro punto muy curioso según nos cuenta la autora de ‘Caminar sin punteras’, pues por la actitud de los deportistas en la villa y sus planes puedes saber quién ha terminado y quién está más concentrado en su cometido: “A mí me pasaba que era un ‘céntrate, que aún te queda por delante’ y siempre he deseado que en algún momento al acabar los Juegos pudiéramos disfrutar un poco de la villa desde un lugar no competitivo, porque siempre nos íbamos tras la clausura”, agrega.

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El gran papel de la moda a lo largo de su trayectoria

La moda también ha estado muy presente en la vida de Almudena. Durante su trayectoria compró decenas de revistas como ‘¡Hola! Fashion’ para inspirarse y coger referencias a la hora de crear maillots adaptados a cada circunstancia -fue muy revelador para ella escuchar a su cuerpo y huir de la incomodidad- y solía ver desfiles de Alta Costura. Cortes, colores, diseños… Era todo un mundo de posibilidades que adoraba explorar. Tanto es así, que en el Mundial de Budapest fue premiada con el galardón a la elegancia, un laurel muy simbólico que recogió enfundada en un maillot sobrio de terciopelo negro con gasa y tul negro cuando la norma por aquel entonces eran los maillots recargados con colores variados y transparencias. Pero, de entre todos los que lució, tiene claro con qué pieza se queda: “Hubo un primer maillot que construí con mi madre porque fuimos a la tienda de telas al peso y me dijo ‘elige dos telas’, así que cogí una blanca y una rosa. Cuando me preguntó por qué las había elegido contesté que las fresas con nata eran mi postre favorito. Aquel maillot fue el más bonito de mi vida y lo que no sabía era que el último de mi carrera iba a ser también de nata y fresa, blanco y rosa, imagínate”, explica. 

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Nuevos retos, planes de verano y un movimiento deportivo necesario 

Es pleno verano, pero Almudena continúa al pie del cañón. Aunque aprovecha para descansar cuando sus compromisos se lo permiten y ha hecho pequeñas escapadas al norte y tiene pendiente una al sur tras los JJ. OO. , admite que todavía a día de hoy le cuesta desconectar al cien por cien. También está focalizada en un movimiento que inició hace unos meses de la mano de la Fundación Blanca Fernández Ochoa -deseaba que su figura estuviera presente en la lucha- para conseguir que los deportistas de élite coticen mientras practican su disciplina: “La realidad es que muchos deportistas han estado tres, cuatro ciclos olímpicos o años en la élite y cuando sacan su historial de vida laboral no aparece como cotizado, entonces yo creo que deberíamos tomar ejemplo de otros países como Italia, por ejemplo, donde se dignifica al deportista en ese aspecto para que tenga sentido que te vuelques en ello”. Esta regularización, para la que ya ha habido varias reuniones y deportistas de diferentes disciplinas han unido fuerzas, sigue avanzando con buen pronóstico para su materialización, aunque todavía queda camino por recorrer.