Ya saben lo que ocurre con estas cosas. Cuando estalla una gran epopeya nacional. De esas que nos hacen vibrar el corazón y sentir los colores de la patria. Que, después, ese orgullo lo personificamos en un hombre, un hombre joven, fuerte, carismático, que se convierte en héroe incontestable y en ejemplo y personificación de todos los valores positivos de un país. Un proceso de divinización que alienta, en sentido inversamente proporcional, el interés por descubrir al ser humano que se esconde tras el titán. Sus recuerdos, sus debilidades, a quién ama o qué le gusta comer. Eso que nos sirve para identificarnos con el ídolo y sentirlo como un igual, el mejor de nuestros iguales.
Para ti que te gusta
Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte
Navega de forma ilimitada con nuestra oferta
1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Y todos esos mecanismos, perdonen la inmodestia, se escenifican en los medios de comunicación, que somos algo así como ese ojo de cerradura por el que ustedes asisten a su intimidad como si de una obra de teatro se tratara: con principio, nudo y desenlace. Aquí tienen una nueva puesta en escena de un momento épico. Y es maravillosa, lujosa, tierna, con todos los ingredientes para arrasar en taquilla. Se la presentamos a modo de comedia romántica, aunque tiene como protagonista al último gran héroe de una gesta del deporte español: Marc Cucurella. Uno de los 22 de la selección que se trajeron la Copa de Europa para esta piel de toro; el futbolista de Alella que se convirtió en cabeza de lanza de todo un equipo —y nunca mejor dicho— cuando hizo la promesa de teñir su melena rizada de rojo vivo si "la Roja" se alzaba con el triunfo —y, sí, cumplió—; el joven de 25 años que encolerizó a la hinchada teutona para regocijo de la ibérica y que, pese a jugar en el Chelsea, dio a los británicos de su propia medicina.
Pues ese guerrero, tras el fragor de la batalla, nos permite colarnos en su refugio para el descanso: su casa. Y eso nos sirve para mostrarles su mayor debilidad. Y no, lo de este Sansón moderno no es la melena, es su familia. Porque nos cuentan —y no hacen falta palabras para darse cuenta— que si el amor mueve el mundo, en el caso de Marc, Claudia y sus tres hijos son quienes marcan la sístole y la diástole de su corazón. Los ama sobre todas las cosas, y aquí no hace falta demostrar nada. Vemos cómo el hombre invencible se derrite con la caricia de su chica, o con los primeros pasos de Bella, la chiquitita de la casa, o las risas y juegos de sus hombrecitos, Mateo y Río. Ya les adelantamos que este relato tiene que sus flashbacks a momentos, como cuando Marc comenzó en la cantera del Espanyol o cuando Claudia y él se conocieron y se enamoraron. Lo que no tiene, sin embargo, esta historia es un final. Con ellos no hay finales que valgan. Básicamente, porque se quieren como al principio.
Primer acto: él, Marc
—Es ineludible preguntarte, Marc, qué le pasa a uno por el cuerpo cuando, más allá de lo estrictamente deportivo, te conviertes en trending topic mundial. O lo que es lo mismo, que te pongas el pelo rojo y seas noticia internacional...
—(Risas). No es la primera vez… Pero, por suerte, ha sido por algo divertido. Un boom que dura un par de semanitas, pero, luego, todo vuelve a la normalidad. Y lo del pelo… Fue lo primero que se me ocurrió. La otra opción era cortármelo, así que me quedé con la del pelo rojo.
—¿Y por qué esa promesa?
—Porque era mucha la gente que me lo reclamaba. La afición tenía ganas de que cumpliésemos promesas, fuesen las que fuesen.
—Campeón de Europa, ¡wow! ¿Qué se siente?
—Mucha felicidad y todo un orgullo de hacer historia en el deporte de nuestro país. En el momento, no eres consciente, pero, cuando pasan los días, te das cuenta y sientes mucha satisfacción.
—¿Cuál crees que fue el secreto de vuestro éxito?
—Sin lugar a dudas, la unión del grupo y jugar como un equipo. Y que, día a día, se fue creando muy buen rollo entre todos nosotros. No teníamos más plan que pasar el rato los unos con los otros. Conectamos muy bien y eso se reflejó en el campo.
—El éxito se sube a la cabeza, a ti, ¿qué te lo impide?
—Mi mujer. Me da muchos consejos, me apoya cuando las cosas no van bien y… me regaña cuando hace falta —risas—.
—La vida de un futbolista tiene muchas caras… Imagino que, por un lado, tiene que ser fabuloso todo lo que te regala, pero ¿cuál es el lado oculto, eso que es duro de gestionar?
—Las críticas, el odio… No puedes tener un mal día, ni mucho menos una época, porque quizás te desean la muerte. O la de tu familia. Se cruzan unos límites en los que la gente pierde el norte y se olvida de que nosotros somos también personas normales.
—Cuéntame cómo Marc Cucurella, un chaval de Alella, se convirtió en Marc Cucurella, el futbolista de quien todo el mundo habla…
—Empecé con cinco años a jugar al fútbol. Por pura diversión. Fui creciendo y, desde muy pequeño, he estado en buenos equipos, como el Espanyol o el Barça, pero nunca me lo planteé como profesional. Me lo encontré de repente en mi vida. Un día, era futbolista profesional, vivía de ello y ocurrió sin darme cuenta.
—¿Qué te da fuerzas para levantarte cada mañana?
—Mi mujer y mis hijos. Ellos son quienes viven el día a día conmigo y los que me apoyan en los buenos y en los malos momentos… —Piensa y se sonríe—. Y mi padre... Aunque, mira, ya puedo haber jugado un partido perfecto que ya viene él a recordarme las cosas en las que he fallado, y si no las hay, se las inventa —risas—.
—Ser futbolista implica jugar en días de fiesta, en verano, desplazamientos, vida de hotel… ¿Eso cómo se compagina con una vida familiar?
—Uff, es complicado. Durante el año, llevamos una rutina bastante marcada que me permite pasar la mayoría de las noches con mi familia. Pero cuando toca estar fuera, echamos mano de mucha videollamada… Oye, que me echen un poco de menos tampoco va mal, ¿eh? —Risas—.
—Ese ritmo, en un momento de la vida, debía de ser "el ideal" para tener "una novia en cada puerto"... Pero uno encuentra a la mujer de su vida y… ¿Claudia cómo lo lleva?
—¡Muy bien! Ella sabe lo que la cuido y que solo tengo ojos para ella.
Segundo acto: ella, Claudia
—Claudia, ¿cómo es ser la pareja de un futbolista?
—Tiene sus pros y sus contras. Como todo. Pero poder disfrutar de su carrera y sus logros a su lado y sentirlos como tuyos es una maravilla.
—¿Hay mucha renuncia?
—Marc, desde muy joven, ha tenido que sacrificar ciertas cosas por el fútbol. Por ejemplo, perderse fechas señaladas, no poder celebrar su 18 cumpleaños... Un largo etcétera en el que ha decidido priorizar su carrera. Yo, a día de hoy, lo he padecido cuando, por ejemplo, se acercaba mi fecha de parto y no sabía si Marc podría estar conmigo, o cuando su cumpleaños cae en pretemporada y debo hacer kilómetros y kilómetros para poder darle un beso... O que hoy estás viviendo aquí y, de repente, mañana te tienes que ir a otro país…
—Tú te dedicas a la comunicación, a las redes sociales. ¿Hasta qué punto ayudas a Marc en ese aspecto? ¿Sois tándem?
—Le intento aconsejar, pero es él quien decide. El tema de las redes tampoco es que sea un ámbito al que Marc le preste mucha atención… Yo intento estar ahí porque sé lo que le puede sumar en cuestiones de imagen, pero… él es bastante pasota —risas—.
—¿Vas a los estadios a verle jugar?
—Sí, sí. Y es raro que falle, a no ser que alguno de los niños se ponga malito o algo así. Pero, si todo va bien, siempre que juega en Stamford Bridge, me las apaño, porque cuando juega fuera es más complicado. Y, oye, si no, pues lo veo desde casa. Pero intento no fallarle nunca.—A mí —interviene Marc— me encanta que Claudia venga a verme. Cuando la veo en la grada, me da mucha seguridad y confianza. Como que me quedo tranquilo, ¿sabes?
—¿Cuántos años lleváis juntos? ¿Cómo ha sido vuestra relación durante este tiempo, Claudia?
—Llevamos casi siete años juntos y nuestra relación ha sido maravillosa. Con nuestros más y nuestros menos, pero como cualquier pareja. Para mí, lo más difícil fue aparcar mis sueños para perseguir los de él. Pero nunca me he abandonado tampoco. Siempre he seguido apostando por mí, buscando un plan B. Y Marc me apoya muchísimo, siempre está pendiente para mí, dándome ideas y ayudándome en cada paso que doy. Al final, lo más importante es apoyarnos el uno al otro. Sumar. Y mucha comunicación. Y, por supuesto, mucho amor.
—Madre de tres niños… ¿Cómo lográis que ser papás no le coma la tostada a ser también pareja?
—Tenemos la familia que siempre hemos soñado, tres peques que son nuestro motor. Río, el mediano, es al que más le gusta el balón de momento, pero son muy pequeños aún. El tiempo de calidad en pareja es probablemente lo más importante y es algo que hemos tenido muy claro desde el primer día. Tener tiempo para nosotros, para cargar pilas y para querernos mucho.
Tercer acto: la pareja feliz
—¿Cómo erais y en qué habéis cambiado? ¿Cómo uno ha influido en el otro?
CLAUDIA.—Seguimos siendo las mismas personas que éramos el primer día, pero mejoradas. A mí, una de las cosas que me enamoró de Marc era ver la persona que yo era estando con él. Siempre digo que Marc me ha hecho mejor persona.
MARC.—A mí, Claudia me ha hecho madurar. Me ha hecho ser un hombre.
—Oye, y en una relación tan firme, ¿hasta qué punto uno puede mantener su identidad? ¿Dónde acaba uno y dónde empieza otro?
C.—Somos dos personas compartiendo sus vidas. Marc es Marc y Claudia es Claudia, y, tras tantos años juntos, es verdad que parecemos uno, que somos muy parecidos, pero cada uno sigue teniendo su identidad. Creo que es algo que no debe perderse jamás.
—¿Mantenéis vuestro espacio, vuestros secretos y misterios dentro de la pareja o lo compartís todo?
C.—Marc, aparte de ser mi pareja, es mi mejor amigo. Me encanta cotillear con él (risas). Probablemente, lo sabe todo de mí. Él es mi mayor apoyo y no tengo secretos para él, porque creo que su opinión siempre me va a aportar. Pero si quisiéramos tener secretos, tampoco sería algo que me pareciera mal.
—Veros tan unidos y consolidados… ¿Os da vértigo que se tambalee? ¿Lo pensáis?
M.—Intento disfrutar del aquí y el ahora. Es cierto que muchas veces hemos pensado: "Wow, no me imagino una vida sin ti, todo me recordaría a ti…". Pero es preferible no pensar en lo que pueda pasar, prefiero disfrutar del amor y, si algún día se acaba, tener solo buenos recuerdos. Estamos muy bien juntos y ojalá sea así por siempre.
—¿Sois de esas parejas que os entendéis sin necesidad de hablar? ¿De esas parejas para las que basta tanto solo una mirada?
C.—La verdad es que sí. Yo siempre le digo que lo conozco como si lo hubiera parido (risas). Es muy divertido entenderse con una sola mirada.
—¿Qué es eso que amáis el uno del otro y eso que y dais por perdido porque… no hay manera de cambiarlo?
C.—Lo que más amo de Marc es la felicidad que aporta a mi vida y la de nuestros hijos, lo mucho que me quiere, cómo me cuida y lo bien que lo pasamos juntos. Odio que... en ocasiones, ¡se pase de bueno! Pero él es así, lo tengo asumido —risas—.
M.—Yo lo que más amo de Claudia es lo bien que me lo paso cuando estoy a su lado. Podría no separarme de ella ni un segundo y no me cansaría. Ahora, es verdad que llevo fatal tener que tenerlo todo ordenado siempre —risas—, pero tengo asumido que no va a cambiar —sigue riendo—.
La felicidad y la locura
—¿Creéis en el destino?
M.—Mucho, no me suele preocupar qué pasará porque confío en que el destino depara a cada persona lo que merece, en la mayoría de los casos.
—¿Sois almas gemelas o sois el yin y el yang?
C.—Uf... ¡No sabría decirte! Somos muy diferentes en unas cosas y muy parecidos en otras. Tenemos los mismos gustos, pero luego nos complementamos, como personas diferentes que somos. Nosotros siempre decimos que somos la media naranja del otro, que encajamos a la perfección, que, entre los millones de personas que existen en el mundo, estábamos destinados y con nadie encajaríamos mejor.
—¿Cómo sois cada uno, qué os define y cómo es vuestra pareja?
C.—Marc es la felicidad y la locura y yo soy más la calma y el orden. Yo siempre digo que toda persona merece encontrar, al menos una vez en su vida, una relación como la nuestra. No perfecta, porque no lo es, pero que se quieran, que se sumen, que remen en la misma dirección, que se apoyen, que se diviertan, que se respeten, que se den amor, que conversen... Básicamente que se sientan afortunados de tenerse el uno al otro.
—¿Qué destacaríais el uno del otro?
C.—De Marc, lo buena persona que es. La felicidad que aporta en la vida de cualquiera, por muy poco que le conozca; basta con una cena para comprobarlo. Y lo buen padre que es. Es inigualable, y no lo digo por decir, es que es increíble.
M.—De Claudia destacaría lo divertida que es. Y lo buena madre que es. Y su carácter, que me encanta, aunque sea dura a veces, ¿sabes? Y lo mucho que me cuida. Es una persona ambiciosa con muchos objetivos en la vida y que me quiere mucho.
—¿Cómo lleváis las ausencias?
C.—Pues mira, yo odio cada vez que se tiene que ir... El día de antes ya estamos un poco tristes. Pero, una vez que llega ese día fatídico, nos armamos de fuerza. Él, para el trabajo que tenga que hacer fuera de casa, y yo, para el que debo de hacer dentro, sola con los niños.
M.—Y mientras dura eso... pues hablamos mucho por WhatsApp, nos hacemos videollamadas solos y también con los niños, nos contamos qué tal nuestro día, incluso lo más sencillo o intrascendente... Nada, imagino que lo hará la mayoría de parejas en nuestra situación, ¿no?
—¿Cómo es vuestra vida en Reino Unido?
C.—Ahora estamos muy contentos de estar viviendo en Londres. Después de tres años, podemos decir que estamos completamente adaptados. Y muy a gusto. No viajamos mucho a España porque Marc no suele tener muchos días libres y los peques tienen colegio, pero España siempre se echa de menos. Sobre todo, la comida y el tiempo. Lo divertido es que en casa tenemos una mezcla de idiomas que no te imaginas. Los niños entienden los tres (castellano, inglés y catalán) a la perfección y hablando —risas— hacen una mezcla de todos, aunque utilizan más el inglés porque es el idioma que escuchan todo el día en el colegio.
¿Qué habría pasado?
—¿Cómo sería un día normal en la vida de los Cucurella?
C.—Nos levantamos prontito, porque los niños madrugan bastante. Marc sale de casa con Río y Bella, los deja en la escuela infantil y va directo al entreno. Yo dejo a Mateo a las 9:00 y me voy al gimnasio. Vuelvo a casa y me pongo con los estudios, gestiones y el sinfín de cosas que necesita una familia. Sobre las 14:00, Marc llega a casa, comemos y pasamos un rato juntos viendo la tele, y a las 16:00, recogemos a los peques. A las 19:00, empezamos la rutina de noche, cenas, baños... Y alrededor de las 20:30, cuando los niños ya duermen, aprovechamos para tener nuestro momento de relax en pareja.
—Contadnos algo que nos deje con la boca abierta: esa afición desconocida, ese amuleto imprescindible, ese hobby que es una locura…
M.—De pequeño, aparte de jugar al fútbol, también jugaba a tenis y... se me daba bien. A medida que fui creciendo, había que federarse y decantarse por fútbol o por tenis...
C.—Y siempre nos preguntamos ¿qué habría pasado si se hubiese decantado por el tenis? —Risas—. Yo era —y soy— una amante de la danza clásica. Amo el ballet, lo practiqué durante muchos años, fui profesora y ahora, siempre que podemos, hacemos una escapadita a la Royal Ballet.
—¿Soñasteis con una vida tal y como es u os ha sorprendido?
M.—La vida no deja de sorprendernos. Nos está deparando cosas maravillosas, pero lo que siempre habíamos soñado era convertirnos en una familia feliz, y lo hemos conseguido. Eso es lo más importante. A partir de ahí, preparados para todo lo que venga.
—Y... ¿no va a haber boda?
C.—Es un momento con el que soñamos... y morimos de ganas con que llegue —risas—. Pero no tenemos tampoco ninguna prisa. Estamos esperando el momento.