El seleccionador del equipo español de baloncesto, Sergio Scariolo, y su mujer, la exbaloncestista Blanca Ares, no solo se han convertido en un binomio indisoluble, sino también en unos ciudadanos marbellíes ejemplares. De hecho, el legendario entrenador, que adquirió una preciosa villa en Marbella, a la que bautizó con el nombre de ‘Casablanca’, se considera ya más andaluz que italiano. Por primera vez, el matrimonio nos abre las puertas de su casa, para compartir con ¡HOLA! el dulce momento que viven. El técnico celebra las bodas de plata con el ‘amor de su vida’ y su renovación, por cuatro años más, como seleccionador nacional de la Federación Española de Baloncesto (FEB).
En sus 14 años de mandato, se ha convertido en el entrenador más laureado en la historia de la selección, consiguiendo cinco oros (un Mundial y cuatro europeos), una plata en los Juegos Olímpicos de 2012 y dos bronces (en las olimpiadas de 2016 y el europeo de 2017). Ahora, a primeros de julio, se juega la clasificación para los próximos Juegos Olímpicos de París, pero antes se enfrenta a uno de los retos solidarios más importantes del año: la gala benéfica de su Fundación Cesare Scariolo, con la que lleva luchando contra la leucemia desde que falleciera su padre a causa de esta enfermedad. “Siempre pensé que honrar su memoria era hacer algo bueno por los demás y mi mujer, Blanca, es imprescindible en esta labor. Ahora me ayuda a preparar la gala solidaria que celebraremos el 15 de junio, en Barbillón. Los fondos que obtengamos irán para el Hospital Materno-Infantil de Málaga y se destinarán para construir un gimnasio, para que los niños puedan disfrutarlo”.
“La fuerte ‘pasionalidad’ de Blanca choca con mi forma de ser, más reflexiva e introspectiva. Eso hace que discutamos a veces, pero me entiende muy bien”
—Admiró a Blanca desde el primer momento que la vio. De hecho, fue la primera baloncestista que, con sus compañeras, trajo el oro a España.
—Fue una magnífica jugadora y ha sido capaz de renunciar a muchísimas cosas para ser el pilar de nuestra familia, siempre pendiente de nuestros hijos cuando yo pasaba largas temporadas ausente, a causa del trabajo. Sin ella, nada hubiera sido igual.
—Lo cuenta hasta en sus memorias, que conocerla fue lo mejor que le pasó.
—Blanca había dejado, hacía poco, de jugar al baloncesto para empezar a colaborar como reportera en la revista Gigantes y también en Canal+ como comentarista de los partidos de la Liga ACB. El azar o la suerte del destino hizo que mi primer partido con el Vitoria fuera transmitido por su cadena. Vi la cinta del encuentro días después y me impresionaron mucho algunas de sus observaciones con retranca, tan segura de sí misma y, cómo no, ¡tan guapa!
‘Me desespera su ‘pachorra’’
Blanca, a su lado, afirma: “La verdad es que fue una suerte encontrarnos. Las cosas que no se buscan son las mejores que te vienen en la vida. Aunque ninguno estaba en el momento ideal, el final fue mágico. Lo que más me gusta de él es lo honesto que es. Hay veces que me desespera con su ‘pachorra’, pero, hasta en los días peores, en los que nos peleamos, él siempre me suma”. “Es verdad. El carácter y la fuerte ‘pasionalidad’ de Blanca chocan con mi forma de ser, más reflexiva e introspectiva (risas). Eso hace que discutamos a veces, pero me entiende muy bien”.
“Fue una suerte encontrarnos. Las cosas que no se buscan son las mejores que te vienen en la vida” (Blanca)
—Su hijo, Alessandro, acaba de terminar la temporada con el equipo de Huesca. ¿Está orgulloso de que haya seguido sus pasos y los de su madre?
—Alessandro ya vuela solo y, tras terminar en Estados Unidos, ha hecho un buen trabajo en el equipo de Huesca. Yo creo que puede llegar a hacerse un nombre, pero le queda mucho por pulir. A su favor tiene el físico, porque es muy alto, y eso es importante en este deporte. Ha tenido suerte, porque ha heredado los genes de su madre.
—Cuando usted habla, se le ve sumamente didáctico. Sus hijos y también sus jugadores le definen como un buen profesor.
—Es que provengo de una familia de profesores y aprendí de ellos. Así que, a veces, me veo como un catedrático con el grupo de jugadores que tengo a mi cargo. Todos aspiran a ser campeones y héroes y hay que trabajar con esos egos en muchas ocasiones. A mi hija, Carlota, que está estudiando para ser politóloga, siempre le digo que no debe caer en la trampa de los egos, y menos en política.
—Le escucho, en ocasiones, quejarse de la soledad que conlleva una profesión como la suya. ¿Pesa?
—Claro que pesa. La peor y más angustiosa cara de esta profesión ha sido siempre, para mí, la soledad. En el momento en el que tomas una decisión, estás solo: se diluyen los ayudantes, los jugadores, los directivos y la afición… ¡incluso los amigos! Todo queda lejos. Pero el apoyo incondicional de Blanca, en la distancia, siempre me ayuda. No concebiría mi existencia sin ella.