Patricia Pérez cumple ahora 20 años de historia de amor con Luis Canut. La presentadora sintió un flechazo cuando el guionista y hermano del músico Nacho Canut —compañero de Alaska en Fangoria— la llamó para trabajar en TVE. Primero surgió la amistad y, luego, lo demás. Dos años después, se casaron en Vigo, donde se prometieron estar juntos, en la prosperidad y la adversidad, en la salud y la enfermedad. Patricia ha cumplido su palabra estas dos décadas. Especialmente, desde marzo de 2023, cuando Luis contrajo una meningitis criptocócica por un hongo habitual en las heces de las aves. Así comenzó una película de terror, ya que el guionista pasó casi medio año hospitalizado. Ahora, Luis sigue recuperándose de las durísimas secuelas, pero Patricia y su marido ya respiran tranquilos.
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—¿Cómo te encuentras, Luis?
LUIS.—Muy contento y muy bien. Ahora puedo pasar página.
PATRICIA.—Él ha sido muy valiente. Ha costado y fácil no ha sido.
L.—No recuerdo nada de lo que pasó. Le pregunto mucho a ella y me parece una historia superinteresante.
P.—¡Pero mejor no vivirla!
L.—Ha sido una faena, pero me lo tomo como otra oportunidad. Realmente, subí arriba, toqué la puerta a San Pedro, le pillé en el baño y bajé. Ahora todo lo veo con ojos nuevos.
“Me lo tomo como otra oportunidad. Subí arriba, toqué la puerta a San Pedro, le pillé en el baño y bajé”, bromea el guionista, que sigue recuperándose de las secuelas
—¿Habéis asumido todo lo vivido?
L.—Recuerdo un dolor de cabeza muy fuerte, como si me explotara.
P.—Fuimos a urgencias nueve días, porque los médicos siempre decían que Luis tenía una cefalea por estrés. Como se nos habían muerto dos de nuestras perras y él estaba muy unido a ellas, lo achacaban a eso. Pero, pese a la medicación, cada día empeoraba. Empezó entrando al hospital por sí mismo y terminé subiéndolo en silla de ruedas…
L.—Y cinco meses hospitalizado.
P.—Al noveno día, le supliqué a un médico, entre lágrimas, que le ingresaran. En otro hospital, le hicieron una punción lumbar y vieron algo chungo en el líquido cefalorraquídeo. Al final, era una levadura.
L.—Suele estar en las heces secas de palomas y aves. Los médicos pensaban que la prueba estaba contaminada. Cuando ya vieron la infección del cerebro, solo recuerdo a Patricia.
P.—Todos inhalamos esa levadura, como los millones de bichos y bacterias en el ambiente. Es letal, pero es raro que atraviese las barreras del organismo y aún más llegar al cerebro.
—Todo es escalofriante.
P.—Una película de terror. La gente me preguntaba cómo estaba Luis, pero yo no sabía, porque él no hablaba. No sabía qué iba a pasar: si saldría de la UCI u otra cosa…
—Cada día sucedía algo peor.
P.—Siempre iba a más. Perdió la visión, el oído, el gusto… Ni andaba ni movía la parte derecha del cuerpo. Tampoco sabía escribir, vestirse, lavarse, centrarse en una conversación…
L.—Se me cayó todo el pelo… Un día, me quedé tuerto de un ojo y empecé a ver cosas sin sentido. Le dije a Patricia: “Hay una niña en mi cama y no cabemos los dos” —ríe.
P.—Le respondí: “Déjale un poco de sitio”. Luis estaba en otro universo y no quería que entrara en confrontación con la realidad. Pero estaba feliz. Eso ayudó a no verlo como un enfermo, aunque tuvo delirios y le ataron a la cama. Una noche, los neurólogos me dijeron: “Luis tiene daño estructural cerebral y no podemos decir dónde”. Tragué saliva y pensé: “Bueno, pues nada”. Era lo que había…
—Patricia, en esos cinco meses, estuviste a su lado, día y noche, porque también eres naturópata.
—Sí, dormía allí. Le hacía la cama, le aseaba… Pedí a los médicos llevar su dieta. La nutrición es el pilar de las emociones, del estado mental. Entré con Luis al hospital y salí con él. Lo dejé todo. No todos pueden parar su vida para cuidar a la persona que se lo merece. Porque cuidaba a Luis, no porque sea mi marido, que también, sino porque se lo merecía.
Ataque epiléptico masivo
—¿Cuál fue el momento más duro?
P.—Los inicios fueron difíciles, pero cuando le dio un ataque epiléptico masivo en el hospital y se quedó turuleco perdido… Fue horrible. Noté que algo no iba bien. Pedí varias veces que avisaran al neurólogo y no me hicieron caso. Pero ocurrió en un cambio de turno de los médicos…
L.—Cuando me da el ataque, lo que hace Patricia es abrazarme —se le saltan las lágrimas de la emoción.
P.—Se quedó muy rígido, con los ojos abiertos. Entonces, lo cogí, mientras le decía: “Cariño, no te preocupes que no estás solo”. Fue horrible. Y el médico de urgencias sin aparecer… —lloran los dos—. Cuando llegó, me dijo: “No te preocupes, esto no le duele”. Eso me tranquilizó.
L.—Es brutal. No lo recuerdo, pero lo puedo sentir. Es una cosa que define a Patricia perfectamente.
“Siempre pensé que era imposible que Luis se pudiera morir. No y no. Yo rezaba y pedía a la Virgen Santa y lo que fuera”, nos confiesa Patricia
—En algún momento, ¿los médicos te pusieron en lo peor?
P.—Ni lo sabían. Pero podía pasar en cualquier momento y yo era consciente. Luego, su tratamiento era superagresivo: uno de antifúngicos, otro para el dolor…. Luis estaba pinchado por todas partes y le metían medicamentos seis horas al día.
—¿Y te pusiste en lo peor?
P.—Nunca. Siempre pensé que era imposible que Luis se pudiera morir. Ni de coña. No y no. Yo rezaba y pedía a la Virgen Santa y lo que fuera.
—¿A qué te aferrabas para no perder los nervios?
P.—A él —Luis vuelve a llorar y luego, ella—. Nunca lloré allí. Intenté que su día a día fuera normal. Al no estar él consciente, le daba el desayuno, la comida, bebida, masajes… Como no veía, se manchaba y yo le cambiaba las sábanas cien veces al día.
—Luis, ¿qué secuelas tienes?
L.—La mayor es la vista. No soy ciego, pero veo muy, muy poco. No veo caras ni nada nítido.
P.—Solo ve bultitos. De un ojo, perdió la visión frontal y, del otro, ve muy poquito. Puede que sea la cortisona. También le han salido cataratas…
L.—Cuando se desinflame el cerebro, verán qué visión tengo… También perdí oído. Tengo un pitido continuo fuerte. Espero que se pase.
P.—Lo vive como temporal, pero tiene que adaptarse. Está muy bien, pero cuando salió del hospital, estaba medio turuleco. Ahora vuelve a ser mi marido y podemos tener una conversación.
L.—Hemos avanzado mucho, mi cerebro está poniendo mucho de su parte. Estoy recuperando un poquito el olfato y el gusto. Este lunes me dan el alta de la terapia cognitiva, donde trabajaba la memoria, la conversación, ponía la mesa…
—¿Qué tratamiento sigues actualmente?
—Cortisona para eliminar los restos del bicho muerto en mi cerebro; fluconazol, que es un antifúngico; y la suplementación que me da Patricia. Luego hago muchísima rehabilitación: para la pierna derecha, para ganar peso… Bajé 18 kilos y, al perder toda la musculatura del cuerpo, estuve en silla de ruedas tres meses. Mi rehabilitación es lo esencial. Se lo debo a quienes han puesto todo de su parte para que siga vivo. Además, toco la batería para estimularme y trabajar la coordinación; y el piano, que se borró cómo tocarlo, para trabajar la memoria y la concentración.
—¿Cuánto te falta por recuperar?
L.—Mi neurólogo dice que falta un año más para saber cómo me quedaré. Pero voy a seguir trabajando toda mi vida, porque avanzo cada día, aunque sea con pasos pequeñitos.
P.—No se pone nervioso si no avanza, o ve peor. No hace un drama. Me siento orgullosa.
L.—Después de todo lo que me ha pasado, ya no tengo prisa por nada.
A nivel emocional
—A nivel emocional, ¿tienes secuelas?
L.—No. He salido bastante reforzado. Las muestras de cariño son impactantes. En Instagram, hay como 4.000 comentarios de ánimos.
P.—Por eso hemos querido hacer esta entrevista. Primero, para decir que no nos hemos separado, como la gente creía al principio —ríe.
—También se habrán volcado vuestros amigos.
L.—Todos. Patricia hacía una cosa muy bonita: me ponía notas de voz de nuestros amigos.
P.—Estuvimos un mes y pico con las ventanas bajadas, completamente a oscuras, porque tenía fotofobia. Ahí se aisló y ni hablaba conmigo. Por eso, llamé a sus íntimos y hermanos para que le enviaran audios y le dijeran lo que le querían.
L.—Ahí ni sabia qué me pasaba. Como soy muy hipocondriaco, Patricia se preocupó mucho de que no me enterase de que estaba enfermo. Por eso, nunca tuve la sensación de miedo.
—¿Qué amigos os han sorprendido?
P.—Todos. Ha sido increíble.
L.—Para mí, ha sido la mayor lección. Aunque me quedo con todos, fue muy importante la nota de voz que me mandó Natalia Figueroa… No quiero ponerle el título de mejor amiga. Me dijo: “Que sepas que, para Raphael y para mí, eres tal…”. Eso lo recordaré siempre.
“De Patricia he aprendido lo que realmente significa querer. Me siento muy en deuda y sé que nunca se lo voy a poder devolver”, nos dice Luis
—¿Cómo surge esa amistad?
L.—Mi padre era ortodoncista y Natalia llevaba a sus hijos a su consulta. Cuando me fui a estudiar a Miami, Raphael y ella me ayudaron. Así empezó una amistad con toda su familia. También recuerdo mucho la nota de voz de Mario (Vaquerizo) y Olvido —nombre real de Alaska.
P.—Estando Luis en la UCI, Mario me llamó y nos pusimos a llorar. Muchísimo. Fue la única persona con la que lloré. Yo sabía que detrás de esa llamada estaba Nacho, el hermano de Luis, que quería saber cómo estaba y no se atrevía. A Mario y Olvido los adoro.
L.—Mi hermano es muy tímido y no sabe cómo actuar ante estas cosas médicas.
—Patricia, antes nos decías que rezabas.
—Soy muy creyente, desde hace unos años. Hago mis promesas, voy a misa…
—¿Hiciste alguna promesa por cumplir ahora?
—No. Y a conciencia. No estaba dispuesta a aceptar que le ocurriera lo peor. Es que no me imagino la vida sin mi marido —se emociona Luis—. Es verdad, no iba a negociarlo. ¿Qué iba a ofrecer a cambio? ¿Tirarme por la ventana? No encontraba nada lo suficientemente duro como para pedirlo.
—Afortunadamente, ya veis la luz.
L.—Sí. Veo otra luz, pero es la que me toca. En Nochevieja, tras el peor año de mi vida, pensaba: “No tengo mal recuerdo”. Solo flashes en la UCI y viéndola sonriéndome. La recuerdo mucho acariciándome y dándome cariño… —se le caen las lágrimas.
Las claves de su nueva vida
—¿Qué habéis aprendido del otro?
L.—De Patricia he aprendido lo que realmente significa querer. Suena muy cursi, pero es verdad. Siempre se ha volcado en mí. Me siento muy en deuda y sé que nunca se lo voy a poder devolver —vuelven a llorar.
P.—Lo que he aprendido es que no me equivoqué cuando le dije “sí”.
L.—¡Olé! —vuelve a llorar y la besa—. Tengo mucha suerte con ella.
—¿Ha cambiado vuestra forma de ver la vida?
P.—La mía no.
L.—A mí, totalmente. Ahora exijo muy poco para mi felicidad y valoro cosas que antes no daba importancia: ponerme de pie, andar, hablar… Si hace un año me dicen que estaría como ahora, no lo hubiese creído. También soy cero hipocondriaco y le he perdido al miedo a la muerte. Tengo otra perspectiva.
“Me quiero casar otra vez, pero lo ocurrido con Luis no lo quiero celebrar. Aún nos queda por vivir mucho juntos”
—Después de este año tan difícil, ¿no habéis pensado en hacer un viaje o, incluso, volver a casaros?
L.—Siempre hemos querido casarnos otra vez.
P.—Sí, me quiero casar otra vez. Lo ocurrido con Luis no lo quiero celebrar. Pero no por nada, sino porque aún nos queda mucho juntos.
—Acabáis de cumplir veinte años juntos. ¿Qué balance hacéis?
P.—Buenísimo.
L.—Me ha demostrado que era verdad todo lo que me prometió. Y tantos años después. Encima, sin pelo, pesando 52 kilos y con la vista para allá, porque un ojo se me fue.
P.—Tenía uno arriba y otro abajo —ríe—. Pero nunca le dije nada.
L.—Debería tener muy mal recuerdo del último año, pero ha sido el que más me he unido a Patricia. De verdad. Y de una forma que no sabría explicar… Ahora la siento.
—No tenéis hijos. No sé si preferís no hablar de ello.
P.—Lo tenemos tan asumido… No puedo tener hijos de manera natural. Me faltan unas proteínas en la sangre y afecta a la placenta. De hecho, me quedé embarazada varias veces.
L.—Tuvo un embarazo ectópico y le tuvieron que operar de urgencia. Cuando le dijeron que podía volver a intentarlo, me negué. Para mí lo importante es Patricia. No necesito más y no voy a correr ningún riesgo.
P.—Luis me quitó ese peso, aunque yo quería ser madre por él. No profundizo en el tema, porque diría: “Qué pena, porque Luis sería un padre fenomenal”. En el día a día, no lo echo de menos y, en algunos amigos, vemos que los hijos no unen tanto. Realmente, lo bonito es encontrar a la persona con la que compartir tu vida. Eso no lo puede decir todo el mundo.
L.—No conozco una pareja más feliz que la mía. Lo digo de verdad.