Hugh Grosvenor, aristócrata milmillonario, ahijado de Carlos III y padrino de otro futuro Rey, el príncipe George, protagonizó junto a Olivia Henson la gran boda del año del reino , en Chester, Inglaterra, el 7 de junio. El joven terrateniente per- día un título, el que lo distinguía como el soltero de oro del Reino Unido, a la vez que coronaba a su prometida como nueva duquesa de Westminster ante la alta sociedad inglesa.
La nueva duquesa llevó un vestido confeccionado en satén de seda y organza color marfil, con falda al bies, pronunciada abertura en la espalda y una cola desmontable de dos metros
Hugh y Olivia abrían una nueva era para la dinastía con unas espectaculares celebraciones que pusieronuna gran nota de alegría a los tiempos tan difíciles que afronta la Familia Real. Un momento sombrío marcado por la batalla contra el cáncer que libran el Rey y la princesa de Gales. Los dos grandes ausentes en su gran día, sin olvidar a su ahijado, el joven príncipe George, que está en la recta final del curso escolar. Pero, como familias muy unidas que son, Hugh sí pudo contar con el apoyo y el cariño de su viejo amigo el príncipe Guillermo, quien tuvo un papel especial: el de ujier. De ahí que fuera de los primeros en acceder a la catedral.
Esta pieza nupcial se bordó con los mismos motivos florales que adornaron el que llevó su tatarabuela (en 1880), las iniciales de los novios y la fecha de la boda
No había marcado el reloj las 10:30 de la mañana cuando el futuro Rey y sus compañeros ‘acomodadores’ —un club de once amigos del duque— llegaban al corazón de la ciudad, en una furgoneta Mercedes-Benz, para poder recibir a todos los invitados y al propio novio.Cabizbajo, sin volverse hacia el público ni las cámaras, el príncipe de Gales entraba por una puerta lateral del templo, evitando robar el foco a Hugh en su día más importante. La última vez que se encontraron en la catedral, todos rendían homenaje a Gerald Grosvenor —el padre del novio, fallecido en agosto de 2016, tras sufrir un infarto—, incluida Kate, quien estuvo muy presente en los pensamientos de todos. Asimismo, doce años antes (2004), en la boda de Lady Tamara Grosvenor, Guillermo se estrenaba junto a Harry en el papel de acomodadores. Un puesto que Harry también habría ejercido seguramente en esta boda, pero que desestimó, según diferentes informaciones, para no crear tensiones por sus problemas familiares.
Una española muy especial
Y todo fue muy bien, empezando por el desfile impresionante de los asistentes de la más alta sociedad inglesa. Apellidos importantísimos a los que también se unieron el círculo de compañeros de colegio, universidad, deporte… Entre ellos, la princesa Eugenia de York, que llevaba un elegante vestido verde oliva con completos en beis; Charlie van Straubenzee y su esposa, Daisy Jenks; y su hermano Thomas van Straubenzee, que es padrino de la princesa Charlotte. Y, por supuesto, en un lugar de honor, una madrileña muy especial: Isabel Rodríguez-Legorburu , licenciada en Psicología e hija de los condes de Asmir, Eduardo Rodríguez-Legorburu, y la arquitecta Isabel Cabrera-Kabana.Llegó a la catedral intentando pasar inadvertida, pero las cámaras la estaban esperando. Isabel, aunque anónima hasta ahora, también es una de las novias de año. El próximo septiembre, tal y como avanzó ¡HOLA! en exclusiva, se casa en Madrid con Jasper Henson, hermano de Olivia, lo que la convertirá oficialmente en cuñada de Hugh Grosvenor.
El príncipe Guillermo llegó una hora y media antes que la novia, que hizo frente con risas a las ráfagas de viento que jugaron con su velo: “¡Voy a despegar!”
Colosal fortuna
Eran las 11:15 cuando el duque llegaba a la catedral, en un Land Rover Defender verde, junto a sus tres «padrinos». Detrás, su madre, la duquesa viuda de Westminster, y sus hermanas, Lady Tamara, de 42 años, íntima del príncipe Guillermo; Lady Edwina, de 41, activista por la reforma penitenciaria, y Lady Viola, de 29, que dirige un negocio de terapia artística. Hugh, famoso tanto por su discreción como por su colosal fortuna, sonrió, saludó a la multitud entre aplausos y avanzó rápido hacia la catedral vestido con chaqué, camisa bicolor y una corbata rosa con libélulas. Si estaba nervioso no lo demostró, aunque antes del gran día había reconocido que «estoy increíblemente emocionado». Tres cuartos de horas después —faltaban unos minutos para la hora fijada, doce del mediodía— y puntualísima como ninguna novia, Olivia llegaba a la iglesia en un Bentley negro de 1930. Empuñando su ramo de inspiración silvestre, con flores de los jardines de «Eaton Hall», que incluían hierba de pradera, margaritas, iris, rosas y amor en la niebla, la novia desvelaba su secreto: el diseño nupcial, confeccionado en satén de seda y organza color marfil, era obra de Emma Victoria Payne. La diseñadora londinense siguió los deseos de la duquesa y cumplió su sueño: un vestido de estilizada silueta, con manga tres cuartos rematada con una tira de encaje al igual que el escote barco, falda al bies, pronunciada abertura en la espalda y una cola desmontable de dos metros.Del brazo de su padre, Rupert Henson, y seguida por su cortejo nupcial, Olivia dirigió sus pasos hacia el templo a la vez que una repentina ráfaga de viento levantaba al vuelo el velo. De organza y en cascada, la pieza fue bordada con motivos florales inspirados en los del tul que llevó su tatarabuela el día de su boda (en 1880), el anillo de compromiso de Olivia, las iniciales de los novios y la fecha de la boda, en el centro de la espalda.
Tras la ceremonia, los novios fueron recibidos con vítores, ‘hip, hip, hurra’ y la petición de un beso, con la que cumplieron a la puerta del templo, cubierta por un manto de flores y plantas
Diamantes y zapatos azules
Para su gran día, la nueva duquesa de Westminster, que se peinó con un recogido trenzado, recurrió al peluquero de Kate, Cristiano Basciu, director artístico de Richard Ward Hair, que también la peinó para su boda, y eligió una de las joyas más preciadas de la colección familiar: la tiara de mirto , engastada en plata y oro rojo con diamantes. Fue realizada, en 1906, por Albert Holmström para Fabergé, la joyería de los zares, y encargada para la boda de Lady Mabel Crichton con Lord Hugh Grosvenor, hijo del duque de Westminster. La diadema se considera extraordinaria porque la casa rusa no se distinguió por hacer muchas tiaras, aunque la familia posee una segunda de la misma firma, la ‘Cyclamen’, que data de 1905. Una ‘conexión’ importante para los Grosvenor, ya que la madre del duque, Natalia, es descendiente de Nicolás I de Rusia, así como del poeta y dramaturgo Alejandro Pushkin.Desde la antigüedad, el mirto se asocia a la diosa Afrodita y a la fertilidad. No hay que olvidar que, si el matrimonio no tiene un hijo varón ni cambian las históricas leyes, el título de duque de Westminster expirará con Hugh.
Él también se benefició de la ley de la primogenitura, que prioriza al heredero varón.Y de la tiara de diamantes al complemento más inesperado y llamativo. Sorprendiendo a todos por su elección, Olivia redondeó su look nupcial con unos zapatos de terciopelo azul con lazada XL. Incorporando el color que manda la tradición, su algo azul estaba en los pies. Y, además, con un guiño a España. El diseño, hecho a mano por maestros zapateros, es de la firma catalana especializada en moda nupcial Silvia Lago.
Primera imagen de Isabel Rodríguez-Legorburu, hija de los condes de Asmir y una más de la familia: el próximo septiembre se casará en Madrid con Jasper Henson, hermano de la nueva duquesa
Damas y sobrinas
Seguida de sus damas, sobrinas del duque de Westminster: Zia, de 14 años; Orla, de nueve (hijas de Lady Edwina), e Isla, de ocho (hija de Lady Tamara), y sorteando las ráfagas de viento, la novia atravesó a las doce en punto el imponente arco verde con flores con el que enmarcaron la entrada, destacando el encaje de la Reina Ana y las margaritas.Hugh y Olivia eligieron la catedral de Chester, como lugar de celebración por su belleza y sus vínculos con la familia Grosvenor desde el siglo XV. La imponente construcción normanda de color rojizo, que fue en origen la abadía de un monasterio benedictino dedicado a Santa Werburga, patrona de la ciudad, data de 1093 y ha sido escenario de los momentos más felices y tristes de la dinastía.
El peluquero de la princesa de Gales la peinó con un recogido y eligió una de las joyas más preciadas de la colección familiar: la tiara de mirto, engastada en plata y oro rojo con diamantes
La ceremonia fue oficiada por el reverendo Tim Stratford, decano de la Catedral de Chester, asistido por el obispo de Chester, el reverendo Mark Tanner, y la reverenda canóniga Rosie Woodall. Y la música estuvo a cargo del Coro de la Catedral de Chester, dirigido por el organista y maestro de coristas Philip Rushforth, y de un grupo de músicos del noroeste de Inglaterra. En cuanto a la decoración floral, se incluyeron rosas trepadoras a ambos lados del altar, lavanda y aliento de bebé, así como abedules, que se alineaban en el pasillo y nos recordaron a la boda de Guillermo y Kate, en 2011. Los ahora príncipes de Gales también llegaron al altar entre un pasillo vegetal de árboles de seis metros que fueron replantados.
Un beso
Los recién casados salieron de la catedral alrededor de la una de la tarde, cogidos de la mano y con una gran sonrisa. Estaban radiantes y la novia incluso bromeó haciendo referencia al viento que volvió a jugar con su velo: “¡Voy a despegar!”.
Hugh y Olivia se pararon ante las cámaras mientras escuchaban los vítores, ‘hip, hip, hurra’, y la petición de un beso, con la que cumplieron entre fuertes aplausos. Todo era perfecto hasta que llegó el giro inesperado. Dos mujeres de la organización Just Stop Oil lanzaron nubes de pintura en polvo con un extintor y tuvo que intervenir la policía. Las dos fueron arrestadas bajo sospecha de delitos contra el orden público. Entonces, los cientos de ciudadanos del condado de Cheshire que se habían acercado al templo para ser testigos de la boda continuaron disfrutando del día y de las atenciones de los duques. La ciudad, decorada con 100.000 plantas en flor, no podía estar más bonita, y, además, tres locales de Chester repartieron gratis helados, sorbetes y bizcochos inspirados en la tarta nupcial con sabor a limón que se sirvió en la recepción ofrecida por los novios en ‘Eaton Hall’, donde vivirán.
Música y fuegos artificiales
Es el hogar ancestral de la familia Grosvenor desde el siglo XV, está valorada en 32 millones de euros, cuenta con capilla y suficientes habitaciones para alojar a 150 personas. Son más de 4.000 hectáreas y pueden disfrutar desde un jardín de 20 hasta un parque de ciervos, además de extensos bosques. Tal y como contó uno de los invitados a nuestra edición inglesa, Hello!, se sirvió un menú exquisito —la burrata era excepcional—, tocó una orquesta en directo y hubo un espectáculo de fuegos artificiales “que fue impresionante”, y se pudo ver desde el centro de la ciudad de Chester. Además, haciendo un guiño a Londres, ¡recrearon con una escultura el mítico Big Ben!: “Fue increíble ver algo así”. Finalmente, para que los invitados pudieran disfrutar sin preocuparse de tener que conducir, les facilitaron un servicio de taxis para volver a casa. Y, además, se prepararon regalos para todos, incluyendo un mapa pintado a mano de los terrenos de ‘Eaton Hall’.
La celebración tuvo lugar en ‘Eaton Hall’, la espectacular mansión familiar, con más de 4.000 hectáreas de jardines, bosques y parques, en la que vivirán los recién casados
Blanco y negro
Asimismo, los novios se aseguraron de enviar mensajes de agradecimiento tanto antes como después de la ceremonia: “Estamos profundamente agradecidos a todos los que nos apoyaron en Chester y ayudaron a que nuestro día fuera tan memorable. Increíblemente conmovidos”, escribieron junto a las imágenes que compartieron al día siguiente de la ceremonia. Cuatro fotografías, una a color y tres en blanco y negro, en las que vemos a la novia a punto de salir del coche, mirando hacia el imponente escenario con los ciudadanos vitoreándola, y nos trasladan también a ‘Eaton Hall’, donde tuvieron lugar la recepción y la fiesta posterior. Con una sonrisa en la cara, que los acompaña en todo momento, se ve a los recién casados paseando con las manos fuertemente entrelazadas entre sus invitados, bañados en pétalos de rosa y confeti.