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Un documental analiza el ‘Auge y caída’ del director creativo de Maison Margiela

La enésima ‘resurrección’ de John Galliano

El diseñador gibraltareño vuelve al Olimpo de la moda del que, quizás, nunca se había ido. Solo había estado ‘oculto’ o ‘cancelado’


11 de junio de 2024 - 11:07 CEST

Truman Capote, que nos sirve para un roto y un descosido hasta que nos lo “cancelen”, escribió en su Prefacio de “Música para camaleones” -ya saben, el del arte es un látigo que solo sirve para autoflagelarse- una frase que también pasó a la posteridad. Tanto de la Historia de la Literatura como del narcisismo. “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. Esta otra historia que les contamos a continuación es un relato sobre “casi casi” lo mismo. Empezando, precisamente por eso, por la cancelación. La declaración de principios de John Galliano fue, en todo caso, más corta. También menos onanista. Nada autoexculpatoria, ojo, pero sí buscando cierta conmiseración. O sea, con el perdón justo. La suya fue tal que así: “Soy un alcohólico. Soy un adicto”. Fin. Y según el autor de su biografía fílmica que está a punto de estrenarse en la gran pantalla, “Auge y caída de John Galliano”, del oscarizado Kevin Macdonald, si algo es Galliano, además de eso, es “un cobarde”. Porque lo de homosexual, ya no es ninguna provocación como lo era para el de Monroeville (o quizás ¿para él sí? Luego, lo veremos). Y lo de ser un genio, hombre, es obvio e incontestable. Esta sería una crónica sobre la resurrección de John Galliano. El “couturier” británico, al frente de Maison Margiela, volvió a coronarse esta pasada primavera como Rey Sol de la moda. Primero fue con su desfile de Haute Couture en París, en donde, a través de sus modelos maquilladas como muñecas de porcelana de bajos fondos y vida alegre, supo hacernos soñar con un siglo XIX lisérgico, viciado y mágico. Después, con la Met Gala, en donde, en la estrella del momento, convergían su pasado y su presente. Zendaya, la última sensación de las “red carpets”, lo elegía por partida doble: su época Givenchy con un vestido negro de cola kilométrica y su “nueva” Era Margiela, con un modelo con polisón y cuadro escocés en donde estaba lo mejor de los archivos de la Casa flamenca, el punk de Vivianne Westwood y el barroquismo andaluz que le viene de serie. Un mix único, nuevo pero inconfundible al mismo tiempo.Sin embargo, hagan el ejercicio, escriban en Google “Galliano resurrección”. No les digo ya “Galliano resurrection”... Tomarán conciencia de que este señor lleva resucitando desde 2007. Es decir, lleva muriéndose -o lo que “viene siendo” cayendo en el ostracismo o muerte social y/o empresarial- desde mucho antes de esa fecha. Que, claro, para salir de los infiernos, primero hay que quemarse en ellos. De ahí, que el título que ha elegido MacDonald para su documental no puede ser más meridiano. Faltaría, como con la frase de Galliano, dos palabritas para que quedara redonda y fetén. “Auge y caída ad finitum” o “en repeat”, lo que ustedes quieran.Porque hablábamos de quemarse en el Averno por no decir “inmolarse” y punto. A veces, porque la vida es un valle de lágrimas. Y Galliano perdió a colaboradores y amigos fundamentales para -sostener y soportar- su genio con lo que su trabajo se resintió como lo habría hecho el de cualquiera y su carácter se agrió de lo lindo. Otra cosa es que, al frente de Dior, Galliano hiciera hasta 32 colecciones por año en las que controlaba absolutamente todo. To-do. No solo la dirección creativa, también la artística, publicitaria, marketiniana… Era su idea, su concepto, su creación. De principio a fin. Y, así, con las 32. Repasaba hilvanes y costuras, máscara de pestañas, planos y contraplanos de los spots publicitarios, color de la película fotográfica y marquesinas donde se colgaban los carteles… Casi de una manera estratégica. Y maniacal. Obsesiva. Insostenible. Férrea y guerrera. ¿Por qué si no se iba a disfrazar constantemente de Luis XVI o Napoleón? ¿Cómo no iba a estar medio loco e iba a traer a maltraer a toda la compañía: de la ayudante de costura al mismísimo Bernard Arnault, dueño del emporio?Tiene gracia que el director norteamericano del documental sea nieto del también realizador Emeric Pressburger, detrás del objetivo de la mítica “Las zapatillas rojas”. Ya saben, esa terrorífica versión del cuento de Andersen en el que la protagonista, una bailarina con el rostro de Moira Shearer, entra en un bucle de autoperfeccionismo destructivo hasta sucumbir en el abismo. Su vida por una pirueta de gracia angelical. Galliano ha demostrado siempre que él, también. Que sería capaz de morir y vender su alma al diablo por alcanzar la comunión última entre lo divino y lo humano. Durante 20 minutos. Los que dura su desfile. Tocar la perfección y la belleza. Sin límites. Ficticia tal vez. Teatral. Fatua, vale. Y por qué no, trágica.Eso sí, hoy ya lo hace de otro modo. De ahí, que esta resurrección sea distinta. Que esta resurrección sea, mejor dicho, una redención. Y que este nuevo vuelo del ave fénix parezca el último porque ya no hay cenizas que valgan. Galliano hoy opta por un más prudente y discreto segundo plano. Ni siquiera sale a saludar al final del carrousel de las modelos. Los plumajes llamativos son lo que tienen, que te convierten en un blanco fácil. Así que, el nuevo Galliano prefiere confundirse con el fondo cuando, sin embargo, su paso a la posteridad se produjo como epítome del rostro de la moda. Excéntrico y todopoderoso. Y para siempre, “l’enfant terrible” de la Avenue de Montaigne. Habría que recordar de hecho que esa identificación se produjo en un contexto en el que se daban las condiciones óptimas para que se materializara. No en vano, el gran despegue profesional del diseñador coincidió con la metamorfosis del universo fashionista en el fenómeno de la cultura pop que es hoy. En el mundo contemporaneo, todo hijo de vecino sabe quiénes eran los astros de la pasarela cuando, durante décadas, solo unos pocos —las clases más adineradas— habían sabido de sus nombres, máxime porque tenían acceso a ellos. En la década de los 90, fue cuando se produjo ese cambio. El acceso a la alta costura seguía siendo restringido, pero los maestros “couturiers” se convertían en ídolos pop. Y así, mientras para los ciudadanos comunes y corrientes, estos eran ahora bienes (aspiracionales) de consumo, las maisons que los tenían contratados asumían el culto a su personalidad como nueva religión. Nacían los tiempos del ultrapersonalismo en la moda que, a 2024, siguen viento en popa a toda vela.Es llamativo el hecho de que Galliano lleve “ahora” las riendas de una Casa que se ha caracterizado desde su nacimiento por todo lo contrario. Martin Margiela fue y sigue siendo un gran desconocido que ha preferido la colectividad al individualismo. Tanto desde un punto de vista del marketing como también en sus propias creaciones en las que la personalidad de la firma reside en la búsqueda de precisamente todo lo contrario. El belga introdujo el concepto arquitectónico y literario de deconstrucción en el vestir, adelantando el “grunge” y valorando el reciclaje como un medio más de creación. Es más, huyendo de las tendencias, asumió la responsabilidad del diseño en su sentido puro y real. Líneas pulidas, colores neutros, estructura que de la complejidad hace sencillez. O lo que es lo mismo, la máxima del “menos es más” en su expresión hiperbólica cuando… Galliano lo es, todo eso y en el mismo grado supino, pero del rococó. Aún con esos mimbres, el diseñador no ha tenido problema en hacer el trasvase. En camuflarse. Hasta hoy mismo. Por eso escribíamos entre comillas “ahora” al comienzo del párrafo anterior. Ese “ahora” es en realidad un presente continuo de una década. Galliano asumió la dirección creativa de Maison Margiela ¡en 2014! Exactamente, tres años después de que fuera despedido de Dior. Stefano Rosso, director ejecutivo de OTB e hijo del fundador de Diesel, Renzo Rosso, decidió darle la batuta de la división tras un periodo de penitencia con Oscar de la Renta y, ese mismo año, lograba unos beneficios de más de 300 millones de dólares con la gestión del gibraltareño. ¿Por qué es entonces en 2024 cuando hablamos de resurrección de Galliano si Galliano lleva una década en la primera línea de la moda?Quizás porque éste debía hacer primero una peregrinación por el desierto. Una cancelación más mediática que real. Algo así como: “no podemos prescindir de su talento, pero que no se sepa que esa obra es suya, ¿no?”. Después, porque Galliano tenía que curarse. Años de adicción a los barbitúricos, el alcohol y los somníferos y de consecuentes ataques de ansiedad y de pánico, necesitaban de un tratamiento médico especializado que no dura ni un mes ni dos ni tres. También, porque otros, también extraños y controvertidos, lo sustituyeron acaparando la atención y la extravagancia, véase Alessandro Michele… Y, por último y no menos importante, porque las circunstancias políticas y sociales han cambiado. Porque cuando hablábamos de “Las zapatillas rojas” no era algo baladí. Más allá del bucle de autodestrucción, tambien es curioso cómo Natalie Portman, ganadora del Oscar por una revisión oscura y narcótica de ese filme titulada “El cisne negro”, fuera una de las mayores instigadoras de la “dagnatio memoriae” de Galliano, que eso ya lo inventaron los romanos, y que hoy conocemos como cultura de la cancelación. Como judía, Portman se sintió especialmente concernida por aquel video en el que el diseñador, visiblemente fuera de sí y con notable signos de embriaguez, dijera “Amo a Hitler”. Una declaración que se sumaba a numerosos insultos antisemitas, a tacos y balbuceos que hicieron del bar La perle mundialmente conocido. De las chicas, móvil en mano, que le metían los dedos en la boca para que el pobre diablo siguiera despotricando insensateces poco se supo después… Pero aunque no vamos a entrar en teorías conspiranoicas, ni en manos negras o chivos expiatorios, aquel hecho, provocado o no, constituyó la gota que colmaba el vaso —o la excusa perfecta— para deshacerse del genio. Un genio que ya era una piedra en el zapato, con denuncias por moving, con un ego hiperbólico, con una conducta super reprochable, con altercados cada lunes y cada martes, con un trabajo sobre los hombros abrumador y con una influencia demasiado notoria sobre decisiones que no le pertenecían… En una semana, Sidney Toledano, presidente de Dior, y Arnault, de LVMH, decidieron echarle de la compañía.Si en un juicio, el alcohol, las drogas y los barbitúricos son un eximente en la culpabilidad de cualquiera, estas mismas sustancias sirvieron para acusarlo, incluso, del pecado original cuando era más que evidente que Galliano no sabía ni lo que decía. “Esto no es, de ninguna manera, una excusa. Nosotros, los alcohólicos y los adictos no somos responsables de nuestro trastorno. De todas formas, sí que me considero completamente responsable de mi recuperación y de enmendar mis errores. Recibo un indulto diario procedente de esta enfermedad y eso viene de una abstinencia total“, declaró Galliano en su primera entrevista a un medio de comunicación tras su salida del centro de desintoxicación de Arizona en el que ingresó para, después, en el juicio por su despido, alegar que no se acordaba de nada y que cuando se vio en las noticias no se reconocía. Nadie debería ser juzgado sin apelación alguna por los peores cinco minutos de su vida… pero así fue. A Galliano se le acusó no sólo de despreciable antisemita, sino también de hipócrita y desalmado. ¿Cómo era posible que un hombre que pertenecía a una minoría -o sea, que era gay- fuera capaz de denigrar a otra para sentirse mejor? Precisamente, por eso mismo. Pertenecer a la masa, al común, es el sueño de cualquier integrante de una minoría que no quiere serlo. Y eso encaja a la perfección con un hombre que precisametne por ser “amanerado” fue un niño víctima del bullying, del abuso y el desprecio por, además, ser español y por ser católico en su Dulwich natal. Después, esas mismas aristas de su pasado y su personalidad, lo convertirían en el alumno más innovador e iconoclasta de Saint Martins y lo llevaría a triunfar en lo más alto de la moda sin haber cumplido los 30. Tampoco es excusa, pero es lo que hay.Una década después -años que Galliano ha pasado en la sombra- la sociedad ha tenido tiempo para cambiar. Ponerse pestañas postizas o pintarse las uñas ya no te convierten en el “rarito” de la fiesta. Cualquier chaval de barrio lo hace y se pasea por la Gran Vía sin que eso “suponga una mancha en su hombría”, tal y como Galliano lo hubiera hecho solamente en una soirée del Grand Palais. Pero además, Anna Wintour lo protege y hasta Toledano lo ha perdonado… Pero, las actitudes, en otros sentidos, se han radicalizado. Hoy, el poder israelí, intocable e inmaculado, no pasa por su mejor momento. Israel ha sido demandado ante el tribunal internacional de justicia por genocicido, los estudiantes de Columbia se manifiestan en favor del pueblo palestino y Netanyahu, aun habiendo sido democaticametne electo, es discutido en el seno del país… Como cuenta Ewan McGregor con los bigotes del Conde Alexander Rostov en “Un caballero en Moscú”, solo hay que recordar la parábola de las polillas de Manchester para entender que la sociedad y la Naturaleza mutan y los débiles o los fuertes solo lo son dependiendo de las circunstancias. Galliano esperaba a que llegara un momento más propicio para volver a la luz. Éste.

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Truman Capote, que nos sirve para un roto y un descosido hasta que nos lo ‘cancelen’, escribió en su Prefacio de Música para camaleones -ya saben, el del arte es un látigo que solo sirve para autoflagelarse- una frase que también pasó a la posteridad. Tanto de la Historia de la Literatura como del narcisismo. “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. Esta otra historia que les contamos a continuación es un relato sobre ‘casi casi’ lo mismo. Empezando, precisamente por eso, por la cancelación. La declaración de principios de John Galliano fue, en todo caso, más corta. También menos onanista. Nada autoexculpatoria, ojo, pero sí buscando cierta conmiseración. O sea, con el perdón justo. La suya fue tal que así: “Soy un alcohólico. Soy un adicto”. Fin. Y según el autor de su biografía fílmica que está a punto de estrenarse en la gran pantalla, Auge y caída de John Galliano, del oscarizado Kevin Macdonald, si algo es Galliano, además de eso, es ‘un cobarde’. Porque lo de homosexual ya no es ninguna provocación como lo era para el de Monroeville (o quizás ¿para él sí? Luego, lo veremos). Y lo de ser un genio, hombre, es obvio e incontestable.

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Arriba, John Galliano en los Fashion Awards 2021 en Londres. Sobre estas líneas, nuestro protagonista en la Conferencia “Forces of Fashion” de Vogue en Milk Studios en Nueva York en 2017.

Esta sería una crónica sobre la resurrección de John Galliano. El couturier británico, al frente de Maison Margiela, volvió a coronarse esta pasada primavera como Rey Sol de la moda. Primero fue con su desfile de Haute Couture en París, en donde, a través de sus modelos maquilladas como muñecas de porcelana de bajos fondos y vida alegre, supo hacernos soñar con un siglo XIX lisérgico, viciado y mágico. Después, con la Met Gala, en donde, en la estrella del momento, convergían su pasado y su presente. Zendaya, la última sensación de las   red carpets  , lo elegía por partida doble: su época Givenchy con un vestido negro de cola kilométrica y su ‘nueva’ Era Margiela, con un modelo con polisón y cuadro escocés en donde estaba lo mejor de los archivos de la Casa flamenca, el punk de Vivianne Westwood y el barroquismo andaluz que le viene de serie. Un mix único, nuevo, pero inconfundible al mismo tiempo.

Sin embargo, hagan el ejercicio, escriban en Google  Galliano resurrección . No les digo ya Galliano resurrection... Tomarán conciencia de que este señor lleva resucitando desde 2007. Es decir, lleva muriéndose -o lo que ‘viene siendo’ cayendo en el ostracismo o muerte social y/o empresarial- desde mucho antes de esa fecha. Que, claro, para salir de los infiernos, primero hay que quemarse en ellos. De ahí, que el título que ha elegido MacDonald para su documental no puede ser más meridiano. Faltaría, como con la frase de Galliano, dos palabritas para que quedara redonda y fetén. Auge y caída ad finitum o en repeat, lo que ustedes quieran.

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El director creativo de Maison Marniela caminando por la pasarela durante la feria de moda Dior Haute Couture Primavera/Verano 2004 como parte de la Semana de la Moda de Alta Costura de París.

Porque hablábamos de quemarse en el Averno por no decir ‘inmolarse’ y punto. A veces, porque la vida es un valle de lágrimas. Y Galliano perdió a colaboradores y amigos fundamentales para -sostener y soportar- su genio con lo que su trabajo se resintió como lo habría hecho el de cualquiera y su carácter se agrió de lo lindo. Otra cosa es que, al frente de Dior, Galliano hiciera hasta 32 colecciones por año en las que controlaba absolutamente todo. To-do. No solo la dirección creativa, también la artística, publicitaria, marketiniana… Era su idea, su concepto, su creación. De principio a fin. Y, así, con las 32. Repasaba hilvanes y costuras, máscara de pestañas, planos y contraplanos de los spots publicitarios, color de la película fotográfica y marquesinas donde se colgaban los carteles… Casi de una manera estratégica. Y maniacal. Obsesiva. Insostenible. Férrea y guerrera. ¿Por qué si no se iba a disfrazar constantemente de Luis XVI o Napoleón? ¿Cómo no iba a estar medio loco e iba a traer a maltraer a toda la compañía: de la ayudante de costura al mismísimo Bernard Arnault, dueño del emporio?

Tiene gracia que el director norteamericano del documental sea nieto del también realizador Emeric Pressburger, detrás del objetivo de la mítica  Las zapatillas rojas . Ya saben, esa terrorífica versión del cuento de Andersen en el que la protagonista, una bailarina con el rostro de Moira Shearer, entra en un bucle de autoperfeccionismo destructivo hasta sucumbir en el abismo. Su vida por una pirueta de gracia angelical. Galliano ha demostrado siempre que él, también. Que sería capaz de morir y vender su alma al diablo por alcanzar la comunión última entre lo divino y lo humano. Durante 20 minutos. Los que dura su desfile. Tocar la perfección y la belleza. Sin límites. Ficticia, tal vez. Teatral. Fatua, vale. Y por qué no, trágica.

Eso sí, hoy ya lo hace de otro modo. De ahí, que esta resurrección sea distinta. Que esta resurrección sea, mejor dicho, una redención. Y que este nuevo vuelo del ave fénix parezca el último porque ya no hay cenizas que valgan. Galliano hoy opta por un más prudente y discreto segundo plano. Ni siquiera sale a saludar al final del carrousel de las modelos. Los plumajes llamativos son lo que tienen, que te convierten en un blanco fácil. Así que el nuevo Galliano prefiere confundirse con el fondo cuando, sin embargo, su paso a la posteridad se produjo como epítome del rostro de la moda. Excéntrico y todopoderoso. Y para siempre, l’enfant terrible de la Avenue de Montaigne.

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A la derecha, John Galliano asiste a ‘Heavenly Bodies: Fashion & the Catholic Imagination’, el evento benéfico del Costume Institute 2018 en el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York. A la izquierda, un retrato del diseñador en su taller de París.

Habría que recordar de hecho que esa identificación se produjo en un contexto en el que se daban las condiciones óptimas para que se materializara. No en vano, el gran despegue profesional del diseñador coincidió con la metamorfosis del universo fashionista en el fenómeno de la cultura pop que es hoy. En el mundo contemporáneo, todo hijo de vecino sabe quiénes eran los astros de la pasarela cuando, durante décadas, solo unos pocos —las clases más adineradas— habían sabido de sus nombres, máxime porque tenían acceso a ellos. En la década de los 90, fue cuando se produjo ese cambio. El acceso a la alta costura seguía siendo restringido, pero los maestros   couturiers  se convertían en ídolos pop. Y así, mientras para los ciudadanos comunes y corrientes, estos eran ahora bienes (aspiracionales) de consumo, las maisons que los tenían contratados asumían el culto a su personalidad como nueva religión. Nacían los tiempos del ultrapersonalismo en la moda que, a 2024, siguen viento en popa a toda vela.

Es llamativo el hecho de que Galliano lleve ‘ahora’ las riendas de una Casa que se ha caracterizado desde su nacimiento por todo lo contrario. Martin Margiela fue y sigue siendo un gran desconocido que ha preferido la colectividad al individualismo. Tanto desde un punto de vista del marketing como también en sus propias creaciones en las que la personalidad de la firma reside en la búsqueda de precisamente todo lo contrario. El belga introdujo el concepto arquitectónico y literario de deconstrucción en el vestir, adelantando el   grunge  y valorando el reciclaje como un medio más de creación. Es más, huyendo de las tendencias, asumió la responsabilidad del diseño en su sentido puro y real. Líneas pulidas, colores neutros, estructura que de la complejidad hace sencillez. O lo que es lo mismo, la máxima del ‘menos es más’ en su expresión hiperbólica cuando… Galliano lo es, todo eso y en el mismo grado supino, pero del rococó.

Aún con esos mimbres, el diseñador no ha tenido problema en hacer el trasvase. En camuflarse. Hasta hoy mismo. Por eso escribíamos entre comillas ‘ahora’ al comienzo del párrafo anterior. Ese ‘ahora’ es en realidad un presente continuo de una década. Galliano asumió la dirección creativa de Maison Margiela ¡en 2014! Exactamente, tres años después de que fuera despedido de Dior. Stefano Rosso, director ejecutivo de OTB e hijo del fundador de Diesel, Renzo Rosso, decidió darle la batuta de la división tras un periodo de penitencia con Oscar de la Renta y, ese mismo año, lograba unos beneficios de más de 300 millones de dólares con la gestión del gibraltareño. ¿Por qué es entonces en 2024 cuando hablamos de resurrección de Galliano si Galliano lleva una década en la primera línea de la moda?

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A la izquierda, desfilando durante la feria de moda John Galliano Ready to Wear Otoño/Invierno 2002-2003 como parte de la Semana de la Moda de París. Al lado, desfilando durante la feria de moda Dior Haute Couture Primavera/Verano 2003.

Quizás porque éste debía hacer primero una peregrinación por el desierto. Una cancelación más mediática que real. Algo así como: “no podemos prescindir de su talento, pero que no se sepa que esa obra es suya, ¿no?”. Después, porque Galliano tenía que curarse. Años de adicción a los barbitúricos, el alcohol y los somníferos y de consecuentes ataques de ansiedad y de pánico, necesitaban de un tratamiento médico especializado que no dura ni un mes ni dos ni tres. También, porque otros, también extraños y controvertidos, lo sustituyeron acaparando la atención y la extravagancia, véase Alessandro Michele… Y, por último y no menos importante, porque las circunstancias políticas y sociales han cambiado.

Porque cuando hablábamos de Las zapatillas rojas no era algo baladí. Más allá del bucle de autodestrucción, tambien es curioso cómo Natalie Portman, ganadora del Oscar por una revisión oscura y narcótica de ese filme titulada  El cisne negro , fuera una de las mayores instigadoras de la dagnatio memoriae de Galliano, que eso ya lo inventaron los romanos, y que hoy conocemos como cultura de la cancelación. Como judía, Portman se sintió especialmente concernida por aquel video en el que el diseñador, visiblemente fuera de sí y con notable signos de embriaguez, dijera “Amo a Hitler”. Una declaración que se sumaba a numerosos insultos antisemitas, a tacos y balbuceos que hicieron del bar La perle mundialmente conocido. De las chicas, móvil en mano, que le metían los dedos en la boca para que el pobre diablo siguiera despotricando insensateces poco se supo después… Pero, aunque no vamos a entrar en teorías conspiranoicas, ni en manos negras o chivos expiatorios, aquel hecho, provocado o no, constituyó la gota que colmaba el vaso —o la excusa perfecta— para deshacerse del genio. Un genio que ya era una piedra en el zapato, con denuncias por moving, con un ego hiperbólico, con una conducta super reprochable, con altercados cada lunes y cada martes, con un trabajo sobre los hombros abrumador y con una influencia demasiado notoria sobre decisiones que no le pertenecían… En una semana, Sidney Toledano, presidente de Dior, y Arnault, de LVMH, decidieron echarle de la compañía.

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Izquierda, Donatella Versace y John Galliano se abrazan en los Fashion Awards 2017 en Londres. Derecha, el diseñador y Kim Kardashian en la Met Gala 2024 que celebra “Bellas durmientes: el despertar de la moda” en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.

Si en un juicio, el alcohol, las drogas y los barbitúricos son un eximente en la culpabilidad de cualquiera, estas mismas sustancias sirvieron para acusarlo, incluso, del pecado original cuando era más que evidente que Galliano no sabía ni lo que decía. “Esto no es, de ninguna manera, una excusa. Nosotros, los alcohólicos y los adictos no somos responsables de nuestro trastorno. De todas formas, sí que me considero completamente responsable de mi recuperación y de enmendar mis errores. Recibo un indulto diario procedente de esta enfermedad y eso viene de una abstinencia total”, declaró Galliano en su primera entrevista a un medio de comunicación tras su salida del centro de desintoxicación de Arizona en el que ingresó para, después, en el juicio por su despido, alegar que no se acordaba de nada y que cuando se vio en las noticias no se reconocía.

Nadie debería ser juzgado sin apelación alguna por los peores cinco minutos de su vida… pero así fue. A Galliano se le acusó no sólo de despreciable antisemita, sino también de hipócrita y desalmado. ¿Cómo era posible que un hombre que pertenecía a una minoría -o sea, que era gay- fuera capaz de denigrar a otra para sentirse mejor? Precisamente, por eso mismo. Pertenecer a la masa, al común, es el sueño de cualquier integrante de una minoría que no quiere serlo. Y eso encaja a la perfección con un hombre que precisamente por ser ‘amanerado’ fue un niño  víctima del bullying , del abuso y el desprecio por, además, ser español y por ser católico en su Dulwich natal. Después, esas mismas aristas de su pasado y su personalidad, lo convertirían en el alumno más innovador e iconoclasta de Saint Martins y lo llevaría a triunfar en lo más alto de la moda sin haber cumplido los 30. Tampoco es excusa, pero es lo que hay.

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Nuestro protagonista caminando por la pista durante la feria de moda John Galliano Ready to Wear Otoño/Invierno 2001-2002 como parte de la Semana de la Moda de París.

Una década después -años que Galliano ha pasado en la sombra- la sociedad ha tenido tiempo para cambiar. Ponerse pestañas postizas o pintarse las uñas ya no te convierten en el ‘rarito’ de la fiesta. Cualquier chaval de barrio lo hace y se pasea por la Gran Vía sin que eso ‘suponga una mancha en su hombría’, tal y como Galliano lo hubiera hecho solamente en una soirée del Grand Palais. Pero además,  Anna Wintour  lo protege y hasta Toledano lo ha perdonado… Pero, las actitudes, en otros sentidos, se han radicalizado. Hoy, el poder israelí, intocable e inmaculado, no pasa por su mejor momento. Israel ha sido demandado ante el Tribunal Internacional de Justicia por genocicido, los estudiantes de Columbia se manifiestan en favor del pueblo palestino y Netanyahu, aun habiendo sido democráticamente electo, es discutido en el seno del país. Como cuenta Ewan McGregor, con los bigotes del Conde Alexander Rostov en Un caballero en Moscú, solo habría que recordar la parábola de las polillas de Manchester para entender que la sociedad y la Naturaleza mutan. Y que los débiles o los fuertes lo son en tanto que dependen de las circunstancias. Galliano esperaba a que llegara el momento más propicio para volver a la luz. Y ha sido éste.

Y así, volviendo a la cobardía con la que tildaba MacDonald al creador y empezábamos este texto, cerramos el círculo. Galliano es un valiente asumiendo riesgos en la moda, pero porque es un mundo que conoce y domina: la belleza es su válvula de escape y le sirve para huir del dolor o de la discriminación. Es su forma para “evadirse a mundos fantásticos —dice el realizador—. Por eso, Galliano no es capaz de recordar y tampoco reconoce lo que hizo. Y eso es un poco de cobardes”.

O de supervivientes. El cualquier caso: ¿creación artística y vida deberían medirse por el mismo rasero ético? Quizás, ése sea otro debate. O no. Que, en román paladino, ahí esté la madre del cordero.

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En las imágenes, John Galliano presenta un premio durante los Fashion Awards 2017 en asociación con Swarovski en el Royal Albert Hall en Londres.