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Hablamos con Nando Parrado, Eduardo Strauch y Daniel Fernández Strauch: el sobrecogedor testimonio de los supervivientes de los Andes

Un trágico accidente aéreo cambió sus vidas y les convirtió en hermanos de la montaña: así fue su épica lucha por sobrevivir


31 de mayo de 2024 - 9:02 CEST

La tarde del 21 de diciembre de 1972, el comandante de la Fuerza Aérea de Chile Carlos García Monasterio recibió la sorprendente noticia de que dos de los pasajeros del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, estrellado en las montañas el 13 de octubre, con 45 personas a bordo (19 miembros del equipo de rugby Old Christians Club, familiares y amigos) habían aparecido. Durante semanas —en más de 100 misiones— se había buscado sin éxito su rastro en el valle de Las Lágrimas , una pared de rocas y hielo a casi 4.000 metros de altura, en la frontera entre Chile y Argentina. Los supervivientes fueron rescatados el 23 de diciembre, tras 72 días subsistiendo en condiciones extremas. Solo 16 pudieron regresar. Esta es la historia de la odisea de los Andes, y los valores que aprendieron y les ayudaron a salir de allí, contada en primera persona por algunos de sus protagonistas: Nando Parrado, que tenía 22 años en el momento del accidente en el que perdió a su madre, su hermana y sus dos mejores amigos; y los primos Eduardo Strauch, de entonces 25, y Daniel Fernández Strauch, de 26. Los tres han visitado Madrid, donde han recibido un homenaje en La Gala de los Valores, organizada por la Fundación Lo que de verdad importa.  

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Sobre estas líneas, Eduardo Strauch, Nando Parrado y Daniel Fernández Strauch fotografiados durante su reciente visita a Madrid, donde fueron homenajeados por la Fundación Lo que de verdad importa en ‘La gala de los valores’.

—Este 2024 se cumplen 52 años del terrible accidente aéreo y su gesta de supervivencia en la montaña. Hoy en día, después de todo este tiempo, ¿cómo ven esta durísima experiencia que cambió sus vidas para siempre?

—EDUARDO STRAUCH: Fue uno de los momentos más difíciles, duros y angustiantes de mi vida, de lucha más tenaz. Y, por otro lado, viví uno de los momentos más intensos de felicidad y de emoción de mi vida. Y que, además, ha sido una fuente de inspiración hasta el día de hoy y seguramente la hizo mucho mejor. He aprendido las cosas que valen la pena y las que no, y lo he seguido aplicando, algo que no ha sido fácil, porque metidos en la vorágine de esta sociedad, es difícil mantener todo lo que uno aprendió y vivió. Pero he llegado hasta aquí con mucho de lo que aprendí allá y muy poco de lo que no sirve.

—DANIEL FERNÁNDEZ STRAUCH: En la montaña aprendimos que hay un pedal que se llama freno, aprendimos a usarlo y en qué momento hay que parar y rebobinar. Cuando pasas por una situación como la nuestra, es decir, que durante 72 días piensas cada minuto que viene “me muero”, evidentemente te cambia la vida. Te das cuenta, después, de qué es lo que sirve y lo que no, y de que se puede vivir sin nada, porque estuvimos 72 días sin nada y en medio de la nada también, porque a 4.000 metros de altura y 30 grados bajo cero. Cuando pasas eso, todo lo que pueda venir después es un juego de niños.

—NANDO PARRADO: Para mí fue lo peor que me pasó en mi vida, perder a mi madre, a mi hermana y a mis dos mejores amigos. Sobrevivir con este grupo fantástico en un lugar donde el infierno era un lugar cómodo comparado con eso y estar vivo hoy y poder disfrutar la segunda parte de mi única vida me hace feliz porque tengo una familia. Poder respirar todos los días, vivir el presente y dejar eso en el pasado para mí es un triunfo máximo.

“Hemos sobrevivido a lo que no se puede sobrevivir. Solo con chocar un avión a 5.000 metros de altura… Y después, vivir 72 días en el peor lugar para un ser humano en este planeta. Y estamos aquí”

—Eduardo, dice usted que vivió algunos de los momentos de felicidad más intensos de su vida, eso suena paradójico. 

—E: Me imagino que sí. Yo comparo siempre uno de los momentos de más intensa felicidad en mi vida, que fue el nacimiento de mi primera hija, con el momento en que oímos la noticia de que Nando y Roberto habían llegado y estábamos salvados, y empezaba mi segunda vida. Ahí tuve una explosión de felicidad que me duró semanas. Tuve también tres momentos en que mi consciencia cambió de estado y creo que hasta el día de hoy la mantuve en ese estado distinto al que tenía antes. Y sentí también algunas veces minutos de plenitud y de paz absoluta que nunca más volví a vivir aquí después de la montaña. En realidad fueron esos momentos pocos, cortos e intensos de felicidad. Lo demás fue horror, lucha, desesperación y todo lo que puede sentir el ser humano.

HOLA 4166 Supervivientes Los Andes© GettyImages
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Arriba, imagen general de la cordillera de los Andes y, sobre estas líneas, el júbilo de los catorce supervivientes que quedaron en el avión, al ver los helicópteros de rescate traídos por sus dos compañeros

—A pesar del horror que pasaron, la experiencia les hizo valorar lo que de verdad importa. ¿Dirían que también les valió para convertirse en mejores personas? Me refiero a tener empatía con la gente, ser más pacientes, intentar no dañar al de al lado…

—E: A mí, sin duda, lo tengo clarísimo. Me sirvió y me sirve muchísimo para todo eso que acabas de decir. Tener más empatía con la gente para valorar las cosas que valen la pena y descartar las que no, dar al amor, a las personas que quieres y a la amistad verdadera el valor que tienen. Siempre digo que tengo todavía un cordón umbilical con la montaña, me sigo nutriendo de todo eso, que ha sido superútil en mi vida y lo sigue siendo. Y estoy aquí por eso, estoy conociendo gente interesante que me está aportando y que está recibiendo lo que yo le puedo dar, así que sí, nunca me imaginé que iba a llegar a esta altura de mi vida y estar todavía nutriéndome del horror de la odisea que vivimos.

—N: Creo que hoy todo cuesta ¿no? A nosotros también todo nos costaba entonces, pero hoy las redes sociales, las comunicaciones rápidas hacen que, sobre todo la gente joven, quiera el éxito rápido en lo que sea, el amor, el deporte, el estudio…y fracasa y se deprime, pero todo cuesta y van a tener varias de esas cosas a lo largo de la vida. A nosotros nos enseñó a superar día a día algo que parecía imposible. Yo doy gracias… ¿Cómo podemos estar juntos cincuenta y dos años después con los mismos valores? Porque éramos un grupo especial, creo. Pudimos salir del infierno y superar la historia de supervivencia más épica de la historia gracias a la tolerancia, a la confianza en los demás y al amor. Porque el amor, en todas sus versiones, es lo más importante. Es la única fuerza que puede crear milagros en esta vida. Y si sumamos a eso el trabajo, la perseverancia y el vivir con intensidad cada día, creo que es el ejemplo que podemos dar.

—D: Sí, todo eso se resume en la creación del equipo como un todo, como una sola persona, que todos tirábamos juntos a un mismo lado. Y después, a lo largo de la vida, traté de replicar eso siempre, en todos los emprendimientos que tuve siempre dije: “si yo hago un equipo como el de los Andes, me llevo el mundo por delante”. Y efectivamente es así. Pero como también dice Nando, todo eso es un proceso; es decir, tengo la convicción de que ese proceso va a terminar bien si hago las cosas como las debo de hacer y eso lo aprendimos en la montaña todos. La base de nuestro equipo era la confianza en el otro, la confianza del otro en mí y que no había que andar preguntado hiciste o no hiciste o deberías haber hecho…no, todos sabíamos lo que teníamos que hacer y lo hacías de la mejor manera posible y es más, cuando no lo podían hacer, pedían disculpas porque no lo habían podido hacer. Pero así era, así nos llevábamos.

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—De hecho, una parte de haber podido resistir se debió a que eran jóvenes y fuertes, muchos de ustedes deportistas; también ayudaría que fueran un equipo ya formado.

—D: Sí, si se hubiera tratado de un avión de línea, hubiera sido muchísimo más difícil. Nosotros ya desde el arranque teníamos al líder, que era el capitán del equipo de rugby y en ese aspecto era más fácil.

—E: Sí, eso era una base. De los que sobrevivimos, la mitad no eran del equipo, pero además de ser importante que fuéramos equipo, para mí lo básico fue el nivel de educación que teníamos. Tuvimos que crear una sociedad de la nada y teníamos que tener de todo un poco.

—Todos eran estudiantes y todos tenían nociones de cosas.

—E: Sí, universitarios, exacto, de un nivel parejo.

—N: En un avión comercial, donde hubiera diferentes edades, diferentes religiones, diferentes etnias, diferente educación, hubiera sido muy difícil encontrar la conjunción de trabajar por la supervivencia ya quince o veinte minutos después del accidente.

“Te das cuenta de qué es lo que sirve y lo que no en la vida. Cuando pasas eso, todo lo que pueda venir después es un juego de niños” asegura Daniel

—Tuvieron un líder, el capitán del equipo de rugby. ¿Hubo más líderes? 

—E: Había un líder, el capitán, que muere en el alud. Quedamos los primos, que estábamos muy allegados a él y éramos además tres de los mayores, pero también estaban los expedicionarios, que también tenían que ser liderados, pero en general el equipo era tan bueno que no necesitaba.

—N: Como yo siempre digo, los “Rambo” son los primeros que se van en las situaciones de este tipo. Aquí todo el mundo confiaba en lo que hacía el otro, sin cuestionamientos radicales de ningún tipo. Y esa es la base sobre la que sobrevivimos. Y esta es la prueba fehaciente.

—E: confianza entre nosotros, unidos todos y un objetivo clarísimo fuerte.

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Sobre estas líneas, Eduardo tras el rescate.

—¿Cuál fue la motivación de cada uno para seguir adelante, o todos compartían la misma?

—E: Yo creo que fue la única, que era llegar a nuestras casas, con la gente que queríamos. Volver a ver a nuestros padres, a nuestras novias… esa fue la motivación última, única y fuerte que nos permitió lograr lo que logramos y aguantar lo que aguantamos. Pienso que el padre de Nando fue fundamental para que yo esté vivo hoy, porque si Nando no hubiera hecho lo que hizo para poder llegar a su padre, él no hubiera aguantado. Todos hubiéramos desistido antes, si no hubiéramos tenido el objetivo y la desesperación de llegar a casa fuera como fuera.

—Nando, esos diez días en que usted atraviesa los Andes en una gesta que parecía imposible, junto a Roberto Canessa, hasta que llegaron a encontrar al arriero chileno Pablo Catalán, ¿cuáles eran sus pensamientos? ¿Hablaban algo entre ustedes?

—N: No es un paseo, ¿no? Yo rezaba mucho. Rezaba Avemarías todo el tiempo. Además, estábamos separados a veces por 50 o 100 metros, no vas charlando con tu amigo, sino que vas a un ritmo demoledor, un ritmo que no para, pum, pum, pum. Habré rezado unos diez millones de Avemarías en ese trayecto y creo que la Virgen, de esa forma, me ayudó. No sabía si iba a durar dos horas más, tres o medio día. No podía imaginarme un futuro porque, hasta el instante en que vi a ese arriero chileno, yo estaba muerto. Y hoy que tengo la posibilidad de tener ese futuro, trato de disfrutar de cada vez que respiro. Solo una serie de pequeños milagros hace posible que estemos aquí.

—Porque ustedes sobrevivieron a lo que no es sobrevivible.

—N: Solo chocar con un avión a 5.000 metros de altura… Tú chocas con un coche, te caes de una moto o de un caballo y te mueres. Y después, vivir setenta y dos días en el peor lugar en el que puede vivir el ser humano en este planeta… Y estamos acá. No puedo parar de reír.

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Arriba, Nando Parrado y Roberto Canessa con Sergio Catalán, el arriero chileno al que encontraron, tras atravesar la cordillera nevada durante diez días. Sobre estas líneas, una de las imágenes que tomaron durante los 72 días en el Valle de las Lágrimas.

—La Sociedad de la Nieve de la que habló Pablo Vierci en su libro, y que J.A. Bayona ha llevado al cine con tanto éxito, ¿existe realmente?

—E: Sin duda, sí. Aquí está parte de la prueba. Hemos tenido y tenemos un vínculo indestructible. Hemos seguido celebrando 52 veces la fecha del rescate, nos reunimos cada 22 de diciembre. Éramos dieciséis al principio y hemos sido 145 el último diciembre.

—¿Y siguen hablando de los Andes?

—E: Eso nos lo preguntaban hace poco. “¿Ustedes, alguna vez cuando se juntan, siguen hablando del rescate?”. Alguna vez no, siempre. No hay vez que nos juntemos que no sigamos hablando de los Andes.

—¿Todos han vuelto a la cordillera alguna vez?

—D: Somos dos los que nunca más volvimos. Yo nunca más quise volver. Como dijo Eduardo, en la montaña pasé lo peor de mi vida, pero también lo mejor de mi vida en la parte espiritual. Y quiero quedarme con ese recuerdo.

—N: Yo fui trece veces. No hubiera ido ni una. Fui una con mi familia, mis hijas, que un día me dijeron “papá, queremos ir ahí, queremos ver el lugar donde nosotras nacimos, porque si ustedes no hubieran hecho lo que hicieron, nosotras no estaríamos vivas”. Entonces las llevé a poner flores en la tumba de mi madre, de mi hermana, de mis amigos. Mi padre fue dieciocho veces a poner flores en la tumba de su señora y de su hija. Y yo fui doce veces a acompañarle. No porque quisiera ir a la montaña.

“Tenemos un vínculo indestructible. Hemos seguido celebrando durante 52 años la fecha del rescate. Éramos 16 y el último diciembre hemos sido 145”, nos cuenta Eduardo

—Y cuando hablan entre ustedes ¿qué recuerdan?

—E: tratamos de ponernos de acuerdo. Unos dicen: esto fue así, otros dicen: no, fue así… Eso pasa a menudo -ríe-.

—N: Otras veces dices “yo no estuve en ese avión “ -ríe-.

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Sobre estas líneas, los tres primos Strauch en los días de supervivencia. Arriba, la cruz sobre la tumba de las víctimas del desastre

—Bueno, esa es la capacidad de resiliencia del ser humano, de las peores circunstancias poder extraer la parte positiva. ¿Se sienten identificados cuando se habla de ustedes como héroes?

—E: No, para nada, creo que eso nunca nos gustó a ninguno. No nos sentimos para nada héroes, somos seres humanos a quienes nos tocó vivir eso. Cualquiera hubiera logrado probablemente lo mismo y hubiera hecho exactamente lo mismo por sobrevivir, por llegar a sus seres queridos, así que jamás nos sentimos héroes para nada.

—Se dice que la fe mueve montañas ¿en su caso fue la fe la que hizo que las atravesaran?

—N: Creo que somos la mayoría católicos, algunos más creyentes y otros menos. Hay un par de agnósticos también. Yo soy muy práctico y pragmático y en ese entonces había muchos que decían que había que tener esperanza. La esperanza es una palabra muy difícil porque tener esperanza es dejar que los caprichos del destino hagan algo y que algo suceda. Y yo dije: “ no, yo voy a tratar de salir”. Rezaba y como todos pedía, como te decía antes, caminando a la Virgen, pero que estas piernas no me dejen. Entonces, sí mucha fe, pero también muchas ganas de no morirme.

—D: La fe es la que genera la esperanza y sin esperanza no se puede vivir. No hablo en concreto de la fe religiosa sino de poner la confianza en algo, pero hay que tener fe, creer en algo.

—E: A mí claramente me salvó el amor. No tengo fe, no creo en Dios. Y en aquel momento no tenía fe ni le pedía ayuda a ningún ser externo a mí. Terminé saliendo con una gran fe en el ser humano y el amor me salvó sin duda.

—De hecho ustedes no pierden la fe ni siquiera cuando escuchan que han dejado de buscarlos. Las ganas de salir de allí, de pelear para volver…

—D: Eso, eso fue. Porque hasta ese momento muchos…los mayores quizás no, pero los menores estaban esperando que los fueran a buscar y ahí se dieron cuenta de que dependíamos de nosotros.

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Arriba, Eduardo Strauch, que también se casó tras salir de la montaña, es padre de cinco hijos y tiene tres nietos más uno que viene en camino. Daniel Fernández Strauch tenía previsto casarse ese mismo año. Un tiempo después de regresar, celebró su boda con su novia y también formó una familia con hijos y nietos.

—¿Cuál fue la decisión más difícil que tuvieron que tomar?

—D: Usar los cuerpos.

—E: Yo cada vez tengo más claro que fue la decisión más difícil y la más fácil de mi vida, ¿no? Fue la más difícil, porque imagínate lo complicado de romper todos esos tabúes culturales. Y a la vez era la única alternativa, así que facilísimo. No había otra alternativa. O tomaba esa decisión, o me moría.

—D: Había dos decisiones que teníamos que tomar. Una, que había que salir. Y la otra, usar los cuerpos. Esa fue la de ellos —dice señalando a Nando Parrado— porque, cuando resuelven quiénes son los que van a salir, estaban jugándose la vida.

—E: Se jugaban su vida y la nuestra, porque si no llegaban, nos quedábamos todos.

—N: Cuando llegas ahí arriba, a 5.000 metros, al monte Seler, que así se llama en nombre de mi padre, hay una puerta, que es la puerta de la muerte. Una vez que la pasas nada vale, ya estás muerto. Y eso fue lo más difícil, tomar la decisión de seguir o no. Como ya estaba muerto, dije: “sigo”. Fue una decisión muy difícil. Hoy me pongo en ese lugar y digo “¿cómo lo hice?”.

 —¿Ustedes, los primos Strauch, fueron quienes convencieron al resto de supervivientes?

—E: A la mayoría les costó mucho aceptar la idea. Los menores y algunos mayores, como Javier, que era muy católico, y su mujer rechazaban la idea. Marcelo, que se sentía responsable de haber organizado ese viaje, también se resistía hasta el final. Y nosotros colaboramos bastante para que se convencieran todos, y surgió esa idea de ofrecernos unos a otros, y eso fue lo que terminó convenciendo a todos. Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida, de mayor solidaridad, ofrecer nuestro cuerpo. Nadie sabía quién iba a ser el alimento de quién, así que lo recuerdo clarito como si fuera hoy, hablando con Marcelo, fue lo que le hizo clic en la cabeza y aceptó la idea.

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‘No nos sentimos para nada héroes, somos seres humanos a quienes nos tocó vivir eso’, nos dicen. Arriba, Nando Parrado y su mujer Veronique, ‘el pilar de mi vida’. Son padres de dos hijas y tienen cuatro nietos.

—¿Cuáles fueron los valores aprendidos allí arriba? 

—N: Yo creo que uno es la vida, lo lindo que es estar vivo. Hay gente que, por distintas circunstancias, se deprime, tiene problemas… pero es que la vida es un problema. La vida es sobrevivir. Así que respiren cada día, disfruten que están vivos. Nosotros estábamos muertos y ahora estamos vivos por suerte y con mucha felicidad.

E: Sí, yo siento que empecé una nueva vida. El 22 de diciembre de 1972 me sentí realmente renacer, y te diría que aprendí tres cosas fundamentales. Por estar vivo, valoro la vida. He tenido problemas y los seguiré teniendo, como todo el mundo, y sé que los voy a superar. Sin duda la importancia del amor en todas sus formas. Y te diría una tercera cosa importantísima: la capacidad mental que tenemos los seres humanos de adaptación y de superación.

—D: Estamos viviendo la segunda vida y tenemos que aprovecharla de la mejor manera posible.

“Yo rezaba Avemarías todo el tiempo. No sabía si iba a durar dos horas más, tres o medio día”, dice Parrado sobre los 10 días que caminó atravesando la cordillera, hasta encontrar ayuda
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—Con el miedo que debieron de pasar allí ¿han vuelto a temer algo en la vida?

—D: Sí, miedo tuvimos todos. Y luego claro que tienes miedo, pero sabes que se puede vencer. Miedos y problemas tenemos todos. Todos tenemos otras cordilleras, digamos, pero sabes que si actúas como en la primera vas a salir y eso es lo que tenemos dentro. No hay un “problemómetro” que compare, pero para nosotros no son problemas lo que para otros son problemas brutales. Todos los tenemos y para tí los tuyos son los más importantes, pero cuando los comparas con otro dices: “Si ese tipo pasó eso y salió, yo lo puedo hacer”. En definitiva, es eso.

—E: Efectivamente problemas tenemos todos. Pero muchos menos temores sin duda que antes, inclusive a la muerte. No tengo ningún temor a la muerte, así que sin duda se tienen muchos menos miedos.

—N: En definitiva, la mayoría de la gente, incluida nosotros antes de la montaña, vive preocupada por cosas que no son para preocuparse. Si esos son los problemas que tienes, no son problemas. Y bueno, después de pasar lo que pasamos nosotros tratamos de mostrarle a la gente que esas cosas no son problemas y que hay que seguir adelante. Eso es lo que nos lleva a nosotros a seguir hacia delante y no frenarnos por estupideces.

 —Después de la montaña ¿Todos se formaron sus familias, se casaron, tuvieron hijos, son abuelos?

—D: Sí, todos. Ese año del accidente me casaba, cuando regresé me demoré más por problemas políticos en Uruguay, pero me casé, tuve hijos y ahora tengo nietos y disfruto de ellos.

—N: Yo encontré al amor de mi vida. Ahí -dice mirando a su mujer, Veronique- nació el pilar de mi existencia post-Andes que me ha dado mi familia, me ha dado mis hijos…Jamás hubiera podido lograr lo que logré sin el apoyo. Siempre al lado de un hombre regular hay una mujer mucho mejor que lo lleva hacia arriba -ríe- y Veronique es parte muy importante de mi vida.

—E: Yo me casé también, nos casamos con un mes de diferencia hace cuarenta y cinco años y seguimos con las mismas mujeres, cosa muy rara hoy en día. Tengo cinco hijos, tres nietos y uno más que viene en camino. Y he ido encontrando cada vez el camino más pacífico y sereno para vivir. Disfrutando muchísimo de la vida en familia, mis nietos y mis amigos, que tengo cada vez más. Tiempo y dedicación a los verdaderos amigos. Vivo en el campo ahora, gracias a la pandemia, así que vivo rodeado de animales y naturaleza. Pintando, viajando… Además, con toda esta explosión de la película está siendo muy emotivo, estoy viviendo momentos muy emocionantes y profundos y enriquecedores.

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 —Claro, la película de J.A Bayona les ha traído de vuelta a la primera línea. 

—E: muy especial, muy realista y muy precia. Realmente cuenta la historia casi el noventa y cinco por ciento de lo que vivimos. Y entonces ha impactado a todas las generaciones en todo el mundo. Es muy impresionante.

—N: La película es impresionante, desde todos los puntos de vista. Cinematográficamente es una maravilla.

—Sí, es impresionante y aquí en España ha desatado un auténtico fenómeno entre la gente joven.

—E: En todo el mundo. Estamos haciendo unos encuentros con grupos de 12 a 14 años y es impresionante.

TextoMARTA GORDILLO
FotosJAVIER ALONSO / AGENCIAS