Antonio Banderas no para. Acaba de rodar en Nueva York, con Nicole Kidman, y está en plenos ensayos de Tocando nuestra canción, que dirige y estrena el 6 de junio, en su Teatro del Soho CaixaBank. Llega directo a Marbella para la inauguración de El Pimpi —la icónica taberna malagueña, con más de medio siglo de historia, de la que es socio—, ahora en el prestigioso Puente Romano Beach Resort, que amplía así su exquisita oferta culinaria y se afianza como destino gastronómico por excelencia. Es allí, en la localidad de la Costa del Sol, donde “nació mi hija, Stella, y ahora nace este Pimpi 2.0”, como el propio actor escribió en los barriles, seña de identidad, como en el local original, que decoran también la nueva sede. Antonio va camino “de cumplir 64 años y me encuentro muy bien”, nos dice, siete años después de sufrir aquel infarto que cambió su rumbo y lo llevó a puerto seguro. Porque Málaga es a Antonio Banderas lo que Ítaca a Ulises: su hogar, su refugio y la tierra a la que siempre regresar y anclarse entre mil y una aventuras.
—Antonio has traído un trocito del corazón de Málaga, y también del tuyo, al que se ha convertido en el centro gastronómico de Marbella, el hotel Puente Romano.
—Sí, es cierto. La verdad es que no es fácil entrar en este espacio, que, además, se ha revalorizado muchísimo en los últimos años. Los restaurantes más importantes del mundo están aquí: Cipriani, Coya, Gaia, Nobu… Entonces, estar en este club es algo muy especial para nosotros. Además, ellos estaban buscando, y así nos lo expresó también Daniel Shamoon, el dueño de todo esto, cocina española. Tenían prácticamente gastronomías de todo el mundo, pero no de España, y El Pimpi sí ofrece este tipo de comida. Lo que hemos hecho es, de alguna forma, subir el toque, pero siempre pensando en nuestra tierra. Se está ofreciendo lo mismo que en Málaga, pero te diría que 2.0.
—Además de todo lo que haces, te estás convirtiendo también en un superempresario de la restauración. ¿Es el sexto ya?
—Sí, el sexto o séptimo, pero son dos grupos diferentes. El Pimpi tiene una vida muy especial, porque es realmente historia de Málaga. Recuerdo, en los años setenta, ir con mis primeras novias a cenar y con los amigos a tomar copas; allí rodé parte de El camino de los ingleses… Mucha gente dice que Málaga es un barrio de El Pimpi porque es muy grande -ríe-. De todas formas, el mundo de la restauración es muy complicado, ¿eh? De los más complicados.
“Sí, he comprado un apartamento en Madrid. Es un ático muy pequeñito en los Jerónimos. Tiene un dormitorio, un saloncito y una cocina. ¡Y se acabó!”
—Pero a ti te gusta, digamos, meterte en charcos.
—Sí -ríe-. Y después, el grupo Tercer Acto nace de otra manera. Nace por la inquietud que yo tenía de rodear el teatro de un ambiente especial.
—Un poco lo que pasaba antes, que ir al teatro era una experiencia completa…
—Sí, y lo que pasa en Broadway, que a mí me encanta. Cuando voy a Broadway me encanta salir e ir a comer a Sardi’s, que está lleno de las caricaturas de todos los actores, donde hay tertulias continuamente, se hacen programas de radio sobre teatro desde allí y hay como un ambiente alrededor que genera la propia locomotora que es el teatro.
—Pero es un mundo complicado, como dices.
—Un restaurante da probablemente un margen de un cinco o un cuatro y medio, en cuanto falle algo entras en pérdidas. Y los que nos metemos en esto sabemos que generalmente los primeros años van a ser de pérdidas y es así hasta que ya empiezas a entender cómo va el negocio, lo que quiere la gente, cómo reestructurarlo, cómo comprar todas las cosas todos juntos para bajar precios…eso es un lío que yo ni lo entiendo. Me lo cuentan, pero para eso tengo gente especializada que llevan muchos años en esto, son los que están gestionando eso y tratan de poner en valor lo que hacemos. Es decir, es un trabajo que va mucho más allá de “Ah, un restaurante”. Un restaurante es muy complicado.. Es un equilibrio constante para mantener la cosa bien.
—Por otro lado, tu niño pequeño acaba de cumplir cinco años. Me refiero al Teatro del Soho, claro. Los inicios fueron difíciles, ¿ahora ya todo rueda mejor?
—Sí, yo voy muy bien. O sea, yo no he creado el Teatro del Soho para ganar dinero. Lo pierdo, pero lo pierdo con gusto. Mira, para mí, en estos momentos de mi vida, el éxito se ha convertido en hacer lo que quiero hacer con la gente que quiero hacerlo. Eso es. Entonces yo hago cosas muy raras —ríe—. Hago un musical y meto a 26 músicos, no grabo nada, todo lo que el público va a ver es real, todos cantamos en directo absoluto. Y de repente haber llenado un teatro de provincias con Company, todos los días durante cinco meses, con ómicron y todo el público con mascarillas, es un hito muy difícil de conseguir. Con Godspell estuvimos tres meses y medio llenando el teatro, y también con A Chorus Line. Cierto que vino la COVID, pero nos abrió toda la línea TST, es decir Teatro Soho Televisión, y en aquel momento sin público, pero hicimos Escena en blanco y negro, produjimos la 35 edición de los Goya, que se hizo en el teatro; hemos hecho algunos documentales, se hicieron Las tres puertas para TVE. Es decir, que sorteamos aquello metiéndonos por las grietas que nos dejaban las circunstancias y sobrevivimos.
—¿Y cómo se te ocurrió montar una orquesta sinfónica?
—Fíjate qué insensato se puede ser, en medio del Covid empezar a hacer audiciones para montar una orquesta sinfónica. Sin embargo está funcionando muy bien, estoy encantado porque los patrocinadores que tenemos acuden a un proyecto, que como te digo, es un teatro privado sin ánimo de lucro y sin un duro público. Yo no tengo nada contra el dinero público, cuidado, creo que el dinero público en el arte es necesario. Pero yo decido dejar ese espacio para quién lo necesite y lo hago desde mi punto de vista y en ese sentido, soy muy libre porque no estoy sometido a ningún tipo de regulación más allá de la regulación propia que exige el teatro. Naturalmente todos los temas laborales y fiscales los llevamos al día.
—¿Y a dónde quieres llegar con todo este megaproyecto?
—Mi teatro está hecho para hacer las cosas como yo creo que deben hacerse. Eso no garantiza el éxito. Eso simplemente garantiza calidad. La gente, muchas veces, aprueba cosas que tú dices “no tiene calidad”, pero vende, es muy comercial. Nosotros estamos en otro camino, en tratar de crear un centro de producción que hace teatro musical de altura, serio, con pilares. Acudimos a Stephen Sondheim y a Jule Styne con Gypsy, que lo estrenamos en octubre, Neil Simon, que era uno de los grandes escritores de Hollywood con películas como La Extraña Pareja, Lost in Yonkers, y la música de Marvin Hamlisch que escribió también A Chorus Line, es decir vamos a buscar eso.
“Siento todavía por Melanie muchísimo cariño. Fueron 20 años de mi vida muy especiales, únicos e inolvidables, que me dieron una hija maravillosa y una vida que ni siquiera había soñado”
—Hablemos de tu niña mayor, tu hija real, Stella del Carmen, ya que estamos además en Marbella, donde nació. Hace poco debutó sola ante los medios en España. ¿Le diste algún consejo?
—No, no le di ningún consejo. Después vi que alguien se había metido con ella porque no había hablado español. No lo habló porque le da mucho miedo, más que fallar, no poder entrar en profundidades, y ella cree que si no entra en profundidades, la gente va a pensar que es muy superficial. Es muy dulce y habla además un español muy bonito. A mí me pasaba igual también. Recuerdo, de mis primeros años en Estados Unidos, lo mucho que me costaba hablar en inglés. Estoy seguro de que la próxima vez que venga se va a lanzar a hablar en español, sin duda.
Un tupido velo
—Hace poco estuviste con Stella del Carmen y con Melanie en Nueva York viendo a Dakota en Saturday Night Live.
—Sí, fuimos a verla.
—Siempre has dicho que mantienes con ella una buena relación, incluso que es tu mejor amiga.
—Sí, es así.
—¿Cómo habéis logrado Melanie y tú fortalecer vuestra amistad durante la última década?
—Yo creo que ambos… No lo creo, lo sé, porque lo hablamos en su momento. No quisimos enterrar 20 años de nuestra vida, hubiera sido muy injusto, y decidimos correr un tupido velo en aquellas cosas que no nos habían funcionado y rescatar todo lo que había sido hermoso con nuestros hijos, con nuestra vida, momentos felices. Dejar eso ahí en el aire y tener la posibilidad de poder mirarnos a la cara y de sonreírnos y ayudarnos, si es necesario. Yo sé que si tuviera un problema en algún momento, Melanie estaría ahí de la misma manera que yo estaré ahí si ella en algún momento tuviese un problema y eso yo creo que es muy bonito.
—Habéis logrado lo que muy poca gente consigue.
—Yo siento todavía por Melanie muchísimo cariño. Fueron 20 años de mi vida muy especiales, muy únicos, inolvidables, que me dieron una hija maravillosa y una vida que yo no sé, ni siquiera había soñado. No es cierto, por otra parte, que yo llegara a Hollywood por ella, porque cuando conocí a Melanie yo ya había hecho varias películas allí. La conocí en la cuarta, que además era una película española, de Fernando Trueba, Two Much. Allí nos conocimos. Yo ya había hecho Desperado, había hecho Entrevista con el Vampiro…en fin, ya había hecho una serie de películas en aquel momento.
“Lo bueno que tenemos Nicole y yo, como pareja, es que somos absolutamente diferentes. Me equilibra muchísimo porque es una persona muy tranquila”
—A Nicole la conociste en Cannes hace ahora diez años. Justo se está celebrando el festival de cine esta semana.
Sí -ríe-. Me encantaría ir a Cannes, no he ido desde que gané el premio al mejor actor con Dolor y Gloria. No he podido porque siempre he estado liado en el mes de mayo y este año voy a tope con Tocando nuestra canción. Abro en breve, el 6 de junio, y vengo ahora mismo de los ensayos. Me voy a trabajar a las ocho y no paro…Vamos a hacer algo muy bonito. Quiero meter nueva tecnología en el espectáculo, pero quiero someterla -ríe-, sí someterla, a las cosas antiguas, entonces estamos jugando con un mundo de tótems donde reflejamos las cosas que produce tridimensionalidad. Y con actores maravillosos.
Celebráis una década juntos. ¿En qué formáis un buen equipo Nicole y tú?
—Lo bueno que tenemos como pareja Nicole y yo es que somos absolutamente diferentes. Ella no tiene nada que ver con mi mundo, le encantan los números, las matemáticas, ha trabajado en el mundo de la banca hasta que yo llegué a su vida. Pero trabajó en Merrill Lynch durante muchos años y después en la banca privada suiza, Lombard Odier; y a partir de que empezara nuestra relación me acompaña y vive conmigo y estamos juntos. Me equilibra muchísimo, porque ella es una persona muy tranquila. Muy holandesa.
—Te ha venido muy bien.
Yo soy muy de ‘venga p’alante’ y ella es calma —ríe—. Es una persona con la que puedo estar horas en casa sin hablarnos y sabemos que estamos los dos juntos.
—Ahora pasáis tiempo en Madrid. ¿Es cierto que te has comprado una casa?
—Sí, bueno, es un apartamento muy chiquito.
—Pues por lo que se está diciendo parece que fuera un palacio.
—Sí, dicen esas cosas porque está en los Jerónimos. Pero ni siquiera es un pisito, es un ático muy pero muy pequeñito. Tiene un dormitorio, un saloncito y una cocina. Y se acabó —ríe—. A pesar de que son muy bonitos y tengo la suerte de que, por las circunstancias, puedo ir a hoteles de lujo… no es mi espacio, no tengo mis libros, lo que a mí me gusta, mi música, mis cosas, mi ropa; en el fondo es muy impersonal. Vivo mucho en hoteles y voy muchísimo a Madrid, porque tenemos ahí como un puente con temas del teatro. Tuvimos la oportunidad y la agarramos, pero no es una mansión —ríe—, es una cosa más bien chiquita.