miguel indur in© Javier Alonso

Entrevistamos a Miguel Induráin: ‘Lo peor del mundo del deporte llega cuando lo dejamos’

El ciclista navarro, que está a punto de cumplir 60 años, revive su época dorada con ¡HOLA! y nos descubre cómo es su vida en la actualidad


5 de mayo de 2024 - 16:58 CEST

El nombre de Miguel Induráin forma parte de nuestra historia. Y no sólo de la deportiva. Cómo olvidar aquellas primaveras y veranos de finales de los 80 y principios de los 90, en los que toda España estaba pegada al televisor para vibrar con sus proezas en el ciclismo. En esa etapa, el exdeportista forjó su estatus de leyenda, ganando cinco ediciones consecutivas del Tour de Francia –él es el único que lo ha conseguido– y otras tres del Giro de Italia, además de proclamarse Campeón del mundo de Contrarreloj en 1995 y Campeón olímpico de Contrarreloj un año después.

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A punto de cumplir los sesenta, edad que alcanzará en julio, Miguel preside su propia fundación y disfruta de la familia que ha creado con Marisa López de Goicoechea, con quien se casó en 1992, en la cúspide de su carrera. Junto a ella ha tenido tres hijos: Miguel, de 28 años, que ha heredado su pasión por la bicicleta; Jon, de 25; y Ana, de 22. Con su mujer y los dos menores de sus tres vástagos acudió el pasado lunes 21 a la entrega de premios Laureus, donde tuvimos la ocasión de hablar con el navarro de sus éxitos personales y profesionales.

© Javier Alonso

Sobre estas líneas, Miguel Induráin en los Premios Laurens.

—Para ser una leyenda como usted habrá tenido que sacrificar mucho y dedicarle muchas horas a entrenar. Ahora que puede echar la vista atrás, ¿siente si se ha perdido algo o le ha faltado algo en su vida?

—No, porque estaba haciendo lo que me gustaba. Como en todas las profesiones, si quieres ser el mejor en algo, tienes que dedicarle muchas horas.

—¿Lo tenía clarísimo?

—A mí me gustaba la bici. Le dediqué muchas horas, mucho esfuerzo. Si eres joven, no echas en falta nada.

—En sus inicios, ¿se imaginaba convirtiéndose en un grande del ciclismo?

—Veía el Tour y tenía ídolos, como Hinault –ciclista francés que ganó 216 carreras entre finales de los 70 y principios de los 80– o gente así de buena. Quería imitarles, pero, claro, cuando ya empiezas la profesión, ves que es difícil (ríe). Que no es sólo soñar (sigue riendo). Hay que trabajarlo y hay que luchar, porque sufres caídas, lesiones…

—Una vez retirado, ¿se echa de menos esa tensión, esa adrenalina de la alta competición?

—Sí. También echas en falta un poco los amigos que has hecho durante tu carrera deportiva y los sitios a los que viajas, etcétera. Es una forma de vida. Cuando termina tu carrera deportiva, por mucho que estés en el mundo del deporte, ya no sigues.

© GettyImages

El ciclista navarro junto a su mujer y con dos de sus tres hijos, Jon y Ana.

—¿Continúa montando en bici a diario?

—No. A diario no, pero, en verano, bastante, bastante.

—Muchos compañeros que han tenido una vida tan dedicada al deporte se han desestabilizado al enfrentarse a ese patrón. ¿Cuál cree que es la clave para no perderse después de terminar la carrera profesional?

—Lo peor del mundo del deporte llega cuando lo dejamos. Hay deportes que se dejan muy pronto, como la gimnasia o la natación. Hay otros que te permite alargarlo más tiempo. Luego, depende también de si hay lesiones que obligan a retirarse pronto. Es una de las peores cosas que tenemos en el deporte, cuando uno deja la actividad.

—¿Cómo lo gestionó usted?

—El no mezclar todo: familia, deporte… Todo. Si no tenerlo como dos áreas distintas. Cuando se acaba una, tienes la otra y puedes seguir con tu vida normal.

—¿Recurrió a ayuda terapéutica o no hizo falta?

—En mi época ni había. Por suerte, no necesité y espero no necesitarla.

—¿Le hubiese gustado que sus hijos hubiesen sido deportistas de élite?

—Han hecho deporte, pero no les ha gustado la alta competición. Siguen haciendo deporte pero en plan tranquilo. La alta competición te tiene que gustar mucho y es muy obsesiva y te tiene que gustar. Hay gente a la que le gusta hacer deporte, pero no competir.

—Todo el mundo sabe quién es Induráin, habiendo tenido además un apellido tan reconocible. Pero, ¿cree que son conscientes de lo grande que ha sido su padre?

—Sí, lo han vivido. Tuve a los hijos cuando lo dejé, pero han vivido toda la vida con eso. Están acostumbrados. Hoy en día, con las redes, es fácil.

—¿Se dedica alguno de sus hijos al deporte de alguna manera?

—Mi hijo mayor probó bici y sigue. Compite, pero en plan más tranquilo. Otro ha hecho balonmano. La cría hace baloncesto.

© @ etxeondo/@indurainjon

Sobre estas líneas, a la izquerda, Induráin con su hijo mayor, Miguel. Al lado, Jon Induráin, jugando al balonmano

—Entonces, han salido todos deportistas.

—Hacen algo, pero estudian y trabajan, que es lo que toca.

—Y usted, ¿a qué se dedica ahora?

—Algún evento, algo de publicidad… Ahora tengo una vida más tranquila, que este año entro en los sesenta.

—¿Cómo se lleva el paso del tiempo?

—Bien. Hay que llevarlo bien. No hay otra (ríe).

—Siempre se ha dicho que tiene el corazón mucho más grande que cualquier humano. ¿Es así?

—Sí, tenía unas cualidades. Pero no es mérito mío. Nací así y lo único que hice fue aprovecharlo.

—Puede presumir de tener un gran corazón.

—Tenía, tenía. Ahora, se ha ido a menos ya (ríe).

© GettyImages

En esta imagen de archivo, Miguel Induráin durante una carrera.