El pasado miércoles 1 de mayo Javier García-Obregón y Eugenia Gil Muñoz celebraron su esperada boda en Madrid rodeados de sus familias y amigos. La pareja había organizado su enlace con todo detalle para vivir el mejor día de sus vidas y al mismo tiempo ofrecer a sus invitados una experiencia inolvidable. Meses de preparativos, de coordinar horarios, el cóctel, el banquete, la música en directo y las muchas sorpresas que idearon…Y por supuesto, el look de la novia, que tuvo claro desde el principio cómo quería que fuera su vestido soñado.
A la ceremonia, prevista a las 12 de la mañana, habían comenzado a llegar los primeros invitados hacia las 11.20. El novio y su madre, Paloma Lago, hacían su estelar aparición en un impresionante Aston Martin DB12 conducido por el propio Javier, quien se mostraba muy sonriente ante los fotógrafos que esperaban a las puertas de la iglesia. La madrina no podía estar más radiante, espectacular con un vestido verde agua; también se mostraba muy feliz con el enlace de su primogénito Javier García-Obregón, que llegó con su mujer, María Thevenet y acompañando también a Ana Obregón, que no quiso faltar a la boda de su sobrino y ahijado.
Todo estaba organizado y preparado…pero la vida también está llena de imprevistos. Eugenia se vestía junto a sus cuatro mejores amigas y su madre en el hotel Relais & Châteaux Orfila, muy cerca de la iglesia de San Fermín de los Navarros. Por allí también había pasado el novio poco antes a recoger a su madre, que igualmente se preparó en el mismo lugar. Todo estaba listo.
Incluso estaba contemplado que Eugenia se retrasara 5 minutos, el tiempo de rigor, como manda la tradición, pero no más. Fueron sin embargo 45, que obligaron al padre Samuel Azcona, párroco de San Fermín de los Navarros a acortar la ceremonia, puesto que había otra prevista a las 13.15. ¿Qué causó esta tardanza?
Evidentemente, y pese a las especulaciones de los últimos días, no pretendía ser “una novia a la fuga” -ambos están muy enamorados y contaban los minutos para casarse después de siete años de noviazgo-, ni mucho menos se le hubiera pasado por la cabeza llegar tan tarde a propósito a su propia boda, especialmente porque Eugenia es muy creyente y el momento del sacramento era para ella lo más preciado; tampoco tuvo nada que ver con su maquillaje o su peinado, de los que se encargó Sisley. Desde el principio se pensó para ella en un semi recogido porque quería reconocerse a sí misma, sentirse cómoda el día de su boda y no está acostumbrada a verse con moños.
El verdadero motivo, según ha podido saber ¡HOLA! fue un fallo técnico en el cosido de su vestido a última hora, cuando ya se estaba vistiendo, que obligó a arreglarlo sobre la marcha. Ni más, ni menos. Algo totalmente involuntario y que podría pasarle a cualquiera.
Tampoco es cierto que Javier estuviera nervioso pensando que su futura mujer le había dejado “plantado”; ni se le pasó por la imaginación. Cómo él mismo le dijo en el altar: “Si he esperado siete años para casarme contigo ¿qué son 45 minutos más?” Su preocupación era que no iba a poder leerse el salmo y mantuvo la calma en todo momento, estuvo saludando a los invitados y charlando con su madre mientras esperaban a Eugenia.
A la salida de la iglesia, ya convertidos en marido y mujer, Eugenia quiso quitarle hierro al asunto, tocaba disfrutar del día, porque nervios, evidentemente había pasado muchos, y preguntada por la prensa sobre su retraso, repitió las palabras que su ya marido también le dijo al verla “Lo bueno, se hace esperar”.
Ahora, los recién casados, después de su gran celebración, disfrutan ya de su viaje de novios en Indonesia, donde acaban de aterrizar este mismo sábado dispuestos a que su luna de miel sea inolvidable. Como también lo ha sido su boda, con percance incluido.