Su apellido, Rockefeller, es conocido en todo el mundo por la huella que su familia ha dejado en la historia de Estados Unidos, y Ariana, además, es célebre en el mundo de la moda y la hípica. Los caballos son su pasión y nos reunimos con ella en Dubái, donde vive la mayor parte del año, llevando su vida como amazona y modelo. Nos encontramos con ella y su caballo en el desierto y nos contó su historia personal y la del gran apellido que lleva. Ser un Rockefeller no debe de ser tan fácil en cierto sentido, ya que es una herencia que conlleva grandes obligaciones y siempre crea muchas expectativas.
Ariana ha estudiado Literatura, ha alimentado su espíritu con la fe, ha cultivado sus pasiones y ha cumplido con los papeles que su familia le encomendó: una mujer Rockefeller como imagen pública de la familia. Participa activamente en el Consejo de Administración en la Fundación David Rockefeller, como representante del legado de la familia; es presidenta de la recaudación anual de fondos del Jardín Botánico de Nueva York y, siendo los Rockefeller grandes benefactores del Metropolitan Museum of Art, ha asistido en varias ocasiones a la Gala del MET, una de las más destacadas en 2022, con el tema de la Golden Age (Edad de oro), presentando el Worsham-Rockefeller Dressing Room.
—¿Cómo llegó tu familia a ocupar un lugar tan destacado en la historia de Estados Unidos y del mundo?
—Al reflexionar sobre la historia de mi familia, me enorgullezco enormemente del legado transmitido a través de cinco generaciones. Aunque sigo mi propio camino y tengo mi propia identidad, las raíces de las contribuciones de nuestra familia al desarrollo de Estados Unidos, tal como lo conocemos hoy, se remontan a mi tatarabuelo John D. Rockefeller, que fundó la Standard Oil Company a finales del siglo XVIII, en su momento, la mayor compañía petrolera del mundo. Su visión y determinación sentaron las bases de nuestro papel en la Revolución Industrial. Su impacto fue más allá del mero éxito empresarial, desempeñó un papel fundamental en la configuración del paisaje de Manhattan y de la sociedad estadounidense. Más allá de su inmenso éxito en el mundo de los negocios, mi tatarabuelo también estuvo profundamente implicado en la filantropía. Uno de sus legados es la Universidad Rockefeller, que abrió sus puertas en 1910. Su lema es “Ciencia por el beneficio de la Humanidad” y me complace mantener una conexión y participar en su Comité de Mujer y Ciencia.
—Háblanos de tu familia más cercana.
—Mi familia directa está formada por mi padre, David Jr.; mi madre, Diana, y mi hermana, Camilla. Además, mi padre está casado desde hace dos décadas con Susan, mi madrastra.
—¿Qué recuerdos guardas de tu infancia?
—Tuve la suerte de que mi familia fuera muy protectora conmigo, lo que me permitió ser simplemente yo misma y disfrutar de ser una niña pequeña. Sinceramente, era prácticamente igual que ahora. Adoraba los caballos, me encantaban todas las cosas femeninas y sentía fascinación por las mariposas y las flores. Me encantaba disfrazarme y el rosa era mi color favorito. ¡Es curioso que algunas cosas nunca cambien!
—¿Eras consciente, desde muy joven, de tu educación privilegiada y del peso de tu apellido o también era algo de lo que te protegían para que pudieras ser una niña?
—Mientras crecía, mi familia hizo todo lo posible por protegerme de las presiones que conlleva nuestro apellido y permitirme, así, una infancia, pero, al mismo tiempo, al asistir inevitablemente a actos públicos con mi familia y mi abuelo, era consciente y estaba preparada para la vida en la esfera pública. Desde pequeña me enseñaron el valor de servir a la comunidad y de ser una representante del apellido.
“Participo en la Fundación David Rockefeller, en cuyo Consejo de Administración actúo como representante del legado de mi familia. Creo que hay que servir a la visión de mi abuelo”
—¿Qué puedes contarme sobre tu etapa escolar?
—Asistí a la Ethel Walker School, un internado femenino que ofrece a las jóvenes una educación completa, además de ser una escuela ecuestre situada en la hermosa campiña de Connecticut. Estar allí me inspiró mucho. Aprecié la oportunidad de recibir una educación maravillosa y de establecer vínculos duraderos con las demás alumnas y los profesores. Formar parte de un entorno tan solidario me pareció increíblemente enriquecedor e instructivo. Además, estar en una escuela donde podía estar con caballos todos los días era un sueño hecho realidad.
—¿Qué estudiaste después del internado y por qué elegiste esa vía?
—Fui a la Universidad de Columbia porque me permitía estar cerca de la familia y obtener una educación basada en la civilización antigua y los clásicos. Siempre he sentido devoción por la historia antigua y el plan de estudios básico de Columbia College ofrecía una exploración exhaustiva de la literatura, la arquitectura y la filosofía griega y romana. Aunque al final me especialicé en Ciencias Políticas.
Amor por los caballos
—Parece que eres bastante tradicional, ¿es cierto?
—Veo la tradición como un reflejo de mis valores, que influye en mi forma de vivir y establecer relaciones. Para mí, se trata de apreciar las amistades, llevar los asuntos familiares con integridad, encontrar consuelo en mantener el orden y atender mi fe y mi vida espiritual. Estas virtudes me mantienen siempre conectada y en el buen camino. Creo que un enfoque tradicional me mantiene con los pies en la tierra y me ayuda a ser fiel a mí misma. Es como tener una brújula moral que me mantiene centrada en lo que realmente importa y en los valores que están en el corazón.
—Has dejado Estados Unidos para encontrar tu santuario al otro lado del mundo. ¿A qué se debe?
—Los caballos siempre han formado parte de mi vida y son una de mis mayores satisfacciones. Gracias a ellos, he viajado a muchas partes interesantes del mundo y, sobre todo, he formado una comunidad increíble dentro del mundo ecuestre.
—¿Qué te ha traído ahora hasta Dubái?
—Siempre he sentido un profundo amor por los caballos y respeto por el deporte del salto de obstáculos y adoro formar parte de esta increíble comunidad ecuestre internacional. Cuando surgió la oportunidad de enviar mis caballos a Dubái para una gira, tuve el placer de traer aquí a dos de mis yeguas, “Oase” y “Caelle”, para la temporada. Ha sido una experiencia nueva y una aventura increíble. Ha sido una bendición y estoy agradecida por cada momento de esta experiencia. Me encanta Dubái, su cultura, su gente, todo es tan acogedor y vibrante. También he disfrutado de mis trabajos como modelo, a través de mi agencia Select Model, durante mi estancia en Oriente Medio. Entre la portada de L’Officiel Arabia y ahora trabajando con ¡HOLA!, ha sido una temporada maravillosa.
—Volviendo al tema de la Fundación David Rockefeller, ¿cuál es tu labor en ella?
—Participo activamente en la David Rockefeller Fund, en cuyo Consejo de Administración actúo como representante del legado de mi familia. Creo que hay que servir a la visión de mi abuelo. En cuanto a otras iniciativas filantrópicas, presto mis servicios al Jardín Botánico de Nueva York , como presidenta de la recaudación anual de fondos. El jardín es un lugar con importantes lazos familiares: mi familia participó en su fundación y The Peggy Rockefeller Rose Garden, construido por mi abuelo, lleva el nombre de mi abuela.
—Además, como parte de tu legado familiar, ¿sueles frecuentar la Gala del MET?
—Mi familia tiene una larga relación con el Metropolitan Museum of Art, como benefactores del museo y de varias obras de arte y alas del museo, donadas por la familia. En 2022, acudí a la gala con el tema de la Golden Age (Edad de oro), centrada en la Revolución Industrial, que me pareció especialmente adecuada para mi familia. La exposición presentaba el Worsham-Rockefeller Dressing Room. Esta habitación se encontraba originalmente en una casa propiedad de mi tatarabuelo, que conservó su ebanistería y revestimientos. Finalmente, fue donada al museo como obra de arte. El vestido que llevé perteneció a mi abuela Peggy Rockefeller. Creo que lo lució en eventos con mi abuelo, durante su mandato como presidente del Chase Manhattan Bank. Llevar su vestido fue increíblemente especial, fue diseñado por Elizabeth Arden y confeccionado en 1954, así que este año cumple exactamente 70 años.
“Encuentro consuelo y orientación en mi fe en Dios. Es una conexión que aprecio y es algo que mi difunto abuelo David Rockefeller y yo compartimos”
—¿Qué te gustaría que la gente supiera de ti?
—Encuentro mucha fuerza y orientación en mi fe. Mi vida de oración y mi camino espiritual son muy personales para mí y encuentro consuelo y orientación en mi fe en Dios. Es una conexión que aprecio y es algo que mi difunto abuelo David Rockefeller y yo compartimos. Uno de mis versículos favoritos es 1 Juan 4:16, que dice: “Dios es amor”. Hay una placa de bronce en el Rockefeller Center que mi bisabuelo John D. Rockefeller Jr. instaló cuando lo construyó. Parte de ella dice: “Creo que el amor es lo más grande del mundo; que solo él puede vencer al odio; que el derecho puede triunfar y triunfará sobre la fuerza”.