Han pasado tres meses desde que Irene Urdangarin llegó a Camboya para comenzar una nueva y transformadora experiencia. Después de terminar sus estudios de bachillerato y alcanzar la mayoría de edad, la benjamina de la familia se enfrentó a la pregunta que aterra a todo joven de 18 años que ve abrirse ante él las puertas al mundo adulto: “Y ahora, ¿qué camino escojo?” Y ella, aparcando su posible carrera universitaria, decidió dejarlo todo y emprender una aventura, tan enriquecedora como vertiginosa. Siguiendo los pasos que una vez tomaron su madre y su hermano Juan, Irene voló hasta el país asiático , escondido entre Tailandia y Vietnam, para ayudar a los más desfavorecidos. Alejada de su familia y de su hogar, para enfrentarse a la crudeza de quienes no tienen nada, viendo con sus propios ojos, y tocando con sus manos la pobreza del mundo.
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Irene llegó en la segunda quincena de enero a Battambang, el corazón de una región asolada por una terrible herencia mortal al ser el territorio más minado del país y uno de los lugares más pobres. Allí, monseñor Enrique (Kike) Figaredo, con quien la familia Urdangarin guarda una estrecha relación, creó la ONG Sauce y levantó un centro de acogida sobre las ruinas de la iglesia de la ciudad (que se destruyó durante el régimen de Pol Pot, en 1978). La ONG tiene como objetivo ayudar a reconstruir el país, que paga aún las consecuencias de las guerras, la dictadura y el genocidio de más de dos millones de personas a finales del siglo XX, a manos de los Jemeres rojos. La organización abarca muchos quehaceres, como la atención a personas discapacitadas, que fueron víctimas de minas antipersona, mentales, hogares de acogida, acceso a la educación, creación de infraestructuras...
Desde el minuto uno, Irene se entregó a la misión humanitaria, y se puso a las órdenes de Kike, quien le guió en sus primeros pasos a su llegada al país. Ahora, Irene está más que adaptada a las costumbres de Camboya y a sus tareas de voluntaria, tal como hemos podido ver en las imágenes que ¡HOLA! publica esta semana en exclusiva. Integrada con el resto de jóvenes voluntarios, vemos a una Irene ‘en el barro’, sobre el terreno, haciendo sus labores.
Con pantalones cortos, camisetas anchas y deportivas o menorquinas, estas prendas conforman su maleta de voluntaria, donde prima sobre todo la comodidad para poder desenvolverse fácilmente. Según ha podido saber ¡HOLA!, Irene está feliz y convencida de que está viviendo la mejor experiencia de su vida. Ha superado con creces todas sus expectativas y prioriza su labor de cooperante sobre todo lo demás. Aunque se ha perdido algunos acontecimientos familiares (como la boda de Teresa Urquijo y José Luis Martínez-Almeida, a la que acudieron su madre, la infanta Cristina, y su hermano Juan), Irene es consciente de que su tiempo es ahora con los más vulnerables, donde se le necesita.