Pocas veces se tiene oportunidad de asistir al nacimiento de una estrella. De atisbar ese je ne sais pas quoi que brilla en los ojos del que está llamado a convertirse en el objetivo de todas las miradas, a desbordar ríos de tinta, a arrasar con la taquilla. Con Edouard Philipponnat hemos gozado de esa suerte. Forma parte ya de esa nueva hornada de actores con los que los límites no existen, ni los de las alfombras rojas ni los del atractivo de su masculinidad. Chalamet, Styles, Elordi, Keoghan, Butler... solo que a él, además, le sobra pedigrí. Nació en Mónaco. Y hace, solo, 24 años. O lo que es lo mismo, aúna sofisticación, ingenuidad y una insultante juventud.
“Vivo con la maleta a cuestas, pero siempre tengo una sensación especial cuando regreso a Los Ángeles. Recuerdo la primera vez que conduje por la autopista 405, mientras salía el sol... Estaba en la Ciudad de las Estrellas”
A Philipponnat no le tiembla la voz ni aún enfrentándose a ese animal escénico que es Joaquín Phoenix, quizás porque se parece sorprendentemente a su hermano desaparecido... Sea como fuere, en Napoleón , su rubio y fiero zar Alejandro I, le roba más de un plano al del labio partido y en La casa Gucci compite —y gana— a mirada turbia con Jeremy Irons, así que, cómo extrañarse de que Ridley Scott lo haya adoptado como actor fetiche... Pero este joven actor se resiste incluso a dejarse prender esa etiqueta. Hoy por hoy, todas le sobran. Quizás porque es inclasificable. Y ama el arte, proceda de donde proceda. Del indie a Almodóvar. O a lo mejor porque, como sus orígenes francofinlandeses, lo suyo es tan inesperado como sugestivo. Surfeamos con él la ola de su éxito en plena avalancha de galas y premios en Los Ángeles.
—¿Cómo es vivir y trabajar aquí, en Hollywood?
—Es genial. Vivo con la maleta a cuestas la mayor parte del tiempo, pero siempre tengo una sensación especial cuando regreso a Los Ángeles. Aquí, rodé mi primera película como protagonista con The Runner. Recuerdo conducir por la autopista 405, de la que siempre había oído hablar, mientras salía el sol... Me daba igual el tráfico. Estaba en la Ciudad de las Estrellas, conduciendo hacia mi primer día de rodaje. Parecía una de esas tantas historias de leyenda de Hollywood.
—Y, ¿qué hay de la presión y la competencia? ¿Mito? ¿Realidad?
—Es una industria en la que es muy difícil entrar. He estado en situaciones en las que sólo se tenía en cuenta a 4 ó 5 actores para un papel y otras, en cambio, en las que éramos más de 300. Todo el mundo intenta constantemente eclipsar al otro. Una vez escuché a Bryan Cranston hablar sobre los castings y los llamaba “préstamo de servicios”. Eso me gustó. Esencialmente, porque es así: “Esto es lo que puedo ofrecerte. Puede que esté bien o puede que no. Fin”. Esa mentalidad me ha ayudado a eliminar el estrés innecesario y la falsa importancia de “necesitar” un papel, cuando lo importante es centrarte en hacer el trabajo.
“Cuando era un bebé, la niñera me sentaba delante de la tele y me ponía una película tras otra. En inglés y con subtítulos en sueco. Al cabo de dos semanas, pronuncié mi primera palabra. Aprendí a hablar gracias al cine”
—Sin embargo, tú estás en camino de convertirte en el talismán de un director de culto. De Ridley Scott, nada más y nada menos.
—Yo no diría eso… Soy un privilegiado de que él esté en mi vida. Y siempre le agradeceré haberse arriesgado conmigo… Sé, por Sam Restivo, jefe de Montaje, que el Estudio iba a contar mi escena en House of Gucci, pero que Sir Ridley luchó por mantenerla. Sabía sin duda el impacto que esa película tendría en mi carrera. De hecho, ¡Es la razón por la que estoy hablando contigo hoy aquí!
—¿Cómo ha sido rodar con él y con Joaquin Phoenix?
—Es exactamente lo que uno se imagina. Nunca olvidaré la experiencia de trabajar con dos de las personas más capacitadas y con más talento del cine. Con ellos delante, yo me sentí como un espectador más, parte del público. Sin embargo, ellos eran los que querían escucharme, saber qué pensaba de cada escena, valorar mi opinión. Fue un acto de generosidad enorme y de amabilidad, porque no tenían porqué hacerlo... Sinceramente, me sentía como un niño entre dos gigantes.
«Mis padres siempre me han dicho que persiga aquello que me hace feliz en la vida. Y lo más importante: me han enseñado a que no importa el qué, siempre y cuando me guíe y lo haga con el corazón»
—Hablas con tanta pasión que es imposible dudar de que las películas son tu vida…
—Cuando era pequeño, la niñera me sentaba delante de la tele y me ponía una película tras otra. En inglés y con subtítulos en sueco. La mayoría eran películas de Disney… Al cabo de dos semanas, pronuncié mi primera palabra. En inglés. De hecho, podría decir que aprendí a hablar con el cine (risas). Después, recuerdo ver con mi hermano Piratas del Caribe en un portátil de mi madre, en Finlandia, cuando íbamos de vacaciones.... Yo, entonces, no separaba realidad de ficción, les dije a mis padres: “eso es lo que quiero ser de mayor”, pero en vez de decirles que quería ser actor, lo que yo quería ser era Jack Sparrow.
Conexión Mónaco-Helsinki
—Ellos no tienen ninguna relación con el cine. De hecho, tu padre pertenece al cuerpo diplomático de Mónaco, ¿no?
—Siempre han apoyado mis sueños. Cuando eres niño das eso por sentado, pero no siempre es así... Mis padres, en cambio, siempre me han dicho que persiga aquello que me hace feliz en la vida. Y lo más importante: me han enseñado que no importa qué sea lo quiero hacer, siempre y cuando me guíe y lo haga con el corazón.
—¿Qué es lo que más y lo que menos te gusta de tu vida como actor?
—No creo que haya trabajo más afortunado en el mundo que el de actor. Que me “permitan” ser actor, es el mayor privilegio que jamás tendré en la vida, acabe o no teniendo una larga carrera en esta profesión. Para mí, todo lo que conlleva es lo contrario de una carga. Sé y valoro lo extremadamente afortunado que soy en general y, por haber tenido la oportunidad de estar en Napoleón, en concreto, una película que ha sido la Number1 en el mundo. Es casi irreal. Algo que jamás podría haber soñado.
“Pedro Almodóvar es uno de esos directores con los que todo actor se muere por trabajar. Para mí, mantiene muy alto el listón artístico, cuando la mayoría de realizadores intenta, en cambio, comercializarlo todo”
—¿Te gustaría probar suerte en el cine español? ¿Lo conoces?
—¿Sabes que estudié español cuando estaba en el instituto? Pero lo dejé... Era un estudiante un poco vago (risas) Y me arrepiento, porque no solo es uno de los idiomas más hablados en el mundo, sino que creo que es el más bonito de todos. Sería un sueño hacer una película en español. Ya lo he hecho en italiano y en ruso para la pantalla, así que ¿Por qué no? Y con Pedro Almodóvar… Almodóvar es uno de esos directores con los que todo actor se muere por trabajar. Para mí, mantiene muy alto el listón artístico, cuando la mayoría de realizadores intenta, en cambio, comercializarlo todo. Las historias y los relatos humanos no deben valorarse en dólares o euros, sino en pasión y compasión. Seguro que suena ingenuo o naïf viniendo de un actor de 24 años, pero lo creo firmemente.
—¿Cuál es su “antena de tierra”, eso que te mantiene con la cabeza sobre los hombros?
—Mi familia y mis amigos. Antes de emprender mi carrera, me propuse rodearme de amigos auténticos. De esos, que me quisieran de verdad. Haber tenido la suerte de encontrarlos no era algo que diera por sentado. Hoy tengo “mi pandi”, con algunas de las mejores personas que se pueden encontrar en este mundo. Todas, de diferentes países y todas las culturas.