Marta Etura está de enhorabuena. Veinticinco años en la profesión se merecen una gran celebración y bien valen una larga charla sobre los anhelos, las pasiones y los nuevos retos de una de las actrices más valoradas de la industria. Llegó a Madrid desde su San Sebastián natal con 17 años, una maletita y muchas ganas de alcanzar su sueño. Y eso hace ya mucho que lo logró, aunque no es un camino fácil y hay que seguir andando.
“Echo la vista atrás y me siento muy afortunada y muy feliz, y miro hacia adelante con mucha esperanza, con mucha ilusión y con fe de poder estar otros 25 años más. Sería un sueño hecho realidad y, desde luego, voy a hacer todo lo que esté en mi mano para ello”, nos dice Marta, que acaba de estrenar la segunda temporada de Los enviados, de Juan José Campanella, y el 10 de mayo la veremos en otra serie, Las largas sombras. Ganadora del Goya por Celda 211 , se metió en la piel de Amaia Salazar, el personaje más exigente de su carrera, en las tres películas que llevaron a la pantalla la trilogía del Baztán. Y tras presentar en Málaga su primer corto tras las cámaras, Lucía, el reto de dirigir un largometraje está cada vez más cerca. Hablamos con la actriz del regreso a su tierra, del papel de su vida, la maternidad, y de lo mucho que ha aprendido de su hija.
—Cumples 25 años de carrera, parece un triunfo en una profesión como la tuya.
—Sí, sin duda. Para mí lo es porque la interpretación… la industria del cine es mi pasión. Lo ha sido desde que tengo uso de razón. Solo recuerdo que desde bien pequeña quería ser actriz. Supongo que es porque mis padres eran muy cinéfilos, veían muy buen cine, me apasionaban los trabajos de los actores. No solo haber alcanzado mi sueño, sino haberlo vivido durante 25 años, me hace sentirme muy feliz y muy afortunada.
—Unas bodas de plata no las celebra todo el mundo, ¿cuáles han sido los pasos que crees te han traído hasta aquí?
—Creo que es una mezcla de muchos ingredientes. Sin duda, el trabajo. Es una carrera de fondo, de mucho esfuerzo y de mucho estar ahí presente, porque el trabajo es el que llama al trabajo. Cada película o trabajo que haces es tu carta de presentación para el siguiente. Pero el factor suerte es importante, porque eso de estar en el momento adecuado en el lugar adecuado es así. Tuve la enorme fortuna de que, cuando terminé los cuatro años de escuela de Cristina Rota, apareció Joaquín Oristrell, hizo una prueba para su película y me cogieron. También es verdad, y siempre lo he dicho, que la suerte puede llegar, pero tienes que, no solo estar preparado, sino seguir trabajando para mantenerla. Porque en esta profesión, que es muy dura en muchos sentidos, te comes muchos noes antes de que te regalen un sí.
“A los 40, la dimensión del trabajo se reduce, porque casi todas las protagonistas son chicas de 26 a 33 años. Es como si a las mujeres de 40 no nos pasaran cosas”
—Llegaste a Madrid desde tu San Sebastián natal con 17 años. ¿Qué recuerdas de aquella época?
—Fueron años fantásticos. Yo con 17 años era muy niña y venía de San Sebastián, que era un pueblo, en el sentido que es verdad que es una ciudad muy bonita, pero no deja de ser muy pequeña. Era una niña de ciudad pequeña que llegaba a una capital y recuerdo que era una esponja. Poder ver una ciudad grande, llena de gente de otras razas, de otros lugares, tribus a nivel también de maneras de vestir, maneras de ser… Ver tantas personas distintas me nutrió mucho y, luego, entrar en una escuela de interpretación donde, cuando yo llegué, había más de 300 personas en cinco cursos de primero y terminamos 30 en un solo curso de cuarto. Para que veas el filtro que se hace.
—¿Es cierto que elegiste la escuela de Cristina Rota porque leíste en una revista que había ido Penélope Cruz?
—Sí, es cierto. Devoraba películas, programas, me veía Días de cine, leía Fotogramas y toda la información que podía. Y había leído que, efectivamente, Penélope, a quien yo admiraba y sigo admirando profundamente, había estado en la Escuela de Interpretación Cristina Rota en el curso de adolescentes. Y ya con 14 años les decía a mis padres que quería ir allí. Ellos me dijeron: “Hasta que no acabes COU, no te mueves de aquí”. Y así fue, literalmente. Hice el examen de selectividad y al día siguiente estaba cogiendo un autobús para Madrid. Es verdad que también había visto la de Corazza, pero empecé por la de Cristina y, además, tenía algo muy bonito que no había en otras escuelas, La katarsis del tomatazo, un espectáculo de cabaret con público real. Es decir, unas prácticas fantásticas.
Cuando llegué a Madrid
—¿Qué te dijeron tus padres cuando cogiste aquel autobús con destino a Madrid?
—Mi padre no lo veía nada claro, como es lógico, porque es una profesión muy complicada y mi familia nada tiene que ver con el mundo del arte. De hecho, me obligó a estudiar algo que me diera un diploma, así que por la mañana estudiaba y por la tarde iba a la escuela, aunque mi pasión y todo mi foco estaban en esta última. Mi madre me ha apoyado siempre. Cuando llegué a Madrid, era una niña con una ilusión enorme, pero me topé con la realidad y, al ver a 300 personas en primer curso, me di cuenta de que la probabilidad de llegar a ser actriz era muy pequeña. Ahí me dio mi primer bajón, ver que no era tan fácil como yo creía. Y fue mi madre quien me dijo: “Mira, tu corazón te ha traído hasta aquí, hazle caso”. Me emociono cada vez que cuento esto porque tener el apoyo de alguien a quien quieres, y yo a mi madre la adoro, fue muy importante.
—Menos mal que le hiciste caso.
—Efectivamente, le hice caso. En ningún momento me di la opción de volver a San Sebastián, que eso es también muy importante. Dije: “Yo hago esta apuesta a muerte”.
—Y, sin embargo, terminaste volviendo a tu tierra.
—Sí, pero una vez que ya tenía un nombre en la profesión. Es distinto, ya tenía una carrera y una trayectoria. Y aparte, como los rodajes son donde toca, pues tampoco me hacía falta estar en Madrid.
—¿Qué motivó tu regreso, digamos, ‘a casa’? ¿Tanto tiraba de ti la tierra?
—Volví en cuanto fui mamá, quería que mi hija creciera en el mismo lugar que yo, en el sentido de que es una ciudad muy amable para la infancia. Aquí tengo tres playas, tres montes a los cuales voy andando, al cole vamos en bici. Es una ciudad segura y amable y tenía muy claro que, cuando fuera madre, iba a volver.
—¿En estos años, y ahora más que nunca, con tanta prisa por todo que llevamos, has vuelto a reconectar también con la naturaleza?
—Lo que dices es totalmente cierto. Vivimos en una sociedad donde todo va a una velocidad frenética. Aquí todo es muy fácil, ganas tiempo y, por lo tanto, calidad de vida. Una cosa que me encanta, por ejemplo, es ir a buscar a mi hija al colegio, me la llevo a las escaleras del náutico, en plena bahía, me siento ahí con ella, comiendo Gusanitos, a charlar frente al mar y eso me produce una felicidad máxima. A mí y a ella. No digo que en Madrid no se consiga, porque tiene lugares maravillosos, pero digamos que aquí es más fácil tener eso. De todas maneras, sigo teniendo el puente a Madrid, voy y vengo y mi contacto va a seguir estando siempre. Es una ciudad a la que tengo mucho que agradecer. Me recibió muy bien, la gente es muy abierta y adoro la ciudad. Siempre vuelvo por trabajo, para ver teatro y para ver a las amigas que tengo allí. Y regreso a San Sebastián con la pila cargada. Me encanta. Madrid te da cosas que las pequeñas ciudades no te dan, y al revés.
—¿Qué conservas aún de aquella Marta jovencísima que empezaba?
—Muchas cosas. Conservo la pasión y el amor profundo por mi trabajo, el deseo de seguir creciendo como actriz y en mi profesión, y la ilusión. Pero fíjate que, así como la pasión, el amor y el deseo de crecer siguen intactos e incluso creciendo, la ilusión ahora es distinta, porque es menos ingenua, veo cosas que no veía cuando era pequeñita. Entonces no veía la parte más difícil de la profesión, o sí veía las dificultades, pero no las sufría tanto. Es maravillosa y también muy difícil, tienes que convivir con la incertidumbre en todos los sentidos, nunca sabes cuál va a ser tu próximo trabajo ni cuándo será, ni si vas a seguir o de qué manera. Económicamente, también es muy incierto, porque de repente un año tienes dos pelis y fantástico, y al siguiente no tienes nada. Tienes que ser un gran administrador. Hice mi primera película con 20 años y, en ese sentido, he tenido mucha cabeza y he sabido manejar el dinero bien desde pequeña.
—¿Has tenido la suerte de poder enlazar proyectos y que el teléfono no haya parado de sonar?
—He tenido la enorme suerte de enganchar un trabajo con otro de mis 20 a mis 30 sin problema y, sin duda, también he tenido la enorme suerte de que, cuando ha llegado un año más flojo, porque depende de millones de factores, no solo de ti, como soy muy curiosa e inquieta, no he parado. Pero también he notado que ha habido momentos más flojos, como, por ejemplo, mi maternidad, que se juntó con la pandemia y con que ya había cumplido 40, y digamos que esos factores juntos hicieron que mi dimensión de trabajo se redujera considerablemente. Puedo decir que he transitado por todo de la misma manera que puedo decir que soy muy afortunada porque nunca he dejado de trabajar.
Mejor persona
—La trilogía del Baztán ha sido tu trabajo más exigente, tres películas, las dos últimas se rodaron a la vez, apareces prácticamente en todo el metraje… ¿Ahí sí bajaste el ritmo por voluntad propia al terminar?
—Justo el año después de terminar la trilogía, sí fue por voluntad propia. Mi hija era muy pequeñita, tenía un año y medio y quería estar con ella, disfrutarla. Fue en 2019, lo que pasa es que en 2020 ya estábamos en pandemia, ahí se juntó todo. Me hace ilusión que saques este tema. La trilogía fue muy dura porque estaba en todas las secuencias en tres películas, dos se rodaron seguidas y fue una exigencia física, psíquica y emocional brutal. No es una queja, al revés, lo disfruté mucho; fue durísimo, pero un placer enorme estar en la piel de un personaje tanto tiempo y de esa manera tan intensa.
—Antes lo has mencionado, ¿has notado esa barrera de los 40 años que persigue a las actrices?
—Es una desgracia. Por fortuna, creo que ahora hay más personajes femeninos con enjundia a partir de los 40. Porque, si miras atrás, eran poquitos. Había una exigencia de que la actriz tenía que ser buena y a la vez bella. Y podía no ser buena actriz, que no importa, la doblamos y ya está, que es terrible, ¿no? Pero el cine de la época de mi abuela no es una generación tan lejana. Por suerte, todo ha cambiado y espero que ese cambio vaya a más. Creo que tiene mucho que ver con que las mujeres han alcanzado puestos de poder que antes no tenían. Ahora hay mujeres productoras, directoras, guionistas, directoras de fotografía... Se ha abierto camino, pero tenemos que seguir avanzando. Porque, efectivamente, a los 40 notas una bajada, la dimensión del trabajo se reduce, porque casi todos las protagonistas son chicas de 26 a 33 años. Es como si a las mujeres de 40 no nos pasarán cosas.
“Volví a San Sebastián en cuanto fui mamá; lo tenía muy claro, quería que mi hija creciera en el mismo lugar que yo, en el sentido de que es una ciudad segura y amable”
—¿La maternidad te ha ayudado a ser mejor actriz?
—La maternidad me ha ayudado a ser mejor persona, a conocerme más y a verme, y, por lo tanto, sí podríamos decir que soy mejor actriz, porque me conozco más como mujer y como persona. La maternidad me ha hecho crecer muchísimo en muchos sentidos.
—¿Ahora piensas más en qué proyectos te involucras? No solo por lo que te reten, sino por la conciliación, que no es tan fácil.
—Totalmente. Siempre he tratado de elegir porque quería una carrera de prestigio, cuidada, haciendo teatro, cine, tele y proyectos que me gustaría ver a mí como espectadora. Evidentemente, no siempre lo he conseguido, porque hay que pagar la hipoteca, pero mi foco ha sido tener una carrera de prestigio y hacer cosas buenas. También espero que me permitan conciliar mi maternidad con el trabajo. Ahora igual no podría hacer series que duren muchísimos meses, porque eso me supondría estar lejos de mi hija y no quiero.
—Ganaste el Goya como actriz de reparto en 2010 por Celda 211. ¿Cómo recuerdas aquel momento?
—Con felicidad máxima, fue una noche muy especial. No solo porque gané el Goya, y ese premio es como sentir el abrazo de la profesión, como dije en mi discurso: “Siento que formo parte de una familia de la que siempre he deseado formar parte y en la que me siento muy feliz”, sino porque esa noche, además, se sumó que ganó la película y que todos nuestros compañeros fueron premiados por un trabajo que gustó tanto a público como crítica y la industria. Y eso es un regalazo que pasa muy pocas veces.
Los tres pilares
—Acabas de debutar como directora de un corto, ¿qué nos cuentas en él?
—Es difícil hablar de él sin hacer spoiler, pero termina con una pregunta que arrojo al espectador sobre nuestros mecanismos de defensa ante una agresión, un trauma, un suceso fuerte, que es muy importante conocerlos, porque, si así fuera, no juzgaríamos las cosas de manera tan poco profunda. Para mí, el cine es una herramienta magnífica para invitar a la reflexión y al diálogo desde el corazón, las emociones, la empatía, el sentimiento…
—Es el tipo de historias que quieres contar.
—Efectivamente. Quiero que mi película hable de algo para mí fundamental, la importancia del afecto en la infancia y las secuelas de no tenerlo. Todavía estoy buscando la historia, porque es difícil encontrarla, pero me parece un temazo para poner sobre la mesa.
—¿Sentías hace mucho la necesidad de ponerte también detrás de la cámara?
—Hacía mucho que quería dirigir, pero tenía claro que no iba a hacerlo hasta encontrar una premisa que me moviera y conmoviera y una historia que supiera que pudiera contarla bien. Me voy a tomar mi tiempo porque ahora tengo la premisa, la historia todavía no y quiero tenerlo todo bien hilvanado para sentirme orgullosa de contarla.
—¿Qué consejo le darías hoy en día a la Marta de 20 años?
—Le diría que confíe más en ella. Muchas veces me ha costado confiar en mí o lo he hecho, pero con mucho miedo de no llegar. Sí, le diría que confíe en su capacidad de trabajo, en su talento y en su lucha.
—Los tres pilares que rigen ahora mismo tu vida.
—Mi hija; mi familia, en la cual incluyo a mis amistades, porque las considero familia, y mi profesión.